25 años de la muerte de Elias Canetti

Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte de Elias Canetti. Había nacido en Bulgaria en 1905. Autor de Massa y poder, a la que consideraba la obra de su vida (tardó cuarenta años en escribirla). Canetti recibió el Premio Nobel de Literatura en 1981. Publicó además, sus libros de  Apuntes, (siete en total), en los que escribió reflexiones breves sobre temas de todo tipo, aforismos y notas. Compartimos un fragmento del comienzo de La provincia del hombre, el primero de sus libros de Apuntes.



1942
Estaría bien, a partir de cierta edad, irse haciendo cada vez más pequeño, año tras año, e ir recorriendo hacia atrás los mismos estadios por los que antaño trepó uno con orgullo. Los honores y dignidades de la edad, con todo, deberían seguir siendo los mismos de hoy, de modo que gente muy menuda, como muchachos de seis u ocho años, serían los más sabios y los de mayor experiencia. Los reyes más viejos serían los más pequeños; sólo habría Papas muy pequeños; los obispos mirarían desde arriba a los cardenales y los cardenales al Papa. No habría ya ningún niño que quisiera llegar a ser una persona mayor. La historia perdería importancia con la edad; uno tendría la impresión de que sucesos ocurridos trescientos años antes habían tenido lugar entre
seres parecidos a los insectos, y el pasado tendría, al fin, la suerte de que nadie se fijara en él.

La palabra libertad sirve para expresar una tensión muy importante, quizás la más importante de todas. Uno quiere siempre marcharse y cuando el lugar al que uno quiere ir no tiene nombre, cuando es indeterminado y no se ven en él fronteras, lo llamamos libertad.

La expresión espacial de esta tensión es el ardiente deseo de traspasar una frontera, como si ésta no existiera. Para el sentimiento mítico de los antiguos; la libertad de volar llega hasta el sol. La libertad en el tiempo es la superación de la muerte, y llegamos incluso a contentarnos con irla retrasando indefinidamente. La libertad que tiene lugar en las cosas es la disolución de los precios, y no hay nada que el derrochador ideal – que es un hombre muy libre - desee tanto como un cambio incesante en los precios, un cambio que no esté determinado por regla alguna, el indiscriminado subir y bajar de éstos, algo sobre lo que, como el tiempo, no podemos influir y que ni siquiera podemos realmente predecir. No hay ninguna libertad «para algo»; la gracia y la fortuna de la libertad es la tensión del hombre que quiere saltar sus propias barreras y que, en aras de este deseo, elige siempre las peores barreras que encuentra. Uno que quiere matar tiene que vérselas con las más temibles amenazas que acompañan a la prohibición de matar, y si estas amenazas no lo hubieran atormentado tanto, seguro que habría tomado sobre sí tensiones más afortunadas. El origen de la libertad está, sin, embargo, en la respiración. El aire era para todos, todo el mundo podía tomarlo, cualquiera que fuera este aire y quienquiera que fuera el que lo tomara, y la libertad de respirar es la única que hasta lafecha no ha sido realmente destruida.

Lo único que puede gustarnos del todo es una imagen, jamás un hombre. El origen del ángel.

En cuán poco tiempo el volar - este antiquísimo, precioso sueño del hombre – ha perdido todo su encanto, todo su sentido y su alma. Así es como se realizan los sueños, uno tras otro, hasta la muerte. ¿Puedes tener un sueño nuevo?

¡Qué inmensamente modestos son los hombres que se proponen tener una sola religión! Yo tengo muchísimas religiones, y aquella a la que las demás se subordinan se va formando únicamente a lo largo de mi vida.

Vemos cómo los pensamientos sacan sus manos del agua; pensamos que están pidiendo auxilio; qué engaño: abajo viven en perfecta paz y armonía; hagamos sólo una prueba: saquemos a uno de ellos.

El equilibrio entre saber y no saber depende de cómo uno va adquiriendo sabiduría. El no saber no puede empobrecerse con el saber. A cada respuesta - a lo lejos y aparentemente sin relación alguna con ella debe saltar una pregunta que antes dormía acurrucada. El que tiene muchas respuestas debe tener todavía más preguntas. A lo largo de toda una vida, el sabio no pasa de ser un niño y las respuestas lo único que hacen es secar el suelo y la respiración. El saber es un arma sólo para los poderosos, y no hoy nada que el sabio desprecie tanto como las armas. El sabio no se avergüenza de su deseo de amar a más hombres de los que conoce; y jamás se separará arrogantemente de aquellos sobre quienes no sabe nada.

En las mejores épocas de mi vida pienso siempre que estoy haciendo sitio, haciendo más sitio en mí; ahí quito nieve con la pala, allí levanto un trozo de cielo que se había hundido en ella; hay lagos que sobran, dejo salir el agua - los peces los salvo -; bosques que han crecido ahí, suelto en ellos manadas de monos nuevos; todo está en pleno movimiento, lo único que falta siempre es sitio; jamás pregunto para qué; jamás siento para qué; lo único que tengo que hacer es volver a hacer sitio una y otra vez, más sitio; y mientras pueda hacer esto merezco vivir.

¡Que este rostro haya llevado a esta guerra y que no lo hayamos exterminado! Y somos millones y la Tierra está llena de armas; munición habría para tres mil años, y este rostro sigue estando aquí, a lo lejos, tendido sobre nosotros, la mueca de Gorgona; y nosotros, todos, petrificados asesinando a los demás. 

A lo que más nos parecemos es a los bolos. En las familias se nos coloca de pie, aproximadamente nueve. Cortitos, de madera; con los demás bolos no sabemos qué hacer. El golpe que nos va a derribar tiene la trayectoria marcada desde hace tiempo; estúpidamente estamos esperando a ver qué pasa; en el caso de que, al caer, tumbemos al máximo número de bolos que podemos tumbar, el golpe que les transmitimos es el único contacto que nos dignamos concederles en nuestra rápida existencia. Esto significa que nos vuelven a poner de pie. Pero da igual quién sea aquel a quien le ha
ocurrido esto; en la nueva vida somos exactamente lo mismo, sólo que entre los nueve,  en la familia, hemos cambiado de sitio; incluso esto no ocurre siempre; de madera, estúpidos, volvemos a esperar el viejo golpe.


La provincia del hombre
Elias Canetti
Taurus, 1973.

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