La presencia de Edith Vera - Cierre del Taller de narración oral y lectura en voz alta 2022

Finalizó el Taller de narración oral y lectura en voz alta de este año que se termina. La docente y narradora Diana Tarnofky comparte con nosotros el trabajo con la poesía de Edith Vera que se produjo en el último encuentro, en la Biblioteca Ciencia y Labor.



La palabra

ese dibujo

esa gran rosa hecha de trazos,

esa piedra lanzada al tiempo

esa gran emoción

que pasa de cuerpo a cuerpo.


La palabra

ese mar

donde los corales unen sus espirales.

 

La palabra,

palabra esperando otra palabra.

 

La palabra

pájaro de plata posado siempre en el
anca del aire.
 

Edith Vera


Por Diana Tarnofky*

Durante 2022, en la biblioteca popular Ciencia y Labor, tuvimos ocasión de compartir el Taller de narración oral y lectura en voz alta en tres ediciones diferentes. 

En la última estación del último viaje, sucedió un encuentro mágico que reunió poesía, narración, lectura, encuentro, y libros. Allí, la poeta Edith Vera se hizo presente de la mano  de Florencia Barés Bixio -asistente al taller- que acercó al banquete de libros con poemas, dos ediciones  de Las dos naranjas,  y compartió en su voz, un relato de vida y experiencia que la vinculan íntimamente con la poeta.

Invitamos a Florencia a compartir su voz y a abrir juntas puertas y ventanas para que toda la comunidad se acerque y disfrute a esta poeta maravillosa: Edith Vera.

 

De Edith y otras hierbas por Florencia Barés Bixio


Recuerdo que mis ojos de niña la veían a Edith y pensaban en mi abuela. Eran amigas. Y como conocí a mi abuela cuando estaba adentro de la panza de mi mamá pero cuando nací ya no estaba, Edith era una especie de imagen suya. Así al menos la miraba yo cuando me decían: “Ella es Edith, la poeta, amiga de tu abuela Aracilde”. Siempre me pareció hermoso que mi abuela haya tenido una amiga poeta. 

Recuerda mi madre que sus ojos de niña la veían a Edith y pensaban que volaba. Edith era alta, inmensa, llevaba sus labios pintados de rojo o rosa y su cabello de color negro oscurísimo siempre lleno de flores. Sin embargo, más allá de su tamaño, caminaba suave, como sobrevolando el suelo. Edith dirigía el jardín de infantes de la escuela Rivadavia, colegio fundado por mi bisabuelo Antonio Sobral. Mi mamá era una de las niñas de la sala que la veía entrar volando. La recuerda acercándose a cada niño, a cada niña, cantarles e invitarles a cantar, quizás contarles una historia breve o alguna poesía. Y así como entraba, etérea y pájara se iba. 

Edith llegaba con flores, siempre con flores. Cuando salía de su casa, pasaba por alguna planta y elegía las que adornarían su peinado. Lo mismo hacía con los postres, los llenaba de flores y hojas. Edith era amiga de mi abuela Aracilde, mamá de mi mamá. A Aracilde también le gustaban mucho las plantas y las flores, aunque no las usaba en la cabeza. “A Aracilde, retama en flor”: así le dedicó El Herbolario. No entendí esa frase hasta que, muchos años después, tuve una retama florecida en mis manos, amarilla, luminosa, sencilla y hermosa.

Esa parte de mi familia, la materna, vivía en Villa María (Córdoba). Yo vivía en Rosario y cada verano viajábamos para compartirnos todo el mes de enero, todas las sierras y los ríos, las mesas de almuerzos multitudinarios y las tardes en el patio con manguera. Y así el encuentro de todo el árbol que supimos ser, cuidar y hacer crecer. La casa de Rosario era grande como esa familia, y en las tardes lluviosas, coloreábamos alguno de los ejemplares de Las dos naranjas que Edith nos había regalado. El que estaba pintado por ella misma era una especie de brújula y referencia para nuestros trazos. Un libro de hojas anchas y gruesas. De las dos naranjas, mi preferida siempre fue la naranja azul, quizás por las estrellitas en su pelo o por el gesto de su rostro manso, quizás por lo bellamente absurda que me parecía una naranja azul. El ritual comenzaba así: leíamos el poema, lo conversábamos, lo leíamos varias veces… Si estaba acompañado de una de las ilustraciones de Edith, elegíamos el color del papel glasé y la brillantina o nos aventurábamos a dibujar círculos con  crayones derretidos al fuego de una vela…  A veces nos encontrábamos con una poesía sin dibujos y el desafío era entonces mayor. Me gustaba cómo había quedado un bolsillo celeste del que se asomaban hilitos con estrellas, semillas y lápices. Me encantaba imaginar una paloma haciendo allí un nido.


Quisiera tener un bolsillo

muy grande,

para guardar bolitas,

piedras, semillas, lápices,

papeles de todos los colores.

Se lo prestaría un rato a la paloma

para que hiciera un nido en él.


Recuerdo la magia de la brillantina quedándose adherida sobre la superficie encolada, recuerdo dar vuelta el libro pesado y fascinarme con el brillo aferrado a la hoja. Recuerdo también el placer que me generaba la pequeñez de los objetos dibujados al costado o debajo de algunas poesías. Se detenía el tiempo cuando la yema de mi dedo acariciaba el relieve de una réplica diminuta del collar de perlas de la tía Florencia.


Siete cosas guarda
mi tía Florencia
en este canasto
de mimbre marrón…
El lunes, saca la escoba;
el martes, un gran jabón;
el miércoles, un bello libro
y el jueves, el acordeón.
El viernes, como medita,
saca su viejo sillón;
el sábado, muselinas,
y el domingo, unos aretes,
un collar y un prendedor.


Crecí leyendo a Edith, pero no como el convencional acto de leer sino más bien como una forma de andar siempre acompañada por ella y por la familiaridad de su nombre y su escritura. Desde niña la nombro y curioseo su poesía. A mis nueve años escribí mi primer y único libro de poesías Dos soles. No me había dado cuenta hasta ahora, de que seguramente fue inspirado por su prosa contemplada cada tarde de lluvia. Leía una y otra vez cada verso, me fascinaba con las palabras terciopelo, yerbabuena y espuma. y jugaba a imaginar el perfume que tendrían. Años más tarde, cuando necesitaba poemas pequeños para susurrar, elegí los suyos. Tan frescos y tiernos, tan portales a la imaginería.


La tinta negra se hace
con brujas y dragones.

La roja, con la cresta
y saludo de los gallos.

La tinta azul, con agua
y sombra de palomas.


Edith no se callaba ante la injusticia, el autoritarismo y la desigualdad, el silencio no le pertenecía. Su voz docente siempre dijo lo que era urgente decir y así multiplicaba su mirada del mundo, un mundo más justo. Durante la dictadura cívico-militar argentina, Edith fue perseguida y exonerada de su cargo de directora de nivel inicial e inhabilitada para trabajar en todo el país. Le arrebataron su oficio cotidiano, su cantar y contar. La obligaron a la quietud, la dejaron sin poder sobrevolar el suelo de las aulas. Después vinieron los allanamientos en su casa, que devastaron su biblioteca, sus cuadros, sus dibujos, su poesía… Destrozaron su trinchera azul, también la que vivía dentro suyo. El dolor la empujó hacia dentro de su casa, aislada y profundamente triste. Dicen que el desorden de ese refugio era innombrable. 

Salía poco y nada, pero muchas de las personas queridas insistían en verla, encontrarse con ella. Sobre el garaje, descansaba su Citroen Ami 8 y allí, sobre el parabrisas, un nido de mensajes escritos a mano en algún papelito arrugado o amarillo, que quienes deseaban verla le dejaban. Ella algunas veces respondía de la misma manera o simplemente acudía al encuentro a la hora sugerida. 

Muchas personas han contado cómo fueron sus últimos tiempos, la forma en la que fue marchitándose de a poco. La tristeza arrasadora, el caos en su casa, en fin, el final… Prefiero no despedirla y seguir regando sus palabras, cosechando la emoción que nos produce su poesía, prefiero detenerme a observar los pájaros, el viento y las flores como ella nos legó.

“Hago poesía. Y cada vez me afirmo más en la idea de que todos hacemos poesía. Acaso no hace poesía y me explica un niño por que la paloma recoge una ramita, el jardinero que elige el color de las caléndulas (…) Lo que yo quisiera es que nadie se sienta exento de la poesía” Edith Vera.

Que tenga el oído atento a la injusticia

Que no tenga los ojos cerrados ante el horror

Que mis hombros sean fuertes para ayudar al débil

Y que tenga el corazón de abejas para que mi lenguaje sea sustancioso panal

Eso nomás, vida, eso nomás”.

 

Edith Vera, “Con trébol en los ojos”



En este recuerdo, compartimos también algunos poemas de Edith Vera, publicados en El libro de las dos versiones.

Versión Primera
Con los deditos cuenta
las mandarinas:
–1,3,4,5.
¿Es así?

Versión Segunda
El 2 hoy no fue a la escuela
y los niños sólo suman
5+1 y 7+4
y restan 8-3 y 9-6. Hay algo así como un sobresalto
en las hojas de los cuadernos.

Versión Primera
Ríe esta niña
y su corazón
es todo una fruta de seda colorada.

Versión Segunda
Salvaje fruta,
esa sonrisa que viene desde la tierra
y se calza en el pecho
de la niña.

Versión Primera
Dibujo y pinto
en la hoja blanca,
mi casa,
gente que pasea
y caballos pastando
en campos verdes.

Versión Segunda
Atraparé la forma
en que veo el caballo
y lo haré líneas, galope,
huellas de cascos.
Y agregaré gente
trepando hacia el azul,
elevándose.

Versión Primera
A mis pies
deteniendo el paso,
la mariposa muerta.
¡El viaje interrumpido
entre la flor y el aire,
cerrando
una vida tan breve!

Versión Segunda
Desde la mariposa muerta
parten alas y alas.

Versión primera
Hoy recibió la rosa
a un colibrí.
La rosa le dio mieles
y la tierna avecita
fue una luz encendida,
un verde rondaflor.

Versión segunda
En el trémulo corazón de pétalos
buscó el colibrí,
esmeralda inquieta,
el primer néctar que los dioses bebieron.

Versión Primera
El cielo
deja caer la lluvia
celeste.
Y yo, miro triste
cómo se moja mi sillita de madera
bajo los árboles.

Versión Segunda
Un manto de hilos grises.
La tristeza del mundo, desmenuzada.
Campo de lavandas, que se disuelven.
Llueve y llueve.

Versión primera
Una hoja caída
es refugio en el jardín.
A su sombra
todo es dormir y soñar.

Versión segunda
Debajo de una hoja
encontré una palabra:
umbría.
Y se extendió
la quieta paz
que dormía.

Versión Primera
El sol viaja en el cielo y es puro oro.
Nacen bajo su luz enormes girasoles, retamas y el corazón de las manzanillas.

Versión Segunda
¿A qué penumbra hay que acudir para leer
a Xul Solar, sus enigmas, los mensajes de otros soles? ¿Entrecerrando los ojos, guardando los asombros?

Versión Primera
¡Que viva la palabra primavera! ¡Que viva el vuelo del gorrión! ¡Que viva la rama florecida!
¡Que viva el sol de esta canción!

Versión Segunda
Ante el rumor secreto que en la tierra
tiernas raíces, hierbas, flores,
multiplican,
loas se elevan
como se eleva el humo
de la mirra, el incienso,
quemados.

Versión Primera
Nace cada día
con un amanecer, un mediodía, una tarde, una noche
y los mece en su regazo.

Versión Segunda
Hay cuatro manzanas a punto de caer.
La clara de la mañana.
La amarilla del mediodía.
La roja de la tarde y la oscura, de corazón estrellado.


En esta multiplicación de  posibilidades de lecturas, escrituras, reescrituras, narraciones y  diálogos entre poesías, compartimos una ráfaga de otro bello libro, que juega y crea a partir de la poesía de Edith Vera:


En las dos versiones

renace el árbol de manzanas

mágicas, luces brillantes

y oscuras, todo el día

encendidas.


En el libro de las dos

versiones, todo es diminuto

todo es doble, fue escrito

en el espejo del patio, pero

su imagen nunca se repite.


El ensueño inicia la sombra

De una hoja caída, refugio

De una palabra tan linda

“umbría”.


(…) Como en El libro de las dos versiones de Edith, los poemas del El jardín de los astronautas son también otras versiones del recuerdo, como un espejo que refleja el tiempo detenido del poema. ¿Qué es el poema sino la versión de otro poema que no se dice, del recuerdo que perfuma lo que no se ve? Hay más versiones porque una no alcanza, como hay varias versiones de un mismo cuento porque es hermoso contar muchas veces las historias que amamos. En este libro hay todo eso y hay cuadernos de la escuela y garabatos y perfumes, todas las flores y las frutas, los vestiditos y los juegos, bordados sutiles y papelitos que se guardan como el mayor tesoro, pájaros de agua y fuego entre sus ramas, toda la música de los jardines.

Las ilustraciones de Ana Inés Castelli son otra forma del poema, otra versión, la de la mano, el ojo y el alma que dibuja cuando lee. Edith también ilustraba sus poemas, con figuritas tenues como las que aquí Ana borda sobre el paño de la página con hilos de palabras, como flores guardadas entre las hojas del cuaderno de la escuela. Con tinta negra de bruja, con tinta blanca de hada, Ana va poniendo el juego y el sueño entre las páginas del cuaderno de los deberes de la escuela donde Edith nos espera. (…)

(Adriana Canseco)

 

Finalizamos este recuerdo de Edith Vera, con las palabras que Mariano Medina escribió para la contratapa de su Poesía reunida, publicada de manera conjunta  por Caballo Negro Y EDUVIM: 

El silbido de vientos lejanos

Polen en el aire, Edith Vera. Dama de secretos y pañuelos alrededor de quien se tejió una de nuestras últimas leyendas, por lo que le tocó vivir y por sus propias artes de brujería. Entre su tendencia al aislamiento y su necesidad de entrega, entre realidad y fantasía, creó un vasto territorio de subjetividad instalando la única verdad irrefutable: la verdad poética. En la mesa de su historia caben un libro que ríe-hecho con piedras, imposible de cerrar-, un auto dormido donde tres gallinas empollan huevos y metáforas; la casa en que nada se ha perdido nunca pero nada se encuentra, el barco hacia Helsinki donde Violeta Parra lee a su nieta poemas inéditos de Las dos naranjas, versos en boca de los títeres de Sara Bianchi y  Mané Bernardo…

Pero todo eso es tinta de personaje. Importa su escritura, los surcos con densidad metafísica donde su capacidad de observación  y valoración de lo pequeño, regalan un cosmos tantas veces imperceptible.

Fue en la calle donde Edith tejió encuentros y definió tareas. Repartió palabras desde el asombro, juguetonas, luminosas y sencillas, aun cuando brotaran del dolor. Domésticas, aunque arrearan al mundo.

Muchas páginas proponen una lectura compartida a la vez que íntima: niño y adulto creciendo juntos, restableciendo vínculos con la naturaleza. No es poco lo que nos ofrece este libro con su poesía, reunida hasta donde pudo abrazarse a los vientos que silban.


El silbido de vientos lejanos, Poesía reunida
Edith Vera
Caballo Negro - Eduvim, 2022.













El jardín de los astronautas
Silvina Mercadal, Ilustraciones Ana Inés Castelli
Editor responsable: La Sofía Cartonera. Editorial Cartonera de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, 2020.


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*Diana Tarnofky, coordinadora del Taller Narración Oral y lectura en Voz Alta, Programa Bibliotecas para Armar. 





Comentarios

  1. Hermoso encuentro!!! Gracias Diana y todo ese precioso grupo.Olga

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