El hablador, de Mario Vargas Llosa

En 1991, en Suecia, una red de narradores orales celebró el equinoccio con una maratón de relatos. Esta iniciativa se fue extendiendo a otros países a lo largo de los años. Como consecuencia, se considera al 20 de marzo como el Día de la Narración Oral. Libro de arena lo celebra con un fragmento de la novela El hablador, de Mario Vargas Llosa.


“Hablaba de aquellos indios, de sus usos y sus mitos, de su paisaje y sus dioses, con el respeto admirativo con que yo me refería a Sartre, Malraux y Faulkner, mis autores preferidos de aquel año. Ni siquiera de su admirado Kafka le oí hablar nunca con tanta emoción...”


“Con excepción de Kafka, y, sobre todo, La metamorfosis, que había releído innumerables veces, y poco menos que memorizado, todas sus lecturas eran ahora antropológicas. Recuerdo su consternación por lo poquísimo que se había escrito sobre las tribus y sus protestas por lo difícil que era consultar esa bibliografía pulverizada en separatas y revistas que no siempre llegaban a San Marcos o a la Biblioteca Nacional...”


“Visto con la perspectiva del tiempo, sabiendo lo que le ocurrió después-he pensado mucho en eso- puedo decir que Saúl experimentó una conversión. En un sentido cultural, y acaso también religioso.(...)Desde el primer contacto que tuvo con la Amazonía, Mascarita fue atrapado en una emboscada espiritual que hizo de él una persona distinta. No sólo porque se desinteresó del Derecho y se matriculó en Etnología y por la nueva orientación de sus lecturas, en las que, salvo Gregorio Samsa, no sobrevivió personaje literario alguno, sino porque, desde entonces, comenzó a preocuparse, a obsesionarse, con dos asuntos que en los años siguientes serían su único tema de conversación: el estado de las culturas amazónicas y la agonía de los bosques que las hospedaban.

-Te has vuelto un temático, Mascarita. Ya no se puede hablar contigo de otra cosa.

-Pucha, es cierto, mi viejo, no te he dejado abrir la boca. Discurséame un poco, si te provoca, de Tolstoi, la lucha de clases o las novelas de caballerías.”


“...los Schneil habían pasado cortas temporadas-por separado o juntos- con ésa y otras familias machiguengas del alto Urubamba y afluentes. Habían acompañado a los grupos en la estación seca cuando salían a pescar y de cacería, y hecho grabaciones que nos hicieron oír. Una crepitación sonora, con súbitas notas agudas, y, a veces, un gran desorden gutural que, nos explicaron, eran cantos: Tenían la transcripción y traducción de una de aquellas canciones (...) El texto ilustraba admirablemente aquel estado de ánimo de la comunidad que nos habían descrito. Tanto, que lo copié. Desde entonces lo he llevado conmigo, doblado en cuatro, en un rincón de mi cartera, como amuleto. Todavía se puede descifrar:


Me está mirando la tristeza

me está mirando la tristeza

me está mirando bien la tristeza

me está mirando bien la tristeza

mucho me enoja la tristeza

mucho me enoja la tristeza

me ha traído aire, viento

que ha levantado el aire

mucho me enoja la tristeza

mucho me enoja la tristeza

me ha traído el aire, el viento

mucho me enoja la tristeza

tristeza

que ha traído gusanito, gusanito

el aire, el viento, el aire


Aunque tenían suficientes conocimientos de la lengua machiguenga, a los Schneil les faltaba todavía mucho para dominar los secretos de su estructura. Era una lengua arcaica, de vibrante sonoridad y aglutinante en la que una sola palabra compuesta de muchas otras podía expresar un vasto pensamiento.”



El hablador
Mario Vargas Llosa
Seix Barral, 1987.






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