0908. Blanco sobre negro
La cabeza de Goliat tiene sus íconos, sus hitos; tiene sus
zonas, las tradicionales, las pintorescas y las elegantes, las abandonadas y
las recicladas. Y también tiene sus vasos comunicantes, sus sistemas, sus
regularidades. El subte que comunica los lugares de la ciudad es también
espacio para la expresión artística, e indudablemente refugio de su historia. Muchos
artistas han dejado su huella allí. Libro de arena publica
una crónica sobre la obra tripartita "0908", montada en un punto neurálgico de este medio de transporte por el artista plástico Pablo Siquier, en ocasión del
Bicentenario.
Por Cecilia Galiñanes
Ni el día de calor más furioso ni la jornada más apurada logran
hacerme quitar la mirada, aunque más no sea una veloz e instantánea, del mural
de Pablo Siquier que se encuentra en el subte. Invariablemente me inquieta.
Con la precisión de una impresión digital, o como si estuviera
ploteado, se suceden en 600 cerámicos en una extensión de unos 36 metros,
líneas y más líneas que se cruzan, se abren, se separan, vuelven a
intersecarse, como si se desprendieran una de otra a la manera del calco;
forman un falso relieve que funde negro y blanco en una continuidad
laberíntica, parecida a la de un mapa, una huella dactilar, un circuito
integrado.
Ruedas, engranajes, rieles, conductos, vías, líneas de fuga se
asoman a la imaginación que despierta la obra y nos tienta a adivinar qué
conexión particular guardará todo ese gran despliegue en solo dos colores, o
más bien uno, el negro, con nuestro mundo. ¡Son los engranajes secretos de una
máquina! pienso mientras paso y a la vez supongo que todos ya pensaron lo
mismo. En el fondo todo puede ser resumido a un esquema general y el mural de
Siquier puesto ahí en medio del subte no hace sino decirnos en la clave del
arte abstracto esa suerte de sentido matemático de la realidad. Hasta su nombre
es un número. Por eso sigo caminando hasta llegar al siguiente andén y no me
puedo sacar la idea de que el subte es la máquina y que la obra está allí
señalando esta obviedad, o la máquina es la ciudad, nuestra vida o nosotros
mismos cada vez que seguimos el paso de un ritmo maquínico. Sin importar lo que
signifique, una y otra vez me es imposible dejar de observar el mural que
fatalmente captura mi mirada tratando de entenderlo. Creo que no es menor la
presencia de un artista como Pablo Siquier, del que una pintora amiga siempre
me recuerda que es el único plástico argentino cuyas obras se exhiben en el
Reina Sofía, en España. Asegura la búsqueda de una estetización de ese espacio
de transporte público porteño, siempre arduo y duro de transitar, que se
encuentra poblado por otras tantas firmas en muchas de sus estaciones.
La obra está emplazada en el pasillo oblicuo que comunica la
estación diagonal Norte de la línea C con las estaciones 9 de Julio de la línea
D y Carlos Pellegrini de la B, y fue instalada en 2009 para los festejos del Bicentenario
como una donación del artista al programa “Subtevive”. Está montada en tres
partes que forman un prisma siguiendo el recorrido de la disposición triangular
que une los tres pasillos. Me pregunto si no se pierde allí en medio del trajín
frenético que el subte le depara, y si bien detenerse resulta difícil es cierto
que vale la pena observarla. Es una obra que puede ser vista así, es una obra
de la rapidez y la fugacidad, del movimiento regular, del recorrido. Esa es la
mirada que espera y que acompaña.
Comentarios
Publicar un comentario