Amantes de Marguerite
El poder, la ambición, las relaciones desiguales, mezclados con el deseo de un joven amor destinado al fracaso le dan forma a El amante, de 1984. A cien años del nacimiento de Marguerite Duras, Libro de arena propone el comentario de María Pía Chiesino para recordar a esta autora cuyos textos han inmortalizado. La escritora, de origen francés pero nacida en Vietnam, escribió la novela y también el guión que la llevó al cine, doble motivo para convertirla en masiva y universal. Hiroshima, mon amour, de 1959, es otra de sus incursiones famosas e inolvidables como guionista en la pantalla grande.
Por María Pía
Chiesino
Cuando empezamos a leer El amante, una oración nos golpea el pecho: “Muy pronto en mi vida
fue demasiado tarde”. A partir de ese comienzo, Duras nos habla de lo que ella
considera una especie de vejez precoz, que se refleja en su rostro al que
califica sin rodeos como “destruido”.
Así empieza esta novela, en la que se nos va a
contar a la historia de las idas y venidas del amor de la Duras adolescente con
un joven chino, bastante mayor que ella.
Novela marcada por la tensión que imponen las
relaciones de poder, nos presenta esta historia en la que el joven tiene la
masculinidad, la edad y el dinero para ser quien marca el pulso del vínculo,
pero paradójicamente está atrapado en las reglas del juego que impone una
quinceañera.
Al fin y al cabo, ella pertenece a la estirpe de los
colonizadores franceses. Es a ella a quien debería avergonzar la relación
amorosa con un nativo.
En esa familia en la que la “madre desesperada”,
intenta contener a sus tres hijos, acorralada por la soledad y la pobreza, la
jovencita encuentra en el amante chino, por un lado, a un hombre que la desea,
y al que ella corresponde. Y por otro, una manera de conseguir cierto bienestar
a su familia, cuando, por ejemplo el amante los invita a comer a todos y paga
los gastos, a pesar de la aparente vergüenza de ese hermano mayor al que la
narradora desprecia.
Como todas las historias de amor de la primera
juventud, destinadas a ser efímeras, ésta se termina. Los encuentros eróticos
son cada vez menos frecuentes; a veces el chino manda a su chofer con
explicaciones acerca de su ausencia, que enmascaran el verdadero motivo: sabe
que su padre jamás aprobaría la continuidad de la relación. Le ha dicho que
preferiría “verlo muerto”.
Accede finalmente a cumplir con ese mandato paterno.
Y en el mismo auto donde todo comenzó,
la besa y llora mientras se despide de
ella.
La muerte del hermano menor, deja en segundo plano
todos los otros dolores que pueda sentir la muchacha. Incluso el de la
separación de su amante, el primer hombre de su vida. El mismo que reaparecerá
en un llamado telefónico en el último párrafo de la novela, para decirle que
“nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte”.
Esta hermosa y desoladora novela de Marguerite
Duras, que recordamos hoy, mientras se cumplen cien años de su nacimiento,
desmiente, de alguna manera, la afirmación brutal del comienzo.
Nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto, para
embarcarse en la lectura de sus hermosos libros, en los que ha narrado (acaso
inventado), partes de su vida, y que sin dudas, forman parte de la nuestra.
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