Apuesta
Ni las leyes, los acuerdos, o los pactos, logran atar la voluntad y el deseo humanos. La palabra escrita no puede contra la naturaleza humana, volátil, cambiante, portadora de la fuerza transformadora y creativa que nos define. Libro de arena comparte una reseña sobre El beso y otros cuentos de Anton Chejov
Por Miguel Vieytes*
Para muestra solo falta un
botón, pero para conocer a las mujeres y a los hombres uno solo no basta. En El beso y otros cuentos de Anton Chejov
hay muestras de ellos, más de un botón. En forma de cuentos, cuentos
melancólicos; cuentos gozosos; cuentos agridulces; cuentos de amores frustrados
y de penas no saldadas, en fin, cuentos de mujeres y de hombres. Todos ellos,
como piezas de un rompecabezas, inconcluso, que sí nos permiten percibir como
somos.
En “Una apuesta” un ya viejo y empobrecido banquero
recuerda una discusión ocurrida durante una recepción dada en su casa a muchos
personajes notables, sucedida quince años atrás cuando era más joven y poseedor
de una gran riqueza, entre él y sus invitados.
El tema que la originó fue la moralidad de la pena de muerte frente a la
de la reclusión perpetua que merecería un delincuente.
Mientras que varios
de sus invitados sostenían más válida la reclusión perpetua pues encontraban la pena de
muerte anticuada, inservible e inmoral según los cánones cristianos, el dueño de
casa aseguraba que «la pena de muerte era más moral y humana que la reclusión,
pues esta mata, también, pero lentamente y aquella rápidamente. ¿Cuál verdugo es
más moral?»
Una voz dijo «Uno y
otro son inmorales, porque persiguen el mismo propósito, quitar la vida. El
estado no es Dios».
Se le preguntó,
entonces, a un joven jurista su opinión y dijo que ambas son inmorales, pero,
si le ofrecieran elegir entre ellas el elegiría la prisión perpetua. Vivir de
alguna manera es mejor que no vivir. Se originó entonces una animada discusión. El
banquero joven y nervioso desafió al jurista, apostando dos millones a que
él no soportaría ni cinco años en prisión. Entonces el jurista dobló la apuesta
diciendo que aguantaría quince años.
La apuesta fue
aceptada. Se fijaron las condiciones. El banquero disfrutaba suponiendo que
aunque la suma era para él insignificante no estaba en riesgo perder la apuesta, puesto que
suponía que el jurista abandonaría antes de los quince años.
Se le proveyó de
lo que el, a través de notas, único medio de conexión con el mundo, solicitara:
alimentos, alcohol, libros, periódicos, instrumentos musicales, etc. Pero no
podría salir siquiera al umbral de la pequeña cabaña que se le asignó, so pena
de perder la apuesta. Estaría, claro, estrechamente vigilado por un guardia
todas las horas de todos los días de los próximos quince años.
Así comenzó su
prisión. Mutando en sus intereses; sufrió la soledad y el tedio; se lo escuchó
tocar el piano; se supo que lloraba. Comenzó leyendo banalidades pero así como
pasaba el tiempo comenzó a solicitar libros de filosofía, religión,
medicina, historia, etc.
El viejo banquero
recordaba todo esto faltando unas horas para que se cumpliera el plazo. Se
lamentaba, de tener que entregarle los dos millones convenidos pues ahora quebraría. Solo matarlo le salvaría de
su derrota.
Se deslizó dentro
de la cabaña en busca del jurista, lo vio sentado a la mesa dormitando. Vio
allí una nota.
En ella le decía al
banquero y al mundo, que en todos estos años había aprendido a conocer a los
hombres y a sí mismo. Que despreciaba quien había sido y lo que la humanidad
era. Que renunciaba al dinero que antes tanto había deseado. Para ello saldría
de la cabaña unas horas antes del vencimiento del plazo.
Conmovido el
banquero se retiró a dormir, pero no pudo. Poco antes de cumplirse el plazo un sirviente le informó que
efectivamente el jurista había salido antes del plazo.
¿No es esta historia un déjà vue?
¿No se han hecho
promesas, firmado pactos, convenios y acuerdos, que solo han sido respetados
mientras quienes debieran cumplirlos no fueran los ganadores?
¿Han podido los Luther King, Mahatma Gandhi y otros de semejante calibre lograr ganar más que, importantes, batallas?
Es relato tiene una fuerza simbólica pasmosa y nos recuerda a nosotros mismos, a nuestra condición. No más que la condición humana.
¿Han podido los Luther King, Mahatma Gandhi y otros de semejante calibre lograr ganar más que, importantes, batallas?
Es relato tiene una fuerza simbólica pasmosa y nos recuerda a nosotros mismos, a nuestra condición. No más que la condición humana.
Miguel Vieytes: fanático lector aprovecha los huecos que le dejan sus horas de viaje y de espera, entre trabajos, tareas, y reflexiones, para dedicarse a los libros.
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