90 años del nacimiento de Sylvia Plath
Fiebre: 39,5°
¿Pura? ¿Qué significa eso?
Las lenguas del infierno
Son torpes, torpes como las triples
Lenguas del torpe y obeso Cancerbero
Que jadea en la entrada. Incapaz
De eliminar de un lengüetazo
La crisis febril, el pecado, el pecado.
La yesca clama.
¡El olor indeleble
De una vela que se apaga!
Amor, amor, el humo a baja altura ondula
A mi alrededor como las bufandas de Isadora y temo
Que una de ellas se enganche y ancle la rueda.
Esos taciturnos humos amarillos
Crean su propia atmósfera. No se elevan,
Se arrastran en torno del globo
Sofocando a los ancianos y a los mansos,
Al débil
Bebé de invernadero en su cuna,
A la lúgubre orquídea
Que cuelga en el aire su jardín colgante,
Demoníaco leopardo,
La calefacción la tornó blanca
y la mató en una hora.
Untando los cuerpos de los adúlteros
Con la ceniza de Hiroshima y consumiéndolos.
El pecado. El pecado.
Querido mío, toda la noche
Estuve fluctuando, encendiéndome, apagándome.
Las sábanas llegan a pesar como el beso de un libertino.
Tres días. Tres noches.
Agua con limón, agua
De pollo, el agua me da arcadas.
Soy demasiado pura para ti y para cualquiera.
Tu cuerpo
Me lastima como el mundo a Dios. Soy un fanal ---
Mi cabeza una luna
De papel japonés, mi piel de oro batido
Infinitamente delicada y valiosa.
¿No te asombra mi calor? ¿Y mi luz?
Soy una camelia enorme
Resplandeciente, encendiéndome y apagándome.
Creo que me estoy elevando,
Creo que puedo ascender ---
Los abalorios de metal caliente vuelan, y yo, mi amor, yo
Soy una virgen
De acetileno puro
Acompañada por rosas,
Besos, querubines,
O lo que signifiquen esas cosas rosadas.
No por ti, por él.
No por él, no por él
(mis egos se disuelven, viejas enaguas de puta)
En mi camino al Paraíso.
Mística
El aire es un molino de garfios -
Preguntas sin respuesta,
Centelleantes y ebrias como moscas
Cuyo beso insoportable punza
Los fétidos vientres de aire negro bajo los pinos de verano.
Recuerdo
El olor muerto del sol en las cabañas de madera,
La rigidez de las velas, los extensos sudarios de sal.
Y una vez que uno ha visto a Dios, ¿qué remedio hay?
Y una vez que uno ha sido atrapado
Sin que sea descuidada parte alguna,
Ni un dedo de las manos, ni uno de los pies y que uno ha sido usado,
Enteramente usado, en las conflagraciones del sol, esas manchas
Que se alargan desde antiguas catedrales,
¿Qué remedio hay?
¿La pildora de la comunión?
¿Caminar junto a aguas inmóviles? ¿La memoria?
¿O recoger los fragmentos brillantes de Cristo
En las caras de los roedores,
Esos come-flores mansos
Cuyos anhelos son tan poco elevados que están cómodos -
La jorobada en su pequeña y limpia casa
Bajo los rayos de las clemátides?
¿No hay gran amor? ¿Sólo hay ternura?
¿Recuerda el mar
A quien caminó sobre él?
Las moléculas rezuman sentido.
Las chimeneas de la ciudad respiran, transpiran las ventanas,
Los niños brincan en sus cunas,
El sol florece, es un geranio.
Aún no se ha detenido el corazón.
En Tulipanes y otros poemas, traducción de María Julia de Ruschi Crespo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988
Metáforas
Soy un acertijo de nueve sílabas,
un elefante, una casa grande y pesada,
un melón paseándose con dos zarcillos.
¡Oh, fruto rojo, marfil, hermosos maderos!
Esta hogaza que crece con su levadura.
Moneda recién acuñada en esta voluminosa cartera.
Soy un medio, una etapa, una vaca preñada.
He comido una bolsa de manzanas verdes,
a bordo del tren del que no se desciende.
Oveja en la niebla
Las colinas saltan hacia la blancura.
Gente o estrellas
me observan con tristeza, las decepciono.
El tren deja un trazo de aliento.
Oh lento
caballo del color de la herrumbre,
Pezuñas, dolorosas campanas —
toda la mañana la
mañana ha estado ennegreciéndose,
Una flor dejada de lado.
Mis huesos se serenan, los lejanos
campos ablandan mi corazón.
Amenazan
con dejarme pasar a un cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.
Niño
Tus ojos claros son lo único absolutamente maravilloso.
Quiero llenarlos de color y patos,
el zoo de los nuevos
sobre cuyos nombres meditas:
campanilla blanca de abril, pipa india,
pequeño
tallo sin arrugas,
estanque en el que las imágenes
deberían ser imponentes y clásicas
no esta forma de retorcerse las manos
con inquietud, este oscuro
techo sin una sola estrella.
En Poetas norteamericanos en dos siglos- Volumen ll, Traducción de Jonio González, Ediciones en Danza. 2020
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