74 años de la muerte de Baldomero Fernández Moreno

Hoy se cumplen setenta y cuatro años de la muerte de Baldomero Fernández Moreno, uno de los poetas más importantes de Buenos Aires. En Libro de arena lo recordamos con este fragmento de Primeras Luces, en el que Carlos Battilana recuerda su primer encuentro con la poesía, en el libro de lectura de primer grado.


“Por aquellos años, la poesía en la escuela parecía tener un círculo exclusivo de autores, aunque a veces ingresaba alguno fuera de ese club endogámico. El poema que leí por primera vez con mis propios ojos, estaba incluido en el libro de primer grado. Pertenecía a un autor que luego, en grados posteriores, reaparecería en un famoso texto que inundó clases, lecciones y actos escolares bajo la música monótona del recitado. 


Setenta balcones hay en esta casa,

setenta balcones y ninguna flor. 

A sus habitantes, Señor, ¿qué les pasa?

¿Odian el perfume, odian el color?


Ese autor, cristalizado en el mármol de la currícula, y arrinconado en un manual escolar, era, sin embargo, un muy buen poeta. Un poeta importante en un sentido pleno del término. Un autor de nuestra poesía que prefiguró el objetivismo en la década del 90. Después supe que mediante una compleja operación que se llama “sencillismo”,su intervención fue crucial. Según Borges, había ejecutado en su época un acto asombroso e insólito en el ámbito de la poesía argentina. Con la publicación de Las iniciales del misal, su primer libro de poemas de 1915, ese autor había mirado a su alrededor. Ese evento revolucionario era de naturaleza ocular. Los pausejes urbanos y los paisajes rurales se alzaban en sus poemas con una incomparable autenticidad. Fue el poeta del nervio óptico. Ese autor, nada menos, estaba en un libro de primer grado representadp por un breve poema de versos pareados. No muy bueno. Era Baldomero Fernández Moreno. Recuerdo esos versos en aquella lejana lectura: “Hace un poco de frío,/ afuera llueve, llueve.// Sentados en el suelo/ estoy yo con el nene./ Sentados en el suelo/ recortando papeles”. Quizá la escena lúdica que se podía “ver”, quizá la música sencilla llamaron mi atención. Quizá las dos primeras líneas. 


Por primera vez veía versos y por primera vez los escuchaba a medida que avanzaba en la lectura. ¿Es posible una alucinación auditiva? Acaso, en mi imaginación, escuchaba el sonido de la lluvia. Por efecto de mis propios ojos, oía una melodía acuática. Raro. Era una sensación nueva. Imagen y sonido se asociaban en una imagen incandescente. Mirar y escuchar como actos asociados…”


(…)


La música de la poesía


El poema de Fernández Moreno transcripto en el libro de primer grado era el típico poema usado por la escuela argentina en función pedagógica, social y familiar. Los libros de lectura avalaban los presupuestos ideológicos del Estado y postulaban un tipo de ciudadano general que ingresaba a la organización de la vida pública.SE proponían textos poéticos que legitimaban el modelo normativo como paradigma. Aquellos otros poemas de Fernández Moreno que referían aventuras nocturnas y un periplo interminable en medio de la multitud, sin otra función más que la de la propia caminata y la propia curiosidad, parecían excluidos del canon escolar. 


La calle, amigo mío, es mágica sirena

que tiene luz, perfume, y un misterioso canto.

Vagando por las calles uno olvida su pena…

¡Yo te lo digo que he vagando tanto!


Nuestro poeta callejero, nuestro pequeño Baudelaire rioplatense, existía. Era más tímido que el poeta francés pero igual que él tenía una fuerte compulsión a la errancia. Caminar. Deambular. Esa vivencia urbana tan plena – esa experiencia – podía ser escrita en un poema. “Se da un paseo y se vuelve. Se da una vuelta y, justamente, se vuelve. ¿Se vuelve? ¿SE regresa igual o distinto? Esa es la incógnita, en ese paseo ocurre, si tenemos suerte, si tenemos valor, alguna experiencia” escribe Edgardo Scott en su libro Caminantes. La experiencia vital puede ser escrita y también transfigurarse en una experiencia de lectura. Perro ¿escribir y leer son experiencias escindidas de la experiencia vital?


El poeta caminante, el poeta callejero se llamaba Baldomero. Un nombre que no le gustaba al propio autor. Pero mencionar ese solo nombre hoy, aún sin el apellido, ya es reconocer un mundo poético que tiende al vagabundeo y la algarabía íntima por la ciudad. De hecho escribió un libro de prosas breves que se llama Guía caprichosa de Buenos Aires, publicado póstumamente. No obstante, en aquellos libros escolares de infancia, no hallé los poemas que hacían alarde de la holgazanería y del paseo noctámbulo por las calles, las avenidas y los cafés. Frente a la administración de la energía corporal, en pos de la abnegación, el trabajo y la obtención de una renta que garantizaba el sustento familiar, los poemas de Baldomero en los que el sujeto poético dilapida sus horas y se entrega al derroche del ocio, estaban ausentes. O en todo caso, el ocio, como en el poema leído en primer grado, se enlazaba a la prescripción de índole hogareña. No estaba su poema “Alba”. No estaban los veros que eran la contracara de su propia canonización escolar: 


A esta hora las gentes que aún tiene ambiciones,

salen apresuradas a sus ocupaciones, 

Yo me doy vuelta y en la almohada me hundo.

Le vuelvo las espaldas a la Aurora y al mundo.


Ese tipo de poemas no se reproducía en los libros de lectura que tuve que transitar, acaso por prevención: aventar algún peligro respecto de la normativa oficial, demoler la exaltación de la vagancia diluir la idea de la flanérie. No obstante, la música estaba: la música de la rima. Y también una música interna a partir de la articulación de los vocablos y los acentos en función de un objeto llamado poema, una de cuyas características era la de dejar espacios en blanco en sus márgenes. La letra y el ritmo de la poesía habrán reverberado en pequeñas dosis homeopáticas. Los llamados libros de lectura nos concedían a veces esa respiración.”



Primeras Luces
Carlos Battilana
Ediciones Ampersand, 2023.


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