Un rostro en el otoño

Desde 1999 y por la propuesta de la UNESCO se celebra el Día Mundial de la Poesía. El propósito es la promoción de la enseñanza de poesía y de la realización de recitales poéticos. También el apoyo a las pequeñas editoriales. Libro de arena, se suma a la conmemoración con dos poemas de Olga Orozco, publicados en Desde lejos, su primer poemario. 




Un rostro en el otoño

La mujer del otoño llegaba a mi ventana
sumergiendo su rostro entre las vides,
reclinando sus hombros, sus vegetales hombros, en las nieblas,
buscando inútilmente su pecho resignado a nacer y morir entre 

       dos sueños.


Desde un lejano cielo la aguardaban las lluvias,
aquellas que golpeaban duramente su dulce piel labrada por el 

      duelo de una vieja estación,
sus ojos que nacían desde el llanto
o su pálida boca perdida para siempre, como en una plegaria 

      que inconmovibles dioses acallaran.+


Luego estaban los vientos adormeciendo el mundo entre sus 

      manos,
repitiendo en sus mustios cabellos enlazados
la inacabable endecha de las hojas que caen;
y allá, bajo las frías coronas del invierno,
el cálido refugio de la tierra para su soledad, semejante a un 

      presagio,
retornada a su estela como un ala.


Oh, vosotros, los inclementes ángeles del tiempo,
los que habitáis aún la lejanía
-ese olvido demasiado rebelde-;
vosotros, que lleváis a la sombra,
a sus marchitos ídolos, eternos todavía,
mi corazón hostil, abandonado:
no me podréis quitar esta pequeña vida entre dos sueños,
este cuerpo de lianas y de hojas que cae blandamente,
que se muere hacia adentro, como mueren las hierbas.



La abuela 

Ella mira pasar desde su lejanía las vanas estaciones,

el ademán ligero con que idénticos días se despiden

dejando sólo el eco, el rumor de otros días apagados

bajo la gran marea de su corazón.


De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,

las mismas poblaciones con olor a leyenda,

no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a 

un sueño

cuando ella interroga con sus manos al apacible polvo de las 

cosas

que antaño recobrara de un larguísimo olvido.

Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,

esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,

por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.


Ella recorre aún la sombra de su vida,

el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;

y regresa otra vez

otra vez todavía, desde el fondo de las profundas ruinas,

a su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,

igual que a un aposento donde sólo resuenan las pisadas de los antiguos huéspedes

que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra en-

treabierta.


Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.





Desde lejos
Olga Orozco
Losada, 1946.



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