“Las cartas de Van Gogh se han convertido en una necesidad a la que dedica su escaso tiempo libre.
Johanna lee las cartas y se sorprende sacando cuentas. En julio de 1880, Van Gogh tenía veintisiete años y había leído minuciosamente la Biblia, la Revolución Francesa de Michelet, Víctor Hugo, Dikens, Esquilo, Beecher Stowe, el Buda, Fabritius, todo Shakespeare.
¿Quién es tan misterioso como Shakesperare? Su palabra y su hacer equivale a un pincel colorido, trémulo de fiebre y emoción, escribe.
En el Borinage, en julio de 1880, se larga a escribir un poco al azar y dice que no es ningún haragán, y crea culpas que Théo nunca podrá procesar del todo.
Si yo he bajado, tú has ascendido; si yo he perdido simpatías, tú las has ganado. Esto explica que esté contento contigo, lo digo de verdad, escribe.
Esto le dice a Thèo, diez años atrás: el momento en que Van Gogh deja todo para pintar. Johanna piensa, ahora, mientras acuna a su hijo, que perfectamente también pudo haber empezado a recorrer, es aquellos días, un camino de escritor.
Johanna lee las cartas: hay muchas que le provocan una angustia de renuncia.
El camino es estrecho, la puerta es estrecha y pocos la encuentran, lee Johanna Van Gogh- Bonger.
Luego las deja de lado un par de días hasta regresar a la maleta y recomenzar.
Como si intuyera, acaso, que toda escritura no es más que reescritura en ciernes, desde hace días Johanna lee las cartas como suele leer a Multatuli o Shelley, con un cuaderno a mano para tomar apuntes. Hay que podar estas cartas, piensa.
Dejar de lado las confesiones y quedarse con esos momentos en que aparece envuelto en una apertura emotiva uy genera, como sin darse cuenta, textos de alto valor poético. Cuando describe un cuadro propio o ajeno, y lo vive con palabras, Van Gogh es un escritor formidable.
Dice, por ejemplo, a la hora de describir un dibujo de mineros.
Unos carboneros
que van
a la mina
por la mañana
en medio de la nieve
a lo largo
de un sendero bordeado
por un cerco de espinas:
sombras que pasan
y se distinguen
vagamente
en el ocaso
de la civilización.
Muchas veces en su diario, ella interviene en las cartas, les da aire a los textos, les agrega los blancos necesarios y así aparece en las cartas de Van Gogh, el vestigio de un poema.
Solo
pintando
me he dado
cuenta
de cuánta luz
había aún
en la
oscuridad.
“Casi un haiku de Bashuo.
La carta está fechada en La Haya, agosto, 1882.”
Se ha convertido en un vicio secreto para Johanna Van Gogh-Bonger descubrir, en medio de una traza abigarrada, la letra relampagueante de su cuñado. Entre pedidos de reclamos y ajustes de cuentas familiares, Johanna rescata la descripción de cierto cuadro de Millet.
Un rincón de jardín
con matorrales
en redondo
y un árbol llorón
y, en el fondo,
mechones de laurel rosa
el césped
recién cortado
un rastro de heno
secándose al sol
un pequeño
rincón
de cielo verde
en lo alto.
Esto escribe Van Gogh antes de anunciar que va a emprender la tarea de releer todo Balzac. “
Camilo Sanchez
Editorial Ehasa, 2015
Comentarios
Publicar un comentario