24, de Federico Jeanmaire
24, de Federico Jeanmaire
El delantal no esta tan blanco. Lo se. No esta impecable. La culpa la tuvo el empujón que me dio Mariano durante el recreo largo. Pero por suerte mama no lo vio. Menos mal. Ayer me lo saque media cuadra antes de entrar a casa. Le di un beso más largo que otras veces, la abrace, y le mentí que había tenido calor, que no se enojara, que ya mismo iba corriendo a colgarlo bien colgado del respaldo dela silla del cuarto, que no se había arrugado, que se lo juraba.
Y me creyó.
Creo.
No estoy seguro porque no estoy seguro de nada y porque a veces pasa que parece que me cree y después me doy cuenta de que no me creyó. Pero sí. Esta vez, parece que sí. Ahí estaba el delantal, esta mañana, esperándome sobre el respaldo de la silla. Igualito a como yo lo había dejado. Por suerte, también, mama estaba más dormida que de costumbre mientras desayunábamos. Redormida. Y ni me miró. Estaba tan dormida que no le entendí casi nada delo que me dijo. Que no sabía si iba a tener clases, que había habido un golpe, muy tarde, como a las tres, que no me quedara paveando por ahí, que si no había clases volviera rápido a casa.
Un golpe.
No sé.
Capaz que se cayó. O fue papá. O se cayó la señora directora o una de las maestras. Si se cayó alguna de las maestras, ojala que haya sido la de matemáticas. Odio a la vieja estúpida de matemáticas. Pero no sé. No entendí. La verdad es que no entendí una sola palabra de lo que quiso decirme mientras desayunábamos. Y tampoco se me ocurrió pedirle que me explicara mejor. Si le preguntaba algo, en una de esas, para contestarme me miraba con más atención y entonces se daba cuenta de que el delantal estaba sucio y me retaba.
La puerta de la escuela estaba cerrada y, en los alrededores, los chicos amontonados.
Hablaban todos al mismo tiempo.
Uno decía una cosa y otro le tapaba la boca con otra. A los gritos. Por eso no me acerqué. Parece que había un cartel pegado en la puerta que avisaba que no había clases. Eso lo entendí. Pero muy poco más. Un golpe, repetían. Otra vez. Daba la impresión de que esa mañana alguien se había golpeado y el mundo entero estaba tan dormido que no podían explicarlo.
.O sería yo?
Empecé a dudar.
Siempre termino dudando de mi mismo cuando pasa cualquier cosa. Aunque no tenga nada que ver conmigo. Dude justo hasta que Mariano se me acercó por detrás y me dijo que no había clases, que el día estaba relindo, que estaba bueno para ir con los otros chicos a jugar a las escondidas al parque Sarmiento, que éramos libres, que había que aprovechar. Le conteste que sí, claro. Y el, enseguida, se encargó de convencer a los demás.
Fuimos.
Unos cuantos. Como diez.
Caminamos las cuatro cuadras que nos separaban del parque sin que nos viera nadie. Ni siquiera perros había en la calle. Era miércoles pero parecía un domingo: los únicos que estábamos despiertos en el pueblo, a esa hora, éramos nosotros. Solos y libres. Un gran dia. Por supuesto, apenas llegamos no pudimos ponernos de acuerdo acerca de quién contaba. Ni siquiera pudimos ponernos de acuerdo acerca de cómo elegir al que tendría que contar. Es aburrido, contar. Es más divertido esconderse. Por eso. De todos modos, cansado de discutir, Gonzalo ya estaba a punto de largarse a llorar, Mariano dijo que éramos todos unos tarados, que el mismo lo haría, que fuéramos a escondernos, que iba a contar solo hasta cien.
Y empezó a contar.
Me metí detrás de la imagen de la Virgen de Luján que está encerrada como en un ranchito en medio del parque. El primer lugar que encontré. El lugar que me quedaba más cerca. Tenía miedo de que Mariano hiciera trampa y saliera antes de llegar a contar hasta cien. Pero no. No hizo trampa. Y a medida que escuchaba pasar los números me arrepentía cada vez mas de haber elegido ese lugar tan fácil. Mariano me descubriría enseguida.
Y fue asi, nomas.
Grito salgo y en menos de tres segundos ya me había encontrado.
Tampoco le pude ganar en la corrida hasta la casa, nadie le gana una carrera a Mariano. Mucho menos yo. La próxima me iba a tocar contar a mí. Por salame. Resultaba casi imposible imaginar
que alguien librara para todos, repito que nadie le gana una carrera a Mariano. Después fueron cayendo de a uno o incluso de a dos, Pedro y Manuel se habían trepado al mismo árbol. Al rato,
sólo faltaba Gonzalo. Mariano lo buscaba y lo buscaba. Pero nada. Y pasaba el tiempo. Tanto, que cuando Mariano se alejaba, nos preguntábamos entre los que habíamos quedado cerca de la casa
si alguien lo había visto esconderse. Y no. Nadie lo había visto .Había desaparecido.
Entonces Mariano se sentó. Dejó de buscar. Dijo que estaba aburrido, que no le encontraba la gracia a lo que estaba haciendo Gonzalo, que estuviese adonde estuviese, ya había tenido suficientes oportunidades para ganarle de mano cuando él se había alejado, que se iba a su casa, que eso es lo que seguramente había hecho Gonzalo sin avisarnos, que nosotros hiciéramos lo que quisiéramos, que él no jugaba más.
Y no jugamos más.
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