Laura Ávila y Jorge Grubissich: "Hay mucha editorial que viene tratando de publicar material de calidad. "
Laura Ávila y Jorge Grubissich, nuevas voces de la literatura infantil y juvenil, participaron de las serie de encuentros que el Programa Bibliotecas para armar organizó sobre este eje durante 2013. En la charla coordinada por Mario Méndez el 11 de noviembre del año pasado conversaron acerca de lo que
los llevó a entrar en proyectos de literatura escrita para niños, su relación
con la literatura para adultos, la conexión de la escritura con el cine y con la música, entre muchos otros temas. Libro de arena publica la primera parte de la entrevista realizada en la Biblioteca La Nube, la segunda parte saldrá el viernes próximo.
MM: ¿De los que están publicados, hay alguno en especial que te gustaría ver en el cine?
Mario Méndez: Hoy estamos con Laura Ávila y Jorge Grubissich, más
conocido como “Grubi” en el medio. Lo que quiero decir para empezar, es que les
presento a dos amigos de hace más de veinte años. Porque Grubissich era amigo de un compañero mío del Mariano
Acosta cuando estudiábamos para maestros, se conocieron un verano, de mochila,
y le dijo el lugar donde vivíamos los dos. Se apareció un día y nos hicimos muy
amigos. Somos socios, además, en Amauta, Y Laura era mi compañera de la escuela
de cine de Avellaneda en el año ’92. Hace veintiún años. Era una joven
estudiante de cine, muy jovencita, hacía poco que había egresado de la
secundaria y yo era un muchacho grande ya y yo dije: “Esta niña es muy
talentosa, va a llegar muy lejos”. Y es cierto. El año pasado, destacada de
ALIJA su novela La sociedad secreta
de las hermanas Matanza, y mucha obra en camino. Lo que les leí con más
seriedad el lunes pasado, es que Laura nació en el ’74, es guionista, aunque
también escribe cuentos y novelas para niños y adolescentes. Comenzó su carrera
guionando historietas para editorial Columba. Es egresada del IDAC, la mítica
Escuela de Cine de Avellaneda, trabajó coordinando grupos de jóvenes para el
Programa Casa de los Adolescentes. En el 2007 la productora que fundó con sus
alumnos ganó en el festival “Hacelo Corto”. Tiene escritos tres largometrajes
(no sé si ahora son más…)
Laura Ávila: Son cinco…
MM: Son cinco, nada menos… Acá están La fiesta de Mayo,
Choripán, y Moreno. ¿Los otros dos?
LA: Tiempos menos modernos, Juan y Yastay...
MM: Contá algo de Tiempos menos modernos…
LA: Se estrenó el año pasado. Es una película que
intentaba ser una comedia, no teníamos mucha plata y tratábamos de poner todo
ahí. Es la historia de un pehuenche que
recibe un televisor con antena satelital como regalo del gobierno, y empieza a
descuidar toda su vida por mirar televisión. Ganó Pantalla Pinamar, el Festival
de Trieste, ganó varios premios internacionales…
MM: Hace poco estuvo ternada…
LA: Para los premios Cóndor…
MM: ¿Quién estuvo? ¿La película?
LA: La película, sí. Como ópera prima. Y Oscar Payaguala
como actor revelación.
MM: Es interesante y recomendable. Bien, entonces ya son
seis o siete los largometrajes escritos por Laura, dos ya filmados. También fue
guionista de TV, trabajó con Cris
Morena Group y trabajó en la productora de Lita Stantic. Ha publicado
cuentos en los libros Todos al recreo, La última rebelión de
Editorial Amauta, y la novela La rosa del río, en Crecer Creando. Además de Escondidos, una
colección de cuentos de historia de los que leí algo el otro lunes, y las
novelas La sociedad secreta de las hermanas Matanza, El pan de
los Patricios, también en Edebé. Y
en Edelvives, El fantasma del aljibe, y alguna más que se me está
olvidando…
LA: Sí, Final cantado e Historia de tres
banderas. También en Edebé.
MM: Además participó de varias antologías de leyendas…
Después vamos a ir uno por uno. Ahora lo presento a Jorge Grubissich, conocido
por todos sus amigos y gente de la
LIJ como Grubi. Nació en el ’62, es músico, tuvo un grupo de tango
llamado “Malvón”. Fue colaborador en las revistas Tres puntos, TXT y Clásica,
ha estudiado las carreras de Filosofía y Edición, en la Universidad de Buenos
Aires. Hasta el momento se publicaron
dos novelas para adultos, antes del siglo XXl, que no las traje: Los
ciclos del secreto y Música entre
sombras, de las cuales tuve el placer de leer los borradores y originales,
y luego se metió en el mundo de la literatura infantil y juvenil, primero con El
caso del robo al correo, que publicó Amauta; luego con El misterio de la
casa paralela, una novela policial fantástica, y una saga de esta, con los
mismos personajes, que es El misterio de la cueva suspendida. Lo último que tiene publicado en la editorial
Crecer Creando es otro policial con un toque fantástico, que es Los dragones
de cristal. Bien. Esta es la presentación, ahora vamos a empezar a charlar.
Vamos a empezar por el principio… ¿Cómo fue -Laura o Jorge, el que quiera- su
llegada al mudo de la literatura infantil?
Jorge
Grubissich: Yo soy la nueva voz bajita… (Risas). En rigor de
verdad, mi amigo Mario, desde hace veinticinco eternos años, colaboró bastante
en ese tema. Yo seguía insistiendo con la literatura adulta. Hay otras tres o
cuatro novelas inéditas que han paseado por todos los concursos. Más o menos lo
mismo que hacen todos los escritores de literatura infantil. La mayoría ha
empezado por cuentos, o bocetos de literatura adulta y se involucran
simultáneamente con la literatura infantil. En mi caso, paralelamente a esta
producción adulta tenía un recuerdo de infancia muy afectuoso, muy entrañable,
muy “escribible”. Era una agencia de detectives que habíamos armado, a los once
años (un grandulote era, pero quizá en ese momento teníamos menos imaginación),
con un vecinito de mi edificio. Una chica que venía porque le gustaba uno de
los chicos de la agencia, más que los grandes casos que esta podía llegar a
tener. Y un hermanito de uno de estos dos, junto a un perro. Un armazón muy
agradable, insisto, muy escribible, y me puse a escribir una aventura en la que
esta agencia se topaba con un caso real. Un robo a un correo que va a suceder:
ellos se enteran de esto de casualidad, y descubren a los personajes que están
involucrados, también fortuitamente. Llegó un momento en el que, promediando la
novela o a poco del final, se acabó. Se acabó la inspiración, llegué a una
encrucijada en el argumento, cosa que me pasa a veces pero lo resuelvo más
rápido. Esta vez tardé cinco años en volver a retomar la novela, sobre todo
porque Mario leyó este boceto inconcluso y me dijo que era muy fresco, muy
agradable, y que tenía que terminarlo. Lo pensé y me di cuenta de que me había
olvidado de dos personajes que no habían tenido participación en la historia, y
que introduciéndolos en la trama, llegaba a un final que creo que está bastante
logrado. Es una novela que ha tenido éxito. La primera edición se agotó, hubo
una segunda, después vendió veinticinco mil ejemplares para los quintos grado
de Buenos Aires, al gobierno de la ciudad… Contra la literatura adulta: de uno
de esos dos libros publicados se vendieron treinta ejemplares y del otro creo
que fueron cuarenta y cinco porque es muy buena (risas), y de golpe me encontré
con que en este terreno de la LIJ
podía vender veintiocho mil ejemplares. Realmente impacta la cosa. Impresiona. No dejé de escribir
literatura adulta pero ya ni siquiera la mando a los concursos. Yo sé que es
una situación extraña, pero fue así que llegué a la literatura infantil, y me
siento muy a gusto.
MM: Yo siempre cuento una anécdota: cierta vez había
mandado una novela para adultos a lectura, a la editorial Grijalbo. Una editora bastante conocida, que
ahora creo que sigue estando en Alfaguara, que se llama Julia Saltzmann, la
leyó (ya está bueno que te lean), y me hizo llamar por su secretaria. La
secretaria estaba muy emocionada (a mí me sorprendió). Creyó que me iban a
publicar. No lo cuento por mi historia sino por esto que dice Grubi, de la
diferencia entre la literatura infantil y la literatura para adultos. La
cuestión es que no la publicaron. No importa por qué. Pero Julia me dijo:
“Acabamos de publicar el año pasado una novela para adultos de Graciela
Montes”… para los que están acá, todos la conocen, Graciela Montes es palabra
mayor en la literatura infantil… “Yo sé que ustedes en el mundo de la LIJ están como mal
acostumbrados. Graciela agota una tirada de cada uno de sus libros por año.
Nosotros vendimos doscientos libros de Graciela, de adultos, en un año, y
estamos contentos”. Esa es la relación que se da, salvo con las grandes
personalidades del mundo de la literatura para adultos, o fenómenos extraños,
como ocurrió en su momento con Andahazi. Se acuerdan de la novela que fue medio
escandalosa, El anatomista. Salvo casos así, rarísimos, o las novelas históricas con indios de
Bonelli, iba a decir de indios cachondos
pero queda feo (risas) es raro que ocurran fenómenos de venta en la literatura
para adultos. Es también un tema de las diferencias del mercado, y de cómo el
mercado influye en las decisiones de los autores. En la carrera de edición lo
tomamos más de una vez. Esta no es una cuestión nueva, ocurre desde siempre, no
es un tema del siglo XX o el siglo XXl. Pasaba con los novelistas del siglo
XIX, del siglo XVIII. En Francia hay cartas en las que dos autores se recomiendan
distintos temas, qué es lo que más leen las mujeres o cosas por el estilo. El
mercado influye, y aunque eso suene poco romántico, es así. Laura, ¿Cómo fue lo
tuyo?
LA: Yo nunca escribí para adultos. No sé si me gustaría.
Siempre me gustó más escribir para chicos. No puedo comparar. Igual, quizá un
día crezca y escriba para adultos (Risas). Puede suceder. Lo que sí escribo
para adultos son guiones. Para mí es otro género, las películas que hice son
para grandes. Aunque ahora descubrí como una tercera posición que son las
películas de animación. Los dibujos animados. Hay que hacer guiones para eso y
algunos son para chicos y está bárbaro. Me di cuenta de que quizás nací para
eso. En realidad entré porque yo quería escribir un libro que a mí me hubiera gustado
leer cuando era chica. Lo que notaba es que no hay muchos libros que sean a la
vez de aventura, de romance y que tengan contenido histórico en la literatura
argentina. Faltaba eso. Yo había leído libros de un francés que se llama
Philippe Ebly que escribía para chicos y que escribía ciencia ficción e
historia. Entonces me encantaba y quería hacer eso. Entonces empecé a escribir
eso y fue por Mario que entré en el
mundo de la literatura para chicos, porque me lo encontré en un cumpleaños.
Habíamos egresado de la escuela de cine y no nos veíamos hacía mil años. Y me
preguntó si quería escribir un cuento para una antología. Súper generoso, al
saber que yo escribía guiones y no tenía nada que ver con el mundo de la
literatura infantil. Empecé a escribir y me salían cosas históricas. Ahí fue
que escribí este, “El primer recreo”, un cuento que habla de un nene que sale
por primera vez al recreo en el Colegio San Carlos, que ahora es el Nacional
Buenos Aires.
JG: Es culpa tuya… (Risas)
MM: Sí, sí. La
asumo.
LA: Y encontré un lugar en el que estoy muy cómoda. Me
gusta mucho escribir. También escribí algunas cosas que no son históricas. Pero
lo que más me gusta escribir es esto, que yo no sé si llamar novela histórica,
porque no son de indios enamorados y cachondos. (Risas).
MM: Son novelas históricas… o cuentos históricos. Por
ejemplo, Escondidos, es una colección de cuentos fechados… un poco como
Mujica Láinez…
LA: Cuando era chica yo había leído Misteriosa Buenos
Aires, estaba re cebada porque le ponía el año a cada cuento. Yo quería
algo así, pero con un contenido para chicos. Porque a veces pasaba que cuando
yo era chica y lo leía se me escapaban cosas de Mujica… Era porque no las
entendía. Me encanta leerlo ahora. Es como un homenaje.
MM: Bueno, en Misteriosa Buenos Aires, recuerdan,
cada cuento empieza fechado. Empieza con “El hambre” y termina con “El Salón
Dorado”. En Escondidos, Laura hace lo mismo, pero tiene un toque
diferente o una idea muy interesante, que es el niño como protagonista de la
historia. Todos los cuentos, incluso el que tiene a Sarmiento como personaje,
lo toma a Sarmiento niño o adolescente.
Cada uno de los cuentos tiene un protagonista o dos, que son chicos. Es una
mirada para chicos desde los chicos y desde la historia. Yo no he visto nada así, antes. He leído varios
escritores que escriben narrativa histórica, incluso para chicos… Muleiro,
Pagano… pero este enfoque no lo había visto nunca y los cuentos son bellísimos.
¿Cómo influye el cine en tu literatura?
LA: A veces creo que escribo guiones. Me gustan porque hay
mucho diálogo. Uno puede contar a través de la palabra y de la imagen. Y mis
textos de literatura son así. Son muy dinámicos
y tienen mucha descripción de la acción. Es como que va pasando. En mi
libro no hay muchos personajes pensando. Siempre está pasando algo y para mi
gusto, está bueno eso, porque te va llevando la lectura. Es una lectura… trato
de ser sencilla. Viste que cuando escribís guiones tenés que ser muy concisa y
explicar lo que se ve y lo que se oye. Bueno, esa forma de escribir la tengo
cuando hago literatura también. Tiene como un formato parecido al de una
película.
MM: O sea que la acción sería central.
LA: No… tengo distintos libros. Según lo que me vaya
pasando. Este de “las Matanzas”… es como una cosa más de situación. ¿Vieron
esas películas que están siempre en lugares, o en las que van pasando cosas
adentro de casas…? Es ese estilo de contar, “Las matanzas”; en cambio El pan
de los patricios es más road movie,
van paseando y van pasando un montón de cosas. O La Rosa del Río…
van teniendo peripecias más clásicas, pero está todo contado, no solamente
desde la acción sino que se trata de hechos que se van sucediendo, es como una
causalidad que va llevando el libro adelante. Nunca está estancado. Y eso tiene
cosas de audiovisual, como un relato audiovisual, me parece.
MM: Yo creo que sí. Era fácil preguntarle a Laura por el
cine en su literatura. Ahora, bien, en tu novela, Grubi, Música entre sombras, que es para
adultos, aparece la música. Sos músico, sos compositor, sin embargo en la
literatura infantil no aparece la música. ¿Se te ocurre por qué?
JG: Con la literatura adulta la relación fue distinta
desde la génesis. Yo soy uno de esos escritores torturados que tienen asma y
hablan francés… (Risas). Y dentro de ese cuadro escribir una novela es una
situación desgarradora, sufriente, me caen lágrimas de los ojos, un
desastre… (Risas). La postura es
bastante biográfica, y desde ese punto de vista me pareció que era interesante
el tema del viaje, de los diferentes viajes. En esa novela me pareció que la
música era el viaje apropiado. Es un trío de tango que después se amplía a un
cuarteto. La relación de una musa con uno de estos músicos y con un oficinista
bastante mediocre, lleva a que en ambos se produzca una revolución interior. Es
una novela que sufrí mucho, porque tenía que ser así. En la medida en que hay
ingredientes autobiográficos muy nítidos, es que la música tuvo un papel
importante en esa novela. En la literatura infantil yo tengo la debilidad del
detective consumado. Soy un detective que no llegó a tener su oficina ni su
clientela. El único sitio en el que puedo sacar detectives de abajo de las
piedras es en las novelas infantiles. Como otras debilidades que he tenido en
las que mi profesión como músico no ha tenido posibilidad de relacionarse con
los argumentos, pero no tiene por qué ser definitivo. Lo que sí podría
versionar, como algo anecdótico es que esa primera novela, la inspiración de
que los chicos tengan su propia agencia de detectives surge a través de una
película de Sherlock Holmes. El mastín de los Baskerville, que a veces
se traduce como El sabueso de los Baskerville (con el término “sabueso”
uno se imagina un batata con una pipa. El mastín es un perrazo temible, o sea que
tergiversan la idea desde el título, les importa un pito lo que está adentro).
También hay una aproximación desde el cine, porque visualizan lo que los chicos
piensan como un proyecto posible.
MM: Casualmente fuimos a una escuela donde nos entrevistaron
a los dos, y los chicos nos preguntaron si veíamos algunas de nuestras
historias en el cine. Y uno dijo que se había imaginado Los dragones
de cristal en película. Laura, y vos, a partir de tus novelas
infantiles, o de los cuentos, ¿no pensaste en escribir guiones de películas
para chicos?
LA: Sí, escribí unos para dibujos animados que se llaman Juan
y Yastay, que están basados en las leyendas argentinas. Pero a mí me pasaba
algo con eso de que las leyendas argentinas tienen finales muy tristes, porque están
reflejando padecimientos de los pueblos originarios. Entonces siempre tenían
finales tristes. Pero los personajes eran interesantes y estaban buenos para
llevar a la pantalla. Entonces, lo que hice fue tomar uno de cada región, y
hacer una especie de “liga de la justicia” autóctona. Entonces hay personajes
como la luz mala, que se llama Ailén, que es un grandote como el primer
Patoruzú que salió. Después hay una deidad que se llama Yastay, que es como el
hermano de la Pachamama ,
que está personificado como un guanaco chiquitito. Y está la niña del río, que
es esa leyenda del Litoral, de la chica que se peina con espinazo de pescado, y
es malvada. Si ve a una persona la tiene que matar porque es un ser legendario
que no puede dejarse ver por ojos humanos. Después está el Furufuhué, que es un
pájaro de viento…
MM: ¿Pero es buena en tu versión?
LA: No. Ella quiere matar también. (Risas). No puede
evitarlo. Yo creo que cuando vaya creciendo (porque son niños) va a querer
matar a Juan que es el protagonista, que anda buscando los colores perdidos de
un cerro. Es para chicos bien chiquitos, de siete años, ocho años, y está bueno
porque lo terminaron. Lo dirigió Pedro Blumenbaum y estoy esperando que lo
estrenen en algún lado. A partir de los libros descubrí que era mucho más fácil volar con la
imaginación en animación, en el cine en vivo es un problema por la economía, lo
que sale hacer una película. Escribí eso y ahora estoy escribiendo un proyecto
mendocino, también para chicos y va a ser animación 2D, si Dios quiere. La
protagonista se llama Millaray.
MM: ¿Es una aborigen?
LA: Es pehuenche, su papá es cacique y no sabe bien si
dejarlo pasar o no a San Martín con el Ejército. Quiero escribirlo como libro y
como guión también. Siempre tengo el sueño de ver uno de mis libros hecho
película. Un poco, porque se facilita el lenguaje, es como una segunda parte
del texto literario. Y además me gusta generar imágenes en la cabeza de la
gente cuando lee. Para mí se hizo mucho
más fácil escribir eso de lo que pensaba.
MM: ¿De los que están publicados, hay alguno en especial que te gustaría ver en el cine?
LA: Todos (Risas). Menos Escondidos… que es un
libro que quizá se parezca más a la literatura clásica. Es lo contrario de lo
de Mujica de lo que hablábamos al principio, porque él es muy abigarrado, tiene
una literatura muy rica, con muchas palabras, y es hermoso leerlo. Pero a mí me
pasa que como mi público son niños, tengo que “asencillar” el lenguaje para
hacerlo sensible al lector que lo va a recibir. Me gusta ser precisa y usar las
palabras más simples que pueda para hablarles. No porque sean idiotas, sino
porque los niños manejan el lenguaje de otra manera. Tengo que saber llegarles.
Escondidos es lo contrario de Mujica,
en el sentido de que es sencillo y en que no es de Buenos Aires solamente.
Estoy un poco cansada de que las cosas pasen en Buenos Aires. Escondidos
pasa en todo el país. Incluso hay un cuento que pasa en Paraguay, en la Guerra del Paraguay. Y yo
quería incluirlo porque me parece que antes era todo un país grande y que eso
los chicos tienen que saberlo. Como una forma de reflexionar acerca de ese
pasado.
MM: Les hago una pregunta más general, para los dos. Una
de las cosas de las que venimos hablando desde el primer día, en el que
vinieron Natalia Méndez y Carola Martínez, es del crecimiento enorme de la
literatura infantil, y esa polémica acerca de si hay un crecimiento en cantidad
pero no en calidad, o no… No sé… se los dejo ahí. Ustedes que son parte de este
crecimiento, ¿cómo lo ven?
JG: Yo puedo hablar desde mi experiencia de editor. Hay
mucha editorial que viene hace tiempo, no con mensajes pedagogizantes ni
moralizadores, sino tratando de publicar material de calidad. Fortuitamente fue
la literatura infantil. Pudo haber sido un proyecto de literatura adulta. Ahora
han surgido muchas empresas que hacen una inversión y publican doce libros por
año, porque “hay que publicar literatura infantil”. Es lo que se puede vender,
es lo que merece, tal vez, compras institucionales... A raíz de la gran
demanda, se publican cosas que quizá no han tenido una elaboración, ni desde el
escritor ni la vara de calidad, desde el punto de vista del editor. Y se está
pauperizando paulatinamente el tema de la literatura infantil. Uno ve libros
que son realmente imperdonables.
LA: La palabra precisa. (Risas).
JG: La única manera que uno tiene de refugiarse y de
protegerse de esto es seguir editando aquello que le parece de calidad, y en lo
propio, no escribir un borrador y decir: “Ya está, se lo tiro el editor, él
tiene algunos de mis antecedentes y lo va a editar”. Yo me exijo hacer una
segunda versión, una tercera versión, una cuarta versión, y cuando creo que no
puedo mejorarlo más, recién me atrevo a
mostrarlo. Hay muchos escritores consumados que quizás no merecen el nombre de
tales, muchos. Quizá yo tampoco lo merezca. Soy una persona que intenta ser un
buen escritor. La mayoría publican cosas que uno no quisiera que lo leyeran sus
hijos.
LA: Está bueno lo que dijo de los hijos de uno. Hay que pensar en que lo va a leer un niño.
Yo creo que esa es la clave. Hay que
tener cara para darle a un chico algo que no esté hecho con el corazón… Por ahí
se pone a hacer otra cosa y no lee nunca más. Es hasta angustiante pensarlo de
esa forma. En mi caso, yo no escribo muchos libros por año, porque como tienen
un proceso de investigación, no puedo ponerme a hacer uno tras otro. Tampoco me
gustaría. Trato de darle su tiempo a cada uno. Y de pensarlo mucho antes de
darlos a corregir. Estoy dándole vueltas al libro hasta que por fin me parece
que ya está listo. Igual, cuando lo veo editado, me dan ganas de corregir
cosas, pero es un proceso que tiene que tener un punto final.
MM: ¿Vos te has sentido encasillada con la historia, con
lo que te piden?
LA: Sí, en realidad ahora me están pidiendo. Antes nadie
me pedía nada (Risas). Vos sabés que La
Rosa del Río, que fue mi primera novela, la
escribí en el 2006 porque estaba muy contenta
con el Bicentenario de las Invasiones Inglesas. Me agarró como una
algarabía y escribí el libro. Y después, buscaba publicación y no había forma
de que nadie la quisiera, porque me decían: “¿Esto qué es? ¿Novela histórica
para chicos? Qué asco”. (Risas). No le encontraban la idea. Pensaban que no lo
iba a leer nadie (Risas). El tema era dónde la encasillaban. No había mucho.
Estaba el retablo escolar, esa forma de mirar la historia. Había mucho teatro,
cosas para el acto, y creo que no sabían cómo venderlo. Creo que pasaba eso.
Cuando fue el Bicentenario vino como el boom de querer publicar cosas del
pasado y ahí empezaron a tener más fortuna los libros que yo escribo. Igual hay
un tema con mis libros, y es que no son libros de efemérides. Más bien tienden
a ser de la vida cotidiana, entonces no
importa tanto el pasado como los personajes. Es como una cosa que se desarrolla
toda junta. El pasado está como fresco atrás de los personajes porque si no es
horrible, no se deja leer. Ahora que me van conociendo más quizá sí me piden
novela histórica. Yo ni siquiera sé si son novelas históricas por el género.
Para mí, son de aventuras, o románticas… tienen distintos temas. O de
crecimiento. Tienen distintos tópicos, cada libro. También es verdad que pueden
llegar a pedirme cualquier cosa. También tengo libros que no son de historia.
Pero tenés un poco eso de:”Ahí viene la que escribe cosas del pasado”. (Risas).
Yo a los de Edebé y a los de Crecer Creando los quiero mucho porque ellos se
arriesgan como editorial a cosas que son difíciles de publicar. Escondidos
era un libro difícil. Con el de las hermanas Matanza aparece el tema de los
negros, de los afroargentinos. Viste que está esa teoría de que desaparecieron.
Como si fueran dinosaurios. Y no. No desaparecieron. En realidad todos somos
negros que fuimos mezclándonos con la otra gente hasta ser lo que somos ahora.
MM: Grubi no es negro… nosotros sí somos negros (Risas).
Él es croata…
LA: Bueno, pero eso también tiene que ver con Grubi
(Risas).
MM: Está bueno eso. “Todos somos negros” es una frase muy
interesante para pensar la
Argentina de otra manera.
LA: Me parece a mí, que si uno quiere que en treinta años
dejemos de ser tan discriminadores, y que no estemos tan divididos entre
nosotros mismos, contarle este pasado a la infancia sería un buen plan para un futuro distinto. No digo
que vaya a cambiar algo, pero es bueno saber que en el siglo XIX éramos
completamente distintos desde el punto de vista étnico, y que en cien años
podemos ser todos chinos. Es una población que se va renovando muchísimo la de
este país, no es que somos todos siempre
iguales. A partir de comprender eso es que uno puede ser mucho más abierto.
¿Se puede decir “negro” en la escuela? ¿Es un niño de
color? ¿Qué color? Es raro decir: “Un niño de color”. En Edebé se jugaron a
aceptar este tipo de material. Me pareció increíble que lo hicieran. Lo hace
María del Carmen Caeiro, que es la que elige el material en Edebé. Y en el caso de Crecer Creando… directamente
se arriesgó a publicar La Rosa
del Río…
MM: Yo difiero en una sola cosa de lo que vos decís: no
creo que la novela histórica tenga tanto rechazo. No sé si las maestras,
promotores, agentes del circuito de la adopción de libros dirían: “Uy, una
novela histórica, qué asco”. Creo que estaban esperando y que hay otros autores
dando vuelta con la narrativa histórica. La Rosa del Río, no lo siento como un
riesgo, porque era una novela de acción, muy dinámica, con un tema que a las
maestras o promotores que los llevan les iba a interesar: las Invasiones
Inglesas y las relaciones entre un negro esclavo, recién llegado del África, un
tilingo de la alta sociedad, hijo de españoles, y una lecherita que es mestiza.
Sí, creo, en cambio, que La sociedad secreta de las hermanas Matanza, es
una apuesta más difícil y que salió muy bien porque es una bella novela. Les
cuento brevemente toma el conflicto
entre tres generaciones de negros: una abuela que mantiene sus raíces, un padre
que se “blanquea”, incluso hasta con talco…
LA: Los polvos de arroz que se vendían en 1880 para
blanquearse, las ropas que usaban…vos ves las fotos de esa gente y están
diciendo: “Soy blanco”. Y eran negros. Lo que pasa es que la sociedad los
llevaba a hacer eso, porque si no, no tenían lugar para trabajar y la pasaban
muy mal. La palabra “cetrino”. Que te digan: “Vos sos cetrino” .Cuando te censaban
te ponían: Blanco-Negro-Cetrino. ¿Y
“cetrino” qué es? Una palabra nueva que
inventaron para no decirte negro. Yo creo que el problema de la novela
histórica, es que si está bien entendida, tiene el germen de todas las cosas
que nos pasan ahora. Ése es el tema difícil de tratar. Una es la cosa escolar:
“vamos a vender pastelitos”, como más
abierta… pero según cómo se cuente, también es conflictiva. En El pan de los
Patricios, que pasa en la
Revolución de Mayo, y que está Mariano Moreno, y la Junta , y todo eso, el conflicto es con Hilarión, que es un
personaje que no sabe quién es el padre.
El padre era un indio del Alto Perú, y la madre no se animaba a
decírselo. La historia de él, a pesar de que es divertida y va como recorriendo
un camino, es para buscar ese padre y conocer cómo era.
Público: Hay una historia de amor de
1810…
MM: La novela de Silvia Schujer, Un cuento de amor en
mayo.
LA: En realidad, cuando vos empezás a hurgar en la
historia, lo que vas a encontrar es este tipo de conflictos. Que están incluso documentados. Y a los
chicos les encantan porque es la única forma de reflexionar un poco acerca de
lo que está pasando ahora. También pasa
que uno trae un libro ahora, y tiene
muchas cosas para hablar y quizá no se anima a publicarlo. ¿Cómo hablar de
alguien que hoy es negro? Refiriéndose a ese pasado, quizá uno puede tratar el
tema con más facilidad. Pero una novela que no refleje el “hoy”, aunque sea
histórica, es muy difícil que guste. Igual,
yo trato de contar lo que creo que pasó en ese momento. A mí, por ejemplo, me gusta mucho la obra de
Mariano Moreno. Entonces, trato de entender la revolución que quiso hacer y a
través de esa línea ir contando las historias que pasan en esa época. Yo no
podría pararme a escribir una historia desde el punto de vista de Saavedra.
Sería totalmente falsa para mí. Hay una posición tomada y con eso voy
recorriendo. Siempre estás en algún lugar. Cuando escribí la de las Matanza, lo
que a mí me pareció horrible de la época era, por ejemplo, Pedro Esnaola… El
himno Nacional que ahora cantamos, lo escribió Pedro Esnaola, que era un músico
que hacía reediciones de temas. La música de Blas Parera nunca la conocimos
porque la adaptó él. Pero la plata que
el tipo hacía, no la hacía con la música, la hacía alquilándoles los
conventillos a los inmigrantes. La plata que hizo, el prestigio que tenía era
por que le cobraba precios increíbles a la gente que llegaba y no tenía un
mango para pagar algo digno. Había una casona gigante, la dividía en cuartitos
y alquilaba cada cuartito. Sin embargo, quedó en la historia como el gran
reformador del himno, y lo otro está
oculto. Cuando yo escribo, quiero dar a conocer esos pequeños detalles de la
historia que están perdidos. Me parece una mirada que falta transitar. Hasta
ahora, todo lo que está escrito es desde el otro punto de vista. Cada uno tiene
que ponerle la impronta a la historia, porque es de todos. Si uno la investiga
para que salgan cosas a la luz, para iluminarla, va a estar bueno. Siempre
tenés un punto de vista. Si no, no es verdadero, te quedás en la maqueta esa de
la Revolución
de Mayo y los pastelitos.
P: Cuando dijiste
la palabra “iluminar”, me imaginé un cenital… ¿Viste cuando vos ponés el
foco? Ya que hablamos del cine. Es tan impresionante y tan enorme todo lo que hay para decir, que
es como elegir y apuntar la luz a un lugar e iluminarlo. Y obvio que hay que
tener un punto de vista desde donde mirar…
LA: Si no, se disuelve.
No estás contando algo. A mí me pasó con Final cantado, que es un
libro sobre el Himno Nacional. Quería escribir algo sobre eso, y la típica es
Mariquita Sánchez de Thompson…y no… ¿Por qué Mariquita Sánchez de
Thompson? Hay que investigar… no
encontré un solo documento que dijera que habían cantado el himno en la casa de
Mariquita. Y los cuadros, en los que está Mariquita con Blas Parera, son
posteriores, son de la época de Esnaola, como cuarenta años después. Entonces
decís: “¿Acá qué pasó?” Finalmente encontré un recibo de unos nenes que habían
cantado el himno, y que les habían pagado. Y a Blas Parera, que había compuesto
el himno, también le habían pagado y encontré el recibo. Entonces, acá hay una
historia para contar… este tipo. ¿Por qué nadie habla de él? Siempre está
Vicente López, al que se le ocurrió esa letra “gloriosa”, ¿y esta gente que trabajaba para vivir? ¿Este
Blas Parera que cobraba por su trabajo?
¿Por qué esto no está contado?
P: Quería preguntarte si investigaste… porque hay una
casa que todavía se conserva, (no sé si es museo), que está en San Isidro, que
según se cuenta hasta ahí llegaba el río, era la casa de fin de semana de
Pueyrredón, y se dice que a lo mejor, alguna vez cantó Mariquita ahí. Y ese
cuadro, refleja el encuentro en una tertulia de la época, como una
condensación. Quizás se juntaron…
LA: El núcleo es lo de la mirada, lo que decía antes la
compañera de lo de la luz cenital. Cómo te parás para contar esa historia.
Desde qué posición la contás. Mariquita habrá cantado el himno, pero lo que
digo es que no sé por qué quedó en la historia oficial, o en la historia en
general, la leyenda de que por primera vez se cantó en la casa de una persona
que tenía mucha plata, con un súper piano… ¿por qué es eso? Para mí, la historia argentina estaba contada
como la de Rómulo y Remo, nacimos de una loba, somos re grosos,… y acá es la
historia de que nacimos paridos en la lluvia del sol de mayo…
P: ¿Se hace difícil equilibrar imaginación histórica y
fantasía? Porque parecería que es como estar con un pie en cada lado.
LA: En realidad, mis libros están planteados como
historias muy dinámicas y van pasando dentro de lo que es este enorme fondo de la Historia. Me sirve
mucho trabajar con personajes. Me viene del cine. Elijo un personaje y lo
pienso muy bien. Entonces creo que tienen cosas de chicos, porque son
personajes chicos. Las cosas que les van pasando son cosas de chicos, ahora o
en el pasado. Voy equilibrando ese mundo de cada uno con la anécdota histórica.
Como es novela, también tiene un punto de fantasía. Está todo documentado pero
te queda un espacio para la imaginación.
MM: Cambiando un poco el eje, en El misterio de la casa
paralela vos, Grubi, te metiste un poco en la historia que sé que es algo
que no te gusta demasiado. En esa novela, el protagonista encuentra un
artificio en una casa que le permite viajar al pasado, ¿al siglo XlX?
JG: A la época en que San Martín planeaba el Cruce de los
Andes.
MM: ¿Y qué investigación hiciste?
JG: Ni la más mínima (risas). Es una historia a la que le
voy creando cada vez más complicaciones. Acá tenía también, como sucede en
muchos casos, el título y una idea general. Una casa, y otra casa idéntica a
esta, que le di en llamar “paralela”, que no se pueden comunicar entre sí. El
que pasa por una suerte de pasadizo de una a otra, no tiene manera de
compararlas, de estar o ver ambas al mismo tiempo. La puerta de una de las
casas es la que usaron para entrar, y la puerta de la otra, que puede ser la
misma puerta o no, eso nunca se termina de aclarar, los lleva a otro tiempo. Lo
descubren porque la vegetación cambia. Son un papá y su hijo. El hijo lo ayuda,
lo acompaña. El padre consigue hospedaje en la casa de un descendiente de
alemanes, que vive con su hija, de la cual el pibe queda completamente
prendado. Cuando vuelven al pueblo, habiendo salido por esta nueva puerta, la
de la casa paralela, el pueblo no existe más. La vía del tren desapareció. Ven
una carreta, la iluminan con la linterna y el conductor sale despavorido
creyendo que es la luz mala, y el padre dice en algún momento que si la
situación hubiera sido distinta (deja entrever que esto sería si hubiera estado
solo, no con el hijo), le hubiera gustado mucho ir a Saldán, donde en esa época
San Martín estaba curándose, convaleciente y planeando el cruce de los Andes.
La historia acá no es un instrumento de investigación, de revelación, como en
el caso de Laura, sino que es un artificio argumental, para darle otro volumen
a una historia que a mí me parece que está lograda, pero confieso que el
corazón ahí tirado en la alfombra…
(Risas).
MM: Podría ser en la mesa… (risas) y saco la foto.
JG: Es un artificio. No ha sido usado con ninguna
pretensión. En todo caso, sí, es un dato metido dentro de un argumento mucho
más complejo, llama la atención y hasta resulta conmovedor, lo digo a la
distancia, sin falsa modestia, por el tema de San Martín y porque no hay nada
que permita suponer que lo que vaya a pasar saliendo por esa puerta sea eso:
que va a desaparecer todo lo que amaban. Termina jugando un rol interesante,
porque ha involucrado un caso policial, para variar, que es una banda del
presente que intercepta muebles valiosísimos en el recorrido que hacían a
Saldán, que en ese momento era un sitio donde había casas de fin de semana muy
lujosas, y traen esos muebles al presente, mediante el pasadizo que une las dos
casas. La historia tiene un final que me parece que es interesante: el
detective deja a estos delincuentes en el pasado, sin posibilidad de que
vuelvan al presente. Cosa que pasa inadvertida. Si uno lo piensa un poco dice:
“¡Qué canallada la de este detective! Mandarlos a donde no funcionan los
celulares para comunicarse…"
LA: Yo creo que ese libro está muy lindo y funciona muy
bien por la relación que hay entre el padre y el hijo. Está contada de manera
muy dulce y muy tierna. Cómo ese padre quiere al nene. Creo que eso perdura,
que es el perfume que tiene la novela.
JG: Nos tiramos flores… (Risas).
MM: Justamente yo iba a salir por ese lado. El día en que
los presenté, leí un fragmento de la charla entre Simón y su papá, Simón viene de su primera cita, de su primer
beso… y hay otros momentos, en El caso del robo al correo, está el papá
de Simón y también el papá de una chica, de una gran ternura. Creo que ese es
uno de los ejes de las cuatro novelas. En Los dragones de cristal, no es
tan fuerte la presencia del padre, pero sin embargo, este detective adulto,
Martín Martínez, toma ese rol paternal. Es un detective de poca monta, que
protege a tres pibes que están por meterse en un quilombo serio, porque hay un
ladrón de verdad en una casa abandonada que ellos quieren investigar, y “hace”
de la figura paterna. A ver… decí algo de eso con el corazón sobre la mesa.
(Risas).
JG: Esa clase de preguntas no estaba prevista... Sí, es
medio transparente. Refleja una orfandad, no porque no haya tenido padres
(aunque ya no los tengo)… pero bueno…padres separados, roles confusos, madre
sobreprotectora… La idea, en tono de confesión, es darle a la relación de padre
e hijo una oportunidad de ser emotiva y franca, sin ningún velo que escondiese
situaciones dolorosas o angustias. Y esto hace que estos padres, que son
detectives de barrio con oficinas polvorientas (o que ni siquiera tienen
oficina, como el de Los dragones, que tiene su recepción en un bar) les
de a estos hombres mediocres, delante de sus hijos, una oportunidad de vivir lo
imposible. Por eso surgen elementos de ciencia ficción Que haya una magia, más allá de la relación
entre ellos, que los dispare a lo imposible. Porque realmente son cosas
imposibles: la casa que lleva al pasado, o una casa abandonada que tiene una
habitación resplandeciente. Creo que la intención (al menos en la casa paralela
y la cueva suspendida) es darle a la relación entre padre e hijo la oportunidad
de ser maravillosa, y agregarle a estas aventuras una oportunidad imposible.
MM: En tu caso, Laura, es más fuerte el protagonismo de
chicos y adolescentes, ¿no? Está más desdibujada esta relación que dice Jorge.
LA: Sí. Quizá sea por mi propia familia que somos medio
desastre…
MM: Voy a poner un diván… (Risas).
LA: No. Mi mamá y mi papá eran muy jóvenes cuando me
tuvieron a mí. Diecinueve años. Y había una relación que era un poco de
hermanos entre nosotros. Entonces, a la hora de escribir, los personajes no
tienen padres muy fuertes o muy presentes dentro de las historias. Son, más
bien, los chicos los que tienen que tomar sus decisiones. Igual me parece
bueno. Yo creo que la infancia la recordás como un ensueño divertido… pero
había momentos en los que estabas solo, y ahí ibas creciendo, viendo qué hacer.
Es un universo que uno ha vivido y del que recuerda las cosas lindas. Pero hay
de todo. Momentos angustiantes. Hay como ese miedo que uno tiene cuando es
chico, que no se vuelve a tener de adulto. No sólo el miedo a la oscuridad sino
a no estar en buenas manos. (Risas). Como Mafalda. Yo me acuerdo claramente.
Además, tengo cinco hermanos menores. Había que estar también con ellos. Yo
creo que mi vocación literaria empezó por leerles cosas, porque había que
tenerlos callados cinco minutos porque eran muchos (Risas). Pero está bueno
eso. Siempre fue un universo en el que había infancias, y de hecho después mis
trabajos fueron con chicos. Yo creo que hay algo que es natural, también, en
este tema de escribir para niños.
MM: Como el cuento de Saki, El contador de cuentos,
¿se acuerdan de ese cuento?
P: ¡Sí! (Risas).
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