Laura Ávila y Ricardo Lesser:"Investigar es el espacio de la felicidad."
Laura
Ávila y Ricardo Lesser proponen un abordaje diferente y renovado sobre la relación entre historia y literatura. ¿Qué partes de la historia interesan? El costado anecdótico y subjetivo de los acontecimientos más allá de los datos de fecha, lugar y nombre; la relación entre la investigación y la ficción, la literatura que incluye datos de la verdad histórica sin dejar de ser literatura, tanto como los relatos familiares y los personajes del propio entorno que sin proponérselo fueron una influencia insoslayable, fueron algunos de los temas de los que conversaron los autores Laura Ávila y Ricardo Lesser con Mario Méndez. El encuentro del Ciclo del Bicentenario en la Literatura Infantil y Juvenil se llevó a cabo en La nube, el lunes 22 de agosto de 2016. La segunda parte saldrá publicada el viernes próximo.
Ricardo Lesser:
Sí, cuando tenía
once o doce años le dije que no me dijera Chonchón nunca más. (Risas). Pobre
vieja. Y mis hermanos eran mucho más chicos que yo. Ellos la llamaron
Chonchona. Cuando hablo de mi abuela puedo emocionarme mucho, porque mi abuela (se interrumpe)…
ya ven. Mi abuela efectivamente solía contar historias… Sólo con el tiempo me di cuenta de que yo
también contaba historias de familias. No fue que ella me influyera para que lo
hiciera, sino que las historias me venían solas. Me acuerdo de que mi abuela ya
no estaba más, estaba hablando y estaba hablando de las familias. Yo escribí
una biografía de Belgrano. Los conozco como si fueran mi familia. Les puedo
hablar del hermano de Belgrano, que era cura, de las hermanas que se casaron,
con comerciantes… No me acuerdo los nombres porque tengo pésima memoria pero
puedo hablarles de los Belgrano como si fueran mi propia familia. De los
Escalada… y así. Porque como a la abuela, me gusta, me divierte. De golpe me di
cuenta de que estaba contando la historia de la familia de Belgrano y pensé:
“Soy la abuela”. (Risas).
MM:
Me llamó la atención
lo que contaste en el café previo, porque me pareció rarísimo y ya lo dijiste
dos veces… que tenés una pésima memoria… ¿Es real eso?
RL:
Espantosa.
MM: Es
increíble. Porque uno piensa que los historiadores se saben las formaciones de
todos los equipos.
RL:
Hablando con chicos
en estos días, delante de las maestras, lo cual fue muy grave, les dije que la
Historia es un plomo, que son fechas de batallas, o de cuándo nacieron Fulanito
o Menganito, y que eso es un plomo porque hay que acordarse de memoria. Yo no
sé nada de memoria. Lo que sí puedo contarte son las amantes de no sé quién y
las habilidades que tenía no sé cuánto, que es lo que me gusta de la Historia.
MM:
En la colección Mar
de papel, de la editorial Crecer Creando, cada
libro tiene una parte muy interesante que es la voz de los autores. Ahí se le
pregunta a cada escritor por qué eligió contar lo que ha contado. Entonces yo,
como editor, escribí esto, y Laura me lo contestó. Dice así: Laura Ávila no
escribe historia sino literatura. Sus cuentos, documentados y bellos,
simplemente toman nuestro pasado como una fuente de inspiración. Para escribir esta y otras obras,
Laura ha leído muchos documentos y papeles de archivo, además de los textos más
importantes de nuestros historiadores. Y también, claro está, muchos libros de
ficción. Por eso le preguntamos si tenía algunos libros para recomendar. Esto
nos contestó Laura: “Me gusta leer cualquier cosa que esté bien escrita.
Últimamente descubrí a Astrid Lindgren, una autora sueca
buenísima, que relata cosas de su país con mucho humor y unos personajes muy
tiernos. Su prosa es sencilla y dinámica. Recomiendo leer la saga de Miguel (o
Emil, como lo conocen en Suecia). Es desopilante y cuenta un modo de vida
particular de esa parte del mundo. También Ronja,
la hija del bandolero, es un libro
excelente. De acá estoy releyendo a Rodolfo Walsh. Era un periodista que
escribía también relatos cortos y novelas de investigación. Hay un cuento suyo
que se llama “Los
oficios terrestres”, que me parece uno de los mejores que leí
en mi vida. ¿Qué nos dirías
hoy, Laura? ¿Qué estás leyendo y qué nos recomendarías, después de haber
transitado la literatura que se publicó ahora por el Bicentenario, después de haber escrito Los espantados de
Tucumán?
Laura Ávila:
En realidad no estoy
leyendo mucha literatura. Empecé a leer ensayos, no necesariamente del
Bicentenario tampoco, pero me parece que las novelas históricas que se
publicaron este año tienen más que ver con una forma de historiar la realidad
de hoy. Cuando se lean esas publicaciones, en el futuro, vamos a tener una mapa
de lo que estaba pasando en esta época.
Ahora estoy leyendo Los Oesterheld,
que es una investigación de dos periodistas, de las que como no tengo buena
memoria tampoco me acuerdo los nombres (NR: son Fernanda Nicolini y Alicia
Beltrami). Cuenta cómo fue la vida y la llegada a Montoneros de los Oesterheld.
El libro está muy bueno. Tiene esto que tenía Walsh y que tenía Capote: mechar
partes de investigación con partes de ficción. Está muy bueno. Me gusta ese
delgado límite entre la investigación y la ficción, en el que se abreva poco.
Yo hago literatura, pero hay pequeños datos de la verdad histórica que me gusta
incluir. Encuentro mucho placer en eso… más en la investigación que en la
escritura misma…
MM:
“…más en la
investigación que en la escritura misma…”
LA:
Sí. A veces escribir
es un parto. Investigar es el espacio de la felicidad.
MM:
¿Vos coincidís,
Ricardo?
LA:
Absolutamente.
LA:
Sí, hasta de
diversión. Después llega el momento de escribir y es como que todo eso que uno
vivió en la investigación es difícil ponerlo en el libro. Hay como un embudo. A
mí, de todas maneras, me sale una cosa totalmente diferente. Una cosa que
quizás no tiene nada que ver con las lecturas anteriores, pero que puede
percibirse en el texto. Cuando leía el tuyo, Aquel baile del 10
de julio de 1816, me pasaba que lo
leía y estaba Groussac ahí, estaba la Biblioteca de Mayo con las biografías… No
sé cómo lo percibirá el resto de la gente, a mí me encantó por eso. Como esos
libritos que sacaban a principios del siglo XX, del tipo de “Pasajes de nuestra
historia”, los de Sopena… Eso es lo que a mí me divierte de todo esto. Igual,
en mi libro sale otra cosa.
MM:
Está buena la idea
del embudo. Ustedes acumulan información. Muchos otros que hemos escrito sobre
el Bicentenario partimos de menos documentación y más fantasía o de una
documentación muy acotada. Ustedes tienen esto que vos dijiste recién, Ricardo,
“conocés a la familia de Belgrano”. Saben los detalles, parece que hubieran
vivido ahí. Siempre que escribo algo de historia, le pido a Laura que lo
revise. Cuando me tocó escribir El aprendiz,
le pregunté si había cárcel en 1810, porque el personaje del aprendiz iba preso
y French lo liberaba. Y me explicó que no, que estaban en el cuartel que estaba
atrás del Cabildo. Y parecía que ella había caminado por donde estaban todas
esas cosas. Y me parece que eso es lo que tienen aquellos que como ustedes se
mueven entre los documentos históricos no solo con familiaridad sino con gusto,
con placer. Leen estos viejos documentos con mucha alegría, pareciera. Me
parece que eso es intransferible. Se nota y creo que después hace diferencia en
las producciones. Si uno lee Aquel baile del 10
de julio de 1816, ve el contenido
histórico muy claro, ve a Bernabé Aráoz, o a Javier López, o a la mujer de
Javier López que era una Aráoz. La relación con los Montescos y los Capuletos.
Lo ve al Manco Paz el día del baile con el brazo en cabestrillo y sus ocho años
de prisión criando pájaros… En todo eso se nota que hay una elaboración pero en
base a una documentación fuerte.
LA:
Lamadrid, que viene
como de otra galaxia. Era muy terrible, lo dieron por muerto un montón de veces.
MM:
Bueno, lo del Tigre
Quiroga, el muerto de El Tala. Eso es verdadero, ¿no?
RL: Absolutamente.
Hay cosas de mis cuentos que son de las Memorias de Lamadrid o de las de Paz.
Cuando Paz cuenta que en la Villa del Luján hacía jaulas para los pájaros, es
él el que habla. De verdad decía que hacía jaulas como castillos. Y uno piensa
que ese hombre con una sola mano (no era manco, pero no podía mover un brazo),
hacía estas jaulas… Es maravilloso.
MM:
¿Lo del cardenal
está en sus Memorias o es tu fantasía?
RL:
Lo del cardenal es
una experiencia propia. Si querés, dolorosa. Cuando era joven fui a Carmelo,
Uruguay, y me regalaron un cardenal. Y como un imbécil, me lo quedé. Lo que
tendría que haber hecho era haberlo soltado, era un pájaro del monte. Y cuando
lo llevé a mi casa, realmente se destrozaba contra las paredes de la jaula y
quedaban flotando las plumitas grises cada vez que yo me acercaba. Si lo
soltaba en ese momento, ya era tarde, porque se lo hubieran comido los gatos.
De modo que decidí domesticarlo. Y lo hice de la misma manera que está contada
en el cuento. Me fui acercando poco a poco, cada vez más, hasta que el cardenal
me miraba desde el fondo de la jaula, pero sabía que yo era el alpiste y el
agua. Que no era un riesgo. Así lo domestiqué
y eso cuento en el libro. Lo que no cuento es que una mañana después de algunos años, mi cardenal
apareció tan hermoso como era con su copete rojo, y su pecho blanco grisáceo,
muerto en la jaula, igual que cuando estaba en el palito. Y esto es uno de los
recuerdos importantes de mi vida, aunque no parezca. No sé qué cifraba en mí el
cardenal. De alguna manera lo exorcicé, contándolo.
MM:
Qué bueno. ¿Nunca
cantó, como el de Paz?
RL:
Nunca cantó. Ni un
silbo.
MM:
Era su rebeldía.
RL: Así es.
MM:
Ese cuento del Manco
Paz, en la cárcel del Luján, que no sé si sería una cárcel…
RL: Está
en el actual Cabildo. Se puede ver. Recomiendo ir.
MM:
Seguro. ¿A Paz lo
libera Rosas, finalmente?
RL:
Finalmente sí, bajo
la palabra de no tomar las armas contra él. Cosa que Paz después desoye y
escapa. Después tiene mando en el ejército contra Rosas.
MM:
O sea que era un
perjuro. Cosa que le criticás. Hay otro
episodio histórico en el que Belgrano, después de vencer a Pío Tristán en la
batalla de Salta deja libre más o menos a tres mil soldados, bajo juramento de
que no van a volver a tomar las armas, y apenas los obispos españoles los
liberan del juramento, vuelven a tomarlas. En uno de los cuentos de Ricardo,
Paz, en el baile, se queja de esa decisión de Belgrano. Dice que fue de una
ingenuidad notable.
LA:
Bueno, pero no todos
volvieron a tomar las armas. Pío Tristán no.
MM:
¡Bien por Pío!
LA:
Sí, hubo algunos que
se pasaron al ejército de Belgrano. Era una línea muy delgada.
MM:
¿Cómo fue, más o
menos?
LA:
Lo que pasó fue que
Pío Tristán y Belgrano se conocían desde hacía tiempo, porque habían estudiado
juntos en la Universidad de Salamanca de jóvenes, y tenían una amistad anterior
a eso. Después vinieron los dos a América, y Belgrano fue general del ejército
revolucionario y Pío Tristán del ejército español porque si bien era peruano,
respondía a las armas del rey. Según Mitre hubo una relación epistolar, y
aparentemente entre los partes que se mandaban se hacían bromas. Cuando
finalmente, Belgrano venció en la batalla de Salta, Pío Tristán pensó que lo
iba a matar, como pasaba con todos los que se rendían, pero Belgrano le perdona
la vida. Y está el cuadro famoso en el que Belgrano está abrazándolo. Le dice
que no va a volver a tomar las armas, y él cumple. Me parece que ese gesto de
Belgrano es interesante, porque no es que decía que él era experto en la
guerra o algo así. Me parece que lo
hacía con visión de futuro, porque sabía que si sembraba esa semilla de la
pacificación, podía tener más éxito que si seguía atacándolos.
RL:
Como hizo en
Paraguay. Además, era imposible tener tres mil prisioneros… Muy inteligente.
LA:
Era un tipo muy
pensante y sabía muy bien lo que hacía. Esa imagen del Belgrano “blando”,
“piadoso”, es una construcción posterior. El Belgrano de las cartas que él
dejó, era muy pensante y muy decidido. Hay que ver qué se eligió contar de él.
Se pregunta cuál fue el personaje que más fusiló en la historia, y salta
Mariano Moreno porque “mató” a Liniers…
Belgrano también fusiló gente que se le rebelaba en el ejército y los
pasaba por las armas. Lo mismo que San Martín. Todos tuvieron que poner ahí una
fuerza especial para mantener esos ejércitos. Hay que ver qué costado se cuenta
y qué costado se soslaya de las cosas que hoy entendemos como historia. Para
mí, si uno ahora va a escribir sobre esto, ese es el desafío.
Asistente:
La frase de Belgrano
el 24 de mayo de 1810, cuando se reúnen los conspiradores y dice que si al otro
día el Virrey no renuncia él lo tira por la balcón del Cabildo.
LA:
Claro. Estaban
decididos. Él, Castelli y después Moreno cuando se suma a la Revolución.
De alguna manera hay
postales que se colorean y se enseñan en la escuela. Es la escuela que se fundó
cuando se fundó la "nacionalidad", y tenía contenidos de Mitre.
RL:
La pregunta que yo
me hago, que seguramente vos también te hacés y para la que no tengo respuesta,
es, cuando escribimos literatura para chicos, nosotros, los que sabemos la
historia no oficial: ¿qué contamos? Porque este es un tema. Ahora que no nos
escucha nadie ni nadie nos registra (Risas) yo hace bastante tiempo que vengo
contando las estafas que hizo el padre de Belgrano. Hace rato que hablo de este
tema y me llama mucho la atención porque nadie lo toma. A mí me han hecho reportajes por estos libros, en los que
cuento que Doménico Belgrano, para decirlo académicamente, metió la mano en la
lata. Estafó con la estancia de las
vacas que administraba, la Hermandad de la Santa Caridad, por la que
tampoco rindió cuentas nunca, una cantidad de cosas de contrabando… Yo sé que
Doménico Belgrano era un estafador. Y que Manuel tuvo serios problemas con este
tema. Hay cartas de Belgrano a su madre, cuando está en Madrid, diciéndole que
él puede dejar de estudiar, que vuelve, o que pueden tomar algún abogado de la
Corte para que defienda el caso del padre.
LA:
Son cosas que no
quieren escuchar porque es como si lo mancharan. Lo que yo pienso es que un
tipo como Belgrano haya hecho lo que hizo tendiendo un padre así, lo enaltece
más, porque se separó de eso.
RL:
Belgrano, en el
fondo, es un economista político. Es el que funda la economía política en estos
lares. Sublima lo que le pasa con el padre,
a través de la economía política, en la que el interés general está por
encima del particular. La experiencia en el Real Consulado, en la que son todos
contrabandistas que están ahí por su propio interés, él la sublima con la
economía política. Y esto es algo maravilloso, que lo enaltece.
LA:
Totalmente. Y la
gente que lo estudia hoy no se quiere hacer cargo. O la gente que lo divulga.
Esto de ir y fundar pueblos y conceder terrenos para que los siembren… el tema
de cómo organizaba políticamente la ciudad que dejaba atrás, tampoco está
recuperado. Está lo de la plata que donó para las escuelas. Estando en la
Junta, era como que la plata le quemaba. Para mí, tenía esa necesidad de
separarse totalmente de la imagen del padre. Siempre lo pensé, pero es difícil
de contárselo a los demás. Y cuando los chicos preguntan, prefiero decirles lo
que pienso. A mi modo, para que ellos lo
entiendan, pero me parece que está mal repetir esa postal antigua, porque llega
un punto en el que la escuela es otra, la población de la escuela es otra,
donde el chico es otro y ve que hay otra realidad.
Asistente:
Ya no se puede
sostener un arquetipo de héroe impoluto, impecable…
LA:
Yo creo que lo que
molesta es cuando uno se opone a la tendencia del modo de producción, que es el
capitalista, cuando alguien expone algo diferente. No molesta que Belgrano haya
tenido muchas amantes, que haya tenido hijos por distintos lugares, que se
blanquee eso. Pero cuando Belgrano dice que tomen la tierra y la siembren, ahí
hay conflicto. Cuando Belgrano se opone a su padre que seguía ese sistema de
pre capitalismo, que implicaba vivir de los esclavos. Ahí molesta la imagen de
esta gente. Ya no es el prócer que entra a llenar un lugar para mantener algo.
Creo que ese es el problema. Me pasa con Moreno, que para mí es el más
vilipendiado. Hasta la cara le cambiaron. Es un personaje que nunca estuvo explotado,
y que la gente que lo estudia, como Noemí Goldman, no puede terminar el libro
que está escribiendo hace veinte años, porque es un personaje tan complejo, tan
soslayado y sobre el que es tan difícil encontrar documentación, que te puede
llevar una vida contarlo como realmente se merece. Una persona tan especial,
que ayudó al sistema de Belgrano y al de Castelli en su momento… Sin esta gente
no hubiera habido Revolución de Mayo. Yo creo que a los chicos hay que contarles
eso. No repetir que en 1816 el negrito vendía empanadas. Me parece que eso ya
es ofensivo si no se incluye en la concepción de lo que fueron los pueblos en
este país. Siempre pienso en Ricardo Rojas, en esta gente que escribió los
primeros libros… y que lo que tienen es que escribían muy bien.
Durante un taller
teórico de candombe, el antropólogo Pablo Cirio dijo, por ejemplo, que Eurindia de
Rojas, que es un libro muy bien escrito,
habla de los orígenes del pueblo argentino como una mezcla de europeos e
indios, pero soslayando a los negros, que fueron parte importantísima de la
población.
Muchos de nosotros
tenemos ascendencia africana y no lo sabemos. Incluir esa rama en los libros de
ficción histórica es importante, porque va a haber un lugar desde el que se va
a poder pensar de otra manera. Es como volver a construir una nacionalidad. Va
pasando el tiempo y uno tiene que hacerse cargo de eso.
RL:
Creo que vos me
contestaste la pregunta. Hay que hablar de los negros. El tema es que para
llegar a los chicos con esa historia no oficial, en este caso específico es
hablar de los negros. En mi libro, yo hablo tranquilamente de la hija de
Belgrano. Nadie se escandaliza, y los chicos tampoco, porque saben más que uno.
(Risas).
MM:
Como no soy un conocedor
de la historia, me dan ganas de sentarme a escucharlos, en Aquel
baile… para que no queden dudas, nace Manuela del
Corazón de Jesús Belgrano. ¿Él no se casó con Dolores Helguero?
RL:
No, Belgrano era
soltero. Pero antes de morir le donó un terreno de él que estaba frente a la
Plaza Mayor de San Miguel de Tucumán. Un acto implícito de reconocimiento que
no tiene respecto de su otro hijo, Pedro Rosas y Belgrano, el hijo que había
tenido con la hermana de Rosas…
LA:
En realidad, la
hermana de Encarnación Ezcurra…
RL:
Exactamente…
LA:
Josefa.
MM:
Que le decían Pepa.
(Risas). A mí me llamó mucho la atención eso, porque lo decís sin decirlo.
Queda la sospecha pero está medio implícito que es una “hija natural”. Y esto
de hablar de los negros que decís muy bien en tu pregunta y en la respuesta de
Laura, es Los espantados de Tucumán.
De todas las novelas que leí para el Bicentenario, la de Laura cuenta esto como
ninguna. Salvo un poco en el cuento de Ana María Shua, en el que en las cocinas
hay un rebote de lo que está pasando y las negras dicen que es una cosa de
blancos. Pero el eje de Los espantados de Tucumán
es el personaje de la niña negra, esclava. Incluso voy a leer el comienzo
porque me parece importantísimo. Se llama Trinidad, le dicen China, Chinita. La
dueña es Doña Francisca, que no queda muy bien parada, porque es una señora que
trata a su esclava como se las solía tratar…
LA:
No queda bien parada
porque está contado desde el lado de Trinidad.
MM:
Exacto. Les leo este
párrafo nomás: “Trinidad tenía once años. Había nacido el
día del Espíritu Santo y aunque su madre nunca fue católica doña Francisca
Bazán, su dueña, la bautizó con ese
nombre para conmemorar los misterios de la Santísima Trinidad. A veces Trinidad
soñaba que tenía tres personas adentro. Una Trinidad atrevida, que
se rebelaba a los mandados que le pedían, otra Trinidad que se convertía en
guitarra, y una tercera que era una niña bien con las manos blancas y pulidas
de no hacer nada. Pero las manos de Trinidad eran oscuras y estaban llenas de
callos, porque con ellas limpiaba la letrina, cuidaba a los animales, hacía la
comida, barría los pisos para asentar la tierra, traía agua de la laguna,
lavaba la ropa, cargaba la estera en misa, y a veces remendaba los vestidos de
doña Francisca. Trinidad había nacido esclava.”
RL:
Precioso…
MM:
Laura elige contar
la historia desde este punto de vista. También pone al niño blanco, Laureano,
con el que hay una pequeña onda, imposible, porque él es el niño de la casa,
sobrino de doña Francisca y blanco. Una relación imposible pero a la vez de
mucho cariño, entre dos chicos. El niño de la familia que viene de visita, y
Trinidad, la china, la esclava. Eso es otra manera de contar el Bicentenario
desde la literatura.
LA:
Y ahí tiene que
haber literatura, porque el tema de las cosas que quedaron de los esclavos y de
los pueblos originarios es casi nada, históricamente hablando. Hay que acudir a
ciencias auxiliares como la Arqueología, a los que hacen investigaciones
musicales… Una serie de cosas para recuperar esa cultura que nunca tuvo voz,
porque si bien había mucho negro que sabía leer y escribir, no los dejaban
publicar cosas. Entonces es muy difícil encontrar algo que no esté dentro del
ámbito policial. Las cosas que vas sacando en general son de gente que estaba
presa, que había cometido algún delito. Así están presentes esas personas que
de otra manera no tienen participación. En eso está la reconstrucción
literaria, tomando todos los elementos que uno pueda, después tiene que hacer
ficción, siendo lo más fiel posible y también abriendo un campo a la
imaginación. Porque hay que pensar que si uno va a escribir literatura
infantil, eso tiene que tener un gancho, una forma agradable de llegar al
lector. Si no, a los chicos no les interesa, porque les parece un lenguaje
obsoleto. Hay que encontrar algo que los enganche y les produzca placer. Para
mí, la clave para esto es que les guste a los grandes y a los chicos también.
Va a servir para compartirlo. La maestra en la escuela, la madre en la casa y
el chico leyendo. Hasta ahora ningún chico me hizo una mala devolución de mis
libros. Tengo mi duda con Moreno, porque era un guión para ser filmado y para
adultos. Lo publicaron para jóvenes y yo tenía miedo de que no les gustara.
Pero les encanta. Las veces que fui a las escuelas lo representan, hacen una
obra de teatro, y se enganchan con las partes que más me gustaron o me dolieron
escribir. Las tienen presentes y ellos las eligen para representarlas. Y eso es muy interesante. Son
las escenas en las que hay un personaje que es un negro, que le puse Barcala un
poco como homenaje…
MM:
Contanos quién era
Barcala…
LA:
Barcala era un
soldado negro que estaba con San Martín. En el guión este Barcala tenía una
parcela de tierra que le habían dado porque se había portado bien en las
Invasiones Inglesas. A veces los soltaban para que fueran libres a los negros,
les conseguían un pequeño terreno y él tenía el suyo. Y la gente que tenía
tierras al lado quería comprárselo o alquilárselo para tirar las vacas, porque los frutos de ese momento eran
las vacas y ellos vivían vendiendo los cueros para mandarlos en
barco a Londres o a lugares así. Y a este pibe le hacían la vida
imposible para que entregara ese pedazo de tierra que se había ganado peleando.
Entonces en una revuelta le mandan a los Patricios para molestarlo. Y él se
pone mal y le prende fuego a toda la cosecha y se va para Las Conchas que ahora
es Tigre. Y esa parte les encanta. En esa escena están Moreno y French que lo
sacan de la cárcel, y el negro dice que él no es un vago, que la tierra la
trabaja. Y que los vecinos no quieren hacer eso, sino tirar las vacas y venderlas en el puerto. Creo que en
esa escena está el resumen de lo que fue la historia argentina.
Asistente:
Por la justicia
puede ser.
LA:
Sí, por esa
reivindicación, pero yo creo que en el adolescente hay un interés, que yo en mi
adolescencia lo tuve. Quería saber qué había pasado para que todo saliera tan
mal ahora. Uno leía los manuales cuando era chico, en los que se decía que
éramos un pueblo súper gigante y no era así, no era cierto eso. Explicar que
eso era una construcción, y que al país lo hace uno también y que lo que
importa es ver qué hace cada uno con su vida, cómo se maneja con los demás,
creo que es algo importante para contar también
desde la historia. Si uno escribe algo que no tiene un eco en el presente, es un libro muerto. Para
mí tiene que referirse a algo que esté pasando ahora.
Asistente:
Se parece mucho a
los criterios de urbanización.
LA:
¿Cómo?
Asistente:
¿Dónde se asientan
los countries? En los terrenos bajos, en los terrenos de los pobres. Fijate que
todo country está cerca de una villa. Y este correr al otro hacia lugares
peores para poder hacerse de ese lugar que es barato, construir ahí y venderlo
caro.
LA:
La misma
metodología. Es muy interesante esto que estás diciendo. Pero sí, es eso, más o
menos. Acaparar lo que se pueda, usufructuar de manera que moleste a los demás,
que no los deje crecer. Creo que es momento de repensar todo de otra manera,
pero es un trabajo lento. Son cuarenta años de educar de cierta manera.
Asistente:
Sí, y cuestionarse
el lugar en el que uno mismo está parado. Mirar lo que lo rodea y tomar estos
ejemplos, estos relatos, para ver cómo se cambia. Porque como vos decís, de
algún lado venimos.
LA:
Sí. Muy bueno.
MM:
¿Ustedes creen que
esto que salió mal, empieza con la derrota de Moreno en la Primera Junta?
LA:
Lo que creo es que
venía mal barajado desde antes de la Revolución de Mayo. Para mí se empieza a
contar desde esa época por una construcción de la mitología mitrista. La verdad
es que lo hizo muy bien y me saco el sombrero porque el tipo es muy buen
escritor. Mi libro de cabecera de la niñez era la Historia de Belgrano.
Tengo un problema con él, porque me gusta mucho cómo escribe, lo admiro mucho
pero sé que era un viejo malvado. Lo que me parece a mí es que empezó a venirse
todo abajo por la forma en la que los españoles organizaron estos territorios.
Esta manera de saquear, de invadir, de humillar, de usufructuar la tierra; esta
forma de plantear el Virreinato. Para mí el problema viene de ahí. “Si los
indios no quieren trabajar los matamos y traemos negros.” Eso del oficio manual
que les daba asco, siendo que en España muchos eran campesinos. Venían acá para
nunca más agarrar una pala. Para mí viene de esa época esa frase, en la que
todavía no estaba bien claro qué país querían construir, pero ellos no iban a
trabajar para construirlo mientras otra gente pudiera hacerlo en su lugar.
Gentes como Tupac Amaru, Moreno, Castelli, el mismo Belgrano, cada tanto
surgían para querer cambiar las cosas y los bajaban. En el fondo también hay un
problema racial, además de económico. Y Moreno levantó una voz que se oponía.
No sé qué hubiera pasado si hubiera vencido esa Revolución que para mí fracasó. No sé qué opinás vos…
RL:
En un libro que se
llama Los orígenes de la Argentina,
donde digo que la Argentina no empieza en 1810. Si que hay que ponerle un año,
la Argentina empieza en 1776, cuando se crea el reino del Río de la Plata, que
se crea por razones geopolíticas y estratégicas, para proteger el Atlántico Sur.
Por Buenos Aires empieza a pasar la plata que quedaba en Potosí. Hay una
monetización en esa economía desmonetizada, hasta entonces precapitalista.
Empieza a aparecer una clase social, una incipiente burguesía que, sin embargo,
acelera su acumulación mediante el contrabando. A mi modo de ver, ahí está la
raíz de todos los males, el huevo de la serpiente. Esta no es de ninguna manera
una burguesía progresista, vive de un excedente dado por el Estado, porque el
contrabando era posible por la imposibilidad de intercambio. A partir de ahí
viene la distorsión. Y esto no ha cesado. Aquella falla de origen recorre toda
nuestra historia en muy buena medida.
En otro libro que no
sé cuándo voy a publicar, Las mujeres de los próceres,
digo que las luchas civiles en la Argentina de los veintes y los treintas, son
peleas entre familias que nacen del momento en que en 1767 se expulsa a los
jesuitas, y los vecinos ilustres empiezan a disputar el tesoro de los jesuitas como
perros feroces. Y empiezan a pensar en ese excedente, de alguna manera, como
acumulación originaria (abusando mucho de este término). Ahí aparecen Ceballos
y Vértiz. A Ceballos le decían “el jesuitón” y Vértiz era anti jesuita.
Encarnaban a dos grupos de vecinos que se peleaban por el tesoro de los
jesuitas. De ahí parte la acumulación de esta burguesía. No sé si estuve
horriblemente sociológico. Pido disculpas.
LA:
Y Vértiz es el que
termina exponiendo las Temporalidades…
RL:
El tema lo excede,
porque la Junta de Temporalidades es un poco más allá. Doménico Belgrano daba
zarpazos sobre los restos de los jesuitas. Y el propio Ángelo Castelli, el
padre, se quedó con la Botica de las Temporalidades que era en buena medida
parte de su riqueza. En cuanto empezamos a escarbar en los padres de los
próceres, encontramos estas fallas.
MM:
La cuestión de
familia de las que hablábamos al principio. Los padres y las mujeres.
Asistente:
Yo tengo la impresión
de que incluso en el revisionismo histórico, no el tradicional sino el más
moderno, no está suficientemente destacado el rol de los contrabandistas en la
Revolución. Yo soy de la opinión de que ha sido un factor decisivo el
contrabando, no una cosa secundaria. Creo que fue la forma parasitaria en la
que luego se desarrolló la clase dirigente en la Argentina. No trabajan. Tienen
el puerto, por eso el puerto es tan importante. Y por eso la Constitución del
’53 habla de la libre navegación de los ríos. ¿De qué ríos estábamos hablando?
De Paraná y del Uruguay. La salida obligada es por el puerto de Buenos Aires.
El parasitismo era ese: trabajar poco.
LA:
Cuando Belgrano
estaba en el Consulado, propuso la construcción del puerto de Buenos Aires que
nunca se terminaba de hacer. Y no le daban la plata, no le financiaban esos
proyectos que hubieran sido interesantes de llevarse a cabo. Y en la Revolución
de Mayo, la idea era la de abrir puertos en las ciudades interiores. Está el
decreto de puño y letra de Moreno pidiendo un puerto en Ensenada. Lo mandó a
Belgrano al Paraguay para que investigue el curso de los ríos para fijarse lo
de los puertos en el interior. Esas fueron patrias posibles pero que no fueron. Hay que repasar eso también.
Lo que quería esa gente.
RL:
Vértiz, creando
colonias en el Litoral del Océano Atlántico. Había otros proyectos, que
fallaron por lo que creo que es esta
falla geológica de nacimiento.
LA:
Sí, es anterior a la
Revolución de Mayo. Nunca se terminó de pensar bien en el otro. Había un dicho
que no voy a recordar bien, que decía que el que llegaba de España llegaba a
ser Señor en poco tiempo. Era la idea de los españoles que llegaban al país.
Hay gente terrible. Está este chico, Álzaga, que era negrero también…
RL:
Gaspar Santa Coloma.
LA:
El padre de
Rivadavia… El padre de Mariano Moreno
era empleado en las Cajas Reales, que era como si trabajara en un banco. Había
venido de Santander, había aprendido a leer en el barco en el que vino, era un
tipo muy capaz, y no era chorro. Quería poner
a Moreno para que trabajara en las Cajas Reales, pero él no quiso. El
que sí trabajó ahí fue Manuel Moreno. Toda la familia de la madre de Moreno,
los Valle, era de ahí. Pero eran como la Clase B de los próceres. No tenían
tanta plata como los Castelli… que tampoco tenían tanta. Los Belgrano tenían
plata. Los Rivadavia también. La pobreza era otra cosa antes, porque había otra
manera de pensar el mundo.
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