Las bibliotecas, mañana
En el último capítulo de Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural, la antropóloga francesa Michéle Petit, reflexiona acerca de la importancia de las bibliotecas públicas como espacios horizontales de transmisión cultural. En Libro de arena compartimos este fragmento final de este hermoso libro.
Las bibliotecas, mañana
Esta educación
pide también, como se vio, una articulación entre artes de hacer, una verdadera
cultura de la cooperación en la que cada uno respete la personalidad del otro,
su punto de vista, y aprenda a conocerlo. Y si hay una cooperación que podría
privilegiarse, es precisamente la de las bibliotecas que están presentes en
territorios muy diversos.
Aquellas y
aquellos que les dan vida proponen, en la mayoría de los casos, mediaciones
diferentes. Sylvie Octobre ve allí, además, uno de los elementos que explican
su éxito, con la transformación de la oferta, la apertura, la libertad de
acceso y la gratuidad.
“Nosotros nos
ocupamos de los libros, pero también de los acontecimientos ligados a la vida
cultural para los jóvenes y sus familias”, explica Violaine Kanmacher,
responsable del departamento de la juventud de la Biblioteca Municipal de Lyon Part-Dieu.
Allí contribuyó para la atención de las necesidades de los usuarios, desde las
edades más tempranas, para la mezcla
de géneros y de cooperaciones múltiples:
El libro entra en resonancia con proyecciones, conciertos, encuentros, talleres y exposiciones, pero también con lo digital. Se trata de crear lazos entre diferentes creadores. Los niños vienen a la biblioteca para utilizar un lugar. Hemos vuelto acogedores estos espacios. La biblioteca no es solamente un lugar de paso. Es un lugar agradable donde el intercambio es posible.
Violaine Kanmacher coordinó eventos que dan todo su lugar a la creación contemporánea y a las artes digitales, como la exposición RéCréation. Allí se les pidió a los artistas que crearan algo que estuviera en constante recreación e interacción con el público a fin de configurar una ciudad imaginaria, la “Ciudad de la Cultura”, donde cada uno fue invitado a trazar su propio camino:
El principio de
la escenografía es cortar el espacio en tres cuartos — dedicados a las artes
plásticas, a las artes digitales y a las artes vivas— de seis a ocho módulos
cada uno, correspondientes a un arte diferente. Para las artes gráficas, se
trata del diseño, del Street art, del cine de animación, de la
ilustración o del arte contemporáneo.
La innovación se
refiere a los modos de transmisión del saber.
Generalmente, se
organiza una exposición o una colección con vistas a un aprendizaje. Se quiso
romper con eso. RéCréation es una exposición 2.0. Ya no se está en un saber
fijo, sino en un saber transmitido por una inteligencia colectiva. Los
visitantes son invitados a crear, a jugar, pero también a hacer preguntas a los
artistas, que les responderán por el dispositivo de la Boletería del saber. Es
como si en el museo de Orsay se le pudiera preguntar a Paul Gauguin por qué
pintó ese perro rojo o a Manet quién es esa señora. El discurso sobre la obra
se construirá por medio de este intercambio.
[...] Se desea
desintelectualizar el discurso sobre la obra y privilegiar la experiencia y las
emociones, mostrar que el arte se vive con todo el cuerpo.
[...] La exposición está pensada para una nueva generación que desea ser sorprendida, que no quiere ser un cordero que sigue un recorrido preconcebido para él.
Sophie Curtil, que tiene una amplia experiencia como artista, como diseñadora de libros de arte para niños y como monitora con grupos de niños en el Centre Georges Pompidou, escribe, por su parte:
Hoy en día, es sin dudas la biblioteca, antes que el museo, la que mejor consiguió desempeñar el rol de polo cultural que imanta e ilumina un territorio y llegar a ser una antesala en la cultura para los niños, los jóvenes y sus familias. Es la que establece vínculos con otras instituciones culturales y con el gran público.
Para explicar este logro, ella también insiste en el hecho de que las bibliotecas son visibles, gratuitas y acogedoras, que se dirigen a todos, que el público se acerca libremente, y que proponen bienes y programaciones muy variadas, en especial relacionadas con la creación viva. Y añade: “Uno podría preguntarse si el libro, que es el fundamento de las bibliotecas, tiene algo que ver en esta aptitud para reunir, agrupar, constituir vínculos”.
Porque,
efectivamente, el vínculo es consustancial al objeto libro (más todavía, quizá,
cuando se trata del codex hecho de hojas cosidas, que se mantienen unidas
por una tapa). La obra que alberga, constituida por fragmentos articulados unos
con otros, es reproducida en múltiples ejemplares destinados a circular. Pone
en relación con aquellos que ya la leyeron o la leerán algún día. Los libros que
los niños toman prestados les permiten “trazar físicamente una relación entre
la biblioteca y el hogar, luego, ser un objeto de intercambio entre hermanos y
hermanas, pero también entre generaciones, con los adultos presentes en la
casa”. Por guardar esos objetos en su corazón, las bibliotecas tendrían una
vocación particular de ser el lugar de los vínculos, aun cuando el
corporativismo, la rutina o el desconocimiento lleven a ciertos profesionales a
permanecer en el entre nos. Los museos, por el contrario, tuvieron inicialmente
un mandato muy diferente: conservar piezas únicas y originales. Y en muchos
casos, los conservadores se resistieron durante mucho tiempo a abrir las
colecciones a un público amplio.
En un momento en
que deben refundar sus misiones, muchas bibliotecas se convierten en el espacio
donde cruzar los libros y las artes, la literatura y la ciencia, donde vincular
lo impreso y lo digital, generar eventos, pero también recibir de manera
duradera nuevas formas de sociabilidad cultural que se desarrollan por todas
partes, en cooperación con otras instituciones y asociaciones. Dicho de otro
modo, el lugar del público, antes de ser el de las colecciones. Muchos debates
que tienen lugar en el seno de la profesión oponen a veces a los partidarios de
la biblioteca “tercer lugar” (ese lugar distinto de la casa y el trabajo, en el
que es posible encontrarse, intercambiar, distenderse) y los defensores de una
perspectiva más tradicional. Michel Melot recordó que no todas tenían que
fundirse en un mismo modelo.
Más allá de la
educación artística y cultural de los más jóvenes, la biblioteca o la mediateca
podría estar en el corazón de esa transmisión cultural que hace falta hoy a
muchas personas cuyas vidas fueron sacudidas (y por transmisión, entiendo, como
ya se habrá comprendido, no solo una transmisión “vertical”, intergeneracional,
sino múltiples formas de intercambio “horizontal”). Un lugar donde pensar de
manera transversal, en esta época en la que los saberes, las funciones, los
espacios, las generaciones, los tiempos de la vida están compartimentados,
fragmentados, y donde las artes, por el contrario, franquean cada vez más las
fronteras. Un lugar donde apropiarse de las tecnologías de punta y de las
antiguas leyendas, de los escritos, imágenes o músicas de comarcas cercanas o
de tierras lejanas. Donde hacer lugar tanto a la luz como la sombra, a las experiencias
más íntimas como a los momentos compartidos.
Encontrarse en
una mediateca donde están presentes los bienes culturales no es lo mismo que
encontrarse en un centro comercial, en una plaza o en una casa particular. Por
la simple presencia de esos objetos, cada uno está ligado a otros hombres, otras
mujeres, otros lugares, otras épocas, algunas veces a lo más bello que han
pensado, a lo más inteligente, lo más audaz, para hablar de la experiencia
humana y la exploración del mundo.
La biblioteca es
una de las instituciones más generosas que hayan inventado los seres humanos —a
condición de no encontrarla con la puerta cerrada a toda hora y a condición de atreverse
a entrar en ella, lo que frecuentemente supone que algunos bibliotecarios hayan
salido de ella—. Es uno de los pocos lugares que escapan, al menos hasta hoy, a
la lógica exclusiva del lucro. Da prueba de una continuidad, es como un punto
de referencia estable que puede proveer un sentimiento de pertenencia muy
dañado en tiempos de crisis. “Es como una presencia, la biblioteca”, me dijo
una mujer, en el suburbio parisino. Estamos mucho más allá de un simple banco
de informaciones manejado por técnicos.
Una biblioteca,
una mediateca, es un lugar, una arquitectura, bienes culturales y profesionales
disponibles —o, cuando no hay verdaderamente manera de hacerlo de otro
modo, voluntarios formados— que reciben a la gente. Los tres son indisociables pero,
si fuera necesario jerarquizar, sin duda los más importantes son aquellas y
aquellos que reciben a los visitantes. Hace unos quince años, en una
entrevista, un joven había dicho: “una biblioteca no es solo un hangar de
libros, es mucho más”. En la actualidad, una biblioteca no es solo un hangar de
libros, de computadoras y tabletas, es mucho más. Como decía otro muchacho,
Hadrien: “La biblioteca, ante todo, es un lugar que es humano, es absolutamente
necesario que sea así, aun cuando se aterrice en lo multimedia y en la
informática omnipresente. Si no hay mediación humana, ¿para qué?”
Desear ser
recibido por alguien que es el mediador de un mundo ampliado, compartir nuevas
formas de sociabilidad, tener conversaciones sobre la vida y explorar lo que se
ha vivido con la ayuda de mitos, novelas, ensayos, canciones o películas, pensar
nuestro lugar en el mundo, pensar este mundo ayudado por múltiples soportes y,
desde todos esos lados, hacer propia la cultura escrita y tal o cual arte: ¿irá
en disminución todo ello en las próximas décadas? ¿Podrá cada uno, desde su casa,
conectarse a todo el saber formalizado del mundo y vivir en compañía de una
multitud de textos (en diferentes soportes), de imágenes, de músicas, contribuyendo
así al bienestar, inspirando el pensamiento? ¿La democratización cultural será tal
que volverá caducos los lugares donde tomar prestados tales bienes, donde
conseguir explicaciones de sus múltiples usos, intercambiar a propósito de
ellos? Además de que semejante difusión en los espacios privados no eximiría de
pensar lugares compartidos, ágoras culturales donde recibir a círculos de
lectores o adeptos de tal o cual práctica, podemos tener la cuasi certeza de
que semejante democratización no está tan cerca. Del mismo modo que tenemos la
garantía de vivir durante mucho tiempo en un mundo que comporta muchas segregaciones,
mucha fragmentación y violencia. Ahora bien, en esos contextos, se necesitan
más que nunca bienes culturales para contener el miedo y transformar las
inquietudes o las tristezas en ideas. Tal como lo decía la psicoanalista
argentina Silvia Bleichmar: “Lo fundamental: resistencia a la reducción de los
argentinos a puros seres biológicos [...]. La resistencia de la cultura es el
derecho al pensamiento”.
Pienso en la
extrema diversidad de establecimientos que pude visitar u oír evocar mientras
viajaba. Lo peor es, sin duda, esto que me contó un joven brasileño a propósito
de la “biblioteca” de su escuela: “Era el lugar en el que nos encerraban cuando
éramos castigados; nos encerraban ahí y apagaban la luz, estaba todo negro, nos
quedábamos completamente a oscuras”. (En Argentina, volví a escuchar la misma
escena con un detalle: el alumno castigado permanecía en la oscuridad en compañía
del esqueleto de la escuela, relegado entre los armarios de libros
perpetuamente cerrados con llave.)
Lo mejor son,
quizá, todas esas bibliotecas ampliamente abiertas a los lugares que las rodean
y donde se suscitan pasajes entre lo oral y lo escrito, el cuerpo y el
lenguaje, campos del saber, prácticas culturales, culturas, espacios. Daré
algunos ejemplos. En Bogotá, en algunos jardines, existen kioscos con forma de
libros gigantes abiertos;40 algunos niños se acercan, eligen un libro
ilustrado, se lo dan al bibliotecario para que se los lea, luego se lo llevan.
En algunas ciudades de México o de España, cuando uno va al mercado, se puede
traer en su canasto bellas historias que toma prestadas del sitio de la
biblioteca que se encuentra entre dos puestos de fruta. En Queens, en Nueva
York, cada familia recibe con el nacimiento de un bebé una obra ofrecida por la
biblioteca, en su lengua de origen, como regalo de bienvenida. En San Bernardo
del Campo, en el estado de San Pablo, los habitantes vienen a grabar sus
relatos de vida o sus recuerdos en las “estaciones memoria” de las bibliotecas
escolares; estos luego se pueden consultar al igual que cualquier otra fuente
de información o bien cultural. En bibliotecas de Helsinki, se pueden pedir
prestados instrumentos, grabar música en un estudio de grabación y dejarla
sobre un estante para que otros puedan escucharla. En Aarhus, en Dinamarca, una
biblioteca motorizada va donde van los jóvenes, a festivales, conciertos o plazas
públicas; los bibliotecarios disponen almohadones, computadoras y conexión
WiFi, y conversan. En Copenhague, junto al río, el magnífico Diamante negro, de
granito y vidrio ahumado, está situado junto a la antigua biblioteca real: bella
metáfora arquitectónica en la que el pasado se integra con el futuro, y está
unido a él por diversos pasos. Por todas partes se encuentran jóvenes que leen,
trabajan, conversan o sueñan mientras comen un sándwich y no hay ni una miga en
el suelo. Además de las colecciones, todas digitalizadas, pero también disponibles
en papel, hay exposiciones temporarias y una sala de concierto que dispone de
su propia orquesta. En Bolonia, Italia, se concibió una sala con los padres
para la primera infancia, hay un lugar donde calentar mamaderas o sitios para
merendar, y también se pueden encontrar parteras. En Canadá, la biblioteca de
Toronto, una de las más grandes del mundo, abrió una “biblioteca humana”:
alguien cuenta la historia de su vida de inmigrante, de bonzo budista, de
periodista famoso o de abuela activista a quien quiera oírla. En Córdoba,
Argentina, en las bibliotecas populares, los domingos se baila.
Se baila también,
a veces, especialmente el flamenco, en la biblioteca Louise Michel, en el
distrito xx de París, diseñada por Blandine Aurenche. Y después, se sirve té,
se canta y se sueña en el jardincito. Mens sana in corpore sano: la
Alhóndiga de Bilbao reencontró la muy antigua máxima de Juvenal y la mediateca
se encuentra al lado de dos piscinas, un solarium, un gimnasio, restaurantes,
cines. Philippe Stark concibió el diseño. Precisemos que la mediateca está
abierta todos los días, hasta las nueve o diez de la noche.
Un espacio
retirado, destinado a producir, entre los hombres y las cosas, y también entre los
hombres mismos, una pausa”: lo que Jean-Christophe Bailly dice del jardín
podría calificar felizmente una biblioteca. Sobre todo, precisa, porque esta
pausa puede “sentirse como una desaceleración del tiempo combinada con una
dilatación del espacio”, pero también sin duda y ante todo como una pausa de la
relación entre las palabras y las cosas”.
No sé si hay que
desear que estos espacios estén “retirados”, como lo estaría una playa, o en el
corazón de la ciudad. En todos los casos, protejámoslos y agradezcamos a
aquellas y aquellos que les dan vida.
Michéle Petit
Fondo de Cultura Económica, 2015.
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