Maestro de Maestros

Conmemorar el día del maestro bien puede llevar a evocar a un maestro de las aulas y también de la escritura y pensamiento del siglo XIX como Sarmiento. Libro de arena publica un fragmento del capítulo segundo de Facundo, "Originalidad y caracteres argentinos" en el que la figura del gaucho adopta una particular caractización, con el comentario de María Pía Chiesino.




El gaucho malo


Este es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, un misántropo particular. Es el Ojo de Halcón, el Trampero de Cooper, con toda su ciencia del desierto, con toda su aversión a las poblaciones de los blancos, pero sin su moral natural y sin sus conexiones con los salvajes. Llámanle el Gaucho Malo, sin que este epíteto lo desfavorezca del todo. La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto. Es un personaje misterioso; mora en la pampa, son su albergue los cardales, vive de perdices y mulitas, si alguna vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las aves mortecinas. De repente se presenta el gaucho malo en un pago de donde la partida acaba de salir; conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y lo admiran, se provee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo, y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato, desdeñando volver la cabeza. La partida rara vez lo sigue: mataría inútilmente sus caballos, porque el que monta el gaucho malo es el parejero pangaré, tan célebre como su amo. Si el acaso le echa encima alguna vez, de improviso, entre las garras de la justicia, acomete a lo más espeso de la partida, y a merced de cuatro tajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los soldados, se hace paso por entre ellos, y, tendiéndose sobre el lomo del caballo, para sustraerse a la acción de las balas que lo persiguen, endilga hacia el desierto, hasta que, poniendo espacio conveniente entre él y sus perseguidores, refrena su trotón y marcha tranquilamente. Los poetas de los alrededores, agregan esta nueva hazaña a la biografía del héroe del desierto, y su nombradía vuela por toda la vasta campaña. A veces se presenta a la puerta de un baile campestre, con una muchacha que ha robado; entra en baile con su pareja, confúndese en las mudanzas del cielito y desaparece sin que nadie se aperciba de ello. Otro día se presenta en la casa de la familia ofendida, hace descender de la grupa a la niña que ha seducido, y, desdeñando las maldiciones de los padres que le siguen, se encamina tranquilo a su morada sin límites.
Este hombre divorciado con la sociedad, proscripto por las leyes; este salvaje de color blanco no es, en el fondo, un ser más depravado que los que habitan las poblaciones. El osado prófugo que acomete una partida entera, es inofensivo para con los viajeros. El gaucho malo no es un bandido, no es un salteador; el ataque a la vida no entra en su idea, como el robo no entraba en la idea del Churriador; roba, es cierto; pero esta es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Una vez viene al real de una tropa del interior; el patrón propone comprarle un caballo de tal pelo extraordinario, de tal figura, de tales prendas, con una estrella blanca en la paleta. El gaucho re recoge, medita un momento, y después de un rato de silencio contesta: “no hay actualmente un caballo así”. ¿Qué ha estado pensando el gaucho? En aquel momento ha recorrido en su mente mil estancias de la pampa, ha visto y examinado todos los caballos que hay en la provincia, con sus marcas, color, señas particulares y convenciéndose de que no hay ninguno que tenga una estrella en la paleta: unos las tienen en la frente; otros, una mancha blanca en el anca. ¿Es sorprendente esta memoria? ¡No! Napoleón conocía de memoria por sus nombres doscientos mil soldados, y recordaba, al verlos, todos loe hechos que a cada uno de ellos se referían. Si no se le pide, pues, lo imposible, en día señalado, en un punto dado del camino, entregará un caballo tal como se le pide, sin que el anticipado de dinero sea un motivo de faltar a la cita. Tiene sobre este punto, el honor de los tahúres sobre las deudas.
Viaja a veces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe. Entonces se le ve cruzar la pampa con una tropilla de caballos por delante: si alguno lo encuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos que él lo solicite.”


Por María Pía Chiesino


En la “clasificación” acerca de los distintos tipos de gauchos que hace Sarmiento en el Facundo la del “gaucho malo”, es particularmente interesante, porque concentra la opinión que el autor tenía acerca de los habitantes de la pampa, y en consecuencia,  los exponentes de la “barbarie”.
En una presentación, en la que a lo descriptivo le agrega elementos propios de la argumentación, Sarmiento aparenta concederle una relación con los mohicanos de Fenimore Cooper, pero inmediatamente se desmiente a sí mismo, ya que a los norteamericanos les reconoce una “moral natural” que al gaucho le niega.
Así como al cantor o al rastreador les reconoce virtudes genuinas, al gaucho malo lo presenta de inmediato como a alguien a quien se respeta por temor. Es bárbaro hasta para alimentarse, como lo atestigua la explicación acerca de lo que hace cuando quiere comer lengua de vaca. Burla permanentemente a la policía y a la justicia con las que vive en conflicto.
En la caracterización de este tipo pampeano, queda clara (a pesar de su inteligente intento de enmascararla), la opinión de Sarmiento acerca de la base social que apoyaba a Juan Manuel de Rosas. El gaucho malo condensa todas las características: roba, secuestra mujeres a las que deshonra, huye de la justicia, es un “salvaje de color blanco”.
En realidad, para Sarmiento, todos aquellos que viven en la pampa lo son. Todos pueden hacer lo mismo que él. Las poblaciones rurales no son ciudades. Son, para el autor, amontonamientos de bárbaros. Lo único que distingue al gaucho malo de los demás gauchos, es su “profesión” de experto ladrón de caballos. 



 Domingo Faustino Sarmiento


 Facundo


Buenos Aires, Gradifeo, 1992


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