"Jauretche era un tipo de una profunda ternura por el país". Entrevista a Norberto Galasso, biógrafo del gran escritor y político muerto hace 50 años
El sábado 25 de mayo se cumplieron 50 años de la muerte del político y escritor Arturo Jauretche. Libro de arena comparte una entrevista a su biógrafo, Norberto Galasso.
Imagen: Fabián Restivo |
Por Aien Nesci y Andres Miquel
Norberto
Galasso está sentado en su sillón color vino. Detrás, en la casa de Parque
Chacabuco, una biblioteca recorre la historia argentina y latinoamericana como
una cuidadosa retaguardia. Premios, menciones y placas cuelgan de las paredes y
ocupan los estantes. En todos se agradecen sus aportes al pensamiento nacional.
Sus manos de 87 años se mueven con delicadeza. La misma delicadeza de las
respuestas a Buenos Aires/12 en la mañana del viernes 24 de mayo,
justo un día antes de que se cumplan 50 años de la muerte de Arturo Jauretche.
Destino extraño el de Jauretche: nombrado y renombrado, solamente Galasso
escribió una biografía del político, escritor y ensayista que, explica,
"se decía nacional por encima de los partidos".
—¿Cuándo
y cómo conoció a Jauretche?
—En
un salón cultural. No sé cómo se llamaba. Estaba en la calle Bartolomé Mitre y
ahí se hacía una mesa redonda sobre cultura. Yo en ese momento estaba buscando
rumbo. Llegué y no había nadie. Después aparece una persona corpulenta con un
lacito federal que estaba esperando a alguien. Paseaba mientras esperaba. La
persona llegó y tiempo después me enteré que era Juan José Hernández Arregui.
Entre la gente de la mesa también estaba una escritora de La Nación, la cual
cometió un furcio muy grave. Dijo que no necesitaba presentación sobre la cultura
porque venía de conocer el interior del país. En eso dice que había estado en
las Cataratas del Niágara en vez de decir las Cataratas del Iguazú. Entonces
este hombre, que luego supe que era Arturo Jauretche, saltó con el comentario:
"Mirá si será cipaya que confunde las cosas del país con las
internacionales". Me llamó la atención.
—¿Cómo
fue su primer encuentro personal con él?
—En
ese tiempo yo estaba transitoriamente ligado al grupo político que dirigía
Jorge Abelardo Ramos. Saqué, en ese entonces, un librito sobre Mariano Moreno y
el Plan de Operaciones, y él me dijo que se lo llevara a Jauretche. Fui a su
departamento sobre la calle Esmeralda, si no me equivoco. Ahí me atendió con
una gran cordialidad. Era un hombre muy austero, muy criollo en sus cosas.
Nació en 1901 en Lincoln y estuvo muy ligado a la política desde muy joven
porque el padre había sido del Partido Conservador y miembro de la
Municipalidad. Su mamá era maestra y, por tanto, consideraba, como ocurrió con
mi propia madre, que había que estar en el cuadro de honor.
—¿Cómo
continuó esa relación?
—Empecé
a ir a las conferencias que daba, donde me llamó la atención la forma que tenía
de enfocar los problemas. Precisamente una que dio en Plaza Italia en 1961 más
o menos, porque se presentó en ese momento como candidato a senador por la
Capital Federal. El resultado fue desastroso porque no tenía medios. Además, el
aparato cultural no iba a aceptar sus planteos de pensar en lo nacional. Allí
dijo que en tiempos de FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Joven
Argentina, y aclaro que yo no tenía idea de lo que era FORJA en ese momento, un
tipo muy agudo llamado Ortiz Pereyra le decía: "Arturo, acá hay un
problema porque todos dicen que el país es rico y el pueblo está seco porque
Argentina está techada".
—¿A
qué se refería?
—Decía
que esa riqueza que llueve va a parar a dos canaletas, donde una se va para
Nueva York y otra a Londres. Y no llegan al pueblo que sigue seco. Lo mismo que
quieren hacer ahora con el RIGI. Y bueno, eso fue un punto de partida para
dudar de las ideas que dominaban la Argentina.
—¿Ustedes
conversaban de otros temas que no fuesen políticos?
—No,
él era un político nato de pies a cabeza. Le interesaba también la cultura, en
tanto comprender la cultura nacional como forma de entender los problemas que
tiene el país. A veces disentíamos porque yo me atrevía a decirle que el
antecedente fundamental a una posición nacional lo había dado Manuel Ugarte. Y
él, con esa forma campechana que tenía, me decía “déjese de joder, que eso lo
dice Raúl Scalabrini Ortiz en 1930”. Y yo, siendo un muchacho joven, le decía:
“Mire, don Arturo, Scalabrini se encontró con la crisis de 1930 que le permitió
ubicar el problema, pero Manuel Ugarte en 1916 habla de que el ferrocarril no
ha sido factor del progreso sino un fenómeno de encajonamiento de la Argentina
como una semi colonia británica”. A lo que me contestaba: “No me vengas con
eso”. Porque, bueno, Scalabrini había sido su gran compañero.
—¿No
era su amigo?
—Yo
no diría que era su amigo, porque Scalabrini era un tipo difícil. Y Jauretche
se fue haciendo un tipo difícil. Al tener todo el periodismo en contra es como
que se abroqueló. Era un tipo de una profunda ternura por el país y por lo que
él llamaba sus paisanos. Tuvo que cubrirse con un caparazón porque, claro, los
otros tenían a todos los medios, las academias, los premios, a las
universidades y el financiamiento. Era remar contra una concepción de
liberalismo pro británico que había sido instalada y que había sacado el Plan
de Operaciones porque no les convino. También habían exaltado como figuras
claves de nuestra historia a Bernardino Rivadavia y a Bartolomé Mitre, que eran
la expresión de los intereses pro británicos.
—¿Qué
los diferenciaba?
—Jauretche
tenía mayor apertura a lo popular, a la gente. Scalabrini era más intelectual.
En FORJA puede decirse que Scalabrini era la cabeza. A pesar de no estar
integrado a FORJA, es el que hace el análisis sobre el imperialismo británico.
Arturo era el activismo. No tenía las características de intelectual que sólo
aporta desde lo intelectual, algo que suele dificultar su vinculación con la
calle. A algunos les asombraba cómo Arturo se metía en las peleas, a veces a
puño. No tenía la característica del intelectual que decía “animémonos y
vayan”.
—¿Jauretche
tuvo amigos?
—Quien
podría ser el discípulo y el hombre en el cual él depositaba su confianza es
Darío Alessandro padre. Fue diputado. Nos acostumbrábamos a juntarnos en la
confitería famosa donde el diputado reaccionario anunció que la iban a liquidar
a Cristina.
—¿Cómo
se conocieron Arturo y su esposa, Clara Iturraspe?
—Él
decía que la primera vez que se vieron fue durante el golpe de Estado de 1930.
Jauretche fue enviado a Mendoza por Hipólito Yrigoyen para realizar gestiones
oficiales. Ahí se entera de que se produce el golpe. Inmediatamente busca un
revólver, que solía tener a mano, y sale a la calle a defender a don Hipólito.
Se encuentra con una banda de conservadores uriburistas y entonces se mete a
una casa. En esa casa vivía Clarita.
—¿Tuvieron
una buena relación?
—Ella
fue una figura muy importante porque lo siguió y acompañó siempre. También sus
sobrinos, porque no tuvo hijos. Además, Clarita pertenecía a la clase alta. Una
vez ella me contó que estuvo con Amalita Fortabat. Posiblemente, a través de
esas relaciones es que él conseguía préstamos para sacar algunas publicaciones,
pero al tercer o cuarto número empezaban a cortarle los víveres.
—Mencionó
los inicios políticos de Jauretche en el conservadurismo. ¿Cómo llegó al
radicalismo?
—Arturo
fue un posible candidato a diputado conservador por la provincia de Buenos
Aires, pero lo despreció y se pasó al radicalismo. Hace su experiencia en el
radicalismo en el colegio secundario y después en la universidad junto a Homero
Manzi. Allí consolida su posición radical, digamos, peludista, porque a
Yrigoyen le decían El Peludo y era el caudillo de los radicales. No tenía nada
que ver con alvearismo. De ahí va a salir su admiración por Yrigoyen, a quien
visita en dos oportunidades.
—¿Y
cómo pasa del radicalismo al peronismo?
—Arturo
enseñaba que siempre lo popular es fundamental. Este profundo respeto por lo
popular hizo que estuviera desde el principio con Juan Perón. Se reunían muy
temprano todos los días y Jauretche le volcaba todo su conocimiento del
interior que había recorrido, por ejemplo. Pero tenían disidencias cuando Perón
usaba su sistema especial del dedo. Tuvo varios cruces fuertes con Perón en
1944 y 1945. Perón tenía sus características especiales, se sobredimensionaba,
y por eso creo que tampoco hay uno hoy.
—¿Jauretche
le cuestionó el uso del dedo a Perón?
—Claro.
Cuando se hacen las elecciones del ’45 se eligieron candidatos a Presidente y
senadores para 1946. Jauretche gana la elección interna del radicalismo y Perón
hace todo lo posible para que esas elecciones se anulen. Ese Perón que estaba
naciendo creía que Jauretche pensaba mucho por él mismo, y como Perón venía del
Ejército consideraba que la verticalidad era fundamental. Esa actitud los
distanció. Jauretche dejó de ir a verlo. Cuando se vuelven a encontrar, Perón
le dice que lo vaya a ver al otro día y Jauretche le responde: “No me esperes”.
Ahí Jauretche queda vetado y hace más pie con Domingo Mercante, el gobernador
peronista de la provincia de Buenos Aires y no tanto en el Gobierno nacional.
—Ahí
es cuando Jauretche es nombrado al frente del Banco Provincia. ¿Cuáles son los principales
lineamientos ideológicos con los que lo conduce?
—El
crédito al pequeño productor era fundamental. Eso es notable y se nota bastante
en varias memorias que ha hecho el Banco Provincia con respecto a la política
de Jauretche y la apertura al pequeño productor que siempre había sido dejado
de lado por los grandes estancieros. Desarrolló un vínculo con los sectores
populares.
—A
pesar de todo, ¿Jauretche tenía admiración por Perón?
--Arturo
era político. Después de todas las dificultades que había tenido para poder
acceder al poder, consideraba que era deslumbrante la aparición de este señor.
Una vez Perón le dijo que le hablara sobre los seguros y cómo los ingleses controlaban
los seguros desde Londres. Conversaron, y al día siguiente Perón dio un
discurso sobre esos seguros. Se quedó sorprendido de la capacidad de Perón para
aprender lo que era necesario y conveniente para el país. Por ahí Scalabrini,
que era casi un poeta místico de la política, no confiaba inicialmente en
Perón. Arturo, en ese sentido, era más político.
Los
días de Galasso
Buenos
Aires/12 interroga al biógrafo e historiador por figuras que rechazaron
cargos por sostener sus convicciones, como el propio Jauretche y Scalabrini
Ortiz, y le pregunta cómo vive hoy el propio Galasso. Por primera vez el
historiador no espera que concluya la pregunta. Se le llenan los ojos de
lágrimas y apura la respuesta.
—Me
da bronca.
—¿Sólo
bronca?
—Impotencia.
Bronca e impotencia. Cuesta mucho. Miro televisión y me da bronca. Yo conozco a
varios de los diputados y senadores. No hay reacción suficiente. Otro gobierno
hubiera caído con lo que pasa con los alimentos. Pero preguntá, preguntá.
No
hacía falta. La pregunta, aún inconclusa, ya estaba respondida.
—Jauretche
fue conservador, radical yrigoyenista y peronista. ¿Hay algún hilo común?
—Él
no se decía peronista ni se decía radical. Se decía nacional por encima de los
partidos. Él se consideraba parte de los partidos con base popular. Recién se
afilia al peronismo en 1972 cuando se produce ese crecimiento de la juventud,
que avala bastante. Lo que no avalaba era la acción violenta, porque él decía
que la política no puede estar sirviendo a la metralleta.
—¿Por
qué cambió su percepción sobre tomar las armas cuando, como usted dijo, solía
llevar un revólver?
—En
una oportunidad que voy a la casa de don Arturo me recibe Clarita y me dice que
espere en la sala. Se escuchaba una discusión muy fuerte y ahí salen Rodolfo
Galimberti y Ernesto Jauretche. Me hace pasar, pero conmigo no tenía la
relación para confiarme lo que pasó. Pero después se conoció en una entrevista
de don Arturo con Aníbal Ford lo que les dijo. Les explicó que, cuando los
militares de derecha, para borrar a sus enemigos, ya no recurrieran sólo a la
policía y bombardearan una manzana para matar a dos mil o tres mil jóvenes,
estos jóvenes se iban a dar cuenta de que el camino no era, simplemente, tener
las metralletas. Ésa es la disidencia que tenía con la juventud. De todas
maneras, él creía que la revolución era de los jóvenes. Y también consideraba
que, cuando Perón volvió, se desplazó de un lado a otro y aparecieron figuras
que no tenían nada que ver con el 17 de octubre.
—¿Qué
pensaba Jauretche de ese Perón?
—Le
jodía mucho, pero tampoco lo quería decir. Hay un reportaje que le hace Rodolfo
Terragno poco antes de su muerte donde dice que la revolución es de los jóvenes
y que los demás peronistas no se tienen que quedar en viudos tristes. También
dice que la revolución pasa sobre las tumbas. Para él, la unidad era
fundamental para que la derecha no regresara. La juventud quería cambios
inmediatos y, además, había aprendido a manejar las armas. El creía que el
camino era otro.
—Jauretche
impulsó la disolución de FORJA ante el arribo del peronismo. ¿Pensaba que las organizaciones
políticas tenían un ciclo?
—Creo
que después de su experiencia con Perón, reconoce el liderazgo y le deja el
campo libre. Igual, iba a avanzar.
—¿Cómo
le explicaría hoy a un adolescente al que le dicen que lo único que importa es
la plata y ser millonario quién fue Jauretche?
—Es
difícil. Nosotros hemos hecho todo lo posible. La difusión de Jauretche no la
hizo el Partido Justicialista, la hicimos hombres sueltos.
—¿Se
puede acercar a Jauretche a la juventud?
—Néstor
fue el que más se acercó a eso. Pienso que hemos cometido algunos errores que
permitieron al enemigo avanzar hasta el punto de tomar la Justicia. Así
llevaron adelante sus maldades y trampas. A pesar de los grandes esfuerzos, no
se ha logrado influir organizativamente en los jóvenes. En determinado momento
se logró un apoyo, pero el enemigo tiene mucho poder económico y simbólico.
—Muchas
veces se escucha que no se puede seguir citando al Perón que gobernó entre 1945
y 1955 porque no se ajusta a esta época histórica. En caso de estar de acuerdo,
¿para Jauretche corre la misma suerte?
—Ésa
suele ser una excusa para no profundizar las políticas. Es el sector del
peronismo que dice “bueno, hasta aquí llegamos”. Evidentemente con gente como
Daniel Scioli no podíamos plantear cambios en profundidad, como mover la
Justicia. Los juicios contra Cristina están fuera de todo sentido, y eso pasó
porque se perdió la calle. Hay que retomar el ímpetu del ’45. Pero bueno, es
difícil retomarlo.
—¿Cuál
fue su última conversación con Jauretche?
—No
me acuerdo. Lo veía de tanto en tanto para ver qué pensaba, en la calle
Esmeralda. También tuve mi pecado porque renuncié como síndico en la Editorial
Universitaria de Buenos Aires y a él, al parecer, no le cayó muy bien. Yo
había trabajado en un proyecto que tenía la muchachada de EUDEBA sobre los
manuales escolares y hubo cosas en las que no estuvimos de acuerdo. Sé que no
le cayó bien mi renuncia porque cuando se la llevé me dijo que había que
aguantar algunas cosas que se hacían, porque en ese momento había que
privilegiar la unidad frente a la posibilidad de que el enemigo se recuperase.
Él decía que cuando uno hace cosas que al enemigo no le gustan, hay que estar
dispuesto a profundizarlas más.
Este
artículo fue publicado originalmente el día 24 de mayo de 2024.
Fuente: Página12
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