Sobre los excluidos

Porque los autores viven siempre en las lecturas, Libro de arena celebra la posibilidad de compartir con sus lectores un artículo del escritor y crítico Diego Bentivegna acerca de un autor argentino cuyo reconocimiento es menor del merecido: Leonardo Castellani. Sobre los escritos de ficción tanto como sobre los textos de crítica literaria y la relación con los hombres de la cultura de su época trata esta nota.



Por Diego Bentivegna *

La obra de Leonardo Castellani es una de las más prolíficas de la literatura argentina; es, al mismo tiempo, y paradójicamente, una de las menos transitadas por los estudios académicos.
Nacido en Reconquista, en pleno chaco santafecino, en 1899 (el mismo año que Borges) y fallecido en Buenos Aires en 1981, Castellani atraviesa el siglo XX argentino, con sus logros y sus contradicciones, sus pasiones y sus tragedias. Su obra -reconocida por figuras tan disímiles de la cultura argentina como Arturo Jauretche, Fermín Chávez, Hernán Benítez, Haroldo Conti y Rodolfo Walsh como una referencia de escritura obligada- permite revisar algunos de los grandes momentos que van constituyendo aquello que pensamos, siempre de manera problemática, como “cultura argentina”.
Castellani es cultor de una pluma filosa y, en ocasiones, hiriente, incluso, en relación con las instituciones eclesiásticas, dato no menor para entender su expulsión de la Orden Jesuita, en 1949, luego de dos largos años de residencia en la localidad catalana de Manresa, donde se replantea su lugar como escritor, como creyente y como sacerdote.

Textos críticos

De singular valor son sus textos críticos, estos incluyen, en principio, intervenciones polémicas en torno a algunos componentes centrales de la literatura nacional, como sus contemporáneos Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada -con cuyas lecturas del Martín Fierro polemiza lúcidamente-, reseñas bibliográficas, prólogos, traducciones (como la de El señor del mundo, novela del ingles Hugh Benson, como Castellani, miembro de la orden jesuita). Incluyen, además, extensos artículos con autores hacia los que siente particular empatía, como Dante, Paul Claudel, Gilbert Chesterton. En la segunda parte de su vida, su universo ensayístico se puebla de personajes como el enorme filósofo danés Soren Kierkegaard, que, con su cristianismo absoluto y su lucha contra las versiones institucionalizadas de lo religioso, se transforma para Castellani en una constante en sus apreciaciones. Al filósofo de Copenaghe dedica Castellani, en efecto, lo que tal vez constituye su libro ensayístico más potente: De Kirkegord a Tomás de Aquino, publicado en 1973 por la editorial Guadalupe.
Castellani, además, se dedica con ahínco a la reflexión exegética en torno a los grandes textos de la tradición cristiana. Surgen de esta reflexión volúmenes como El Evangelio de Jesucristo -que recoge los artículos dominicales publicados en el diario La Tribuna de San Juan-, Las parábolas de Cristo y, fundamentalmente, los volúmenes dedicados a la problemática apocalíptica: Cristo, ¿vuelve o no vuelve? y El Apocalipsis de San Juan.
Este conjunto de textos ubica a Castellani en un lugar privilegiado entre los ensayistas argentinos.

Ficciones

El lugar que ocupa la escritura ficcional en la producción de Castellani es determinante. La faceta más conocida de su obra ficcional es la que se relaciona con el relato policial. Recordemos que el jesuita santafecino es el creador de la saga centrada en la figura del padre Metri, un sacerdote italiano instalado en pleno chaco santafecino que resuelve, con una mezcla de tomismo y de saberes populares, una serie de casos de singular truculencia.
Sin embargo, la producción ficcional de Castellani va mucho más allá de su contribución, con esta saga, a la formación del relato policial argentino. Castellani transita, como autor literario, por una grandísima variedad de registros, de escrituras y de géneros, desde el relato de matiz regional, como el que cultiva en el volumen Historias del norte bravo, que recopila narraciones ambientadas en el amplio arco que va de los andes catamarqueños a las costas de los grandes ríos del Litoral, hasta la novela, en diferentes formatos y variedades. Así, encontramos novelas de anticipación, como Su majestad Dulcinea; novelas de matriz apocalíptica, pensadas como dispositivos ficcionales que despliegan complejas, y a veces aventuradas, exégesis de textos bíblicos (Los papeles de Benjamín Benavides) e, incluso, una nouvelle de misterio como El enigma del fantasma en coche, escrita durante la estadía de Castellani en la ciudad de Salta y donde  experimenta con las variedades del castellano hablado en el noroeste argentino.
En síntesis, para retomar las palabras que escribe Hernán Benítez, otro gran intelectual jesuita argentino, la obra de Castellani, en su complejidad y en su variedad de estilos y géneros, constituye un “género único”: uno de los más potentes y problemáticos, sin duda, de la literatura argentina.


Como digo, el rechazo del Martín Fierro  continúa en nuestros días, aunque en sordina. Octavio Bunge, Martínez Estrada, Borges, entre los escritores, mantienen todavía la actitud de la oligarquía del 70. El que esto escribe mantuvo en la revista Presencia del P. Meinville en 1949 una  polémica cortés con el finado Héctor Sáenz y Quesada acerca del punto en cuestión. Sáenz y Quesada se alzó contra el “gaucho cornudo y borracho; además de asesino…”; improperio que he oído repetir en estos días a un afamado sacerdote; como si no hubiera leído la Segunda Parte, llamada con posterioridad La Vuelta.
Baste decir ahora que Martín Fierro no es vulgar asesino: mata en defensa propia o en duelo criollo; y se desordena y matreriza en reacción humanamente disculpable -dado su carácter- a una grave injusticia social que le cae “de arriba”, también en el sentido vulgar de la palabra. Como tantos héroes de poemas (Coriolano, Robin Hood, Jean Valjean), se levanta contra un estado inicuo de la sociedad: se defiende más bien, hasta que halla el camino de la paz. El fue objeto de un crimen; y el crimen engendra crimen.
Recuerdo haber visto cuando niño en el acopio de cereales de mi abuelo materno a coros de colonos escuchando en silencio religioso o bien altas exclamaciones leer alto a uno de ellos el Martín Fierro en esos fascículos de estraza en que llegaba entonces a la campaña, con las bolsas de yerba y la ferretería de Buenos Aires. Fue mi primera iniciación al poema patrio -y a la patria. El núcleo de la tosca y lírica narración es uno de los temas mayores de la poesía universal: el pecador que se regenera. Este tema ha dado además de los tres “héroes” arriba nombrados, el Crimen y castigo de Dostoiewsky, Resurrección de León Tolstoi; y si me apura, hasta la trilogía sofocliana de Edipo, la cumbre universal de la tragedia. He aquí lo que me esforzaba en repetir yo a Sáenz y Quesada. Desesperado por la injusticia social, Martín Fierro se pasa a la injusticia enemiga -fenómeno frecuente de los tiempos- acompañado de un sargento con el nombre sugestivo de Cruz; en quien Borges se empeña en ver un sórdido bandolero semejante  al héroe -en el reciente cuento breve Biografía de Tadeo Isidoro Cruz-, el cual muere solemnemente en el arriscado camino; y el héroe encuentra una especie de infierno que precipita su regeneración moral, por hallar que la civilización aun abusada es mejor que la barbarie -cruda y casi satánica. Su caballeresca hazaña  con la anónima y emocionante cautiva -que  no es sino la civilización misma- el perdón a su mujer y la noble loa de las mujeres, de recia resonancia hidalga; el rechazo heroico de toda falta a su vuelta, y de sus antiguas costumbres cerriles; y los consejos a sus hijos -que contienen las cuatro virtudes cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza- muestran un hombre nuevo, y el fondo real de aquel hombre golpeado.



Fragmento de: Nueva crítica literaria
Leonardo Castellani
Buenos Aires, Editorial Dictio, 1976








* Diego Bentivegna es doctor en letras e investigador del CONICET. Publicó, entre otros, el libro Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada.

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