Cien años de la publicación de Trilce, de César Vallejo

Este mes se cumplen cien años de la publicación de Trilce, de César Vallejo. En marzo pasado además, se conmemoraron los 130 años de su nacimiento. Para celebrarlo y recordarlo, Libro de arena comparte algunas referencias de críticos y poetas, referidas al libro del gran poeta peruano. Y, por supuesto, al final se agregan algunos de sus poemas.



Por María Pía Chiesino


Trilce, palabra inventada, (o quizá palabra  maleta, apócope de “tridulce” o anagrama de tres soles, cámara resonadora de ecos semánticos, multívoca, eufónica, aporta una clave de la poética de Vallejo: no asentar su mensaje sobre los contenidos objetivos, no sujetarse a la norma lingüística, expresarse según su arbitrio personal. Otra clave es la carencia de título de los poemas, al ordenarlos en mera sucesión numérica, Vallejo no quiere reducir los posibles poéticos señalando al lector una dirección de lectura. Este menoscabo de marcas orientadoras, de conectadores explícitos, revela que la comunicación poética se establece por sus propios canales…” (…) Porque Vallejo busca la congruencia por desvarío, el conocimiento por discrepancia  y salto exorbitante…” (…) NO hay manifiestos, no hay textos donde Vallejo explicite sus intenciones literarias…” (…) El enigma de Trilce debe descifrarse a partir de su propia manifestación, requiere una exégesis inmanente.” (…) Todo se vuelve en Trile, torbellino cuyo epicentro o egocentro es la subjetividad atribulada y excitada del poeta. Obstinadamente autorreferente, Vallejo se autorretrata en Trilce, como el expulsado del paraíso de la infancia, como el hombre arrojado a la tierra yerna,como el mutilado del ser, condenado a la irreversible incompletud”.  (Saúl Yurkiévich en “Tu impecable diamante, tu tiempo de deshora”, en Suma Crítica, Fondo de Cultura Económica, 1997)


“La eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura”: esa era, decía Vallejo, su mayor aspiración, “la expresión pura”, y no quedaba otra, para eso, que violentar las palabras, o más bien violentar el uso habitual de las palabras, tratarlas de otro modo para que hagan lo que habitualmente no pueden. Si a casi un siglo de su publicación, leer Trilce sigue siendo una aventura, es porque lo que al lector le pide es un compromiso vital, “poner el cuerpo”, jugarse, sin ninguna seguridad. O con la seguridad de que nunca se habrá captado del todo lo que está latiendo ahí, entre esas incómodas organizaciones de palabras, y de que en cada nueva lectura algún descubrimiento va a producirse, como si la experiencia de leer se renovara. Algo importante, al fin de cada lectura, habrá ocurrido, si uno se le animó al desafío: si para eso hay que renunciar a veces a la posibilidad de “entender”, es porque a esa poesía hay que “vivirla”, con la infinita complejidad que tiene el acontecimiento de vivir, tan emocional como intelectual, tan espiritual como físico.” (Daniel Freidemberg, en https://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/la-poesia-de-vallejo-esa-religiosidad-materialista)


“Trilce es la expresión del límite del lenguaje más allá del límite. Algo inédito que permite que las zonas presuntamente ilegibles sean un estímulo que nos lleve a vislumbrar algo de sus signos. Un libro que no se deja absorber del todo, ni mucho menos domesticar, por el código de intercambio crítico admitido. Nunca un libro llegó tan lejos en la poesía latinoamericana como Trilce.” (Carlos Battilana en https://www.lanacion.com.ar/cultura/cesar-vallejo-el-escritor-mas-triste-del-mundo-que-ascendio-al-paraiso-de-la-literatura-nid16032022/ )


2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?

Trilce de Vallejo, sin dudas. Me encantaría provocar esa suerte de goce misterioso y áspero de un lenguaje y una sintaxis que van perforando la trivialidad del sentido común y el canto de sirenas de las frases hechas. (Guillermo Saavedra, en  https://www.eternacadencia.com.ar/blog/libreria/nueve-preguntas/item/nueve-preguntas-a-guillermo-saavedra.html


“Mucha gente cree que si uno se paga su propia edición del libro, eso está mal. Daniel Titinger muestra que esto es una estupidez: Vallejo se pagó la edición de Los Heraldos Negros y después volvió a hacer lo mismo con esa obra maestra que es Trilce. ¿Qué significa Trilce? Los que quieren el Vallejo triste y sufrido dicen que el poeta, cuando estuvo preso, se la pasaba bajo un rayo de sol –como en el neorrealismo italiano- que entraba por la ventana de la celda, repitiendo “tres soles, tres soles” invocando a febo, que se propiciaba escaso. Pero otros hablan de una idea juguetona vallejiana, que el precio de los ejemplares de venta del libro era de tres soles y Vallejo unió las dos palabras y creó un neologismo, “Trilce”, algo muy com

ún en él. ¿Habrá alguna chica que se llame Trilce? ¿Habrá algún chico que se llame Trilce? Les parece alguien depresivo e infumable el que empieza el poema número trece de Trilce con estos versos: “Pienso en tu sexo/simplificado el corazón pienso en tu sexo/ Palpo el botón de dicha, está en sazón/Y muere un sentimiento antiguo/degenerado en seso”.

Y que elige terminar este poema con esta frase lírica a la que le da la vuelta: “Oh, estruendo mudo/ Odumodneusrtse”. (Fabián Casas en

https://www.eldiarioar.com/opinion/leyenda-punk-triste_1_8530447.html


Cerramos este homenaje compartiendo algunos poemas de Trilce


lll


Las personas mayores

¿a qué hora volverán?

Da las seis el ciego Santiago,

y ya está muy oscuro.

 

     Madre dijo que no demoraría.

 

     Aguedita, Nativa, Miguel,

cuidado con ir por ahí, por donde

acaban de pasar gangueando sus memorias

dobladoras penas,

hacia el silencioso corral, y por donde

las gallinas que se están acostando todavía,

se han espantado tanto.

Mejor estemos aquí no más.

Madre dijo que no demoraría.

 

     Ya no tengamos pena. Vamos viendo

los barcos ¡el mío es más bonito de todos!

con los cuales jugamos todo el santo día,

sin pelearnos, como debe de ser:

han quedado en el pozo de agua, listos,

fletados de dulces para mañana.

 

     Aguardemos así, obedientes y sin más

remedio, la vuelta, el desagravio

de los mayores siempre delanteros

dejándonos en casa a los pequeños,

como si también nosotros

                                                 no pudiésemos partir.

 

     Aguedita, Nativa, Miguel?

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.

No me vayan a haber dejado solo,

y el único recluso sea yo.





XIII


Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

ante el hijar maduro del día.

Palpo el botón de dicha, está en sazón.

Y muere un sentimiento antiguo

degenerado en seso.


Pienso en tu sexo, surco más prolífico

y armonioso que el vientre de la Sombra,

aunque la Muerte concibe y pare

de Dios mismo.

Oh Conciencia,

pienso, sí, en el bruto libre

que goza donde quiere, donde puede.


Oh escándalo de miel de los crepúsculos.

Oh estruendo mudo.


¡Odumodneurtse!



XXIII 


Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

pura yema infantil innumerable, madre.


        Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente

mal plañidas, madre:  tus mendigos.

Las dos hermanas últimas, Miguel  que ha muerto

y yo  arrastrando todavía

una trenza por cada letra del abecedario.


        En  la  sala de  arriba nos  repartías

de mañana, de tarde,  de dual estiba,

aquellas  ricas hostias de tiempo, para

que ahora nos sobrasen

cáscaras de  relojes en flexión de las  24

en punto parados.


        Madre,  y ahora!  Ahora, en cuál  alvéolo

quedaría, en qué retoño capilar,

cierta migaja que hoy se me ata al cuello

y  no quiere pasar. Hoy que hasta

tus puros huesos estarán harina

que no habra en qué amasar

¡tierna dulcera de  amor,

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar

cuya encía late en aquel  lácteo hoyuelo

que inadvertido lábrase  y pulula  ¡tú  lo viste  tánto!

en las cerradas manos recién nacidas.


       Tal  la tierra oirá en  tu silenciar,

cómo nos van cobrando todos

el alquiler del mundo donde nos dejas

y el valor  de aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros

pequeños entonces como tú verías,

no se lo podíamos haber arrebatado

a nadie; cuando tú nos lo diste,

¿dí, mamá?



XXVIII 


He almorzado solo ahora, y no he tenido

madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,

ni padre que,  en el facundo ofertorio

de los choclos, pregunte para su tardanza

de imagen, por los broches mayores del sonido.


       Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir

de tales platos distantes esas cosas,

cuando habráse quebrado el propio hogar,

cuando no asoma ni madre a los labios.

Cómo iba yo a almorzar nonada.


       A la mesa de un buen amigo he almorzado

con su padre recién llegado del mundo,

con sus canas tías que hablan

en tordillo retinte de porcelana,

bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;

y con cubiertos francos de alegres tiroriros,

porque estánse en su casa. Así, qué gracia!

Y me han dolido los cuchillos

de esta mesa en todo el paladar.


       El yantar de estas mesas así, en que se prueba

amor ajeno en vez del propio amor,

torna tierra el bocado que no brinda  la

                                                                              MADRE, 

hace golpe la dura deglución ; el dulce,

hiel; aceite funéreo, el café.


       Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,

y el sírvete materno no sale de la

tumba,

la cocina a oscuras, la miseria de amor.



LVI


Todos los días amanezco a ciegas

a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,

sin probar ni gota de él, todas las mañanas.

Sin saber si he logrado, o más nunca,

algo que brinca del sabor

o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará

hasta dónde esto es lo menos.


El niño crecería ahito de felicidad

                         oh albas,

ante el pesar de los padres de no poder dejarnos

de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;

ante ellos que, como Dios, de tanto amor

se comprendieron hasta creadores

y nos quisieron hasta hacernos daño.


Flecos de invisible trama,

dientes que huronean desde la neutra emoción,

                       pilares

libres de base y coronación,

en la gran boca que ha perdido el habla.


Fósforo y fósforo en la oscuridad,

lágrima y lágrima en la polvareda.


(César Vallejo, Trilce,  Biblioteca Clásica y Contemporánea, Losada, Buenos Aires, 1975) 


Trilce
César Vallejo
Losada, 1975.


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