Adela Basch: "Para mí es muy difícil concebir el teatro sin humor".
Los últimos serán los primeros, y en el caso de Adela Basch no podría ser más justo: la charla con la escritora que fue pionera en abrirle cancha a la literatura infantil y juvenil en Argentina, cierra el ciclo de "Encuentros con escritores en el año del Bicentenario", que coordinó Mario Méndez. La autora, reconocida narradora, dramaturga y poeta habló de toda su historia en relación con su formación como escritora, de sus estudios y trabajos mútiples y disímiles, de cómo su trabajo editorial influyó en la aparición y desarrollo de nuevas voces en el campo de la LIJ. Además, comentó acerca de su libro Juana, la intrépida capitana, referido a Juana Azurduy, La entrevista tuvo lugar en La Nube, el lunes 29 de agosto
de 2016. Libro de arena pulicará la segunda parte de la charla el viernes próximo.
Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Es una
alegría llegar al fin del ciclo con un broche de oro (frase nunca dicha).
Adela Basch: ¿Este es el fin?
MM: Sí. “Todo tiene un final, todo termina”.
AB: No sabía. Hubiera traído un champancito…
AB: No tengo respuesta para esa pregunta.
MM: Confiaba en que sí. Quedará pendiente para otros encuentros. Hay un libro, que es de la editorial Abran Cancha, que no sé si te suena…
AB: No particularmente…
MM: … que es Teatro e historia, cantemos victoria. Y que reúne ya desde el título las dos cosas de las que quiero empezar a preguntarte. Tu experiencia como autora de teatro dedicado a niños y a jóvenes, y la relación con la historia. Dos géneros que a priori podría pensarse que son arduos y sin embargo vos los escribís festivamente. ¿Cómo es esa experiencia?
AB: Yo no puedo evitar poner humor en lo que hago. Me parece que nada es arduo en sí. Lo hacemos arduo o “inarduo” (Risas)… Podemos empezar a diseñar un “Diccionario Méndez de los neologismos”. Creo que nada es en sí. Depende de la mirada que le pongamos. Y el teatro, como tiene una vinculación muy fuerte con la oralidad, y en ese sentido con lo popular, para mí es muy difícil de concebir sin humor. He padecido tener que leer teatro sin humor cuando iba a la escuela, de niña, de adolescente y después de adulta, tener que seguir viendo o leyendo teatro sin humor. Y eso me ha convencido de que no vale la pena hacerlo de esa forma. Además de que el teatro para mí está muy ligado al lenguaje oral y a su picardía, a su humor, me parece que también el teatro, en tanto algo que se escribe, como todo lo que es literatura, si no tiene algo que brilla, si no tiene algo en las palabras que atrae, que permite jugar tanto la lector como al autor como a cualquiera, no tiene mucho sentido. Hay tanto aburrido ya en la vida, que ¿por qué vamos a querer leer algo aburrido? ¿Por qué vamos a querer que los chicos y las chicas lean textos aburridos? ¿Qué sentido tiene? En nuestra manera de pensar todavía hay resabios de que los temas importantes tienen que tratarse con una aburrida solemnidad. Por suerte creo que ese resabio en mí lo he aniquilado. No tengo ese resabio ni ningún otro sabio. (Risas). Me parece que para que un texto sea atractivo, para que tenga el suficiente brillo para querer atraer a un lector que no lee por obligación, porque van a tomarle un examen o va a tener que decir algo en una prueba, sino que lee por placer, me parece que el humor y el juego son fundamentales. Eso en cuanto al teatro. Y en cuanto a la historia, es más o menos parecido. Me acuerdo de que cuando era chica e iba a la escuela primaria y también a la secundaria, estudiar historia era una carga pesadísima. Y eso que a mí la historia me gustaba, lo que era pesado era la manera en la que se estudiaba. No tenía sentido. Uno aprendía cosas sueltas, por lo menos en mi época. Uno aprendía que Belgrano creó la bandera, que San Martín cruzó Los Andes… Pero no teníamos la menor idea de lo que podía significar crear una bandera cuando se estaba en lucha con un ejército español, realista… Cuando usábamos la misma bandera que usaban ellos, porque no teníamos otra, porque todavía no se había declarado la Independencia. De la misma manera, tampoco entendíamos mucho qué significaba tener que cruzar Los Andes, en ese momento en el que había un ejército realista que avanzaba desde el norte de lo que hoy sería nuestro país, y que estaba destrozando al ejército patriota. No entendíamos la relación de unos hechos con otros, y a los protagonistas de la historia los veíamos como figuras que no habían podido existir realmente. Eran un invento de los manuales de historia. Porque eran seres tan perfectos, tan grabados en un molde de bronce, tan de cartón pintado, que seguramente los autores de los manuales los habían inventado, porque no podían existir. Y a mí me interesa tener otra relación con ellos, sobre todo con los que admiro mucho. Me interesa poder entablar una relación con ellos a través de un libro, para que cualquiera vea que fueron valientes, fueron desinteresados, fueron generosos, fueron hombres y mujeres muy comprometidos, pero eran seres humanos. Cuando uno, en esta época dice que lo que hacían era imposible y ve un poco su vida desde una perspectiva diferente a la del bronce, el mármol o el cartón, se da cuenta de que cualquiera puede luchar por la libertad, de su tierra, o de América o de lo que sea. Si ellos pudieron, yo también puedo. Porque yo en alguna medida, soy como ellos. No sé si te contesté la pregunta…
MM: Tu respuesta me dispara varias cosas. La primera, y repetida muchas veces, porque lo hemos hablado a tus espaldas (además de los elogios a tu generosidad, por ejemplo -sé que te pone un poco incómoda esto), que siempre sale y que muchas maestras dicen sorprendidas, porque lo tuyo siempre es festivo, gracioso: “Cuando habla en serio, ¡qué bárbara que es!”
AB: No sabía.
MM: Sí, como si estuvieras todo el tiempo “puro chiste”; como si no hubiera un montón de reflexión detrás de toda esta obra que es muchísimo más vasta que lo que hay acá en la mesa. Otra de las cosas que me despierta tu respuesta es el interés por estos personajes que dijiste que querés tanto, porque antes de la convocatoria de Alfaguara de 1810, o la de ahora, vos escribiste Belgrano hace bandera…, escribiste San Martín, caballero del principio al fin, sin ningún pedido editorial detrás. ¿Por qué ese interés y ese cariño por estos personajes?
AB: A mí me parece que hay algunas personas que hacen que la
Humanidad dé un salto al que no sé si llamar cuántico, porque no sé demasiado
de física. Personas que seguramente representan a muchas otras, y que hacen que
la Humanidad dé un salto hacia la conquista de algunos bienes como la libertad,
la independencia, en un contexto en el que se era colonia de otros, hacia una
mayor calidad de vida, hacia una vida más digna, con mayor justicia. Me parece
que hay algunas personas que han sido capaces de dar todo aquello de lo que
disponían para que otros pudieran vivir mejor. Hay muchos así en la Humanidad.
No tantos como sería bueno que hubiera. Pero ha habido unos cuántos. Y en la
historia argentina en particular, siempre me impactó mucho la capacidad de
entrega a la lucha por la libertad y la capacidad de compromiso con los demás,
de San Martín y de Belgrano. Y me daban muchas ganas de escribir sobre ellos.
Estudié mucho la vida de los dos, primero la de San Martín. Y cuanto más la
estudiaba, incluso con historiadores que tenían diferentes puntos de vista, más
me entusiasmaba la posibilidad de mostrar su vida de una manera que cualquier
chico o chica que quisiera pudiese actuar y ponerse en sus zapatos. Más allá de
que pudiera hacerlo un actor o actriz profesional. Me parece muy lindo en el
teatro que alguien pueda ponerse en los zapatos de otro, y me parecía que era
ponerse en los zapatos de una persona de mucha grandeza interior, de mucha
generosidad. Lo mismo en el caso de Belgrano, me parece que lo dos fueron
personas de avanzada, lucharon por la libertad y la independencia, sí, pero
también pensaban que las mujeres debían educarse, en un momento en el que se
creía que las mujeres no tenían que aprender más que a cocinar o a bordar. En
el mejor de los casos, a tocar el piano o alguna otra cosa así. Pero no se le
veía sentido a que las mujeres fueran a la escuela o aprendieran a leer o a
escribir. Tanto San Martín como Belgrano, fueron propulsores de la educación de
las mujeres, de la igualdad de derechos de los pueblos originarios. Eso era
parte del ideario de la Revolución de Mayo que después se desbarató por
completo. Belgrano, cuando se declaró la Revolución se fue al Paraguay sin
recursos, y uno de sus objetivos era el de decirles a los aborígenes paraguayos
que se les iban a restituir todos los derechos que la corona española les había
quitado. Al mismo tiempo, Castelli se fue al Alto Perú con la misma misión.
Eran ideas muy de vanguardia para ese momento, y eran personas de una honradez
increíble. Incapaces de meter la mano en la lata, incapaces de pensar en
beneficiarse ellos personalmente. Uno a veces no entiende cómo podían ser tan
generosos. Buscaban solamente la libertad y el bienestar de su pueblo. A mí,
esas cosas me impactaban mucho, ya de chica. Y desde chica quise saber más
sobre ellos, mucho más que la especie de rudimentos miserables que sentía que
me daban en la escuela. Sentía que me daban migajas. Me parece que así empezó
mi deseo de escribir sobre ellos. Y con Juana Azurduy me pasó algo parecido.
MM: ¿A Juana Azurduy ya la “conocías” de antes? ¿De cuándo
amabas a San Martín y a Belgrano? ¿O
empezaste a conocerla hace menos tiempo?
AB: Hace menos tiempo. Porque
no tiene tanta prensa. Empezó a tener algo más hace un tiempo…
MM: Está la canción que cantaba Mercedes Sosa…
AB: Exactamente. Y con el monumento, con cierto programa de
televisión, y con las anti princesas que se ponen de moda.
MM: Es verdad.
AB: Creo que la primera vez que escuché hablar sobre ella fue en
la canción. Y empecé a estudiar sobre ella. No me fue tan fácil porque no hay
tanto material como sobre San Martín o Belgrano. Fue bastante más difícil.
MM: Hace un rato dijiste que el ideario de la Revolución se
desbarató. Pienso en todos estos personajes que mencionaste: San Martín,
Belgrano, Castelli, Juana… en la vida personal fueron como “los grandes
derrotados” de nuestra historia. Belgrano muere en la pobreza absoluta, San
Martín en el exilio, Juana en la pobreza más que absoluta, Castelli perseguido,
Moreno tirado al agua… Es como la gran tragedia nacional.
AB: Yo creo que ahí hay esbozada una tragedia, sí. Algo que se
quiso cercenar, que de alguna manera siguió dando manotazos y por momentos tomó cuerpo. Pero sigue siendo
una lucha.
MM: Es verdad. Y no hay que abandonarla.
AB: Pienso que no.
MM: Seguro que no. Por lo menos en homenaje a ellos. De otra de
las cosas que dijiste que me agarro es la cuestión del aburrimiento. Has
acercado a los lectores a textos canónicos, que son supuestamente arduos, y que
vos hiciste “inarduos”. Lo hiciste con el Quijote, con la famosísima Abran cancha que aquí viene Don Quijote de
la Mancha, y no hace mucho con Martín
Fierro y José Hernández, dos grandes.
Hoy nos cuesta, a los adultos y me parece que a quienes somos docentes o que
estamos en alguna biblioteca como muchos acá, hacer llegar el Martín Fierro a
los lectores. ¿También por el Martín
Fierro y el Quijote tenías
un amor previo, juvenil?
AB: Por el Quijote,
sí. Por el Martín Fierro, no. La
verdad es que el Martín Fierro es un
libro que nunca me gustó.
MM: Eso es para una tapa de Crónica. (Risas).
AB: Nunca me gustó. Sí había algo que me gustaba en el lenguaje,
me parecía interesante lo del lenguaje gauchesco, pero me producía mucha rabia
la manera en la que José Hernández
hablaba de lo que llamaba “los indios”, de los negros, de las mujeres… Me
parecía que era una especie de “manual del discriminador”. Si uno recorre el
libro… habla mal de todo el mundo. Y eso no me gustaba. En un momento me
pareció muy interesante ver la posibilidad de hacer una versión distinta del Martín Fierro. Que va recorriendo los
mismos caminos que el de Hernández, pero que pone el acento al principio en
cómo él era discriminado por sus coetáneos escritores, o por personas de la
cultura, porque él era un hombre de campo, y por eso se suponía que no debía
escribir. Un hombre de campo, ordeña vacas o lo que fuere, pero no se dedica a
la literatura. Ahí encontré algo que me permitió mostrar cómo él también era un
transgresor. Cómo había transgredido esa especie de norma de que un hombre de
campo no escribe. En ese momento fue muy despreciado y no fue reconocido como
autor hasta muchísimo después. Se lo reconoció primero en otros países. En
Europa… mucho después acá. Me pareció interesante tomar esto que él hizo de
escribir aunque se supone que no debía hacerlo, y hacer que se desdijera de
muchas de las cosas que había dicho, terribles, muy insultantes, muy
denigrantes, de los indios, los negros y aún de las mujeres. Me pareció
interesante hacer una versión del Martín Fierro en la que José Hernández
apareciera como personaje, y él mismo pidiera disculpas diciendo que estaba
influido por las ideas de su época. Que en su época se pensaba así, que uno no
puede separarse del todo del contexto en el que vive, pero que se daba cuenta
de que todo eso había sido un error. Eso fue lo que escribí, pero para ver si
él estaba de acuerdo, porque tampoco quería pasarle por encima, tuve que
inventar un complicado sistema telefónico, para que pudiera hablar con el pasado.
Finalmente conseguí que en el pasado pudiera hablar con personas en la época en
que estaban vivas, porque yo n o quería “hablar con él”, con el José Hernández
que estaba en la tumba. Logré conectarme con el José Hernández que escribía, y
me dijo que se daba cuenta de que había sido un error terrible que había
cometido. Que había escrito barbaridades, que era un libro que no sabía cómo
alguien iba a querer leerlo. Que había que sacarlo de los programas de las
escuelas… todo eso me dijo. Y me autorizó a que hiciera mi propia versión. Así
que por eso está el libro acá. (Risas).
MM: Está autorizado, eso es lo importante.
AB: Por eso. Para transgresor, él. (Risas).
MM: Dentro de estos libros de teatro más cercanos, de teatro y
de historia, En estas hojas detallo como
fue el 25 de Mayo, Las empanadas criollas son una joya, Cantemos uno, dos y
tres y vamos a 1810, todo un desafío escribir en poco tiempo tres libros
para esta fecha. Fue duro…
AB: La verdad es que sí. No sé qué pensarán lo que no me conocen
o vos que me conocés hace años, pero estoy un poco loca. (Risas). Me volví loca
para escribir en poco tiempo tres libros sobre el mismo tema, para tres grupos
de edades distintos. Uno tenía que ser a partir de seis, otro de ocho y otro de
diez. Me volví loca para no repetirme, para que los libros fueran interesantes,
para contar ese proceso que se llamó Revolución de Mayo desde perspectivas
diferentes. Me volví completamente loca. Vos me conociste antes, vos sabés que
yo era más cuerda. Me las venía arreglando bastante bien, pero ahí derrapé. No
sé…
MM: ¿Hay un antes y un después de 1810?
AB: Sí. Tuvimos el primer gobierno patrio. (Risas). La verdad es
que fue un poco arduo.
MM: Esa palabra nos persigue.
AB: Sí. Fue un poco difícil, me costó mucho. Y tardé mucho más
que lo que la editorial quería que tardara. Pero lo acepté, porque a mí me
gustan estos temas de las revoluciones que hacen las personas cuando quieren
cambiar un poco su manera de vivir… me gustan esos temas. Empecé por este, que era a partir de seis
años porque iba a ser el más corto. Me costó mucho encontrar una voz, un tono
que me pareciera que podía ser divertido para los chicos de esa edad, y que por
otro lado no traicionara para nada la marca de lucha por la libertad que tenía que
tener. Me costó mucho, pero pude hacerlo. Seguí con el que era a partir de
ocho, que era un poco más largo pero no tanto. Ahí ya tenía donde apoyarme,
porque ya estaba el otro libro. Eran unas páginas más, pero iba a poder. Igual
me costó muchísimo. Y ya cuando tuve que hacer este, que no es mucho más largo,
pero es a partir de diez años, estuve al borde del colapso (Risas). Ahí tuve
que encerrarme durante un tiempo, porque si no, todo era una excusa para no
escribir… lo dejaba para el otro día… Estuve un tiempo así, hasta que me di
cuenta de que se me venía encima la fecha de entrega. La verdad es que quería
patearlo. Era difícil. Me preguntaba por qué me había metido en eso, por qué
había dicho que sí, por qué me había dedicado a escribir y no a tener un
trabajo más sencillo como ser empleada en una lencería o en una ferretería.
¿Por qué no trabajo en otra cosa? ¿A vos te pasó alguna vez que estás con algo
y no sabés cómo seguir?
MM: En una lencería, pero no me quisieron tomar. (Risas).
AB: ¿No te pasa que no sabés cómo seguir cuando estás
escribiendo? ¿O que no sabés cómo empezar?
MM: Eso es peor.
AB: ¿A vos te pasa, Flor? (Se refiere a Florencia Esses, sentada
con el público, que asiente).
MM: A Flor también. Hay un texto muy lindo de Roald Dahl, creo
que en sus relatos de adolescencia, en el que cuenta que ponerse a escribir es
muy arduo, (valga la recontra repetición)
mas que nada porque no hay un jefe que esté diciendo: “Hágalo ahora”.
Uno tiene que obligarse a sí mismo. La famosa anécdota de Pavese que obligaba a
su mayordomo a que lo tuviera encerrado, y le decía que aunque él lo insultara,
o le gritara o lo amenazara con echarlo no lo dejara salir. Y el mayordomo
cumplía, y eran unos insultos y unos gritos pantagruélicos, pero no lo dejaba
salir. Y Pavese escribía.
AB: Esas cosas las comprendo perfectamente bien. Después de leer
exhaustivamente la Odisea, no sé si recuerdan que en una parte Ulises les pide
a los marineros que lo aten a un mástil para escuchar el canto de las sirenas.
Que a él lo aten y que ellos se tapen los oídos con cera. Yo tuve que pedir en
mi casa que me ataran las manos al teclado de la computadora, y que no me
dejaran levantar un minuto hasta que no terminara de escribir. (Risas). ¿Vieron
que leyendo uno aprende? Es terrible.
Siempre tengo un momento en el que pienso que no voy a poder, que no va a
salir, que no sé cómo empezar o cómo seguir… Bueno, soy una neurótica. Pero me
consuela saber que no soy la única.
MM: Nos pasa, al algunos más y a otros menos, pero nos pasa. Juana, la intrépida capitana, ¿fue menos
arduo de escribir? ¿Tenías más tiempo porque escribiste ese solo?
AB: Fue terrible. Para escribir los de San Martín y Belgrano,
estuve más o menos dos años investigando y tomando notas mientras escribía
otras cosas. Pero fue una investigación de aproximadamente dos años para cada
uno. Con Juana, como ya dije antes, no hay tanto material. Además, tiene que
ser un material que muestre alguna faceta que dé fuerzas para seguir
escribiendo. Me costó mucho encontrar eso. Y estuve investigando mucho tiempo.
Tuve la gran fortuna de que estando en Jujuy, me topé con un libro sobre su
vida, que habían escrito en la Universidad de Jujuy. Era una mirada distinta de
todo lo que había leído, mostraba a una Juana “de entrecasa”. Y ese libro me
encendió un entusiasmo y empecé a escribir. Pero me costó mucho. Era una vida
muy larga, muy complicada, con muchas cosas. Una vida muy dramática, con muchas
desgracias la vida de Juana. Y muchas hazañas también. Y la verdad es que no
sabía cómo poner eso en una obra de teatro. Estuve muchísimo tiempo, la empecé
y la dejé varias veces. La investigación me llevó más de dos años. Pero la
empecé a escribir y cada tanto pensaba que no iba a poder seguir con eso. Al
final, en algún momento me até a la computadora.
MM: ¿Fue a pedido?
AB: No, esta no.
MM: ¿Coincidís con algo que se dice a tus espaldas sobre que
esta es quizá la más seria de tus obras de teatro? Por momentos es durísima,
muy conmovedora. ¿Dirías que es un salto en tu obra?
AB: Creo en que es distinta. No es que la obra en sí sea más seria, pero estaba planteado
que tenía que ser para lectores más grandes. No sé si a esto hay que hacerle
caso, pero dice que es a partir de los doce, no de los diez. Para mí, la vida
de Juana tuvo mucho dolor, tuvo mucho más dolor que las otras vidas que yo
tomé, por más que las vidas de Belgrano o de San Martín hayan tenido muchísimo
dolor. Ella, igual que Belgrano, pertenecía a una familia de muy buena posición
económica. Y lo que no le arrebataron, lo dio por la lucha. Murió en la miseria
absoluta, como ya dijo Mario. Pero además, se casó con un hombre con el que
compartía una concepción de la vida, Él fue a la lucha, y ella también y se
destacó muchísimo por sus habilidades en
el campo de batalla. Por eso, Belgrano le obsequió su sable. Y por eso logró
que a pesar de no haber estudiado la carrera militar la nombraran teniente
coronel, finalmente. Ella peleó y tuvo hijos. Se ocupó de que sus hijos
pudieran sobrevivir, y sin embargo, los primeros cuatro hijos que tuvo murieron
muy chicos. Porque tenían que huir… los mataban las pestes, la falta de
alimentación… Tuvo dos mujeres y dos varones que murieron muy temprano. Y
después de la muerte de estos cuatro hijos ella parió una quinta hija,
prácticamente en el campo de batalla. Peleando en la batalla tiene esa hija, ve
cómo matan a su esposo, ve cómo maltratan a los aborígenes por los que ella
había hecho tanto y seguía haciendo tanto, cómo los mandan a trabajar a las
minas, que era una muerte segura. Tuvo una vida de muchísima miseria y dolor.
En un momento logra que le den una pensión, por intercesión de Sucre y de
Bolívar cuando ya es anciana y está en la miseria. Y por un tiempo la cobra y
no pasa hambre. Pero después, por la burocracia y por peleas políticas, la
pierde. No tiene literalmente dónde caerse muerta después de haber dado todo.
Una vida de mucho dolor, las muertes de los hijos y del marido, luchas tanto,
tener que escapar siempre, de alguna manera me saltó más a la vista el
sufrimiento de ella. No es que la obra es más seria, no quise disfrazar ni
suavizar el dolor de su vida porque fuera una obra para chicos. Y en ese
sentido, está y lo muestro como puedo. En ese sentido es una obra más seria o
más dura. Porque en las otras aparece el dolor.
En la guerra, en la lucha entre
seres humanos, por más que sea por causas que valen la pena, siempre hay dolor.
Bueno, acá no traté de disfrazarlo en lo más mínimo. En ese sentido, desde mi
punto de vista, se puede decir que es una obra más seria.
MM: ¿Cómo fue recibida por los chicos lectores y por los
docentes esta obra, que cómo bien decís, refleja la dureza de la vida de Juana
Azurduy?
AB: Para mi sorpresa, porque no esperaba que fuera tan bien
recibida, muy bien. Yo pensé que iba a parecer muy dura para los chicos. Acá se
habla de la muerte, que aparece como personaje; se haba de la crueldad de los
conquistadores… Yo pensé que no iba a ser bien recibida. Y para mi sorpresa fue
muy bien aceptada. Incluso, a pesar de que está indicada a partir de doce años,
estoy viendo que en muchas escuelas la leen chicos mucho más chicos. La maestra
se las da, le leen, la representan… En más de una escuela fue la obra que
tomaron para hacer en el acto del 9 de
julio. Hubo una escuela, acá en Capital, en la que todos los chicos de la
escuela habían leído este libro. A los de primer grado se los leía la maestra,
e hicieron una representación entre todos. Yo me asombré, porque no lo creía
posible. Eso me puso muy contenta, porque no creo que los libros sean para una
edad o para otra, no creo que existan esos compartimientos. Me puso muy
contenta que no hubiera que pelear por una obra que les habla a los chicos de
la muerte y de la crueldad.
MM: Qué bueno. Hablando de poner o no poner edad, lo que decís
lo sostenés con tus decisiones. La editorial Abran Cancha, que es la que dirige
Adela, desde el nombre es un homenaje a su primera obra de teatro, Abran cancha que aquí viene Don Quijote de
la Mancha, y por otro es una declaración de principios, ya que no se
sugiere esta cuestión de las edades. ¿Cómo surgió Abran Cancha? ¿Qué nos contás
de este otro lado de tu trabajo en el que yo te conocí? ¿Qué experiencias? ¿Qué
alegrías? ¿Qué tristezas? Una cosa más, porque me dan tantas ganas de contar
cosas…
AB: ¡Contá, dale! (Risas).
MM: Bueno, Adela Basch fue editora de El Quirquincho, hace
muchos años, y muchos de quienes en esa época empezamos a publicar, le debemos
a su generosidad y a su apertura el haber entrado a este mundo, porque leía a
los desconocidos y los publicaba.
AB: Tal vez le deban algo a mi generosidad o lo que fuera, pero
sobre todo le deben a su talento. Porque yo leía y lo que veía que era bueno lo
elegía para publicarlo. Tampoco es que venían a coimearme… (Risas).
MM: No dije “a su venalidad”, dije “generosidad”. No, el tema es
que mucha gente en la misma época y hoy, en muchos casos no lee a autores que
no garanticen una compra posterior, o por imposiciones editoriales o por
decisiones propias. Vos estabas en ese momento en El Quirquincho, que era una
editorial de primera línea, de las más vendedoras, y tenías esa política. Y
muchos te lo debemos. Años después de El Quirquincho, abriste Abran Cancha.
¿Por qué y cómo vamos?
AB: En el fondo no estoy segura de por qué. ¿Por qué no puse
otra cosa en lugar de una editorial? No
es que esté descontenta con haber puesto una editorial, para nada, pero vamos a
usar una palabra que hoy ya es nuestra: es poco “inarduo” (Risas) el trabajo
que hay que hacer para sostener una editorial pequeña. Y Mario también sabe de
eso. Es muy difícil. Es casi una utopía. Es sumamente difícil, mucho trabajo y
muy duro de sostener. Ya no hablemos de que sea rentable. Es difícil que se
sostenga, que sea autosustentable. La verdad es que me dieron ganas, fue un deseo
que tuve. No lo hice para hacerme rica.
(Risas). Fue un deseo que me impulsó y fundé esta editorial que durante
dos años tuvo un solo libro, que era mío y que era para lo único que tenía
plata. Para sacar un libro. Como no me
pago derechos de autor a mí misma, lo que entra de la venta de mis libros va
para reinversión. Y después de dos años pude sacar otro libro.
MM: El primero era…
AB: Había una vez un libro, que eran pictogramas. Y el segundo fue Cuentos con rima, que es una antología
en la que todos los cuentos tienen la característica de la rima. Al año
siguiente, con la diseñadora María Delia Lozupone, nos pusimos a buscar y ella
encontró una manera, un formato de libro que abarataba mucho los costos porque
estaba hecho a dos colores, aunque no se nota y parece que fueran más. A lo mejor vos podés explicar mejor lo
técnico…
MM: En general, los libros para primeros lectores suelen ser a
cuatro colores, más vistosos. En este caso, era más económica porque era a dos
colores y el libro venía abrochado. Una idea como las que tenía Boris Spivacow,
para hacer un libro accesible para mucho público.
AB: Tal cual. Yo estaba muy contenta. Sacamos tres libros así,
con los mismos dos colores pero en combinaciones distintas, fue mucho más
barato. Pero ya me encontré con un problema. Este está abrochado. Es más barato
que cosido. Pero muchas librerías no aceptaban estos libros, porque no tienen
lomo donde se pueda poner el nombre. Cuando ustedes ven el lomo en un estante,
además de decirle “¡qué lomo que tenés nene!”, ven el nombre. Con estos no se
podía. Y muchas librerías decían que si no se podía ver el nombre del libro la
gente no lo compraba. Entonces había que abaratar costos y que las cosas
funcionaran igual… Esas vicisitudes que siempre aparecen en este oficio, cuando
uno además quieren hacer libros buenos, que sean accesibles, para la mayor
cantidad de gente.
MM: Una de las cosas que hiciste, no solo en Abran Cancha sino
en otras y para otras editoriales es el trabajo en equipo. Todos sabemos, porque han venido
ilustradores, que los libros son un trabajo en equipo. Pero en equipo autoral,
en este caso los de teatro e historia con Didi Grau, tenés varios con Alejandra
Erbiti, con Luciana Murzi también… Otra muestra de generosidad, porque muchas veces
has trabajado con autores que recién comenzaban. ¿Cómo te va en esto de hacer
de a dos este que en general es un trabajo solitario? ¿Te gusta? ¿Tenés
resquemores?
AB: ay que saber elegir con quién hacer estos trabajos. Vos
también lo has hecho. Incluso creo que de a cuatro…
MM: Sí. Nos hemos agarrado a las piñas… (Risas).
AB: Uno tiene que conocer mínimamente a la persona con la que va
a trabajar. Si es alguien con un ego muy grande, no. Si es una persona con
ideas muy rígidas, muy dogmáticas, no. Si es una persona con amplitud de miras,
sí. Alguien que pueda llegar a ceder. Todas las personas comprometidas en una
situación así tienen que estar dispuestas a ceder. No se puede escribir un
libro en equipo y que cada persona quiera imponer su idea. Hay que empezar por
elegir las personas con las que uno trabaja y estar muy dispuesto, uno mismo, a
que no todo sea como uno cree que tiene que ser. Trabajar así me parece muy
interesante, porque lleva a ver perspectivas y posibilidades que uno solo no ve.
Como decía Mario, el trabajo de escribir es muy solitario. Uno está siempre con
uno, y a la larga predomina cierta parte de cerrazón que todos tenemos. Cuando
trabajás con otro, eso se abre. Eso me parece muy valioso. Y siempre han sido
experiencias muy interesantes. ¿Para vos?
MM: Para mí también. Hace poco hicimos un trabajo con otra
autora, que todavía está inédito, y sí. Abre la cabeza, y permite salir de
“Esto se escribe así”. No. Hay que debatirlo, hay que discutirlo, hay que
ceder. Cuando uno está convencido tratar de convencer al otro sin que se sienta
mal.
AB: Tal cual. Uno puede decir que algo no le gusta mucho, pero
no puede decir que ese algo se escribe como uno lo dice.
MM: Has trabajado la historia de San Martín, la de Belgrano, la
de la Revolución de Mayo, la de Juana Azurduy, y también la historia reciente.
Hay un libro, con el que perpetré una obra con mis alumnos…
AB: ¿Historia reciente?
MM: ¿Oiga chamigo Aguará no
es el proceso?
AB: Ah, sí. Pensé que te referías a los últimos dos o tres años.
MM: No, en términos históricos, cuarenta años.
AB: De algo muy reciente no me animaría. Muy poco “inarduo”.
(Risas).
MM: Oiga chamigo Aguará es de un momento muy fuerte, porque se
publicó apenas retomábamos la democracia.
AB: Apenas.
MM: Y contaste de una manera muy poética, muy metafórica el
autoritarismo, la manera en la que veníamos gobernados hasta ese momento…
AB: Sí, encontré una manera de hablar del autoritarismo y de las
dictaduras. Lo fui escribiendo antes de que volviera la democracia, y no
hubiera podido publicarlo. Encontré una manera de hablar de eso sin hacerlo
directamente. Esto se puede referir a muchos otros “procesos” en este país. Y
es muy probable que a partir de ese libro, aunque no tiene un correlato histórico
manifiesto, me haya entusiasmado con la idea de escribir teatro relacionado con
la historia. Eso es muy posible.
MM: Este es un clásico de clásicos. La mayoría hace con la
cabeza que sí. Si no lo leyeron, hay que leerlo y hay que leérselo a los chicos
o hacer que lo lean. Hablamos mucho de teatro. Otra de las vetas es la poesía.
En tu teatro en general hay rimas, hay juegos de palabras, pero en tu obra te
has dedicado a la poesía. Este libro, con el que recién hablábamos de la
edición económica, son poesías dedicadas a distintas calles de la ciudad.
Chorroarín, me acuerdo que habla de un chorro de harina… Yo vivía en
Chorroarín, por eso me acuerdo. Bacacay… este es cortito, se los leo: “Por la
calle Bacacay/ pasa una vaca y se cae/ se levanta y dice: / “Ay, esta calle se
las trae”/ Al pasar por Bacacay/ cuando uno es vaca, se cae. Son poemas sobre
unas cuantas calles de la ciudad…
AB: Tengo pendiente sacar una edición aumentada, porque he
seguido escribiendo poemas sobre las calles. Por ahora es algo pendiente.
MM: Claro, estas son quince calles…
AB: Tengo muchas más… avenidas… Está Avenida La Plata…
MM: Podría haber autopistas…
AB: Pasajes… (Risas).
MM: ¿Cómo trabajás la técnica con la poesía? Vinieron Liliana
Cinetto, Cecilia Pisos… Cecilia contaba que la poesía la escribía a mano,
Liliana que antes de elegir una palabra escribe veinte o treinta en un borrador
hasta que encuentra la que corresponde, ¿cómo es el tema de la poesía para vos?
¿Te surge la rima naturalmente, fluye? ¿O es muy ardua?
AB: No es tan arduo, pero en general primero siempre escribo a
mano. Voy poniendo palabras que tacho o que reemplazo por otras, hasta que al
final el poema está bastante construido y ahí lo puedo pasar a la computadora.
A veces viene muy fluido, y a veces hay líneas que no cierran, que no me
gustan… Hasta que encuentro la forma de un poema de diez líneas puedo estar dos
meses. Voy probando diferentes variantes hasta que me convence. La poesía tiene
que cerrarme. Para mí es mucho más exigente que otros géneros. Tiene que tener
algo que pare mí no es fácil de lograr. Tiene que haber como una especie de
matrimonio entre la palabra escrita y el sonido. No sé bien cómo explicarlo
pero no es fácil.
MM: Los matrimonios no son fáciles. (Risas).
AB: Y no…
MM: Son arduos.
AB: Son poco “inarduos”. (Risas).
Asistente: ¿Te encerrás hasta que te salga?
AB: Me encierro. Me hago atar a la computadora… (Risas). No, no
me encierro. Lo sigo, pero a veces lo dejo un día pensando en retomarlo al
siguiente porque me vuelve loca.
MM: El título de la entrevista va a ser “La ardua, sufrida vida
de una escritora”.Y vamos a poner una foto en la que estés atada.
AB: ¿Por qué no elegí ser empleada de comercio? (Risas).
MM: Cajera de supermercado…
AB: ¿Sabés el quilombo que
yo haría si fuera cajera de supermercado? Viviría poniendo plata de mi
bolsillo, porque daría mal los vueltos… Muy difícil…
MM: ¿Y en la narrativa? Has escrito muchos cuentos, algunos con
juegos de palabras y rima. Otros, como en Dejame
ser la negra Maria, no tanto…
AB: No, ahí hay menos… Pero en Una luna junto a la laguna, ¿Que es esto gigantesco?, y en otros
también.
MM: ¿Te gusta menos la narrativa o es una cuestión de ida y
vuelta con las editoriales?
AB: No es que me guste menos…Me gusta mucho, pero lo que me
fluye más espontáneamente es el teatro. Para escribir narrativa tengo que
ponerme en una situación especial. No es lo que me viene primero. Lo que me
viene primero son personas hablando, diciéndose cosas, moviéndose. Me gusta mucho
escribir narrativa, también. Pero me cuesta más ubicarme en eso.
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