Judith Wilhelm: “Tendríamos que dejar de pensar en qué hay de nuevo y pensar en qué hay de bueno”

En esta segunda parte de la charla hicimos un poco de historia, nos remontamos a los orígenes de Calibroscopio, y otras editoriales “primas”, que se atrevieron al libro álbum y a libros difíciles, disruptivos, en plena crisis argentina. Eso nos llevó a un hermoso listado de títulos, entre ellos varios “favoritos” de la editora, y a la actualidad, con la crisis del papel y el posible cambio de paradigma que Judith siente que está por ocurrir.



 

Mario Méndez: Hace un rato mencionabas que hace ya veinticinco años surgieron más o menos juntas Del Eclipse, que ya no nos acompaña, lamentablemente, Pequeño Editor, Calibro… estaban asombrados con los libros de FCE. Acá no hacíamos de ese tipo de libros. Y ustedes empezaron a hacerlos. En 2001, 2002 hubo una crisis enorme. Y esa crisis, aunque sea un lugar común, produjo una oportunidad, que las editoriales aprovecharon. Me gustaría que cuentes un poco eso, cómo es que los libros álbum, o los libros que no llegaban, empezaron a hacerse acá, de la mano de ustedes, que hoy son referentes.  

Judith Wilhelm: Sí, libros como Zoom, como La escoba de la viuda, un libro todo en sepia. No sé si lo conocerán, está agotado, hace mucho tiempo que no podemos tenerlo acá en la librería… Es de Van Allsburg, el de El higo más dulce, también. Uno lo abría y era un libro para chicos, todo en sepia, con un formato rarísimo, completamente monocromático… Era todo lo contrario de lo que nos decían que teníamos que hacer los editores de libros para chicos. Uno veía eso, que a pesar de ser todo lo contrario de lo que uno leía que tenían que ser los libros para chicos, lo veía en funcionamiento con los pibes, y funcionaba. Y con los grandes, con uno mismo. Libros disfrutables. Y fue así, en ese año empezamos a pensar en ese tipo de proyectos, Nosotros empezamos con la editorial, un poco después de la crisis fuerte, pero en ese momento, en 2001, aprovechamos esa oportunidad que dio la crisis como feriantes y como librería ambulante. Creció mucho nuestra presencia en la Feria del Libro Infantil, pero en esos años todavía no editábamos. Sí empezamos a traer libros de afuera o a hacer circular los de las editoriales de aquí. Pusimos un stand bastante importante en la Feria del Libro Infantil cuando todas las editoriales estaban como aterrorizadas con la crisis. Las grandes editoriales que decían que ese año no había stand, que no había presupuesto. Nosotros pensamos que era el momento de mostrar otras cosas. Estoy pensando en el año de la erupción del volcán en el sur, cuando cayó la ceniza de forma despiadada sobre Villa La Angostura. Nosotras hacemos una Feria del Libro en la biblioteca popular Osvaldo Bayer, de allá, con una gente copadísima que espera la Feria con muchísimas ganas. Y ese año en el que cayó la ceniza, y los que podían irse se iban porque estaban literalmente tapados, y los organizadores no sabían si hacer la Feria o no hacerla. Decidieron hacerla, porque la gente también necesitaba que pasaran cosas buenas, y la Feria de ese año fue un exitazo. Yo no fui, porque nos íbamos turnando, pero fueron Walter y Santiago del equipo, y hasta el día de hoy nos cuentan la emoción que fue llegar, ver todo cubierto de cenizas, y la emoción de la gente, y el agradecimiento de que igual hubiéramos ido con la Feria, sin saber qué iba a pasar. Muchos que trabajaban allá en emprendimientos turísticos en menos mil. Parecía que no había un mango, pero se acercó un montón de gente, porque necesitaban sentir cosas buenas Y eso pasó también en el 2001, y en las sucesivas crisis que tenemos. Supongo que está pasando ahora también.  La Feria Infantil y la FED, que fueron hace días nomás, fueron un éxito de gente. Quizá hay gente que no compra libros, aunque quiere, porque están muy caros, o los compra en muchas cuotas, o compra otro, pero fue a la Feria más que nunca, porque está bueno. En las crisis también hay que aferrarse a cosas buenas y lindas, y qué mejor que decir “tengamos buenos libros”, o “leamos buenos libros en las bibliotecas”. Porque a las Ferias del Libro la gente no solo va a comprar, es como el contacto. Las Ferias de aquellos años (la del 2001, la de La Angostura, la de ahora), están llenas de gente que quiere y necesita conectar con cosas buenas. Y fue en esos años que empezamos a trabajar fuerte con los autores que recién nombrábamos, como María Wernicke, con libros que tenían una cuota de riesgo, de la que no sé si éramos muy conscientes. Pero de repente nos dábamos cuenta de que lo había. Volviendo a lo de FCE, leí una vez en una entrevista que le hicieron a Daniel Goldín, que era el editor de Fondo, en ese momento, hablando de los procesos de edición, dice que hay que preguntarse cuál es el riesgo de no arriesgar nada. Me gustó mucho esa frase; es muy riesgoso también no arriesgarse, para un editor, para un autor, para un mediador… No arriesgar nada es quedarse en un lugar cómodo, que a lo mejor está bien, pero donde no va a pasar nada, no va a trascender. Publicar, escribir, o darles a los pibes libros cómodos, tiene el riesgo de que los libros no van a transformar… Los que estamos acá tenemos clarísimo que los libros pueden atravesarte, y cambiarte como pocas cosas. Y esos libros anodinos, de los que uno dice “está bien”… 

MM: Esa cosa adocenada. Libros que están bien, pero que no son necesarios. Acá hay cosas en el chat que quiero leer. “El Fondo tenía cosas como las de Dugin y Dugina, como Las plumas del dragón, y Por orden del lucio, con unas ilustraciones tremendas, dice Sebas. Lili Morales dice que por la librería conoció Víctor, de Elena Roco, de la editorial chilena Quilombo, un libro profundamente poético dedicado a Víctor Jara, “una joyita que tengo gracias a ustedes”, Debby habla de la FED, de que fue espectacular la cantidad de gente. Ana dice que los libros son necesarios. Debby dice que si no arriesgás estás en el limbo; en la librería encontró Vida del muerto, un libro genial, “en el borde de la LIJ”, dice Sebas.



JW: (Muestra Vida del muerto) Este es orgullo total. Así lo voy a decir. Orgullo de la editora. Sí, fue un libro en el que trabajamos durante un año y medio, y era de verdad muy arriesgado. Es un texto de David Wapner, con ilustraciones de Matías Trillo, dos grosos. No llegó como libro, ni mucho menos. David Wapner nos había mandado un poemario, un conjunto de varios textos, micro relatos, poemas, un poco inclasificable. Y era como para publicar todo junto. Estaba muy bien, pero no se ajustaba a lo que estábamos buscando, y le dijimos que no. Pero a mí, uno de esos textos, Vida del muerto, me había quedado, sentía que era un texto espectacular. Muy disruptivo, muy inquietante, muy raro. David tiene eso… “¿lo entendí? ¿no lo entendí?” Es, justamente, arriesgado. Dije que ahí había algo. Me siguió dando vueltas en la cabeza, hasta que me cansé y le dije a Walter que quería hacer algo con eso. Una de las primeras cosas que hago con los textos cuando quiero convertirlos en libros, es separarlos, pensarlos como paginados en el libro. Todavía no tenía ni el ilustrador, pero tenía claro que era un textito que, o era genial o no tenía ningún sentido publicarlo como libro. Había que laburarlo, encontrar algo muy bueno y muy fuerte; encontrar al ilustrador que quisiera meterse ahí dentro, o no lo publicábamos. Y fue lo que le dije a Matías Trillo, no sé si de una manera tan directa, porque no tenía tanta confianza, nunca había laburado con él, casi no lo conocía, aunque lo admiraba por algunas cosas que había visto. Coincidimos en esa Feria de Villa La Angostura y ahí le dije un poco todo esto. Creo que fue algo genial. Matías se metió de lleno. Se llama Vida del muerto, y es algo muy inquietante y muy disruptivo. Habla del único muerto del pueblo. Lo velan un día, al día siguiente se levanta y tiene otro velorio, una situación muy rutinaria, como si estuviera trabajando de muerto. Yo lo veo así, como que trabaja de muerto. Una vez, Marcela Carranza me retó y me dijo que “no se sabe”. Y eso es interesante. No se sabe si está muerto, si no está muerto… Y le dije a Matías que destacáramos esa situación como de oficinista; ese carácter rutinario. Es un tipo que se levanta todos los días a las siete de la mañana, se pone el despertador, y se va al entierro que le toca cada día. Es el único muerto del pueblo, lo velan un día, al día siguiente es el entierro, y dice algo genial: “Era una vida de muerto”, “Vivía bien su vida de muerto”, “Es que no había otro muerto. Era el único y lo cuidaban. Él también se cuidaba”. Va contando cómo era la vida de este muerto, va pasando su vida como muerto, hasta que al final ya está muy cansado, y decide ir a pedir la jubilación. La ilustración va acompañando este clima de cosa rutinaria, muy institucionalizada, Están todos los elementos de un pueblo, la iglesia, el juzgado… está atravesado por toda esa cosa burocrática. Entonces un día va y pide la jubilación, se dedica a descansar, va descansando y descansando hasta que se apaga. Y ahí dice “muerto el muerto”, y qué es lo que pasa con el pueblo. Lo interesante es lo que el texto plantea, la situación sobre la que Matías hizo un laburo increíble. Lo potenció. Esta situación absurda, no terminar de entender si está vivo o muerto, si trabaja de muerto, qué le pasa al final, si se muere  





Sebastián Vargas: Hay unos bichitos que aparecen en todas las páginas, como por detrás de las escenas, y que van ganando terreno, y hacia el final copan todas las ilustraciones. Está lleno de estos bichitos o cositas, es impresionante el trabajo.  

MM: Recuerda a Saramago. A Las intermitencias de la muerte, esa cosa delirante… ¡Qué bueno es Wapner, además! ¿No? 

LW: Es genial. Yo después pensé una cosa... La muerte es tan absurda… Hay un montón de libros sobre la muerte, que hablan de lo terrible, de lo triste, pero pocas veces se habla de la muerte desde este lugar del absurdo. La verdad es que nos descoloca cuando muere alguien, no podemos terminar de entenderlo. Lo de estar y no estar… Desde ese lugar, muy naturalmente, potenció este costado del absurdo, que quizá no estaba tan explotado y tan visto.  

Laura Gutman: También lo simbólico. Hay un tratamiento de la muerte que es simbólico, no real. Al ser tan simbólico toca lo real de una manera en la que no se habla de lo real. Más allá de que está el absurdo, se habla a nivel simbólico de la muerte. El absurdo es el recurso para esto. Como cuando los chicos juegan a hacerse el muerto. Es tratar de entender eso que no tiene palabras. De lo que no hay cómo hablar, entonces, por lo menos jugar a eso. Esta cosa de “No estoy para los demás, pero yo sé que estoy”.  

MM: Hay varios comentarios en el chat sobre este libro. Debby dice que es un libro espectacular, Lili dice que por los colores es imposible no asociarlo con México y con la mirada que tiene el pueblo mexicano con la historia de esta muerte. Sebas dice que es re mexicano y que tiene mucho humor, Olga se pone aún más filosófica, y dice que hay mucha gente que vive muerta… 
JW: Yo también lo pensé.

MM: Y habla de Salamone, el de los cementerios.

JW: Sí, no lo nombré, pero es muy espectacular cómo él toma esos grandes monumentos. Hay varias referencias a Salamone.

MM: Hay pueblos muy chicos en los que el cementerio tiene un frontispicio para una ciudad como Metrópolis. Es muy impresionante.  Te voy a hacer una pregunta “de chico”, porque es la que me hacen cuando voy a las escuelas, y a Sebas también. ¿Hay favoritos? Porque recién mencionaste un par de los que estás muy orgullosa. De entre el montón que han editado, ¿podés agarrar cuatro o cinco libros y decir que están entre los favoritos? 

JW: Hay un montón… Éste, claramente, es uno. Con éste y con El alumno nuevo, del año pasado, el trabajo que hice fue tan intenso que me está costando volver. Son tan favoritos los del año pasado que me está costando este año. La canción de las pulgas, de Roldán padre, ilustrado por su hijo Gustavo Roldán el ilustrador, es otro favorito; orgullo total. Fue una alegría poder juntarlos a los dos. Gustavo padre ya había fallecido, y debe ser de los libros menos vendidos de la historia, porque es bastante problemático. Si lo conocen sabrán que hay juegos de palabras con “malas palabras”, que además va creciendo en intensidad. Es difícil de vender, pero nos encanta y nos ha dado muchas satisfacciones. Varios de María Wernicke, como Hay días, Cuando estamos juntas, que tiene un laburo de síntesis tremenda, porque María es una poeta de la palabra y de la imagen. Más allá de que a mí me gustan mucho los libros y de lo estético, tiene mucha capacidad de síntesis, con muy poco dice tanto. De los de María, muy probablemente este sea mi favorito. Es un orgullo total ser su editora, pero María no nos permite mucho lucirnos como editores, porque hay muy poca posibilidad de intervenir en sus libros. Cuando sale un libro de María digo que todo el mérito es de ella, porque tiene una cosa tan estudiada que no permite y no necesita intervención. A ella les llevan mucho tiempo sus libros, sobre todo aquellos en los que es autora integral. Hay algunos que ilustró y en los que hubo un intercambio fuerte, como El regalo de los Reyes Magos, que es un libro que quizá no circula tanto, es un cuento bellísimo de O’ Henry que yo tenía en la cabeza hace mucho tiempo para publicarlo. Lo hicimos con maría y ahí sí hubo un intercambio más fuerte. Pero en sus libros de autora integral piensa hasta la coma, y cambiarla por un punto es una discusión de semanas. Y en general, no la ganamos. Acá hay otro que salió el año pasado, que es el Vademécum de la flora naturalis imaginaria, que son micro relatos que acompañan un trabajo exquisito de Irene Singer.
Con ella también tenemos varios libros publicados y hemos hecho un camino muy interesante. Es de esos libros que no tienen un público muy específico, puede agarrarlo un chico o un grande, gente que se fascina por las plantas, y después se queda fascinada por el texto, o al revés. Muy interesante porque tiene una especie de historia meta ficcional con respecto a la autora, que hay que descubrir. Éste también es otro libro… Criaturas, de Chanti, que es un libro que me da bastante orgullo porque es de esos que fueron bastante trabajados. Hay libros que llegan como más hechos, y otros en los que uno pone mucho de lo propio. Criaturas es un libro que tampoco se vende demasiado. Chanti vende millones con los de Mayor y menor, pero en este libro juega mucho con la ambigüedad. Uno no termina de entender qué es lo que pasa, qué quiere decir. Todo el tiempo plantea el encuentro entre dos tipos de criaturas. Siempre hay un niño y un ser medio monstruoso. Son todas ilustraciones con una frase mínima, no sé si llegan a ver.
Las frases aluden a la ilustración. Acá, por ejemplo, hay un monstruo y una niña peinando a su muñeca, y dice: Llegó tu turno”. En este otro hay una araña gigante, el niño tratando de alcanzar la pelota, y siempre los niños con mucha inocencia, no ven esa situación de que hay un monstruo al acecho. Y la frase dice: “Un pasito más y lo alcanzaba”. O éste, en el que el nene está en su botecito pescando y no se da cuenta de que es como la boca de un monstruo gigante, y la frase dice “Día de buena pesca”. Lo que armamos acá con Chanti fue como una especie de taller literario. El vino con la idea, con las ilustraciones y algunas frases. Pero había muchos de esos enfrentamientos a los que les faltaba eso: pensar la frase. Nos pusimos a seis manos. Primero Chanti y yo habíamos compartido una Feria, después se sumó Walter y eran tres cabezas pensando. Me parece muy lindo, muy original. La jaula, un cuento difícil, de Germán Machado… que también tiene Ver llover, uno de los primeros, que es un libro que nos marcó a ambos. Fue el inicio de cosas muy buenas que siguieron. Es un libro de poemas, ilustrado por Fernando de la Iglesia, un ilustrador español al que no conozco, y que llegó medio de casualidad a nuestro mail hace como
quince años, con un texto muy for
mal, en el que German decía que lo mandaba “
la señora María Teresa Andruetto”, me encantó… me pareció que no era para nosotros, le contesté eso en ese momento, pero me quedó taladrando los días siguientes “¿Y por qué no?” Creo que no teníamos publicada poesía en ese momento, era un libro de poemas, largo, de muchísimas páginas, caro de hacer, complicado… Cuando pasan estas cosas, como lo de El alumno nuevo que fueron diez años, de pensar en un cuento, uno dice que ahí hay algo. Y publicamos Ver llover, que como todos los libros de poesía se vendía muy tímidamente y tenía su pequeño público pero que lo supo apreciar desde el principio y reconocer, y después tuvo varias ventas a Plan de Lectura. Para Germán fue un libro muy importante, que le dio una visibilidad que no tenía, a pesar de que siempre fue un gran escritor, muy reconocido, también en Uruguay. Otro libro que me encanta,
que quiero muchísimo y tampoco circula demasiado es éste,
Poemas para leer en un año, que es de una dupla uruguaya, Horacio Cavallo y Matías Acosta. Es un libro de poemas, está dividido en tres secciones. Los primeros son haikus para los días de la semana, están los tankas para las cuatro estaciones, y al final, limericks para los meses del año. Cada uno tiene un pequeño texto, es una ilustración muy minimalista, muy juguetona, es un libro muy lúdico, que a mí me gusta mucho, y que llegó porque en este caso la mujer de Matías Acosta, Pilar Lazcano, que les dijo a los chicos que ese era un libro para Calibroscopio. Me dio mucha satisfacción que eso se viera. Porque muchas veces uno se puede preguntar qué es un libro de Calibroscopio, cuál es su esencia. Si de verdad tiene una esencia, si no la tiene… Es a lo que aspira un editor; a tener cierta personalidad. Cuando eso se ve, cuando te dicen: “Este libro era para ustedes”, es muy satisfactorio. Es el laburo de catálogo, es a lo que uno aspira, a tener una personalidad en el catálogo.  

MM: Acá varios te soplan los de Laura Devetach y Gustavo Roldán, Quién soy, Había una vez, de la Tere, que es una belleza.

JW: El Quién soy, ni hablar. Es un libro muy particular. Ahí pasamos muchas cosas juntos y aspiramos a que pasen más. Un libro con el que estuvimos muchos años pensándolo, armándolo, ahora casi no tenemos ejemplares y estamos con el tema de la crisis del papel… 

MM: Yo quería preguntarte, porque en estos encuentros a muchos editores les estamos preguntando por una de las lógicas de la industria, que es la de la distribución, la lógica comercial. Ustedes lo tienen más agilizado porque distribuyen y tiene librería. Pero la lógica de producción, con estas propuestas tan arriesgadas que mantienen desde hace años, ¿Cómo está hoy la situación en ese aspecto tan difícil?  

JW: Te faltó una letra. La ilógica de producción. La situación está muy, muy complicada. Tengo la sensación de que en algún momento, más o menos, se va a estabilizar. No quiero hacer futurología, pero tengo un poco la sensación de que estamos como en los albores de algún tipo de cambio de paradigma con el libro. Está muy difícil el tema de los recursos; el papel está carísimo, va a estar cada vez más caro; es un tema internacional que parece que llegó para quedarse. A nosotros nos llegó recién este año, pero en España, me decía un colega de allá, ya fue todo el año pasado. Dicen que tiene que ver con la pandemia y con el desarrollo del ecommerce. Es interesante ver cómo todo se cruza; el papel y el cartón se están produciendo para las grandes empresas, que tienen una escala de precios diferentes, entonces aumentó muchísimo por eso. Va todo para las cajas de Amazon, para decirlo directamente. Hay una falta de recursos muy importante y un encarecimiento brutal, para decir la palabra que corresponde. Acompañado por la actitud de los empresarios del papel de acá, que son muy pocos. El costo de algunos libros aumentó un 400% de un año hasta acá. Creo que ese es otro de los motivos para poner una pausa en ese momento, ver cómo seguimos. Cuando digo que estamos en los albores de un cambio de paradigma no quiero ser trágica para nada, pero siento que esta lógica de hacer tantos libros y en cantidades tan grandes, no se sostiene. Entre los muchos libros que hay, que en muchos casos no sobreviven porque se tapan unos a otros, y me parece que vamos a tener que pensar no digo en dejar de hacer libros, pero pequeñas cantidades, más libros “de nicho”, pensar en los lectores en particular, que está bueno, me parece. Porque muchas veces se piensa en los libros a la escala en la que los veníamos produciendo, de a dos mil, en offset… Por lo menos las editoriales infantiles, o nosotros, no sé si todos, pero en general veníamos trabajando así, con tiradas de dos mil o tres mil ejemplares. Es una barbaridad. Porque no hay dos mil lectores para todos los libros. Y no está mal que así sea. Por ejemplo, Poemas para leer en un año, es un libro delicioso, y yo me alegro y no me arrepiento para nada de que esté en nuestro catálogo, pero no tiene tres mil lectores posibles. A le mejor hay que empezar a pensar también en esa posibilidad, y no como algo malo. Pensar en los tipos de lectores. Igual, que perdure, pero cuando sacás tantos libros que se te terminan humedeciendo en los depósitos (nos ha pasado a tantos editores), no sé… Siento que el mercado de la novedad es algo a revisar también, por los editores, por los autores y por los mediadores también. Muchas veces, cuando entran a la librería, o en la Feria del Libro preguntan qué hay de nuevo, yo también lo hago. Pero tendríamos que dejar de pensar en qué hay de nuevo y pensar en qué hay de bueno. En las vidrieras de las librerías no tiene que haber novedades necesariamente, sino libros buenos que vuelven. Siempre cuento una anécdota que a mí me parecía espeluznante. Y siento que está empezando a pasar acá. El mercado editorial español es muy afecto a las novedades, y es voraz y feroz. Y me contaron la anécdota de un editor que lo llamó al autor y le dijo: “Tu libro fue un éxito, anduvo muy bien, en unos meses vendimos todo, ya se nos agotó.” Y cuando el autor se alegró y le preguntó si iban a reimprimir, el editor le dijo que no, y le pidió que les hiciera otro. Como “hacenos otro parecido”, o “hacenos la segunda parte”. En lugar de que volviera a aparecer ese libro que había gustado tanto, que había sido tan valorado, “metamos otra novedad parecida”. Y no, ya está, para eso estaba el primero. ¿Para qué más de lo mismo? ¿Por qué no reeditar? España es muy así. Nosotros, como distribuidores de algunas editoriales españolas, les hemos vendido, acá en la librería y en las Ferias del Libro, a españoles. A gente residente u oriunda de España, que no conseguía los libros allá, porque están en las librerías un tiempo y vuelve todo para atrás, para hacer lugar para las novedades.  

MM: No es tan grande a veces la rotación, pero llegan. Lo tremendo de las pequeñas tiradas, comentaba Debby, como vos decías, es que la cuestión es que el aumento del costo unitario para pequeñas tiradas es terrible… 

JW: Sí, absolutamente. Nosotros de hecho, aunque lo digo, no lo logramos. Pero creo que tenemos que intentar ir hacia ahí, me parece que tiene que haber una solución para poder hacer pequeñas tiradas, y que los precios no sean exorbitantes. Para poder publicar esos libros que no tienen millones de lectores detrás. Y para poder volver, reeditar, libros que a lo mejor están agotados y hacer una tirada más grande. Siento que todavía no lo logramos, pero que hay que apuntar para ese lado. Pero sí, la producción está muy complicada, sobre todo este año. Es un desquicio. Aumentos del 20% semanal; las imprentas dan presupuestos por veinticuatro horas, que a veces ni siquiera respetan.  





MM: Es terrible, porque es una rueda. Y uno no encuentra quién es el culpable, porque por ahí no lo hay en toda la rueda. La otra vez pedí un presupuesto para una reimpresión, y tendríamos que duplicar el precio de los libros. Que además es una locura, no solo en relación al costo de producción, sino a cuánto se vende un libro similar. Es el momento duro de la entrevista… 

JW: Es un momento complicado para la industria, para ver cómo se sigue… Yo estoy sorprendida y un poco paralizada. Veamos cómo se sale de ésta, porque no es tan fácil.  

MM: Bueno, terminemos con una pregunta más arriba que la gente ya se nos quiere ir a cenar. ¿Cómo ves el tema de las compras institucionales, los planes nacionales de lectura y toda esa reactivación y apoyo a pesar de la pandemia? Te la dejé picando para que la pongas en un ángulo y ahí nos vamos más contentos. 

JW: Como editora no puedo dejar de decir que es algo muy bueno que nos pasa en las editoriales cuando tenemos esas compras grandes, porque nos permite respirar mejor, proyectar, arriesgar más… Cuando viene una de esas puedo tomar ciertos riesgos, porque viene ese respiro desde lo económico que siempre significa una compra. Más allá de eso, la satisfacción de saber que los libros llegan, a los lugares más recónditos y alejados del país, esos que ni siquiera conocemos, es una satisfacción muy grande, que vos debés conocer muy bien, también como autor, por haber ido como invitado.  

MM: Yo fui a la Feria de Villa La Angostura, el año posterior a las cenizas; todavía estaba las cenizas amontonadas a los costados, y fue gracias al Plan de Lectura.  

LW: La verdad es que es muy emocionante y gratificante saber que los libros llegan a tantas manos, a tantos niños. Ojalá que sean usados y que las cajas sean abiertas. Hay historias que cuentan que hay lugares en los que no los dejan abrir las cajas. Sobre todo que tenga continuidad; que el Plan no sea solo cosa de un gobierno. Porque de verdad hace falta eso. Para formar lectores y para tener bibliotecas bien nutridas, hace falta continuidad. Y que se elijan buenos libros. Nosotros, en planes anteriores nos fuimos enterando de cosas sobre el uso de los libros. Por ejemplo, Uno y otro, que hace un rato lo nombré, fue un libro que se compró para planes de lectura de todos los niveles, los tres niveles educativos: inicial, primaria y secundaria. Ahí también uno dice “¡qué bueno!”. ¿No sabíamos que habíamos hecho un libro con tantas posibilidades de lectura? sabíamos, pero uno no termina de saberlo hasta que sucede. O un libro que hicimos en coedición con Bárbara Fiore, (originalmente era un libro de ella), que es La ola, lo debés conocer, es un libro mudo, y fue comprado por el Plan de Lectura hace muchos años, y generó nuevas formas de leer. Las compras de ese tipo de libros, más arriesgados, distintos, más difíciles, generaron algo que después veíamos en la librería. Muchos chicos y padres que decían que el libro era maravilloso, y antes, quizá un par de meses atrás, era visto como un libro muy raro, que no se entendía mucho. Me parece que está bueno que el Plan de Lectura lleve muchos libros, que sean diversos, que sean plurales, distintos, que siempre haya una cuota de libros “incómodos”, porque son los que si no están ahí, a lo mejor no se compran como regalito de cumple. Una vez estaba hablando con los alumnos de la UNSAM y les preguntaba por qué nuestros libros no se compraban como regalitos de cumple. Y Cecilia me dijo que iban a inventar una categoría nueva. Libros de ese tipo quedan afuera, como otros libros muy necesarios y muy transformadores que no son “regalito de cumple”.  

MM: Muy bien, Judith. Espectacular la charla. ¿Viste que no te pregunté por proyectos? 

JW: (Se ríe) Sí. Me ponen siempre nerviosa los proyectos. Hay muchos, pero como son muy a largo plazo los vamos pensando de a poco.  

MM: Te agradezco mucho. La pasamos bárbaro. Se desgrava, se publica, gira por las redes, y seguimos trabajando, contra viento y área y a favor del libro. Un abrazo.  

JW: Gracias a todes por estar acá en la charla, por estar siempre del otro lado, por mediar y por hacer que los libros que uno proyecta encerrado entre cuatro paredes, lleguen y se difundan. Gracias, siempre, por eso 

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