Notas sobre el terror en la literatura infantil y juvenil



En el Laboratorio de análisis y producción de literatura infantil y juvenil contemporánea, se esta trabajando el género de terror. Por eso compartimos una reflexión de Mario Méndez sobre la historia y el panorama actual del género en la LIJ argentina.



Por Mario Méndez


Podríamos considerar al terror como una variante de la literatura fantástica. En la mirada de Bioy, Borges y Silvina Ocampo, tal como lo plantean en su famosa Antología, o como una forma de la literatura maravillosa, tal como lo clasificaría Todorov. En todo caso, el terror es una de las expresiones literarias más antiguas de la humanidad, que seguramente empezó en las cuevas de los primeros hombres y que hoy está presente en los gustos de nuestros niños y jóvenes lectores, no falta jamás en los fogones, en las piyamadas si a alguien se le ocurre contar cuentos, y en las elecciones literarias de los chicos. Es un género que se podría definir, de una manera sencilla, por su finalidad: provocar el escalofrío, la inquietud o incluso el miedo en el lector, definición que no excluye que los autores tengan otras pretensiones artísticas y literarias. 

Vean como define al género Graciela Repún en el prólogo al libro Un mes después, antología de Cuentos de terror: “En una sociedad acostumbrada a la noción de peligro, el miedo funciona como sistema de alarma; advierte y pone en evidencia las amenazas y riesgos reales que nos rodean y también, los fantasmas y monstruos ocultos que acechan desde nuestro propio interior, desde nuestra irracionalidad. 

Tal vez esta sea la causa de que la literatura de terror tenga cada vez más adeptos.  La desean los fanáticos que quieren sentir, desde un lugar seguro, un miedo pautado pero intenso y provocador. La aprecian los educadores por su capacidad catártica de descargar angustias personales y como factor de ayuda, consciente o inconsciente, planteando otras conductas, equipando con nuevas soluciones. Y la valora cualquier lector que disfruta de un relato bien contado, de esos que cuando terminan dejan más preguntas que respuestas”. 

En nuestro país, el gran precursor es Horacio Quiroga. Cuentos como “El almohadón de plumas”, que según dicen es el primer cuento de vampirismo escrito en Sudamérica, o “La gallina degollada”, que es de un terror más realista, quizás el más duro de los terrores, ese que está ahí, en lo cotidiano. Y menciono a estos dos cuentos porque los Cuentos de amor, de locura y de muerte se leían, allá lejos y hace tiempo, cuando yo era un niño de séptimo grado, por ejemplo, en la escuela primaria.

Hoy, tal vez, con sensibilidades diferentes, estos cuentos han quedado para los adolescentes, para los chicos más grandes. Otro autor argentino, apellido importante de nuestra literatura, que recorrió el género y que es posible encontrar en libros de textos, es Leopoldo Lugones. Sus famosos cuentos “Yzur” o “El escuerzo”, por ejemplo,  de un horror similar al que producen algunas de las obras de Edgar Allan Poe, aparecen en los manuales y las antologías que conocemos. Yo recuerdo, hablando de antologías, haber leído “La escopeta”, de Julio Ardiles Gray, en una antología literaria de la editorial Estrada, en la secundaria. Me quedó grabado desde la adolescencia, tanto que tomé la idea prestada para mi cuento “La pasajera”, del libro Noches siniestras en Mar del Plata

No hay casualidades: me enteré, recién ahora, preparando esta nota, de que el cuento de Ardiles Gray es una recreación moderna de  una vieja leyenda medieval. A mí me había quedado el horror de volver a tu casa y que hubieran pasado veinte años. Otra historia que me quedó de la niñez, de otro precursor, es la del Ahó Ahó, que José Antonio Ramallo incluyó en Cuentos y leyendas de la selva guaraní, una vieja edición de Plus Ultra que me regalaron a los nueve o diez años. En esta colección andan algunos de los seres más terribles de la mitología guaranítica, como el Yaciyateré, La yarará cuzú o Urutú, y el mencionado Ahó ahó. También buscando en leyendas antiguas escribí mis Bestias ocultas. E incluí al temible Ahó ahó. Estas búsquedas son muy frecuentes y muy efectivas en los cuentos de terror de nuestra LIJ. En el célebre Socorro Elsa Bornemann tomó algunas historias japonesas y lo mismo hicieron Ana María Shua en libros como Planeta miedo o Los devoradores, y su amiga Lucía Laragione en Tratado universal de monstruos y Amores que matan

El terror o el miedo, o el suspenso, han sido fuente literaria de obras de muchos autores importantes de nuestra LIJ. Franco Vaccarini trabajó el género en Mi herida zombi, Presencia y Ganas de tener miedo. Ángeles Durini, lo hizo con Embrujos y Espíritus perdidos, además del homenaje a Drácula que es la saga de Demetrio Latov; Hugo Mitoire, hombre del litoral, con su saga de Cuentos de terror para Franco, siempre bordeando el horror, el recientemente ganador de un Destacado de Alija Hernán Galdames, con su Panick Attack, Carlos Schlaen (en la novela El tercer conjuro), Ricardo Mariño (Cuentos espantosos y La casa maldita) Jorge Accame (El puente del diablo, Ángeles y diablos) entre muchos otros han hecho las delicias de los chicos y chicas que gustan de asustarse.

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