Silvia Schujer y Ricardo Mariño:"No sé si del ochenta para acá hubo un crecimiento literario en la literatura infantil"
El ciclo de "Encuentros con escritores de Literatura infantil y juvenil" presenta la última de las charlas realizadas en la Biblioteca Nacional bajo la coordinación de Mario Méndez. En ese cierre tuvo lugar una entrevista doble, con Silvia Schujer y Ricardo Mariño. Los autores hablaron de la generación de escritores infantiles surgida con la democracia, de la definición misma de "literatura infantil" como concepto problemático que muchas veces sacrifica su estatuto en función de adaptarse al destinatario, de la relación de tiranía que ejerce el mercado editorial, y otros muchos temas complejos y polémicos que se desarrollan en la primera parte de la charla que hoy publica Libro de arena.
Mario Méndez: Hola, buenas
tardes. ¿Cómo están? Unas cuantas caras nuevas. Bienvenidos. Y a los que han
venido todos estos lunes. Hoy es un cierre de lujo, realmente. Estamos acá con
Silvia Schujer y Ricardo Mariño a quienes damos la bienvenida. Termina hoy
nuestro ciclo y vamos a disfrutar del encuentro con nuestros amigos famosos,
importantes y jóvenes escritores, Silvia Schujer y Ricardo Mariño. Gracias.
Silvia Schujer: Gracias a vos,
por lo de jóvenes especialmente. (Risas)
Ricardo Mariño: Arrancaste con
todo…
MM: Sí, así me gano
a los entrevistados. Bien, voy a empezar con algo que los incluye a los dos,
así empezamos juntos. Ustedes escribieron juntos Cuentos y cantos de amor, ¿Cómo ha sido esa experiencia de escribir
juntos un libro?
SS: No, en realidad
escribimos tres libros juntos. Tres o cuatro…
RM: Dos…
SS: ¿Dos? (Risas)
MM: Miren que los
estamos grabando… (Risas)
SS: El que vos
mencionás es una antología. Nosotros lo que hicimos fue seleccionar textos…
RM: Trucho, porque
lo hicimos en una noche… (Risas)
SS: No, ese no es
un libro representativo de nuestro trabajo en conjunto. Hemos tenido momentos
en los que quisimos fundar una editorial, que fracasó antes de empezar, el
proyecto era lindo…
RM: Eran lindas
reuniones…
SS: La pasábamos bien
en las reuniones pero nunca concretábamos…
MM: Está buenísimo.
¿Cuándo fue eso?
SS: ¿Cómo se iba a
llamar? ¿Trucha Angosta?
RM: Teníamos El Chupete Rabioso (Risas)…
SS: … y Trucha Angosta. Pero no pudo ser. Igual,
se ha gestado una linda amistad…
RM: Estaban Oche
Califa, Luis Salinas, Miriam Lewin… Nos reunimos ochocientas veces…
SS: Pero nadie
quería hacerse cargo de la administración…
RM: Y El Tú Guevara. El hermano del Che, al
que le decíamos “Tú”… (Risas). Puro capital humano y no del otro.
SS: Con Ricardo
escribimos juntos un libro para Santillana, que se llamaba El cumpleaños de
Lola. Era un libro de lectura. Éramos muy jóvenes…
RM: En realidad nos
dividimos las tareas. Nos dividimos capítulos, pero no se notaba.
SS: Y después
hacíamos como una especie de unificación del estilo, hasta donde era posible.
RM: Hay
maravillosos libros escritos entre dos personas. Por ejemplo Picnic
extraterrestre, que encima de ser dos, son hermanos, los hermanos
Strugatsky. Es más conocida la película, Stalker,
de Andrei Tarkovski…
RM: Stalker, la Zona, sí…
MM: La Zona. Es buena la película, el libro,
todo. Está escrito por dos hermanos.
SS: Hay libros
maravillosos escritos a cuatro manos pero no fue el caso del nuestro. Anduvo re
mal. Me acuerdo, porque en la editorial adoraban al libro, pero nos confesaban
que había sido un fracaso. Creo que no cumplía muy bien las pautas…
RM: Parece que
estaba de moda o vigente alguna teoría que no era la del libro… (Risas)
SS: Y ahí se
terminó nuestra experiencia común.
MM: ¿Y nunca se les
ocurrió volver a hacer una editorial entre ustedes?
SS: A mí, no. ¿A vos?
RM: La semana
pasada fundamos una editorial, Kunden, para hacerle la contra a Dunken. (Risas)
Pero todavía está en formación.
MM: Bueno, eso fue
un “fracasazo”, dijiste recién…
SS: Sí, para las
ventas. Para nosotros fue una experiencia más.
MM: Bueno, pasemos
entonces a los “exitazos”, si empezamos ahí con lo que falló. Los dos son nada
menos que Premio Casa de las Américas, y Premio Kónex, entre varios premios
más. ¿Cómo modifica, si es que modifica, un premio tan importante, la carrera
de un escritor?
RM: No sé. En
general uno tiene más en cuenta los que no gana que los que sí gana. Y los que
sí ganás a veces te abren alguna posibilidad, por ejemplo, me parece que
nuestro caso, que nos conocieron algunas personas o nos hicieron notas por el
Premio Casa de las Américas. En ese caso, tal vez tuviera alguna importancia
particular en esa época en la que la literatura infantil arrancaba, en esa
etapa, la del ochenta y tres. Había poca gente. De alguna forma, ser un
escritor joven dedicado a la literatura infantil en ese momento tenía algún interés para los editores. Y el Premio Casa
de las Américas tenía más prestigio que ahora también, y ayudaba.
MM: Me parece que a
finales de los setenta y principios de los ochenta hay toda una revolución de
la literatura infantil y juvenil, cobran importancia autoras como Graciela
Cabal, Graciela Montes, Laura Devetach, Gustavo Roldán, y aparecen ustedes en
el ochenta y cuatro u ochenta y cinco más o menos, si no me equivoco…
SS: Ochenta y seis
en mi caso. Porque cuando yo gano el Premio “Casa” en el ochenta y seis, que
era la primera edición del Premio “Casa” en democracia, eso fue especial.
Ricardo los ganó dos años después pero ya había publicado. Yo nunca había
publicado cuando gané el Premio. Trabajaba en un diario. Era directora del
suplemento infantil del diario “La Voz”
y ahí escribía, pero no había publicado nunca un libro, ni lo había pensado
hasta ese momento. Y el tema del concurso de Casa de las Américas, me llegó
como un cable. Me lo dejaron como un cable, porque era una edición del Premio
casa de las Américas, que correspondía a literatura infantil. Yo decía: “¿Para
qué lo quiero?” Y mis compañeros me decían: “Contá tus cuentos y mandálos” (los
que había escrito en el diario). Era como un estímulo. Y en definitiva, lo que
hice fue eso. Para mí fue importantísimo porque a partir de eso empecé a
publicar, o sea que a mí sí me cambió. Vos ya habías publicado en algún lado
antes del Premio, ¿no?
RM: No.
SS: ¿No? ¿En “El
Chiribitil” no?
RM: No. Me habían
comprado cuentos, pero nunca se llegaron a publicar porque cerró la colección.
SS: Ah, bueno…
MM: Y quedaron como
los “hijos”, la nueva generación de todos estos autores que mencioné antes.
SS: Me acordé de
una cosa. En esa época, hacía un tiempito que habían salido a la luz (porque ya
venían de antes), Laura Devetach, Gustavo Roldán, Graciela Montes, y Graciela
Cabal también. Las “Gracielas” ya habían trabajado en el Centro Editor de
América Latina, y asomaba Ema Wolf en ese momento. Y me acuerdo que me llamaron
a una reunión a raíz de un problema que había habido, que se reunía el grupo de
escritores, y que llegó Ema y dijo: “¿Y esta quién es?”. Era yo. (Risas) me
acuerdo porque era efectivamente tan nueva y
desconocida en esa generación de autores. Pero bueno, le agradezco la
sinceridad. (Risas)
RM: En mi caso, con
Oche Califa y Horacio López nos
enteramos de que el Centro Editor compraba cuentos infantiles. Ninguno de nosotros había escrito nada relacionado con literatura
infantil pero dijimos: “bueno, vamos a llevar cuentos ahí”. Y entonces, una
mañana, escribimos algunos cuentos y los
llevamos. Nos atendió Graciela Montes, y tomó varios de esos cuentos. Todos
escritos así, rápido. Yo escribí Eulato y Cuento
con ogro y princesa, que después salieron en Colihue. Quiero contarlo
porque habla de la generosidad de Graciela. Supongo que nosotros le habremos
parecido medio extraños, unos pibes de veinte años escribiendo literatura
infantil, con cuentos mal pasados a máquina, escritos con birome encima. Aceptó
los cuentos y nos mandó a Billiken, y a
otras editoriales. Y de hecho, así arrancamos, de una manera absolutamente
fortuita. Quiero subrayar eso: una posición muy generosa de parte de Graciela,
con la que además nos quedábamos charlando como si fuéramos amigos de toda la
vida. Y todavía era la época de la dictadura, el Centro Editor era una
editorial que estaba en la mira de la dictadura, y a la que cada tanto le
prohibían títulos o le quemaban libros. Y no era fácil ir a Centro Editor. De
hecho, me acuerdo de que nos preocupaba. Tenías que ir ahí a hacer gestiones o
a cobrar y en esa época dudabas hasta de los mismos con que tratabas, así que
tampoco teníamos demasiado claro quiénes eran ellos.
MM: Ya que
mencionás a Oche y a Horacio López, son la avanzada chivilcoyana.
RM: Ahora somos
“ciudadanos ilustres”… (Risas). Hace poco la Municipalidad nos declaró a los
tres “ciudadanos ilustres”.
MM: De paso, ya que
decís lo del agradecimiento, Oche
devolvió la generosidad que recibió de Graciela. Cuando yo empecé él era
director de “La Nación de los Chicos”, y también recibía cosas de gente que
recién empezaba, que no tenía nada publicado…
RM: Bueno, yo fui
el primer editor de Pablo De Santis, pero en adultos, en la revista “Mascaró”, una revista que hacíamos
varios escritores y en la que estaban los hijos de Haroldo. Se ve que es toda una “cadena de favores”
(risas)...
MM: A veces se
piensa que el grupo es cerrado. O que hay poca generosidad. A mí me parece lo
contrario. Actualmente cada vez somos más, hay mucha gente. ¿Cómo ven eso? ¿Es
un grupo abierto? ¿Es un grupo que cuida su quintita?
RM: Y… no sé… yo
ahora me estoy perdiendo (Risas), demasiada gente. Me parece que en esa
época nos transformamos todos en amigos
porque éramos pocos. Y estábamos casi todos en la revista “La Mancha”…
Estábamos al pedo y se nos ocurría fundar revistas (Risas). Son excusas para juntarse. Pero no sé cómo siguen ese tipo
de fenómenos porque hay otra gente, y no somos siempre los mismos, por suerte.
SS: Eso ya es una
generación que viene después. Salvo algunos casos, como Bodoc, yo tampoco los
conozco mucho. Conozco uno o dos autores. Por ahí nos vemos en las despedidas,
en los brindis de fin de año, en Facebook, pero me parece que cuando nosotros
recién empezamos (o por lo menos yo, hablo por mí), se había armado una especie
de grupo, una generación que traía algo en particular a la literatura infantil.
Como la generación “hija” de María Elena Walsh, que venía a aportar algunas
cosas nuevas, incluso que empezaba a pensar el campo de la literatura infantil,
desde el ámbito de la literatura (Graciela Montes a la cabeza). Había una
sensación de pertenencia. Bah… yo la tenía. Lo que yo no sé es si ahora hay
alguien que nuclee, o si hay ese tipo de “escuela”… no sé cómo llamarlo…de
“idea” de la literatura infantil que vaya acompañando el desarrollo. No estoy
segura. No puedo decirlo porque no lo sé. Antes yo tenía más o menos claro
quiénes estábamos en el lugar de la literatura, y quiénes tenían una actitud
más demagógica o seguían defendiendo algunas posturas que se estaban
cuestionando.
RM: Yo creo que lo
que aglutina a un grupo o una generación
es una especie de tarea que puede estar expresada o no, una especie de
programa, y otro sector con el cual romper. Una tradición para romper. Creo que
ahí se daba todo eso y, además, el marco perfecto lo daba el paso de la
dictadura a la democracia, la revisión de planes de lectura y otros. Hay un
cambio ideológico, estético, otra concepción de la literatura infantil, creo. Y
entonces era algo muy fácil agruparse, coincidir, había algo militante en ese
gesto… Y eso creo que iba más allá de los escritores. Las editoriales, la gente
con la que te encontrabas… Ibas a Tierra del Fuego y había una bibliotecaria
que había leído algún libro, y estaba ahí laburando metida en una escuela.
Ahora, por suerte, eso está más extendido y hay mayor coincidencia.
SS: Hay mayor
cantidad de propuestas editoriales, también. Hay más cantidad de escritores,
hay más mercado, hay más de todo, en relación con aquellos tiempos. Más allá de
que uno no pueda ir en contra de lo que es, para bien y para mal.
RM: ¿Para mal por
qué?
SS: Porque me
parece que hay mucho de lo mismo. Demasiado de lo mismo. Me parece que hay, por
ahí, poco trabajo, mucha comunicación… he leído cosas muy buenas pero también
mucho que no me parece bueno. En algunos casos hay cierta pereza literaria… Me
parece que lo bueno es que está mucho más expandida la llegada de los libros a
los chicos, que las políticas editoriales y las políticas públicas tienen mucho
más en cuenta la necesidad de que lleguen los libros a sus destinatarios. Desde
ese punto de vista me parece bien. Desde el punto de vista estrictamente
literario, no sé si hubo un crecimiento. Creo que hubo más un crecimiento de
los ilustradores. En el campo de la ilustración hubo más búsqueda artística que
en el campo literario. Pero bueno… es una sensación que tengo. Leí algunas cosas
que me llamaron la atención, pero pocas. En general es mucho de lo mismo, y
como hay mercado, y como las editoriales para sobrevivir tienen que publicar
“tantas” novedades mensuales, y como también es cierto que junto con el
fenómeno de las editoriales que se fueron unificando o que fueron compradas por
grandes grupos, se produjo el buen fenómeno del surgimiento de pequeñas
editoriales, de “nichitos” que en muy pocos casos hicieron algo diferente. Está
muy bueno que surjan. Yo quiero destacar “Abran cancha”, que la conozco, que se
jugó a una determinada línea y que propuso libros más económicos, y eso me
parece buenísimo… Todas esas cosas las veo como positivas. Ahora, desde el
punto de vista estrictamente literario, no sé…
RM: Sí, yo
coincido. También coincido en no contar con un panorama de respaldo a lo que
pienso, pero de todas maneras lo pienso, para mí también hay cierta debilidad
literaria, incluso me confunde un poco la misma posición de los escritores de
literatura infantil. Me da la impresión de que casi no pertenecen a la
literatura en su postura. De hecho, en Facebook, esa alegría… “Salió mi
librito”… no sé…Me cuesta asociar a Saer anunciando por Facebook “Salió mi
librito” y que Piglia le diga “Bien,
Juancito” (Risas). Hay una cosa como de estar ingenuamente en el mercado. Me
parece una consecuencia literaria y una postura rara que propone este género
que es raro, que tiene una pata en la
educación, otra en el mercado, y otra, a veces, en la literatura. A veces. Ya
que lo nombré a Saer, hay un texto de Saer que se llama “Discusión sobre el
término zona”. No me acuerdo en qué libro está. Es un texto muy cortito en el que dos personajes discuten a partir de lo
que dice uno de ellos que se va a vivir a París y que dice que todo hombre o
todo escritor debiera ser fiel a una
zona, a una región. Y el otro le dice que no existen las regiones, que no
existen las zonas. Por ejemplo, dice, la “pampa gringa” no se sabe dónde
termina. ¿En el río? Ese río se mueve… ese límite que está en los
manuales no está en la realidad. Los elementos que caracterizan a la “pampa
gringa” se pueden encontrar en otros lugares, por lo tanto no existen las
zonas. El otro, simplemente le dice que no está de acuerdo. Creo que ese texto
de Saer sirve como metáfora de la literatura infantil. En tanto te internás en
la región, resulta claro qué es la literatura infantil. A medida que avanzás
hacia el centro, te quedan claras las determinantes del género. Pero ahí está lo que no interesa. Eso es lo menos
interesante. Y en cambio, esa zona de frontera, esa zona en la que no se sabe
si estás o no estás, ahí se produce lo interesante. Y me parece que en esta
época hay una especie de entrada al género. Como que no se produce en esa zona
de riesgo donde lo que escribís podría no verse como literatura infantil. O
podría tener demasiados elementos que no pertenecen a la cultura del
destinatario. Y me parece que esta celebración de cómo funciona la literatura
infantil, tiene que ver con que funciona mucho mejor que antes como mercado, y
el mercado requiere género, requiere que se vuelva a escribir bajo determinadas
condiciones estéticas, formales. Pero no
es necesariamente una imposición de las editoriales. Es un consenso que hay en
este campo. Por eso empecé tirando un manto de duda sobre la posición del
escritor dedicado a la literatura infantil, porque me da la impresión, y esto
es subjetivo, de que no parecen estar trabajando con la literatura, incluso es
raro encontrar buenos lectores de literatura entre los mismos que se dedican a
la literatura infantil.
Asistente: Yo pensaba a
propósito de lo que están planteando, porque ustedes marcaron dos momentos: el
momento del surgimiento y el nacimiento de una literatura infantil en unas
coordenadas políticas e históricas determinadas, y ahora, las coordenadas donde
quiere comandar el mercado, por decirlo de alguna manera. ¿Esto último hace
perder cierta identidad al escritor?
RM: Si fuera así,
se produciría un problema ético. Yo, lo que me pregunto es si la literatura
infantil no es eso… esa cosa ligada al mercado. Si lo educativo, no bajo la
forma ridiculizada, fácil, de la moraleja sino cualquier tipo de demanda de
contenido para educar, que puede ser contenido político, ideológico, sexual, lo
que quieras, no responde a un componente
didáctico “natural”.
En
la literatura infantil, ese elemento didáctico fuerte no murió en el ochenta y
tres. Sigue. Y también los condicionamientos del mercado, por supuesto. Por
momentos me da la impresión de que la literatura infantil es eso. Y cuando
contiene alguna novedad interesante, resulta dudoso si es literatura
infantil. No sé si esto lo puedo seguir
sosteniendo mañana a la tarde, pero por ahora pienso eso. (Risas) Lo estuve
pensando ahora, porque esta semana hay un encuentro en Córdoba y me llamó la atención
el título convocante “Arte y Literatura infantil”… no sé… Tengo que hablar
sobre eso en una mesa y no estoy seguro
de que la literatura infantil pertenezca al arte y a la literatura salvo en sus
expresiones extraordinarias. Además, ¿En qué me puedo basar? ¿En lo que me
gusta a mí? ¿En los consensos?
SS: Pero esto
podría pasarte en relación con cualquier cosa…
RM: A eso le podría
agregar, que a mí como adulto lector muy pocas veces la literatura infantil me
provoca una experiencia estética fuerte, algo que sí me pasa seguido con
escritores de literatura a secas. Lo quiero decir porque lo pienso
genuinamente. Pero no es un pensamiento elaborado, es lo que pienso así,
rápidamente.
Asistente: Incide acá el
factor de que los lectores son chicos, ¿no?
RM: Claro. ¿Qué
consideran ellos? ¿Qué experiencia estética viven?
Asistente: En talleres de
lectura, y los chicos distinguen muy bien cuándo hay literatura y cuándo no la
hay. Por ejemplo el libro Las visitas, de Silvia, no lo eligen
simplemente para leer. Y es un libro que les gusta y que es muy recomendado
entre ellos. Encuentran algo. Hay otros libros que a lo mejor pueden tener muy
linda tapa, muy lindas ilustraciones y no les interesan. O en un momento, me
acuerdo de cuando leyeron Mi planta de naranja
lima, (chicos de primer año) y al mismo tiempo un libro de literatura
juvenil que no voy a nombrar, que estaba muy de moda, y a los chicos les gustó
más Mi planta de naranja lima, y
cuando les preguntabas por qué, decían que era distinto, que contaba cosas que
les pasaban. Yo creo que los chicos estaban captando determinada calidad
literaria, determinados recursos que no los podían enunciar pero sí los
captaban.
Asistente: ¿Vos sentís ese
impacto fuerte cuando leés literatura infantil? ¿Cuándo te encontrás con alguien de la estatura de María Elena
Walsh, que impacta un poco, o cuando te
encontrás con tu propia infancia o en la poesía, o algo así?
RM: Qué se yo… Tom Sawyer es un gran libro, por
ejemplo. Alicia en el País de las
Maravillas, es un gran libro. No sé
si lo pueden leer los chicos, en el sentido de aprovecharlo. Por supuesto que
pueden leerlo. Pero antes leen la adaptación. Yo creo que hay grandes libros.
Hay autores argentinos que me interesan. Hay un libro de Oche Califa,
justamente… No me acuerdo el título…
SS: ¿Para escuchar a una tortuga que sueña?…
Son poesías…
RM: Poesías y
textos narrativos cortos. Es un libro genéricamente raro. Hay momentos en que
aparecen buenos libros de literatura infantil, como ese. Me da la impresión de
que en cuanto bajás la edad, no es tan
normal. No es que aparecen cien libros y veinte resultaron grandes libros. No.
Ni ahí.
Asistente: Es que en la
literatura para chicos, el acceso depende del grande…
RM: La literatura
infantil está mediada por adultos.
Asistente: Con los
adolescentes también. Al menos entre los trece y los dieciséis años.
RM: Incluso este
fenómeno del libro álbum. Hay una mediación del adulto que es decisiva. Sin los
adultos no existe la producción. A mí me llama la atención, porque requiere de
tanta participación del adulto, que uno
piensa que con ese grado de participación agarra la poesía de Eliott, y también
se los da al chico. Da la impresión de que con semejante nivel de traducción se
podría “trabajar” cualquier texto. Si en cambio dejás al chico solo con esos
libros dudo que pase algo. Me parece que funcionan casi exclusivamente con
participación adulta.
Asistente: Anthony Browne
dice que los chicos, a través de la imagen pueden captar muchísimo más que un
adulto. Y da algunos ejemplos. Y a mí también me ha ocurrido. Ver determinadas
ilustraciones o a veces leer un fragmento de un texto y que los pibes puedan
encontrar algo que va más allá de lo que uno pudo entender. Y creo que a lo
mejor no todos los libros álbum provocan eso, porque no tienen la misma
calidad. Estoy pensando en Mi último
refugio. Ese libro, yo considero que es un libro álbum para adultos. No se
lo daría a un chico, no sé si ustedes opinan lo mismo. Hay algunos libros álbum
que habría que considerar para qué edad están destinados.
MM: ¿Es una
pregunta?
Asistente: No. Yo había
pensado preguntas acerca de qué era lo que pensaban de los libros álbum que
están tan en boga, y que si bien hay todo un trabajo de intertextualidad o
hipertextualidad, en el que dialogan la imagen y el texto continuamente. Y ahí
estaría la dificultad en ver si el chico puede o no llegar a establecer estas
relaciones. ¿Qué piensan ustedes?
SS: Bueno, yo creo
que por un lado se está manejando un gran equívoco en relación con la idea de
libro álbum, y todos los libros que están bastante ilustrados o muy ilustrados
se llaman “libro álbum”. Creo que ese es un equívoco. Me parece que el sentido
del libro álbum es cuando el dibujo expresa algo que no puede aparecer de otra
manera. Me parece que también tienen un lado que está relacionado con el
mercado. Personalmente, los que me
interesan son historias que se puedan defender por sí mismas. Como escritora,
quiero que una historia se sostenga sola. Una discusión que uno puede tener
hasta el fin de los días con un ilustrador (o no). Realmente, yo siento que
cuando escribo algo y lo puedo contar, quisiera que el que escucha pudiera
imaginar a través de las palabras. De
hecho, seguramente es así. Me gusta que los libros estén ilustrados. Me parece un plus. Pero para mí,
para escribir, a la hora de ponerme a pensar quiero que la historia que escribo
se sostenga, que sea lo suficientemente potente como para que no haga falta
tanto packaging. Y no quiero que las ilustraciones sean patas innecesarias.
RM: Sí. Yo no tengo
mucha experiencia, pero me ha defraudado bastante el libro álbum. Incluso no me
cierra del todo como idea. No tengo dudas de que El jardín de las delicias de El Bosco es una obra maravillosa del
arte universal, y lo mismo la Capilla Sixtina…
Se podría estar veinticinco años mirando esas imágenes y contándole a
adultos y chicos… pero no es literatura. Es pintura, con elementos narrativos.
Me da la impresión de que muchos de estos libros requieren tanta mediación,
que indudablemente provocan lecturas
completamente distintas en cada uno. No los descalifico como objetos. Sólo dudo
de que sea literatura. Además, en general, tienen ideas muy chiquititas. Es una
especie de planteo poético mínimo, a veces hay que pensarlo mucho para captarlo,
y desde el punto de vista poético, es pobre. Los dibujos generalmente son
extraordinarios pero lo que tiene de literario es paupérrimo en la mayoría de
los casos. De golpe hay cosas muy sugerentes. Igual, no se puede tener una
posición respecto a un género, a una producción. Hay que ver los casos
particulares.
MM: Hay un par de
temas que has tirado, Ricardo, tipo bomba...
para ir pensando… (Risas)
SS: “Animo tu
congresito” (Risas)
RM: No. No era tu
“congresito”. Era “Animo tu coloquio”, pero aludía a encuentros literarios.
Había que ir y hacer terrorismo, tirar dos o tres boludeces y salir. (Risas)
MM: Está buenísimo.
Además, algunas de las cosas conflictivas son interesantes. La primera: Nunca
más pongo en Facebook que publiqué un libro… (Risas)
SS: Eso lo dice por
viejo… (Risas)
RM: Todo viejo
tiene el deber de ser renegado. Y yo estoy apuntando ahí. Venenoso y renegado,
aparte de que tiene que decir que antes era todo mejor (Risas)
SS: Yo que doy
clase, y que tengo alumnas que recién empiezan a publicar, sé lo importante que
es, cuando sale tu libro y no lo conoce nadie, y entonces pone su libro en
Facebook, y está bien. Me interesa más eso que las fotos de viajes de los hijos
de las personas. (Risas)
MM: Ahora, ¿cómo es
que somos funcionales a este mercado? Se los pregunto a ustedes. Porque a mí
también me pasa. Este boom de la escuela que necesita constantemente (te lo
dicen los editores), que necesitan tantas novedades para este año y no importa
qué. Pero necesitan tantas novedades. ¿Cómo lo ven ustedes cuando les piden
algo en concreto? Porque yo me imagino una colección como la de Bicentenario, y
les piden una novela para acompañar lo que va a llegar a las aulas.
RM: A mí me parece
que la respuesta tiene que ser literaria. Después se verá si sale en esta editorial o en la otra, o el
circo que pueda tener alrededor o no. Vos, desde tu posición de escritor, no
vas a afectar el funcionamiento normal del capitalismo. Está clarísimo (Risas).
Hay una frase de Sartre que dice que él está seguro de que el Guernica no le cambió una sola idea a
nadie. Él valora el Guernica. Lo dice
como obra ideológica, que alude a un hecho histórico concreto. A mí me parece que en el campo en el que
circulan los libros, tu aporte, tu palabra, la das estéticamente,
literariamente. Después, la circulación de mercancías en el capitalismo es un
problema político, del cual vos como individuo también podés pronunciarte. En
tus acciones, tu voto, tus opiniones. En lo que a mí respecta me cuido,
inútilmente tal vez, de que lo que escribo, sirva. Digo inútilmente, porque
finalmente la lectura la hace quien lee.
Hace cualquier tipo de lectura y de hecho de algunos libros que escribí
leí interpretaciones disparatadas.
SS: Sí, yo también,
pienso que de lo único que nosotros podemos dar cuenta o de lo que nos tenemos
que preocupar, en todo sentido, incluso cuando se habla de las nuevas
tecnologías, o de cómo competir, que si la televisión, que si las computadoras…
Nosotros, lo único que podemos tratar de hacer frente a esto, es tratar de ser
fieles a lo que queremos escribir. Yo insisto con eso. Muchas veces me pregunté
por el sentido de eso. Por qué en un mundo que ofrece tantos estímulos, tan
maravillosos todos, tan convocantes, uno quizá sigue pasándose cuatro horas en
la búsqueda de una palabra. Evidentemente, hay un sentido estético en eso, es
para mí, es la búsqueda. No tengo dudas de eso. Y a veces, la lucha, no es sólo
con el lector que después lo va a recibir. Es anterior, incluso, porque como
hay demanda de libros, sobre todo en los casos de los que ya hemos publicado
bastante, que nos conocen, uno podría llevar, no te digo cualquier cosa. Pero
trabajos menos elaborados. Y nos los publicarían igual. A veces a mí me
angustia mucho eso. Porque, o uno es autocrítico, y mantiene una postura frente
a eso, o estás frito.
RM: Igual es
probable que a lo largo de la vida de alguien dedicado a escribir…
SS: Haya cosas
mejores y peores.
RM: Yo me hago
cargo. Hay libros que los escribí y ahora no me gustan. Por suerte los voy
eliminando de la faz de la tierra a medida que pasan las ediciones.
Probablemente los haya escrito en esa etapa en la que vivís de eso y necesitas
guita, te proponen publicarlo, te parece que más o menos es bueno, lo publicás,
y después ves que no. Ya no te gusta. Son ese tipo de negociaciones en las
cuales hacés concesiones porque necesitás tiempo para escribir cosas que te
gustan a vos. De todas formas diría que
a un escritor, como a un alpinista, habría que medirlo por las alturas a las
que accede. Porque ¿qué te importa si
Dostoiesvki escribió cincuenta y pico novelas? De, por lo menos, treinta, nadie
sabe de su existencia. Algunas, como El
jugador, las escribió para pagar deudas de juego, y resultó una gran
novela. Me parece que un escritor apunta a
esas alturas, vale por
los banderines que clavó en los picos más elevados.
SS: Pero vos lo
decías, aún El jugador es una gran
novela. El que hace literatura, está haciendo literatura aún en aquello que
necesita para sobrevivir. Poniendo lo mejor.
MM: Está buena esa
idea de lo desparejo. Es válido porque uno aprende.
RM: A veces un
escritor tiene una búsqueda temática, formal , incluso una vida económica, una
vida emocional, que la resuelve laburando, y en ese camino en el que está
buscando una especie de existencia como tal, es desparejo, hace cosas de las
que se arrepiente. Me parece que hay una miseria en la pretensión de que el
tipo sea parejo, o de juzgarlo por los momentos en los que bajó la puntería. Yo
acabo de leer una novela de Philip Roth, que ya ni me acuerdo cómo se llama,
malísima, y he leído por lo menos diez grandes novelas de Philip Roth. Así que
para mí sigue siendo un gran escritor.
SS: A veces hay
cosas que parece que fueran como preparatorias para otras. Que uno estuviera
dando vueltas alrededor de una cuestión. Y después de publicarla y agotar tu
límite, de repente el salto viene en un escrito siguiente. Eso también pasa, y
entonces lo anterior, eso en lo que experimentabas, se desmerece un poco en
función de lo que se logra después. También puede pasar.
MM: Repito un
poquito, porque por ahí no la escucharon, te amplifico, decime si está bien. La
compañera pregunta acerca de esto que hablábamos de ser funcionales al mercado,
y en relación específica con la literatura histórica, o la narrativa histórica
y la literatura infantil, cuáles son las pautas, si es que existen, impuestas
por el mercado, por las editoriales.
SS: Yo puedo hablar
específicamente de la colección de Alfaguara, la que sacó para el Bicentenario.
Creo que eso lo pensaron estrictamente para ese momento, más allá de que por
ahí ya habían aparecido seguramente otras cosas, pero yo conocí algunas obras
de teatro de Adela Basch, Colón, San Martín, etc. Vos también habías escrito La expedición... hay algunos que estaban
escritos, pero en este caso la colección tenía una pauta muy fuerte que tenía que ver con que fuera la historia
que uno quisiera contar, y desde el lugar que la quisiera contar, pero que
tuviera como telón de fondo el Bicentenario. Y yo vi eso como escenario
concreto donde sucedieran las cosas. En el caso que yo recuerdo, no me dieron
ninguna pauta más que esa. Que tuviera las páginas que tuviera, que hiciera lo
que quisiera, dentro de esa idea de que sucediera en 1810. Incluso, podían
aparecer los sucesos de Mayo, o no. Simplemente centrarse en alguna cuestión de
la vida cotidiana en aquella época. Yo no tuve otra pauta editorial. Esa
colección tenía esa premisa, y la verdad, es que para mí fue prácticamente la
única experiencia, me pareció interesantísimo poder hacerlo, yo nunca lo había
hecho. Tenía bastante miedo, no soy una gran conocedora de la historia
argentina, tuve que ponerme a investigar algunas cosas, desde una óptica
particular, además. Y al mismo tiempo, yo quería hacer una ficción. No quería
hacer un libro que contara específicamente cómo habían sido los hechos
históricos. Yo no quería. He leído cosas muy lindas. Y me parece que fue un acierto, porque muchos
tomaron cuestiones de la vida cotidiana. Supongo que a todo el mundo lo obligó
a investigar. Poco se sabía, por ejemplo, de cómo vivían los chicos en esa
época. Detalles. A mí se me plantearon cosas todo el tiempo. Mi novela empieza
con un portal y yo me preguntaba si habría llaves. ¿Se encerraba con llave?
¿Cómo hacía el personaje para encerrarse? Como ese detalle, tuve
cantidades. La editorial puso a mi
servicio, por lo menos, que hinché muchísimo, al equipo de Historia de
Santillana, para preguntar eventualmente, y rescato por encima de todo, más
allá del resultado de la novela, lo muchísimo que me motivó a investigar, a
leer algunas cosas que seguro que no las hubiera leído. Y otras que tontamente
no las hubiera leído.
RM: Para mí fue una
experiencia muy buena. Medio rara, también. Yo había escrito La expedición, como diez años antes del
Bicentenario, tiene que ver con las carretas que iban a buscar sal, y cuando me
propusieron eso dije que sí, porque me interesa mucho ese período y terminé
escribiendo La invasión, que no tiene
nada que ver con el pedido que hicieron.
Te piden un libro que hable sobre la revolución de mayo, y vos decís que
sí porque te interesa el tema, y terminás escribiendo otro sobre la segunda
invasión inglesa. A mí me interesaba muchísimo el tema de que en pocos días hay
una guerra tremenda, sangrienta, en un lugar chico como Buenos Aires, una
resistencia popular contra un ejército profesional. Leí mucho. Y pensaba:
“Bueno, yo arranco por ahí y después, de alguna manera llego a la revolución”.
Nunca llegué a la Revolución (Risas). Terminó ahí la historia. Sí, son los
mismos personajes de La expedición,
el hijo del personaje de La expedición.
Pero como me había comprometido a
escribir un libro sobre la Revolución, hice ese tercer libro llamado La
Revolución. Vine acá, a la Biblioteca Nacional, porque se me ocurrió que en los
días de la revolución el correo tenía que ser un núcleo de poder con las luchas
intestinas y que todos los despelotes
políticos tenían que pasar por el correo y en especial que debía darse una
lucha por quién controlaba el correo, dado que el primer problema de la Revolución fue expandirse, avisar al
resto del Virreinato. Y como el correo siguió en manos de un español, me
interesó. Vine acá, leí las Memorias del correo, los precios, cómo funcionaban
los recambios de caballos, me metí en todos los problemas técnicos del correo.
Supe que algunos revolucionarios se habían infiltrado en el correo y metí al
personaje que tenía de La invasión,
como empleado del correo.
SS: Pero es un tipo
grande…
RM: No, es un chico
de dieciséis años. Y entonces armé una novela de espionaje, que tiene lugar
cuando la Revolución ya se había producido. Con esto quiero rechazar la idea de
que uno acompaña el funcionamiento del mercado automáticamente al responder a
pedidos. La Capilla Sixtina que nombré antes está hecha a pedido. Creo que
nadie la rechazaría como expresión artística. Toda la literatura norteamericana
está hecha a pedido. La literatura norteamericana de los años cuarenta a los
sesenta, salió primero en revistas, en diarios. Y es de lo mejor del siglo.
Me encantó esta entrevista. La descubrí hoy y creo que la voy a utilizar con mis alumnos de 5to grado. Tenemos un proyecto de leer autores argentinos, en este año de las letras. Buenísimo material. Gracias. Liliana
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