El saber clasificatorio
Los
géneros en la Literatura pueden presentarse de varias maneras según distintas
clasificaciones. En la narrativa esos diferentes abordajes clasificatorios
pueden pensarse como simpáticas maneras de discutir sobre lo que nos gusta, y
ayudarnos a entenderlo. Mario Méndez escribe para Libro de arena un artículo que aborda esta
cuestión y conecta con la incidencia que tiene a la hora de establecer órdenes
como los de las bibliotecas de especial interés para la capacitación de
auxiliares e bibliotecas.
Por
Mario Méndez
Sabido
es que, desde la antigüedad clásica (Platón, Aristóteles, Horacio), el concepto
de género, con función clasificatoria y también preceptiva, ha ido cambiando.
Si antes se hablaba de la Épica, la Dramática (Tragedia y comedia, y otras
especies menores) y la Lírica (todas las variantes de la poesía), hoy podemos
hablar de tres géneros literarios fundamentales, que siguen siendo, en lo
básico, los tres anteriores, pero cambiando Épica por Narrativa.
Fue
de la Narrativa, específicamente,
que charlamos un buen rato en el curso de mediadores de Biblioteca. Nos pusimos
de acuerdo en que la Narrativa, como género, tiene, como es por todos sabido,
dos especies fundamentales: la novela y el cuento. Y luego una gran cantidad de
especies menores: la nouvelle (¿cuento largo, novela corta?), la fábula, la
leyenda, el mito, la biografía y sus variantes, etc. etc.
Suele
confundir, a veces, pensar los géneros desde otra óptica. Obviamente, surgió
ese tema. Es decir, la duda es por qué hablamos de género policial, realista,
fantástico, maravilloso, extraño, de la Ciencia Ficción, el fantasy o
fantástico-épico, novela y cuento históricos, género humorístico, epistolar, de
terror (y también aquí se debería recurrir a los etcéteras, etcéteras) y no de
especies, o de subgéneros. ¿Por qué se llaman de la misma manera? ¿No deberían
ser sub-géneros de la narrativa? Parece que no, la costumbre nos dice que la
Narrativa es un género, pero el policial, o el maravilloso también son géneros.
¿Y
qué pasa cuando hablamos de Literatura infantil y juvenil, que a su vez tiene
en su seno Poesía, Teatro y Narrativa, e incluido en esta última, policial,
fantástico, maravilloso, etcétera y más etcétera? ¿Qué sería Caperucita Roja?
¿Un cuento para niños (esto se puede discutir, claro) que, como tal, pertenece
al género narrativo, al género infantil, al género maravilloso? ¿Y El último
espía, de Pablo De Santis, qué es? Es una novela, claro, ¿pero es novela del
género infantil, del género policial dentro del género narrativo? Puede ser.
Puede no ser. Y no importa demasiado.
En su
famosa Antología del cuento
fantástico, Borges, Bioy
Casares y Silvina Ocampo no se preocuparon más que por elegir los cuentos que
les gustaban, y mezclaron, con absoluta gracia, cuentos geniales como “Sredni
Vashtar”, de Saki, con “La pata de mono”, de W. W. Jacobs, con “La verdad sobre
el caso de Mr. Valdemar”, de Poe, sin más aclaración y justificación de que los
guió un criterio hedónico, y la anticipada declaración de que “las ficciones
fantásticas son anteriores a las letras”. Lejos están los tres antólogos de
hablar de “El sentimiento de lo fantástico”, como hizo Cortázar en su ya
célebre conferencia dictada en la UCAB y más lejos aún de las disquisiciones de
Todorov, cuando diferencia Fantástico de Extraño y Maravilloso, situando al
primero en el momento de la duda, de la vacilación en la explicación. Es
fantástico, dice Todorov, aquello que no se define por la explicación extraña
(como en “La caída de la casa de Usher”, de Poe) ni por la maravillosa, como en
la mayoría de los relatos antologados por Bioy, Borges y Ocampo. Lo fantástico,
entonces, está en la permanencia de la incertidumbre, como en el ejemplo más
célebre: Otra vuelta de tuerca,
de Henry James.
En
resumidas cuentas, lo importante fue que en el encuentro con los mediadores de
Biblioteca hablamos de libros. De qué títulos pondríamos en la cajita de lo
fantástico, de cuáles en la del policial (deductivo, o negro), de cuáles en el
histórico, en el realista, en el maravilloso. Nos pusimos de acuerdo varias
veces, y otras tantas no. Y pasamos dos horas agradables, para resolver,
quizás, que estas dudas, que pueden no tener respuesta, tienen validez por sí
mismas en tanto nos sirvan para pensar los libros, los autores, los argumentos,
las teorías. En tanto nos sirvan para jugar con las dudas, para plantearnos
preguntas que, incluso, decidimos descartar. Porque, quién puede dudarlo, si
vamos a mediar para que haya más y más lectores, lo importante es entrar a la
literatura, a los libros, a la lectura, con el espíritu divertido de quien se
dispone a jugar.
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