En contra del olvido

Cuando el horror forma parte de lo que somos y nos dejamos llevar por el olvido para sobrevivir es el tiempo de la memoria. Recuerdos de los once meses de vida dieron a Ángela Urondo Raboy la posibilidad de reconstruir y narrar su historia. Hoy comparte con los lectores de Libro de arena un fragmento de su texto ¿Quién te creés que sos? En busca de la identidad, a través de destellos, fragmentos ínfimos de recuerdos, se refiere a su secuestro y desaparición durante el proceso militar iniciado con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que abrió la puerta del infierno.
Por Ángela Urondo Raboy
Recuerdo el ruido, las explosiones, los gritos, mi llanto y mi miedo. La incomodidad, el sofoco de la tela y la estructura metálica debajo del asiento del auto. La necesidad de volver a sentirme a salvo, en un lugar seguro. Los brazos de mamá, duérmete, niña, duérmete ya. Recuerdo el último contacto cuerpo a cuerpo, que no llegó a ser abrazo, ni beso, ni despedida, apenas una brusca sobrevida. Recuerdo la voz de su mirada. Su olor y su miedo.Recuerdo mi incomprensión. Ese ruido. La perspectiva de esa esquina, vista desde el capot de un auto, sobre el que estuve sentada, entre muchos otros autos que había desparramados en la calle. Los recuerdo a ellos y a sus radios de walkie-talkies. Ese ruido. Y la gente, mucha gente, entre quienes buscaba, uno por uno, cara tras cara de desconocidos, a mis padres recién perdidos. Y recuerdo otras cosas sueltas, de los lugares adonde me llevaron después. El cuartito azulado (o verde clarito), luminoso, que quedaba arriba, en la parte más tranquila de ese lugar, donde creo que me dieron de comer (o, por el contrario, donde pasé mucha hambre) y donde me cambiaron los pañales sobre un escritorio (después de estar muy sucia). Concadenado, viene otro recuerdo, saliendo de ese cuartito, doblando hacia la derecha por un pasillo con tramos oscuros y después, bajando por unas escaleritas angostas que desembocaban en un pasillo con muchas puertas a los costados y mucha oscuridad. Recuerdo ruidos y olores.Algunos lugares los identifiqué, y otros todavía no los encontré, pero sé que existen y los estoy buscando. Puertas y ventanas con formas especiales, o en ubicaciones particulares, que quedaron repitiéndose en mi memoria a la hora de los dulces sueños. Aquellos tubitos largos de metal, asomándose por las mirillas que se abrían en el medio de las puertas, también de metal y por otros ventanucos escondidos. Voces de metal y esos cañitos, que salían de cualquier parte y siempre me apuntaban.No recuerdo cuándo dejé de llorar. Cuándo me entregué. O dejé de necesitar. Cuándo empecé a olvidar.

¿Quién te crees que sos?
Ángela Urondo Raboy
Buenos Aires. Capital intelectual, 2012.





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