La última entrevista de Roberto “Tito” Cossa, un dramaturgo imprescindible: "Se vive sabiendo que ya se pagó el último peaje"
El mes pasado, el autor se había sentado con LA NACIÓN y en una extensa charla había repasado su vida y su gran trayectoria.
Por Pablo Mascareño
Hace menos de un mes, el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa recorrió su vida y su obra con LA NACION en una entrevista publicada el último 14 de mayo que a continuación se reproduce completa. El autor de Yepeto, La Nona y tantos otros clásicos de la escena nacional murió anoche, a los 89 años.
Pipa,
teclado y pantalla, un escritorio abarrotado y una foto de Carlos Gardel. Por la
ventana se ven las copas de los árboles que le otorgan una atmósfera natural al
primer piso ubicado en el corazón de Barrio Norte; un
refugio.
Es el
escondrijo de este prócer, que pronto cumplirá 90 años y es
uno de los autores esenciales, necesarios, del teatro nacional. Nuestro fin de semana, La nona, Yepeto, Gris de ausencia, El viejo criado, Tute cabrero, Los compadritos y
tantos títulos más llevan su firma. Clásicos que transformaron la escena local
y que trascendieron fronteras para ser representados en buena parte del mundo.
Allí está él. Roberto Cossa. “Tito”. El enorme dramaturgo integrante de esa
generación amparada bajo el “nuevo realismo” que emergió a fines de la década
del 70 y se consolidó en la siguiente.
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“Dos veces
por semana viene una chica a leerme”, confiesa con su identitaria voz cascada y
resignación, ante ese nuevo contexto que lejos está de escindirlo del aquí y
ahora. Si la vista falla, el oído se mantiene siempre alerta con la radio
encendida irradiando actualidad, “aunque ya no escribo”,
reconoce. Su vasta obra habla por él. “Salgo una vez por semana
para ir a Argentores o para las
consultas con los médicos”, se entusiasma con lo primero y se encoge de hombros
ante lo segundo.
Como un
principiante, se muestra feliz ante la actual reposición de su pieza Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin que se da
los sábados en el Teatro La Máscara, con
dirección de Norberto Gonzalo y un elenco
integrado por Stella Matute, Amancay Espíndola, Claudio Pazos, Daniel Dibiase, Leonardo Odierna y Brenda Fabregat, todos nombres de muy probada
trayectoria. “Es una buena versión”, reconoce.
-A
esta altura de su vida, ¿cómo afronta un estreno? ¿Es distinto a lo que le
sucedía cuando ofreció Los días de Julián Bisbal o La
ñata contra el libro, algunos de sus primeros materiales?
-Hay algo
que no es tan distinto, pero el mérito que siga viva una obra que escribí hace
cuarenta años es de los actores y el director porque no hay material, por mejor que sea, que resista una mala puesta.
Me reconforta lo que está pasando porque parece que el público, desde el punto
de vista ideológico, la recibe como algo actual.
La memoria,
sus límites y la poderosa irrupción de la fantasía. Vivos y muertos en el
repaso de un ayer. Un universo posible con los aromas barriales de Villa del Parque para transitar recuerdos y
reconstrucciones; tal el marco de Ya nadie recuerda a Frédéric
Chopin, un material inoxidable, siempre vigente, como la pluma de su
poeta. “La obra habla del fracaso de la utopía socialista”.
El texto lo
estrenó el director Rubens Correa en
el Teatro Planeta, en 1982, y, en 1998 se ofreció
una versión en el Teatro Nacional Cervantes dirigida
por Omar Grasso, con un elenco integrado por Roberto Carnaghi, Darío Grandinetti, Juana Hidalgo, María Ibarreta, Emilia Mazer y Pepe Novoa. Entre tanto, infinidad de compañías de teatro
independiente han montado sus adaptaciones. “Está de vuelta; es gratificante
porque la obra está viva, eso es bueno para uno”.
-¿Sigue
escribiendo?
-Más que
nada colaboro con editoriales políticas. Aparecen situaciones para la ficción,
pero no estoy escribiendo teatro.
Su tiempo
Causalidades
del destino, Roberto “Tito” Cossa celebra
su cumpleaños el 30 de noviembre, coincidentemente con el Día Nacional del Teatro y el Día del Teatro Independiente. “Además, mi hijo Mariano, que también se dedica a esto, nació un 27 de
marzo, Día Internacional del Teatro, estamos condenados”,
redobla la apuesta el dramaturgo.
-¿Cómo
espera sus 90 años? ¿Cómo vive este tiempo que le toca transitar?
-Se vive
sabiendo que ya se pagó el último peaje.
-Una
buena imagen para una obra suya.
-Vaya a
saber qué queda todavía, pero uno sabe que ya tiene que ir
haciendo las valijas. Estoy muy tranquilo, asistido por María, mi mujer; es notable como me ordena la vida. A
esta altura del partido, uno repasa mucho su vida. ¿Quién no? Errores,
aciertos, los buenos y malos momentos, la gente que lo rodeó.
Por la
mañana toma su consabido café con leche, pero a la hora de la merienda, nada
de liviandades: un buen whisky acompaña la escucha de radio. “Me
crié con la radio, cuando era jovencito no había televisión, así que la radio y
el cine eran incondicionales”.
Roberto Cossa en su universo personal, rodeado por las pinturas de su esposa y los objetos que reconstruyen su vida. Fabián Marelli |
-Sí, no
tengo ningún arrepentimiento. Mi único arrepentimiento es no
haber sido actor. Hice pequeños papeles, interpreté al viejo
de En familia, de Florencio Sánchez.
-¿Por
qué no siguió?
-Por
timidez o miedo.
-Fue
su primera vocación.
-Es que el
teatro es eso, el teatro es el actor, los demás
comemos en la cocina. Cuando uno escribe, es un proyecto para que otros lo
lleven a la actuación en el escenario. Por eso es impactante ver cómo el teatro moderno ha aplastado al autor. En algún
momento estaban Bertolt Brecht, Tennessee Williams, Arthur Miller, Eugene O´Neill, eso se acabó. Ahora el autor pasa a ser
un integrante más del espectáculo.
-¿Para
tanto?
-Ya no
tiene el énfasis de antes cuando, en el día del estreno, la figura era el
autor, pero tenemos una ventaja que es la reposición. Una novela buena, una vez
que pasó su tiempo, ¿quién vuelve a releerla? En cambio, las obras de teatro
vuelven, aunque puedan ser hechas de otras maneras. ¿Quién lee el Quijote? En cambio, hay cientos de versiones de obras
de William Shakespeare en cartel, aunque, quizás él
putearía con alguna de ellas.
-Ante
la reposición de una obra suya, ¿qué no le perdona a un director?
-No le perdono que me cambie el estilo. Tampoco me
gusta, aunque lo hacen con buena intención, cuando hay agregados que
tergiversan o rompen el orden del cuento. Por eso, prefiero no ver las reposiciones. Por otra parte, mi
recuerdo siempre estará en la versión del estreno. Para mí, la Nona será siempre Ulises Dumont.
En París la hizo un actor ternado al Moliere, estaba muy bien, pero medía 1.80, no era la
ratita chiquita que deambula por la casa.
-¿Cómo
y por qué nació su vocación por la escritura?
-Un poco
ante la falta de la actuación y por la necesidad de contar una historia.
Evidentemente tenía una inclinación por el teatro.
-En
la escuela primaria ya demostraba su aptitud para la escritura, pero lo
terminaron echando.
-Así fue,
por culpa de Chopin.
-Es
que usted entreveró a Chopin con Juan Domingo Perón.
-Es que el
17 de octubre murió Chopin y asocié
eso con el significado de la fecha para el peronismo. Era la época de Perón y me terminaron echando de la escuela. La
verdad es que era muy tonto lo que escribí, una porquería. Yo se la había
entregado a la profesora de música, ella fue quien se lo llevó al rector y el
rector hizo lo suyo.
-En
esta etapa de la vida, ¿cómo se mira el futuro?
-Quiero volver al siglo XX.
-¿Sí?
-Sí, las nuevas tecnologías me superaron, no me adapté, es un gran problema mío. Solo se utilizar la computadora y el correo electrónico. Con la música, sigo tanguero y me gusta la clásica, no entro en este siglo, no hay caso. Además, me produce mucho miedo la inteligencia artificial. Me quedo con la radio y el teatro.
Roberto Cossa y su hijo Mariano, también inmerso en el mundo del teatro y con quien escribió algunos textos. Hernán Zenteno - La Nacion |
A cuatro
manos
Cossa se
lamenta por su limitación visual, lo cual lo alejó de su rol de espectador,
aunque está muy al tanto de fenómenos actuales como el que generaron las
dramaturgas María y Paula
Marull con su pieza Lo que el río hace.
“Me hablaron mucho de esa obra”. Y traza una similitud con sus propias
experiencias escribiendo a “cuatro manos”, como cuando compartió pluma
con Ricardo Halac, Carlos Somigliana o Mauricio Kartun.
-Es
complejo crear texto de a dos, ¿o no tanto?
-Si hay acuerdos
no es complejo, el problema es el estilo, pero no es tan difícil. Hay mucho
teatro escrito así.
-Pensando
en cuestiones de estilo, hace muchos años, siendo ellos muy jóvenes, los
dramaturgos Jorge Leyes, Ignacio Apolo, Rafael Spregelburd y Javier Daulte,
entre otros, se rebelaron ante los modos de su generación. Ese “enfrentamiento”
los llevó a crear el grupo Caraja-jí. ¿Cómo recuerda aquello?
-Fue un mal
manejo, ciertas torpezas. Con Bernardo Carey teníamos
a cargo ese grupo para hacer una obra en el Teatro San Martín,
pero no salió nada y ellos se enojaron, algo típico de lucha de generaciones.
De todos modos, terminó todo bien, con Daulte tengo
una excelente relación y con Spregelburd, a quien
me cruzaba en Argentores, tampoco hay ningún problema.
-¿Cómo
fue su paso de siete años como presidente de Argentores?
-Muy bien. En primer lugar, todo fue normal, no hubo ni auditorías ni protestas. Veníamos de un antecedente turbulento y el primero que lo calmó fue (Alberto) Migré. Cuando él ingresó se comenzó a ordenar la entidad, que estaba hecha una calamidad, y yo seguí esa línea de coherencia, tranquilidad y austeridad.
Roberto Cossa y la directora y actriz Nora Massi en Argentores. Maxi Amena - LA NACION |
Forma parte
de la Comisión de Cultura de Argentores y muy atento a lo que se organiza en
ese plano, se entusiasma contando que “estamos organizando un ciclo de nuevas
tecnologías para los autores jóvenes”.
Teatro y
realidades
Roberto
“Tito” Cossa fue uno de los dramaturgos que, en 1981, motorizó Teatro Abierto, aquella
iniciativa que buscaba visibilizar, en tiempos de la dictadura, a la
dramaturgia argentina. Gris de ausencia fue
el primer texto que estrenó en ese contexto.
Alguna vez,
el dramaturgo reconoció que la bomba que estalló a la semana del debut y
destruyó el Teatro Picadero, donde se realizaba
el ciclo, convirtió a sus hacedores en mártires. “Si no hubiese sucedido
lo de la bomba, quizás pasaba más inadvertido, aunque, desde el primer ensayo
con público la sala se llenó, había una necesidad notable, se habían vendido más de 8000 abonos. Tocamos una vena
que la gente que iba al teatro estaba precisando. Sin embargo, en el teatro,
aún ante un éxito, cuando algo se termina se transforma en un recuerdo, pero,
como nos pusieron una bomba, todo cobró otra dimensión”.
-Es
muy loable que Carlos Rottemberg y Guillermo Bredeston, en ese momento al
frente del Tabarís, les ofrecieran llevar el ciclo a ese espacio de la Calle
Corrientes vinculado a la picaresca y el teatro de revista.
-Lo apreció
mucho a Rottemberg, es un empresario de obras comerciales, pero
siempre ha sido muy coherente, generoso y solidario. Se ofrecieron varias salas
para que lleváramos Teatro Abierto, la
mayoría eran espacios independientes, pero Rottemberg se
jugó.
-Fue
interesante la trascendencia de hacerlo en pleno Centro porteño.
La fila de público para ingresar al Tabaris y presenciar una de las funciones de Teatro Abierto; por la noche, la sala continuaba ofreciendo un espectáculo revisteril con Jorge Corona. Julie Weisz |
-Las filas
arrancaban en el Tabarís, sobre la calle Corrientes, y terminaban en Lavalle. Fue una vidriera enorme.
-A pesar de la profunda crisis económica que atraviesa hoy el país, las salas de teatro, en general, ya sean del circuito empresarial, oficial o independiente, realizan funciones con una notable afluencia de espectadores.
-Es un
fenómeno.
-¿A
qué lo atribuye?
-Nuestro teatro independiente es un fenómeno mundial. Después de Londres y Nueva York, en términos teatrales, sigue Buenos Aires, donde se producen300 estrenos por año y el 80 por ciento se hace en salas pequeñas. Donde hay un garaje, se levanta un teatro. Es curioso, porque, ante una crisis económica, lo primero que la gente ajusta son sus salidas, el entretenimiento y el teatro, pero me dicen que las salas están llenas.
Lúcido y consciente de su presente, Roberto "Tito" Cossa se siente respetado por sus pares. Fabián Marelli |
-¿Qué
rol cumple el espectador?
-Es a quien
uno se dirige. Es quien santifica o descalifica lo que uno hace.
-Usted
mencionaba a nombres trascendentes de la dramaturgia universal, como O’Neill o
Williams. ¿Es consciente de lo que su pluma significa para nuestro teatro y
para la cultura nacional?
-Hasta cierto punto. Sé que la gente de teatro me respeta. Quizás, dentro de unos años, se sigan haciendo mis obras, ese sería mi mayor deseo.
Fuente: La Nación
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