Las esquirlas de la Robin Hood

Para cerrar el tema del mes de agosto, dedicado a la Colección Robin Hood, compartimos un texto de Alejandro Cánepa. En él nos cuenta su experiencia como lector de algunos de los títulos de la colección, que sacaba de la biblioteca de su hermana.



Por Alejandro Cánepa*

Distintos estudios aseguran que la mayoría de la información que recibimos (y no solo en la actualidad) procede del sentido de la vista. Y si pienso en la colección Robin Hood llega a mi mente una imagen: la de un estante de la biblioteca de mi hermana Marina, repleto de punta a punta de unos volúmenes amarillos, todos del mismo tamaño.  Yo tendría 7 u 8 años, y me daba curiosidad esa suerte de línea de libros del mismo color, así que un día en el que mi hermana no estaba en su habitación, comencé a sacarlos y mirar las tapas. Por supuesto, me llamaban la atención las ilustraciones de las portadas, aunque también retenía los títulos, como El último mohicano, de Fenimore Cooper, Robinson Crusoe, de Daniel Defoe y Mujercitas, de Louise May Alcott.

No voy a presumir de lector precoz de esas obras. Una vez observados esos libros, que, repito, tenían colores, ilustraciones y títulos que me atraían, los volvía a dejar en su lugar, no solamente por una cuestión de orden; había algo en esa línea amarilla que iba más allá, como si el todo fuera más que la suma de las partes, como si esos textos generaran una especie de cuerpo independiente, casi mágico y, por tanto, misterioso. Tanto en mi interés por tomar aquellos como en dejarlos en el mismo sitio actuaba inconscientemente una clase de respeto o temor ante la posibilidad de alterar un orden intangible exhalado por esa sucesión de historias.

Pocos años después decidí leer algunos de esos libros; no sé si fue el primero, pero el que más recuerdo fue Viaje maravilloso al planeta de los hongos, de Eleanor Cameron. También rememoro que me sumergí en la lectura de El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle.  Ambos títulos me encantaron y los releí varias veces. En cambio, tengo la vaga sensación de haber iniciado la lectura de Mujercitas, de Alcott, con reticencia interna al pensar “¿esto no es para nenas”? y no poder terminar de leerlo. Poco después comencé a leer Hombrecitos, de la misma autora, creyendo que por razones obvias sí me iba a interesar hasta el final. Tampoco sucedió.

Existe un momento ya entrada la adolescencia en donde distintas situaciones, momentos y rutinas de la infancia comienzan a desvanecerse sin que uno lo perciba. El tiempo se acelera, y, mientras se crece y se atraviesan distintas etapas, se absorben más compromisos (en suma, se vive) y ese mundo de los inicios se borronea gradualmente, no solo en la memoria sino en la realidad misma. Así que en algún momento indefinido, esa línea de libros amarillos de la colección Robin Hood se desarmó; no puedo datar cuándo fue ni por qué. Desconozco si mi hermana se desprendió intencionalmente de esos títulos, vendiéndolos, regalándolos o donándolos, o, quizá, hasta perdiendo algunos.  Ese objeto casi animado, amarillento, hecho de papel pero también de mundos imaginarios, se había fragmentado, y sus esquirlas se habían incrustado en otros destinos, otras bibliotecas, otros hogares.

Ese ejemplar de El mundo perdido que me cautivó en mi infancia sobrevivió a esa migración. Por algún motivo, en ese período brumoso de la adolescencia lo extirpé de su cuerpo original y lo sumé a mi biblioteca.  No hace tantos años tuve que vaciar el departamento de Marina y me reencontré con Juvenilia, de Miguel Cané y Katy va a la escuela, de Susan Coolidge, de la colección Robin Hood. Sin dudarlo, tomé esos ejemplares, que flotaban aislados entre libros de otras editoriales y géneros y los traje a mi casa. Ahora forman un nuevo cuerpo junto al libro de Conan Doyle, con el que volvieron a reunirse, para formar una línea amarilla mucho menos extensa que la original, pero cargada de la misma intensidad y que, en su transformación, nos recuerda el paso del tiempo y cómo este reacomoda las piezas de la vida con las combinaciones más inesperadas.

*Alejandro Cánepa es Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña como periodista en las revistas Tercer Sector, Ñ y Brando, como docente en la FADU, en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y en la Universidad Nacional de Moreno (UNM)
En 2015 publicó su libro Fuera de juego. Crónicas sociales en la frontera del rugby.

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