Como tela de araña
Las metáforas naturales, las explicaciones del universo humano que apelan a la naturaleza para aparecer, son recursos poéticos clásicos. En ocasiones ocupan el centro de una construcción retórica. Para celebrar los 190 años que ayer se cumplieron del nacimiento de la gran Emily Dickinson, Libro de arena publica un poema elegido y comentado por María Pía Chiesino.
Por
María Pía Chiesino
Cuando
leo este poema en el que se refiere a la araña que teje su tela, siempre
recuerdo la frase de esa carta, y siento inmediatamente, de qué manera el “yo
lírico” valora el trabajo que realiza la araña. Está en su naturaleza. Gracias
a su tela, come y sobrevive. No pasa como con el tejido que las mujeres
realizaban por obligación.
La araña
es más rápida, su tejido se equipara a una danza, sus manos pasan desapercibidas, realizan rápidamente lo que deben, y sin prestar
aparentemente la menor atención.
Cuando se
refiere al tejido humano no remite a un abrigo o a algo que tenga una utilidad
práctica, sino que menciona un elemento decorativo como un tapiz.
Para la
araña el tejido es una danza. Para Emily era una pérdida de tiempo en una
actividad que le desagradaba.
La
metáfora de las perlas relaciona, además, la tela con la belleza. Algo que no
tendría mayor relación con un insecto.
Todo el
poema muestra un momento de contemplación y valoración de la naturaleza,
condensado en algo tan frágil y diminuto como una tela de araña, que, hacia el
final sucumbe a la escoba de un ama de casa. Algo tan frágil como la propia
Emily, que temía a la muerte, que no tenía la religiosidad de su familia, y que
se dedicó a buscar en la naturaleza (y en la muerte de árboles, flores,
animales) los elementos que le permitieran tratar de comprender a llegar
aceptar la inevitabilidad de su propia muerte.
La araña sostiene su pelota de plata
en desapercibidas manos
y danzando suavemente sobre sí misma
su hilado de perlas desovilla
aplica nudo tras nudo
su insubstancial labor
suplanta nuestro tapiz con el suyo
en la mitad del tiempo
una hora en cultivar
sus continentes de luz
luego penden de la escoba del ama de casa
sus confines olvidados
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