La poesía de Robert Frost

Hoy se cumplen 150 años del nacimiento de Robert Frost, una de las voces más importantes de la poesía estadounidense en  San Francisco. Entre 1912 y 1915 vivió en Gran Bretaña, donde estuvo en contacto, entre otros, con Ezra Pound y donde publicó sus dos primeros libros de poemas. En 1915 regresó a los Estados Unidos, se instaló en una granja en New Hampshire y se dedicó a la enseñanza. Toda su vida estuvo atravesada por tragedias familiares. En Libro de arena recordamos a Frost con cuatro de sus poemas.


La puerta sin cerradura


Así pasaron muchos años
Pero, por fin, alguien llamó
Y pensé en la puerta
Sin cerradura para echar llave.

Soplé la luz
Y fui en puntas de pie
Y levanté mis manos
En plegaria a la puerta.

Mas la llamada se repitió.
Mi ventana era amplia;
Me trepé en el antepecho
Y bajé del otro lado

De vuelta por el antepecho,
Respondí: -Entre usted-
A quienquiera que hubiera
llamado a la puerta

Así ante un golpe
Vacié mi jaula
Para esconderme en el mundo
Y cambiar con la edad.


Familiarizado con la noche


He sido uno de esos que saben qué es la noche.
He salido bajo la lluvia; y bajo la lluvia he vuelto.
He ido más allá de la luz más lejana de la ciudad.

Mi vista ha descendido por el más triste callejón.
He pasado al lado del sereno que hacía su ronda
Y he bajado la vista, sin ganas de explicar.

Me he quedado quieto, deteniendo el ruido de los pies,
Cuando de lejos un grito sofocado
Llegaba, por sobre las casas, desde otra calle,

Pero no para hacerme volver ni para decirme adiós;
Y aun más lejos, a una fantástica altura
Un reloj luminoso contra el firmamento

Proclamaba que el tiempo no era bueno ni malo.
He sido uno de esos que saben qué es la noche.


Aceptación

Cuando el sol que se acaba arroja sus rayos a las nubes
Y se hunde ardiente en el golfo que hay abajo
No se oye una voz de la naturaleza que lance un grito
Ante ese suceso. Al menos los pájaros han de saber
Que el firmamento se viste de negro.
Murmurando algo quedo en su pecho
Un pájaro empieza a cerrar los ojos apagados;
O sorprendido demasiado lejos de su nido,
Apresurándose a poca altura de la arboleda, uno que andaba perdido
Se precipita, justo a tiempo, al árbol que recuerda.
A lo sumo piensa o gorjea suavemente: "¡A salvo!
Y que ahora la noche se me haga del todo negra.
Que la noche me resulte demasiado oscura para ver
El futuro. Que lo que haya de ser, así sea".


En Poemas, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1979 selección, traducción y prólogo de Enrique L. Revol














La pradera


Voy a limpiar el pasto del manantial;

Sólo me detendré a barrer las hojas

(y esperar hasta ver el agua clara, quizás).

No demoraré mucho. - Ven tú también.

Voy a buscar al ternerito

Que está junto a la madre. Es tan pequeño,

Vacila cuando ella lo lame,

No demoraré mucho. - Ven tú también.


Fuego y hielo


Algunos dicen que el mundo concluirá con fuego,

Algunos con hielo.

De lo que he probado del deseo

Estoy con los que desean el fuego.

Si tuviera que perecer dos veces

-Creo conocer bastante del odio-

Puedo decir que para destruir, el hielo

Es también bueno.

Y sería suficiente.


En Dos siglos de poesía norteamericana, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1969. Traducción: Alfredo Casey

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