El aire perfumado de chocolate

Cuando lo más deseado es inacccesible ocupa toda la imaginación, estrategia usual para lograr aunque sea una proximidad de la mente con ese objeto amplificado por efecto de la distancia. En el aniversario del natalicio de Roald Dahl, Libro de arena publica un fragmento de Charlie y la fábrica de chocolate acompañado del comentario de María Pía Chiesino



“La casa no era lo bastante grande para  tanta gente, y la vida resultaba realmente incómoda para todos. En total, sólo había dos habitaciones y una sola cama. La cama estaba reservada a los cuatro abuelos, porque eran muy viejos y estaban cansados. Tan cansados que nunca salían de ella.
El abuelo Joe y la abuela Josephine de éste lado, y el abuelo George y la abuela Georgina de este otro.
El señor y la señora Bucket y el pequeño Charlie Bucket dormían en la otra habitación, sobre colchones extendidos en el suelo.
En el verano esto se podía soportar, pero en el invierno heladas corrientes de aire soplaban a la altura del suelo durante toda la noche y era horrible.
No había para ellos posibilidad alguna de comprar una casa mejor, o aún de comprar otra cama. Eran demasiado pobres para eso.
El señor Bucket  era el único en la familia que tenía un empleo. Trabajaba en una fábrica de pasta dentífrica, donde pasaba el día entero sentado en un banco, ajustando los pequeños tapones de los tubos de pasta dentífrica después de que éstos hubiesen sido llenados. Pero un taponador de tubos de pasta dentífrica nunca gana mucho dinero, y el pobre señor Bucket, por más que trabajase y por más velozmente que taponase los tubos, jamás conseguía ganar lo suficiente para comprar la mitad de las cosas que una familia tan numerosa necesitaba. No había ni siquiera suficiente dinero para comprar comida adecuada para todos ellos. Las únicas comidas que podían permitirse eran  pan y margarina para el desayuno, patatas y repollo cocido para el almuerzo, y sopa de repollo para la cena. Los domingos eran un poco mejor. Todos esperaban ilusionados que llegara el domingo, porque entonces, a pesar de que comían exactamente lo mismo, a todos les estaba permitido repetir.
Los Bucket, por supuesto, no se morían de hambre, pero todos ellos-los dos viejos abuelos, las dos viejas abuelas, el padre de Charlie, la madre de Charlie y especialmente el propio Charlie- pasaban el día de la mañana a la noche con una horrible sensación de vacío en el estómago.
Charlie era quien más la sentía. Y a pesar de que su padre y su madre a menudo renunciaban a sus propias raciones  de almuerzo o de cena para dárselas a él, ni siquiera esto era suficiente para un niño en edad de crecer. Charlie quería desesperadamente algo más alimenticio y satisfactorio que repollo y sopa de repollo. Lo que deseaba más que nada en el mundo era…CHOCOLATE.
Por las mañanas, al ir a la escuela, Charlie podía ver grandes filas de tabletas de chocolate en los escaparates de las tiendas, y solía detenerse para mirarlas, apretando al nariz contra el cristal, mientas la boca se le hacía agua. Muchas veces al día veía a los demás niños sacar cremosas chocolatinas de sus bolsillos y masticarlas ávidamente, y eso, por supuesto, era una auténtica tortura.
Sólo una vez al año, en su cumpleaños, lograba Charlie Bucket probar un trozo de chocolate. Toda la familia ahorraba su dinero para ésta ocasión especial, y cuando llegaba el gran día, Charlie recibía de regalo una chocolatina para comérsela él solo. Y cada vez que la recibía, en aquellas maravillosas mañanas de cumpleaños, la colocaba cuidadosamente dentro de una pequeña caja de madera, y la atesoraba como si fuera una barra de oro puro; y durante los días siguientes, sólo se permitía mirarla, pero nunca tocarla. Por fin, cuando ya no podía soportarlo más, desprendía un trocito diminuto  del papel que la envolvía para descubrir un trocito diminutode chocolate, y daba un diminuto mordisco-justo lo suficiente para dejar que el maravilloso sabor azucarado se extendiese  lentamente por su lengua-. Al día siguiente daba otro diminuto mordisco, y así sucesivamente. Y de este modo Charlie conseguía que la chocolatina de seis peniques que le regalaban para su cumpleaños durase más de un mes.
Pero aún no os he hablado de la única cosa horrible que torturaba al pequeño Charlie, el amante del chocolate, más que cualquier cosa. Esto era para él mucho, mucho peor que ver las tabletas de chocolate en los escaparates de las tiendas o contemplar cómo los demás niños masticaban cremosas chocolatinas ante sus propios ojos. Era la cosa más torturante que podáis imaginaros y era ésta:
¡En la propia ciudad, a la vista de la casa en la que vivía Charlie, había una ENORME FÁBRICA DE CHOCOLATE!
¿Os lo imagináis?
Y no era tampoco simplemente una enorme fábrica de chocolate. ¡Era la más grande y famosa del mundo entero! Era la FÁBRICA WONKA, cuyo propietario era un hombre llamado el señor Willy Wonka, el mayor inventor y fabricante de chocolate que ha existido. ¡Y qué magnífico, qué maravilloso lugar era éste! Tenía inmensos portones de hierro que conducían a su interior, y lo rodeaba un altísimo muro, y sus chimeneas despedían humo, y desde sus profundidades podían oírse extraños sonidos sibilantes. ¡Y fuera de los muros, a lo largo de una media milla en derredor, en todas direcciones, el aíre estaba perfumado con el denso y delicioso aroma de chocolate derretido.
Dos veces al día, al ir y venir a la escuela, el pequeño Charlie Bucket pasaba justamente por delante de las puertas de la fábrica. Y cada vez que lo hacía, empezaba a caminar, muy, muy lentamente, manteniendo la nariz elevada en el aire, y aspiraba largas y profundas bocanadas del maravilloso olor a chocolate que le rodeaba.
¡Ah, cómo le gustaba ese olor!
¡Y cómo deseaba poder entrar en la fábrica para ver cómo era! “

Por María Pía Chiesino

Este fragmento del primer capítulo de Charlie y la fábrica de chocolate, se inscribe en la gran tradición instalada por Dickens que consiste en escribir  historias con niños protagonistas a los que, felizmente les cambia la suerte. Me resulta imposible separar al personaje de Charlie Bucket de, por ejemplo, Oliver Twist. Cómo él, Charlie es pobre,  y es naturalmente bueno. Además AMA algo casi imposible para él, algo que solamente hace en sus cumpleaños: comer chocolate.
Este comienzo desolador, en el que Dahl nos presenta a su personaje comiendo a diario repollo, preparado  de variadas formas, la descripción del placer que le produce  el olor del chocolate de la fábrica Wonka al ir y venir de la escuela, nos hace desear para Charlie, una vida mejor, en la que no tenga que ver a diario a sus compañeros comiendo los chocolates que su familia no puede comprarle.
El placer que experimenta además, cuando le regalan el chocolate de cumpleaños, es  efímero y él lo sabe. Por eso  va comiendo de a pequeños bocados su golosina. No pude hacer que dure un año entero. Pero sí varios días.  Me recuerda también, al  Tratado 2 del Lazarillo de Tormes, y el asedio del chico al arca en la que el cura guarda el pan bajo llave.
Charlie tiene más suerte que éstos otros niños de la literatura. No se cría en la calle y tiene una familia que lo ama, al punto de ahorrar para comprarle un chocolate para que festeje  el aniversario de su nacimiento. Vive todo el año esperando esa fecha para disfrutar del placer de comer lo que más le gusta.
Disfruta solamente con ver la fábrica por fuera y oler el aroma que impregna la ciudad. Es justo de toda justicia, entonces, que encuentre el quinto billete, el que va a permitirle entrar a  ese lugar que tanto desea  conocer. De los cinco chicos que visitan la fábrica es el único que lo hace sin pretensión ni especulación alguna. No es goloso, ni competitivo, ni petulante, como otros visitantes. Es un chico sencillo, con deseos sencillos, al alcance de las posibilidades de su humilde familia. Podría encapricharse. ¿Por qué no? Es un chico. No tiene ninguna obligación de acatar que “le tocó” ser pobre o de entender el por qué. Pero además de sencillo, es sensible, y entiende los esfuerzos que hacen quienes más lo aman para verlo feliz. Es magistral ese final en el que Willy Wonka lo lleva a vivir a su fábrica junto con su familia.
 Gracias a Charlie, los Bucket dejarán de vivir en la miseria. Y él podrá comer todo el chocolate que quiera cada vez que lo desee, durante el resto de su vida. Hermosa devolución del personaje a su familia, en esta hermosa novela de Roald Dahl.



 Roald Dahl


 Charlie y la fábrica de chocolate


 Buenos Aires, Alfaguara, 2009

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