Veinticinco miradas sobre el Bicentenario
Bajo el paraguas del Bicentenario asoman distintas miradas, distintas estéticas, distintos argumentos; cada propuesta plasmada en un corto es analizada por Mario Méndez, quien comenta para Libro de arena los detalles e impresiones provocadas por los trabajos fílmicos reunidos en "25 miradas".
Por Mario Méndez
Hace unos pocos días tuve la oportunidad de hacer un viaje en avión, a Tucumán, por Aerolíneas. Me pasé el viaje de ida, y el de vuelta, dos días después, viendo los cortos del Bicentenario, una de las opciones de video de la pequeña pantalla en el asiento de adelante. En las cercanías nadie los miraba: me tomé el trabajito de hacer la encuesta. O no miraban nada, o veían, mayoritariamente, las comedias de situación que ofrecía el menú. Tal vez mis compañeros de vuelo ya habían visto los cortos: después de todo estamos en 2013 y los cortos son del Bicentenario. Yo, por caso, sólo había visto Chasqui, el corto de Montalbano, con Capusotto y Luque, y me había reído mucho, pero no había visto nada más, y me puse a mirar. Y los que no alcancé a ver en los dos vuelos, los vi, ya en casa, por Internet.
Por Mario Méndez
Hace unos pocos días tuve la oportunidad de hacer un viaje en avión, a Tucumán, por Aerolíneas. Me pasé el viaje de ida, y el de vuelta, dos días después, viendo los cortos del Bicentenario, una de las opciones de video de la pequeña pantalla en el asiento de adelante. En las cercanías nadie los miraba: me tomé el trabajito de hacer la encuesta. O no miraban nada, o veían, mayoritariamente, las comedias de situación que ofrecía el menú. Tal vez mis compañeros de vuelo ya habían visto los cortos: después de todo estamos en 2013 y los cortos son del Bicentenario. Yo, por caso, sólo había visto Chasqui, el corto de Montalbano, con Capusotto y Luque, y me había reído mucho, pero no había visto nada más, y me puse a mirar. Y los que no alcancé a ver en los dos vuelos, los vi, ya en casa, por Internet.
Me emocioné con Gente querible,
de Leonardo Favio, que recorre escenas de su inolvidable filmografía y realiza
un montaje sentido, popular, emotivo y, sobre todo, peronista. También me gustó
mucho, y me emocionó, el recurso de Ricardo Wullicher, en Para todos los hombres y mujeres de buena voluntad: un encadenado
de imagen y sonido, con el Himno Nacional Argentino como telón de fondo, como
leit-motiv, y los distintos grupos originarios e inmigrantes que pueblan
nuestro país entonándolo en sus idiomas: en quechua, en italiano, en alemán, en
japonés, en mapuche…
Vi, además de Chasqui, otras
varias apuestas al humor: El héroe al que
nadie quiso, de Caetano, en el que dos chicos muy simpáticos (Juan Cruz
Gaglio y Juan Ignacio Pasardi), “colgados” absolutos, tienen que representar “La
batalla del quebracho”, en la que hubo un solo muerto. Recurren, disfrazados,
leyendo mal, distraídos, hablándose por walkie-talkie (sentados uno al lado de
otro), a un armado muy gracioso: su representación incluye como héroe nada
menos que al muñeco Pikachu, el de Pokemon. Y rematan su presentación con una
frase memorable: la mejor batalla es la que tiene menos muertos. Demás está
decir que ganan el premio al mejor trabajo, envueltos en la ovación de sus
compañeros. Irónico y efectivo, este corto me hizo reír en el avión, mientras
la pasajera de al lado se corría unos centímetros, discretamente. También recurre
a una muy lograda ironía, y mucho humor, Fallas
de origen, de Juan Taratuto. Especie de homenaje en tono de broma a La república perdida, el falso
documental, montado con imágenes de archivo y con reconstrucciones muy bien
hechas, nos traslada al Primer Centenario: en 1910 el pujante país, destinado a
la grandeza, es visto con temor por las demás potencias, que desarrollan un
plan perfecto para detener nuestro avance: contaminan las Cataratas del Iguazú
con la bacteria de la V.C., que “condena a nuestro país al fracaso, a poseer un pueblo con una personalidad
antisocial, despectiva, arrogante y ventajera”: la V.C., como ya se habrá
adivinado, es la Viveza Criolla. Se suceden los proyectos científicos,
amparados en nuevas y renovadas secretarías y ministerios, y con cada comisión,
los fiascos. (También los científicos y funcionarios padecen la V.C.).
Finalmente, cuando se descubre la vacuna, solo el 0,3% de la población concurre
a vacunarse. Nadie parece dispuesto a perder la viveza criolla.
Otro de los cortos que recurre al humor, aunque a mi entender está
menos logrado, es Mercedes, dirigido
por Carnevale, que recrea la entrevista que le realiza Pacho O’Donnel,
interpretándose a sí mismo, a una sobreviviente que ha nacido antes de la
revolución de Mayo, la Mercedes del título, interpretada por China Zorrilla (la
bisnieta, que también tendría mucho más de cien años y es posible que haya
tenido un romance con Sarmiento, es Andrea del Boca). El corto es entretenido,
aunque no demasiado gracioso.
Por supuesto, también hay cortos que recurren a la mirada dramática. Por
ejemplo Intolerancia, de Juan José
Jusid, en el que un grupo de padres, actuando para sus hijos en un acto
escolar, descubren las miserias más arquetípicas que suelen aquejarnos. Si bien
las actuaciones son buenas, el guión cae en demasiados lugares comunes y el
corto, pese a su brevedad, aburre.
Mucho más logrado, en el tono dramático y de reconstrucción histórica,
me pareció el corto de Juan Bautista Stagnaro, El espía. Juego de ida y vuelta casi teatral entre un inspector de
aduanas de la revolución (Guillermo Arengo) y un militar recién llegado de
España, al que se descubre vinculado a los ingleses y se presume espía: José de
San Martín. Conmueven el interrogatorio lleno de suspicacias del funcionario de
la revolución y las respuestas contenidas, pero indignadas, del sospechado
militar, que termina diciéndole al funcionario que se equivoca: “yo no soy su
enemigo”, es su frase final, antes de dejar la especie de mazmorra donde ha
sido interrogado. La cámara se detiene en el sable corvo que le ha sido
retenido y aparece una leyenda contundente: “entre 1812 y 1821 liberó medio
continente”.
Nómade, de Pablo
Trapero, me pareció una apuesta estética original, bien en el estilo de su
director, reconocible en la figura del barrio que decide pintar, filmación
dentro de una filmación, dentro de otra, como un juego de cajas chinas y una
densidad tan palpable como difícil de explicar.
Para finalizar, si bien hubo cortos cuya propuesta argumental o
búsqueda estética no terminaron de gustarme, estos veinticinco cortos, doscientos
minutos de miradas diferentes sobre el Bicentenario, suman para dar como
resultado final una propuesta interesantísima que merece el aplauso.
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