De acá y de allá enfrente
Hoy se cumplen 30 años de la muerte de Juan Carlos Onetti. En Libro de arena lo recordamos con esta nota de María Fiorentino, en la que aparece también otra enorme figura de la literatura uruguaya: Idea Vilariño.
Por María Fiorentino
(…)
nunca lloré decías
dejame
ir decías
y
yo mi amor mi amor
-te
había echado
había
muerto-
y
yo mi amor
mi
amor
y
yo estaba con otro.
Poemas
de Amor, Idea Vilariño,1957 (fragmento de Me pregunto)
Estas
son palabras privadas, dirigidas a ti en público.
T. S Eliot
Eran los primeros meses de la dictadura genocida de 1976 cuando en un café de Avda. Las Heras más o menos al 3000 tuve un inesperado encuentro al que me condujo un amigo que dijo quería hacerme un regalo. Era un típico barcito porteño, en esquina de ochava, tan parecido a esos cafés parisinos, y en una mesa esperaba un hombre de quien -mientras hoy escribo esto- sólo recuerdo fielmente sus ojos. Fue una larguísima charla regada con bebida invernal y cafés, y de aquella tarde que se convirtió en noche muy entrada, recuerdo eso: verlo al entrar sentado a una mesa y sus ojos. Y mi asombro: era Don Alfredo Zitarrosa.
En el 76 aún no conocía Uruguay, pero
sí amaba a Onetti, a Zitarrosa y a Idea Vilariño. Un sueño realizado fue
el primer relato de Onetti que leí. En 1980, estuve un mes en Montevideo con
una gira teatral.
Una de esas noches desperté agitada y
con taquicardia de un confuso sueño en el que se repetía una escena de ese
cuento, que transcurre sobre un escenario. Todos los días que faltaban para
regresar a Buenos Aires los caminé como poseída por Montevideo, hasta que
llegaba la hora de la función. En el abrupto despertar al que siguió la vigilia
me había sucedido algo que relataba Onetti: “lo comprendí todo claramente
como si fuera una de esas cosas que se aprenden para siempre desde niño y no
sirven después las palabras para explicar”
No. La
forma básica de la negación es el núcleo desde el cual se articula la escritura
de Poemas de amor, libro publicado por primera vez en 1957 y dedicado a
Juan Carlos Onetti. No, ni, nunca, nada, nadie. Es sistemática, casi
obsesiva en repetir estos vocablos del no ser, como si ahí se ensamblara la
historia de amor y desamor que aquí es pintada con sombría desolación
mistraliana, dice Milagros Abalo. Y dice Idea,
en el final del último poema de ese
libro:
Hoy el único rastro es un pañuelo
que alguien guarda olvidado
un pañuelo con sangre semen lágrimas
que se ha vuelto amarillo.
Eso es todo. El amor
dónde estuvo
cómo era
por qué entre tantas noches no hubo
nunca
una noche un amor
un amor
una noche de amor
una palabra.
Vilariño y Onetti se conocieron en un
café del barrio Malvín, junto a otros intelectuales de la revista Número, ambos
cargados con prejuicios acerca del otro que no tardaron en diluirse. “Esa
noche él estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me
quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me
enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré”, recuerda la poeta. En
cuanto a Onetti, poco después, en una larga carta que le dirige a Idea acerca
de un cuento para la revista, concluye diciéndole: “Si publican el envío,
traten de incluir en el mismo número poemas de Idea Vilariño. Es superstición.
Y si se encuentra con Idea, pídale que me escriba, dígale que ella y yo
estuvimos o estamos histéricos, que mi última carta era asombrosamente imbécil.
Amistosamente. Juan Carlos Onetti”
Eso escribía el hombre que un año
después sería padre por segunda vez y del cual su esposa de ese momento cuenta:
“En Retiro, poco después de casados me di vuelta y vi a una mina que estaba
mirándolo con cara de vampiresa. Y cuando le reclamo: Che, ¡estoy acá…!, él me
dice: es que no la puedo humillar. Yo a vos te quiero, pero a ella yo no la
puedo humillar”.
“Me gustaría, usted lo sabe, estar a
su lado y mirar por una ventana la llovizna sobre enredaderas. Se espera, se
escribe, hay una racha de mujeres lindas e incomprendidas y cuanto más bruto es
uno más insisten y más talento le atribuyen”
-escribía Onetti a Idea Vilariño, desde Buenos Aires, donde estuvo radicado
hasta el 55.
Parecería ser que El infierno tan
temido puede haber sido una historia que le contaran a Onetti, pero lo
cierto es que hubo una instancia en que cada vez que regresaba de Montevideo a
Buenos Aires, llegaban a su departamento cartas que no se ocupaba de ocultar.
Eran de Idea y muy lejos estaban del interés literario: eran fotos de Idea
cortadas por la mitad, tomadas en un parque o en cualquier lado, que decían “pasó
el verano y no viniste”, o “estoy sola, dónde estás tú”.
En el año 53 Onetti publica una novela corta: Los adioses. Está dedicada a Idea Vilariño. Pero aún no era el momento del adiós. Cuando en agosto de 1961 el Che Guevara llega a Uruguay, Idea y Onetti llevaban tres días encerrados en casa de la Vilariño. Como si quisieran prolongar la despedida hasta el límite de lo imposible. Pero un día ella vuelve a su casa y él ya no está.
Onetti se enferma, Idea lo visita con
la aprobación de la que por entonces era su nueva mujer, Dolly, quien afirma: “Muchas
veces me preguntan si no soy celosa. No lo soy en el sentido más corriente de
la palabra. Cuando Idea Vilariño le dedicó su libro sólo pensé en lo grande que
era el amor de esa mujer y sentí envidia. Eso sí sentí, envidia. Yo hubiera
querido expresar lo que sentía, como ella lo hacía, de una manera tan simple,
directa y bella”
En el año 1974 Idea cuenta: “Fui a
verlo por última vez. Me levanté y quise tocarlo, tocar su mejilla con la mía.
Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el
beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y
apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso,
después del cual debí morirme” (*)
Oh tú amor de mi vida
me había equivocado.
No eras tú no eras tú
o no eras más que tú
y yo te quise al otro.
1976, café de Las Heras al 3000, ese
hombre del cual recuerdo fielmente sus ojos respondiendo a mi pregunta sobre la
entrevista que Zitarrosa, periodista por aquel entonces, había hecho en el año
1965 para la revista Marcha, que yo había leído en un suplemento que la revista
Crisis había publicado en un especial sobre Juan Carlos Onetti. Recuerdo
fielmente sus ojos, iluminados por el recuerdo de aquel día en que bajó del
taxi, muerto de miedo porque iba a entrevistar a Onetti. Recuerdo también que
hablamos de Idea Vilariño y de su versión musical de La canción y el poema.
Recuerdo que salí llena de tabaco y
alcohol y café y caminé algunas cuadras sin saber que mucho tiempo después iba
a meterme a rebuscar en ese amor que ahora recopilo como si hubiera sido
testigo fiel del mismo.
Desde el 17 de octubre de 1980 hasta
el presente, en cada nueva libreta de notas, en la primera página siempre
escribo lo mismo. Es un poema de Idea Vilariño, de su libro NO, editado
por Calicanto en 1980 y lo compré en Montevideo, en alguna de esas caminatas
interminables después de haber soñado con un cuento de Onetti:
Ni
con delicadeza
ni
con cuidado.
Acaso
tiene
delicadeza
vivir
romperse
el alma.
(*) Fuente: Construcción de la
noche, la vida de Juan Carlos Onetti, de María Esther Gilio y Carlos M.
Domínguez.
Enlace entrevista Revista Crisis: https://descontexto.blogspot.com/2015/06/onetti-y-la-magia-de-el-mago-entrevista.html
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