Martín Blasco y Nicolás Schuff: "Hay muchas voces nuevas e interesantes"
Ansiosos como pocas otras veces, los lectores de Libro de arena festejarán hoy y todo el fin de semana de la charla con Martín Blasco y Nicolás Schuff, la anteúltima correspondiente a "Los encuentros con autores de literatura infantil y juvenil". El ciclo realizado por el Programa Bibliotecas para armar en 2013, en La Nube, contó con la coordinación de Mario Méndez. En esta primera parte de la entrevista los autores se explayan sobre sus comienzos, los primeros tímidos pasos, la importancia del humor y el lugar de la risa; la relación de lo escrito con las ilustraciones; cuentan anécdotas sobre sus primeras publicaciones, sus lecturas favoritas de la niñez y también hablan de los referentes de un universo del que hoy forman parte por derecho propio.
La semana próxima sale la segunda parte.
Mario Méndez: Buenas
tardes. Nos acompañan Nicolás Schuff y Martín Blasco. Gracias por venir. Todos
los lunes, antes de empezar la charla, recuerdo algo que leí en el segundo
encuentro, que es un poco la biografía “oficial”. Ustedes me corrigen o me
amplían. Nicolás nació en el ’73, vive en Buenos Aires y tuvo distintos
trabajos. Actualmente trabaja en una
librería, “part time”. Le gusta escuchar música, conversar con amigos y caminar
de noche. Escribió artículos para diarios y revistas y libros para chicos. Acá
hay varios y después vamos a hablar de cada uno de ellos. En esta misma
editorial, (esto lo saqué evidentemente de Estrada), (Risas), publicó El Bajaestrellas, que anda por acá. Es
(o era, porque ya están grandes) uno de los libros favoritos de mis hijas
cuando eran chiquitas. Es ciencia ficción para chicos chiquitos, en la
colección Azulejitos. En esta misma
editorial, El misterio de las medias,
Historias de la guerra de Troya, Aventureros y enamorados, Monstruos argentinos, Leyendas urbanas, Entre el amor y el espanto.
Hace un rato estuvimos charlando con Nicolás… una de sus habilidades y de sus
trabajos más recurrentes es el de las adaptaciones. Escribió una versión para
chicos de Las Aventuras de Tom Sawyer y
de Huckleberry Finn, de Mark Twain.
También de la Ilíada y de la Odisea. En Norma publicó dos de Hugo Besugo. ¿El primero se llama Hugo Besugo sólo o tiene un subtítulo?
Nicolás Schuff: El
misterio del perro salchicha.
MM: Bien.
Hugo Besugo y el misterio del perro
salchicha, que no tengo acá… que podría haber tenido en Amauta, y que como
hizo alguien con García Márquez, rechacé y ahora me arrepiento mucho, y Hugo Besugo y el misterio del Club de la Luna, que es el segundo y exitoso libro de Hugo Besugo, en Norma. También nos pasó,
y esta vez no lo rechazamos, tuvimos la mala suerte de no poder editarlo, y le
habíamos dicho que sí, a Compañía Animal,
un excelente libro que Nicolás editó en España, ¿no?
NS: Ahora
me arrepiento de no habértelo dado… (risas) Pero bueno, en ese momento vos me
sugeriste que lo editara en España, de donde me lo habían pedido… Fue antes de
la crisis.
MM: Antes
de la crisis todos nos creíamos que eran el primer mundo. Pero lograste algo
que con Amauta o con Crecer Creando no sé si hubieras logrado, que es verlo en
alfabeto cirílico, porque está por traducirse al ruso. Justo hace un par de
días me encontré con Ana y la maldición
de las pecas, de Nicolás y un
amigo, Damián Fraticelli, una muy divertida novela para niños pequeños.
Después, por supuesto, esto lo vamos a ampliar. Martín Blasco nació el 24 de
febrero del ’76, un mes antes del
golpe. Cursó el secundario en el Normal
1, y en la escuela de arte Labardén, para luego estudiar Dirección y Guión de
Cine. Trabajó en diferentes programas de televisión en Canal 13, Telefé, Canal
9, Canal 7 y la señal educativa Encuentro. ¿Estás en algún canal en este
momento?
Martín Blasco: Estoy
sobre todo en un canal, pero hay varios a los que voy y vengo.
MM: En La Biblio de los chicos, nacieron sus
dos primeros libros. Se publicó Maxi Marote, cuya raíz es el cuento "Para
qué sirve la corbata”, y que los memoriosos que estaban hace un par de
lunes recordarán, que ganó un segundo premio en el concurso de Imaginaria, y Cinco problemas para Don
Caracol. Ese no lo tengo, pero tengo El
desafío del Caracol. Después vinieron, El
misterio de la fuente, que no tengo, El
desafío del Caracol, y En la
línea recta, el que estoy en campaña para que lo lean todos los que
conozco, es más, se lo regalé ayer a una
especialista en literatura infantil que vino de Córdoba, Cecilia Malem,
diciéndole que era excelente, que no podía no leerlo…
MB: Muchas
gracias.
MM: Fue
seleccionada para integrar la lista The White
Ravens 2007, preparada por Internationale Jugendbibliothek de Munich (perdón
por la pronunciación, jamás leeré en alemán…). Y se encuentra publicada
en Argentina, México, Colombia, Ecuador y Chile.
Recientemente, Alfaguara le publicó la excelente
novela Los extrañamientos, que
también me gustó mucho, y bueno… terminaba el otro día esta presentación
leyendo la historia de la corbata, que es muy divertida. Esta biografía no
menciona XVZ Archivos ultra secretos,
que tiene una segunda parte que es XVZ
Planes de Conquista Mundial, que acaba de salir este año. Ese lo tengo en
casa. Todavía no lo leí. Mi nombre es
Bonzi, Aldo Bonzi, ya desde el título… el enemigo es Florencio Varela, el
jefe es González Catán, el profesor de guitarra es Rafael Castillo, una novela
muy divertida de Martín. Vamos a empezar entonces. Uno que no mencioné y que
también encontré hoy, pero de Nicolás, muy muy lindo, editado por Del Eclipse
que se caracteriza por hacer muy lindos libros, es Así queda demostrado. Un libro que parte de preguntas muy
interesantes o de afirmaciones que después se demuestran por la negativa o por
la positiva. Por ejemplo, una empieza: “Si la luna fuera de queso, los ratones
habrían viajado allí antes que los hombres”. Es muy divertido. Finalmente se
demuestra por qué no es de queso. Un muy recomendable libro de Nicolás. Una de
las preguntas iniciales, porque somos polémicos y empezamos así con Natalia
Méndez y con Carola Martínez, es este tema de cierta desvalorización de las
últimas expresiones de la literatura infantil y juvenil en la Argentina. Los
últimos trece años, digamos. Lo que corre de este siglo. Ha crecido mucho
cuantitativamente sin dudas. Cualitativamente, ¿qué piensan ustedes?
MB: ¿Hay
una valoración negativa?
MM: No.
Hay una polémica. Por ejemplo, una de las cosas que se dijo el lunes
pasado, es que la necesidad de algunas
editoriales, algunas pequeñas, otras que están surgiendo, otras que son
secciones de editoriales más grandes, de publicar una cantidad determinada de
libros hace que se publiquen libros que no llegan a un nivel de calidad
suficiente. Por lo menos, para uno de los autores… para Jorge Grubissich, que trabaja en una editorial pequeña, como es
Amauta, y en otra más nueva. Él opinaba que pasa esto. Hay un pedido permanente
del mercado y entonces a veces se publican cosas de poca calidad.
NS: Yo no
me siento muy capacitado para hablar de esto, porque tendría que leer mucha más
literatura infantil de la que leo… En todo caso, ¿la “literatura infantil” no
es un invento del mercado? Me lo pregunto. Y por otra parte no es una polémica
que me interese mucho, la verdad.
MB: No
sé… se está publicando mucho, pero no tiene por qué ser algo malo. Tampoco
castigarnos porque a la literatura infantil le va bien. Me parece mucho. Hay
muchas voces nuevas e interesantes si hablamos desde el 2000 en adelante.
Liliana Bodoc empieza a publicar en el 2001, y es una gran, gran, gran autora.
Andrea Ferrari, que está acá, también me parece una gran autora y su primer
libro fue de esos años…
Andrea Ferrari: 2001.
MB:
Quizás el cuento corto de humor absurdo alcanzó su máximo esplendor en los
ochenta, pero otros géneros y estilos, como la novela, siguen creciendo.
NS: O va
cambiando, también. Quizá es una valoración que se puede hacer con el tiempo,
dentro de diez años. Ver qué queda y qué no queda de todo esto.
MM: En la
entrevista que les hice a Silvia Schujer
y Ricardo Mariño yo los presenté como jóvenes autores de ese grupo que
reformula la literatura infantil en la Argentina en los ochenta. Los dos
coincidieron en que a veces, hoy, notaban una cierta pereza intelectual y no
veían una búsqueda. Ellos decían que en ese grupo había una cierta
identificación, como que sabían hacia dónde iban y que ahora no tanto.
MB: Hay
una búsqueda en Bodoc, en Andrea Ferrari, en Sergio Aguirre, en Laura Escudero,
en Paula Bombara. Y si hay algo que
caracteriza a todos esos autores es un nivel y un compromiso en lo literario.
No son autores que recurran a fórmulas. La literatura juvenil se desarrolla en
Argentina a partir de los noventa y tenes voces particulares como Sergio
Aguirre, Pablo de Santis y Antonio Santa Ana. Y además en general no me gusta
esa cosa de “todo tiempo pasado fue mejor”. Me parece, sí, que hay que
diferenciarlo de la pregunta de si se publica mucho o no. Son dos cosas
distintas. A mí, hay muchos autores que me gustan. Hoy. Ahora. Después, la
pregunta de si se publica mucho… es como dijo Nico… es difícil saber qué es
bueno o malo.
MM: Sí,
habría que leer una cantidad imposible. Yo opino (para no ser Rial dándoles el
pie para la polémica), como Jorge Grubissich la semana pasada. He visto mucha
cosa publicada que podría no haberlo sido. Y sé que esto responde a una
búsqueda el mercado. Hay pedidos de muchas editoriales que tienen como la
necesidad de sacar tantas novedades (lo explicaba Natalia Méndez la otra vez) y
los editores a veces se ven obligados a publicar libros que si no fuera por esa
cuota que hay que cumplir, quizá no las editarían. Me parece también que hay
algunas colecciones (no soy quién para decir cuáles) que son hechas con apuro.
NS: De
hecho, yo entré a la literatura infantil de la mano de ese crecimiento,
haciendo adaptaciones y versiones requeridas por el contexto y el público
escolar.
MM: Sí,
yo también entré, no a la autoría sino al mundo editorial, en el dos mil y
pico. Bueno… la “parte Rial” ya está. Vamos a hablar de algunos de los libros
de ustedes. En principio todo esto de las versiones que decía Nicolás, ¿Cuáles
hiciste y cuál es el criterio cuando hacés una versión?
NS: Empecé
con una versión que se llama Historia de
la Guerra de Troya, que compila La
Ilíada y La Odisea en cuarenta páginas... Suena como un despropósito. Tal vez
lo sea. A mi favor puedo citar un antecedente ilustre, la versión de Robert
Graves, llamada La guerra de Troya.
Ahora también circula por librerías una colección de versiones de clásicos
escritas por Eco, Baricco…
Después escribí algunos libros de leyendas y mitos,
algunas versiones de novelas… Tom Sawyer,
El Conde de Montecristo… Siempre por
encargo de un editor, y muy mediadas al principio por su mirada, a la vez
mediada por criterios pedagógicos y comerciales. Pero a mí me sigue interesando
el trabajo, porque aprendo, porque primero me hace falta desarmar el libro,
masticarlo mucho para volver a contarlo de otro modo tratando de conservar todo
aquello que lo hace valioso, interesante, bello. Y eso a mí me viene bien, me
gusta hacerlo. No me parece un avatar más del mercado, como dice alguna gente.
Yo no comparto eso. O en todo caso lo es, pero no es solamente eso. Y además me parece que puede haber -hay- muchísimos
“originales” que son tan o más comerciales que una versión, ¿no? A mí me gusta
esa posibilidad de que los chicos accedan a los libros clásicos primero a
través de versiones. Yo no sé si un libro como El Conde de Montecristo se lee hoy. ¿Quién lo lee? A mí incluso me costó terminar de leerlo… Así
que lo veo como una manera de acercar temas y autores. Y es la manera en la que
yo me acerqué a la literatura infantil. A partir de la circulación de esos
libros me conocieron algunos editores, y me aceptaron después algunos
originales.
MM: Esa
polémica es más vieja. Si mal no recuerdo, en la famosa Guía de la literatura infantil, que era una guía ordenada alfabéticamente, Marc Soriano en una de las
primeras entradas se preguntaba ¿Adaptación, sí, o Adaptación no? Igual, habría
que ver cuál es la diferencia entre adaptación y versión.
NS: Sí,
la palabra adaptación puede tener una connotación negativa, ¿no? Como si uno
ofreciera papilla, comida pre-digerida. Yo
no comparto esta idea. En realidad, al principio no estaba seguro. Para ser
sincero, creo que ni siquiera me importaba. Cuando me encargaron el primer
trabajo literario, el de la guerra de Troya, lo único que hice fue ponerme
contento y sentarme a tratar de resolver el encargo de la mejor manera posible.
Estaba feliz de poder trabajar con palabras. Todavía, cuando me encargan una
versión, me entusiasmo y me pongo ansioso como un chico. Es un trabajo que
tiene ciertas particularidades, pero no
creo que sea una manera de “rebajarse”. Es otra cosa. Y creo que las
versiones son una manera más de formar lectores. En principio me importa eso
mucho antes que los contenidos. Yo creo –porque es lo que me pasó a mí– que el
hecho de leer, en principio, vale por sí solo. No me importa si es la Odisea o Gaturro, a quien detesto
profundamente. Es decir: me importa hasta cierto punto. Pero creo que el acto
de leer en sí mismo vale por sí solo, porque desarrolla ciertas capacidades en
nosotros que de otro modo no tendríamos. Luego por supuesto habrá –o no– un
entrenamiento, la construcción del gusto propio. Pero lo importante, a cierta
edad, es leer. Eso no quita que yo no intente, con cada versión, escribir lo
mejor que pueda y que me salga. De todos modos, las versiones son de libros
cuya efectividad ya fue probada por
el paso del tiempo. Así que trato de intervenir poco; quitarles el polvillo que
los años pueden haber depositado aquí y allá, o aceitar un poco las ruedas para
que se deslicen mejor, digamos, porque tienen que circular por calles que ya no
son las que eran cuando el libro se escribió.
MM: Yo
empecé a leer en la niñez con las adaptaciones de la Colección Billiken… ¿Cómo
llegaste? ¿Cómo te pidieron a vos una versión, una adaptación?
NS: De
manera totalmente azarosa… o no… Eso depende de lo que uno crea. Yo trabajaba
de otra cosa, igual escribía, desde la adolescencia me interesó la literatura,
estudié Letras un tiempo. Y conversaba de literatura con una persona de la que
me hice amigo, que es Alejandro Palermo, un editor que ahora trabaja en
Kapelusz, y en ese momento estaba empezando con la Colección Azulejos, para
Estrada. Él quería publicar algunas versiones, así que me encargó una a mí. Fue
muy lindo trabajar con él, porque es una persona muy sensible, un excelente
lector. Cuando un editor es bueno la verdad es que se aprende mucho.
MM: O
sea que hace unos cuantos años… Me parece que te voy a pedir que te retires…
(Risas)
NS: No me
acuerdo exactamente si en 2001 o 2002… Principios de siglo…
MM: Con
lo justo. ¿Y el trato editorial? A
Alejandro Palermo lo conozco, es un tipo bárbaro y un gran editor. Pero el
trato con el tema de las versiones, el pago de derechos y demás, ¿es así de
bueno o no?
NS: No es
especialmente amigable para el autor, siempre hay que estar atento y peleando,
averiguando y muy sobre la cosa, porque es habitual que si uno no se ocupa… no
sé… yo considero que mis primeros libros fueron una especie de derecho de
piso. ¡Para no amargarme! Porque no
cobro derechos de autor, y los libros todavía se venden bien… En ese momento se
publicaron, me pagaron los libros, el trabajo y ya. A partir del cuarto libro,
cuando vi que se seguían vendiendo y circulando, que yo iba a las escuelas a
charlar sobre los libros y demás, les propuse cobrar derechos de autor y me
dijeron que sí. En las versiones en general se paga menos que para los
originales. Esa es más o menos la
historia. Igual, es raro. Hay editoriales que siguen pagando lo mismo que hace
seis, siete años...
MM: ¿Cómo
llegaste vos, Martín?
MB: Creo
que tuve un camino más tradicional. El viejo camino de presentar un libro en
una editorial y que elijan publicarlo. Antes de eso hubo dos concursos
chiquitos. Uno fue un concurso de Edenor. El jurado era Ana María Shua y Silvia
Schujer. Quedó segundo. Yo no tenía experiencia en el tema. Y después mandé al
de Imaginaria, y también quedó segundo. El de la corbata. Y yo creo que el
mayor premio de ese concurso fue conocer a Eduardo Abel Gimenez. Nos juntamos a
tomar un café. Yo le dije que el cuento que había mandado era parte de un
libro, Maxi Marote, y él, que había premiado el cuento, me dijo que lo veía
para Antonio Santa Ana, que yo no sabía quién era. Me dijo que pensaba que a
Antonio podía llegar a gustarle. Lo imprimí, lo puse en una bolsita, puse “Para
Antonio Santa Ana”, y lo dejé en la puerta de Kapelusz. Por eso te digo que es
el modo más viejo: presentar un original a una editorial…
MM: ¿Y
Santa Ana te llamó pronto?
MB: Me
llamó al otro día. Me mal acostumbró, porque yo creí que siempre era así.
(Risas) Y después Natalia no me responde los mails y me enojo. Llegaste justo
para que te rete, Natalia. (Risas). Yo no entendía nada, me llamó al otro día
al celular, era para pensar:”Mirá vos cómo funcionan las editoriales, qué
lindo”. Y cerramos ese mismo día.
MM: ¿No
tenías más experiencia que los dos cuentos del concurso?
MB: No
tenía nada nada. Venía de escribir guiones de cine y de televisión. Para
chicos, nada. Lo extraño que a mí me pasó con la literatura infantil y juvenil
(esto no habla bien de mi madurez), fue que yo venía escribiendo literatura
infantil y juvenil sin saberlo, desde toda la vida. Yo creía que escribía para
grandes. Lo único que cambió fue que alguien me dijo que no. Empecé a revisar,
y, por ejemplo, En la
línea recta era un guión de cine. Y así con la mayoría de las cosas. Yo no
me daba cuenta de que eran para chicos.
MM: Lo
que pasa es que, fuera del chiste, que está bien, Maxi Marote a mí me recordó mucho El pequeño Nicolás, de Goscinny. Me parece que lo que comparte con
otros libros es que tiene niveles de lectura. Realmente, es un libro que leemos
los adultos, y encontramos un montón de chistes.
MB: Por
eso no lo pensé especialmente para chicos. Es una escuela de humor. El mejor
ejemplo creo que lo dio Graciela Montes cuando en una entrevista dijo que ella
ve la influencia de El pequeño Nicolás en Los Simpsons. Cosa que me
parece muy cierta. Hay capítulos en los que Bart es El pequeño Nicolás. Y el
humor funciona a diferentes niveles: el chico se ríe de una cosa y el grande se
ríe de otra. Pero los dos coinciden, en el mismo momento y en el mismo chiste.
El chiste es uno, pero causa dos risas distintas. En Asterix pasa todo el tiempo, en El
pequeño Nicolás pasa todo el tiempo. Es la marca de Goscinny.
MM: ¿Vos
lo leíste de chico, y te reías con El
pequeño Nicolás de chico? Porque mi experiencia es haberlo leído de grande
y leer entre líneas esta cosa graciosa de que el pibe está contando algo que
les pasa a los chicos como si fuera real. Está convencido de que pasó algo
real. Por ejemplo, que el fotógrafo estaba emocionado. Y vos te das cuenta de
que el fotógrafo los quiere matar.
MB: Hay
un cuento que es el de la nena que va a jugar con los varones. Y están todos
muertos con la nena. Entonces ella dice: “Suban al árbol”. Y todos suben el
árbol. “Bajen del árbol”, y todos bajan del árbol. Y ella nunca hace nada. Los
mandonea todo el tiempo. Y cuando se va, Nicolás piensa que la pobre nena se
debe haber aburrido porque no hizo nada. (Risas) Ese es un buen ejemplo sobre
lo que entiende el adulto.
MM: Pero
vos lo leías de chico, y sin embargo…
MB: Era
mi favorito. En mi casa quizá no había un mango para otras cosas, pero libros
había a montones. Y cuando me empecé a dedicar a la literatura infantil, me di
cuenta de que de chico había leído a Ginno Rodari, a Goscinny, Ende…
MM: En tu
caso, Nicolás, empezaste con las versiones y el primer libro es Historias de la Guerra de Troya…
NS: Historias de la Guerra de Troya.
Después salieron versiones de leyendas, mitos, uno que se llama Monstruos argentinos, otro se llama Aventureros y enamorados, hay uno de
leyendas urbanas, de historias de la Biblia, y algunos más. Después armé Hugo Besugo, el del perro salchicha, que
es una historia de detectives para chicos chiquitos, detectives de ocho años,
bastante tradicional. Se lo llevé a Natalia Méndez, y no se lo dejé en una
bolsita ni me llamaron tan rápido (risas), pero ese fue el primer libro “de
autor”, digamos. Igual, muchas de las adaptaciones o de las versiones que hago
son como mixtas, porque algunos cuentos toman una anécdota o el núcleo original
de la historia y la recrean de un modo nuevo.
En esta Colección Azulejitos, también hay un par de historias mías. En
general me voy dando cuenta de lo que me gusta escribir mientras escribo. Por ejemplo, me gusta mucho hacer libros
ilustrados, con poco texto. Pero también resultan más difíciles de publicar,
por lo menos el tipo de cosa que a mí me sale. No cuentan historias
tradicionales, son textos breves, a veces medio volados… Por suerte hay
editoriales como Del Eclipse, y otras, que apuestan a proyectos poco ortodoxos…
MM: Por
ejemplo este, Ana y la maldición de las
pecas, tiene más el formato de una novela…
NS: Tenía
ganas de escribir una novela. Probar. Ese libro lo escribí con un amigo que es
guionista. A mí me cuesta un poco el formato novela. Me salen cosas breves.
Cuentos, textos con un formato más cercano a la poesía. Sobre todo, tenía ganas de escribir con
Damián, que es amigo. Nos fuimos reuniendo… Encontramos una dinámica bastante
buena porque a los dos nos falta un poco de algo que tiene el otro. A mí, el
manejo de la estructura, que él como guionista conoce muy bien. Y a él un poco
el trabajo con la palabra. Así que Damián armó el esqueleto de la novela y yo
le fui dando “vida literaria”. El libro lo publicó Uranito y le va muy bien…
MM: Sí, es
que es muy divertido. Vos decías, quizá no valorizándolo lo suficiente, que era
muy ortodoxo, por la fórmula quizá…
NS: Yo no
valorizo casi nada de lo que hago. (Risas). No sé de qué se ríen. (Risas). Pero
sí, es un divertimento, y me reconcilio con esto cuando voy a las escuelas y
veo directamente la reacción de los lectores. Así que incurrimos en una segunda
parte que salió ahora, con el mismo sistema. Ahora mi amigo se largó a escribir
un poco más, lo cual es un problema, porque hay más discusión… elegir una
palabra entre dos es más complicado. Pero salió, y creo que quedó más o menos
bien.
MM: ¿Cómo
se llama?
NS: Otro
tema… el tema de los títulos… en ese caso el título lo decidió la editora,
igual que el primero, la maldición de las pecas. Éramos dos, no nos poníamos de
acuerdo con el título, lo eligió la editora, y en el nuevo también. Se llama Ana y un plan pegajoso.
MM: ¿Y
estás conforme?
NS: Me
parece que la palabra “pegajoso” no dice mucho, pero bueno… Era la opción más
potable. Y era mejor que lo que se nos ocurría a nosotros. No me hago mucho
problema. No es una obra donde se juegue mi alma. Yo soy librero también y veo
lo que vende un título. Muchos chicos eligen un libro por su título. Y en este
caso estuvieron bien, llama la atención.
MM: Esta
es para los dos… hay una extendida convicción de que los títulos definen, y de
que cuando la compra es por impulso, definen mucho las ilustraciones, en la
literatura infantil y juvenil… sobre todo en la infantil. ¿Qué experiencia de
trato tienen con los ilustradores, y de la mediación de los editores con la
ilustración?
NS: Yo
ahora estoy trabajando mucho más con ilustradores. En general, mis primeros
textos, aquellas versiones, iban a la editorial, y de ahí a un ilustrador que
generalmente yo ni conocía. Muchas veces el dibujo no me gustaba. Cuando son
libros para chicos más chiquitos, donde la ilustración tiene más presencia,
como en este caso (Así queda demostrado),
trabajé con Pablo, que es amigo también. Entonces todo el tiempo hubo un ida y
vuelta entre las imágenes y el texto. Y después con el editor, Istvan, que es
un capo. Entonces el trabajo fue muy rico. En general, yo prefiero que el
ilustrador haga su parte sin intervenir, sin meterme. Una vez que el trabajo
está hecho, sí, verlo y charlarlo. Pero prefiero que quede librado a su
creatividad. Creo que los editores también intervienen mucho en el proceso...
Acá está Natalia Méndez, que eligió a Fernando Calvi para mis libros de Hugo Besugo, y me alegro, porque fue una
excelente elección. No conocía a Fernando, es un tipo muy dúctil, puede hacer
cosas muy diversas, así que quedé muy contento. En el caso de Compañía Animal, yo elegí a la
ilustradora, Cecilia Varela. Los españoles me preguntaron si tenía alguna
preferencia para la ilustración, y yo me había estado escribiendo con Cecilia,
a quien no conozco personalmente. Pero había visto sus trabajos en Internet. La
sugerí y la aceptaron.
MM: ¿Y tu
experiencia con esto, Martín?
MB: También.
En los primeros libros no tuve mucha opinión, y es lógico cuando uno está
empezando. Hay editoriales que siempre son así. Depende mucho del editor.
Tampoco fue mala la experiencia. Porque los primeros, que fueron Pablo Zweig,
Viviana Bilotti, Eugenia Nobati son todos ilustradores que aún hoy me parecen
muy buenos. Entonces, cuando vi el libro terminado, me pareció lindo. Con los
últimos, con la Leyenda, creo que a
Diego Moscato lo propuse yo. Pero en general confío mucho en los editores. En
ese sentido, un editor trabaja mucho más
de cerca y de manera más intensiva con la ilustración, entonces respeto ese
conocimiento. Opino y veo. Al principio, ni opinaba. Ahora, me largo un poquito
más. Por ejemplo, en Alfaguara hicieron una cosa muy linda…
MM: Contá
ese caso…
MB: Es
interesante, porque parece una ilustración y no es una ilustración. Es una
foto. Es un mural que hizo Gualicho, que
es un experto en arte urbano y en grafitti. Y él hizo un mural sobre la novela,
y le sacó una foto que parece una ilustración pero no lo es. Si ven acá abajo,
se notan los ladrillitos y el pasto y se nota que es una foto. Tiene que ver
con la novela, Los Extrañamientos,
porque es una forma de extrañamiento…
MM: ¿Y en
En la Línea Recta? Porque es una
novela que yo ando propagandeando, pero la tapa no me gusta…
MB: Esta
tapa ha tenido muchas controversias. Es todo un tema.
MM: Contá.
MB: Hay
gente a la que no le gusta ni un poco, hay gente que la defiende… el tema es
que es una tapa muy pop, muy colorida, y la novela va para otro lado, tiene
otro tono. Entonces es cierto que está rara, aunque mí me gusta, pero hay mucha
gente que la odia. Ahora están por cambiarla. A mí la que no me gusta es la de El bastón de Plata.
MM: Contá
un poco de En la línea recta.
MB: Es un
libro muy querido para mí. Creo que es de los que más me representa. Tuvo una
gestión muy larga, y creo que eso ayuda muchísimo. En realidad, la primera versión fue una
película que quise escribir, también dirigir y llegué a filmar hasta la mitad.
Tenía 21 años y me salió muy mal. Diez años después, cuando ya había publicado
Maxi Marote y al pobre Antonio Santa Ana lo tenía loco llevándole libros y no
me aguantaba más, me preguntó por qué no escribía una novela juvenil. Pensaba
que de esa manera me iba a sacar de encima.
MM: Es
una novela muy conmovedora. El adolescente que siente que es culpable de que su
hermano más chico lo está pasando mal, es común y además está muy bien contado,
es muy, muy bueno. El principio es un mazazo, (sigo haciendo propaganda de este
libro, tengo una comisión. (Risas): “El 24 de febrero murió mi padre. No. El 24
de febrero murió mi viejo. No, no. El 24 de febrero murió mi papá. No, no, no.
Padre, viejo, papá. ¿Progenitor? ¿Cómo tengo que llamarlo? Si digo padre me
siento ridículo. Nunca lo llamé así. Es demasiado formal. Si digo “viejo”, me
siento mal, como si le faltara el respeto. Si digo papá me siento un nene de
cinco años y me lleno de tristeza“. Y
sigue. Un comienzo de esos que uno recuerda. Un mazazo. Y el final es magnífico
también. Para seguir relacionando, los dos transitaron mucho el humor. ¿Y la
cosa autobiográfica en tu caso? ¿Funciona?
NS: Algunos
de mis libros tienen como personaje a un escritor. Tal vez por ese lado. En la
colección Azulejos hay un libro en el que el narrador directamente es un
escritor que se llama como yo. Es un libro de leyendas urbanas, supuestamente,
y este escritor va por la ciudad tratando de recopilar historias para un libro
que le encargaron. Yo quería que tuviera fotos en lugar de dibujos, para que el
efecto fuera más potente, más ambiguo. Al final quedaron unos dibujos
intervenidos, unas fotos intervenidas con dibujos. Eso sería lo más cerca de
algo literalmente autobiográfico, aunque también hay mucha ficción, claro.
Aunque de alguna manera la literatura siempre es autobiográfica, ¿no? Después
hay un libro que va a editar Natalia que tiene como personaje a un escritor que
no sabe bien qué escribir… Anda por los cuarenta años y tiene esos dilemas…
Hasta que aparece un mono que viene de otro planeta y empieza a contarle
historias. En el planeta del mono la literatura circula en forma oral, no hay
libros. Entonces, durante el tiempo que pasan juntos, el mono le cuenta a este
tipo una serie de cuentos fantásticos que el escritor usa para publicar un
libro. El libro en sí narra este encuentro en la primera parte, y luego son los
cuentos que el mono le contó y que transcurren en un planeta extraño…
MM: Está
bueno. Es como un sueño realizado, que venga un mono a contarte las cosas para
que uses.
NS: Sí,
la idea del mono me causaba gracia…
MM: Hoy
me preguntó una nena en una escuela si yo me río cundo escribo. En general yo
no escribo mucho humor… quizá es al revés, yo querría que se pusiera triste y
le nena se reía. ¿Vos te reís cuando escribís?
NS: ¿Yo?
No. (Risas). No sé si es risa, pero sí un estado de ánimo, un entusiasmo. Es
más parecido a un sonrisa, si querés. Una especie de chispa emocional y mental
que tiene que ver con el uso del lenguaje más que con la historia. Me importa
bastante eso. Lo que me causa gracia generalmente tiene que ver con algún gag
verbal o algo así, más que con la peripecia o algo de la trama.
MM: Tu
humor te divierte…
NS: Cuando
estoy escribiendo, sí. Después, a la distancia… hay algunos libros que te
gustan más que otros. También es lindo y siempre sorprendente ver qué efecto
tienen en los demás. En ese sentido me pasó algo interesante escribiendo
teatro. Cosa que no hago. Pero colaboré en la dramaturgia de una obra con
Alejandro Tantanián, y cuando las obra se estrenó, había un monólogo que había
escrito yo, supuestamente trágico, muy serio, pero cuando la actriz lo decía la
gente se reía. (Risas). Y ella empezó a llevar la cosa para ese lado… Ahí
terminó mi carrera de dramaturgo.
Asistente: Te
querés matar. (Risas).
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