El bailarín mundano

Como en los policiales, las lecturas obligan al lector a seguir de cerca los pasos que dio el autor para construir el relato, la historia, la trama, los personajes, darle vida propia a los temas abordados. Los lectores de Libro de arena comparten el interés por abordar así los textos, pensarlos y reflexionar sobre ellos. Hoy se publica el comentario de Alvar Torales acerca de El tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte


Por Álvar Torales


1928, 1937 y 1966 son los años en que Arturo Pérez-Reverte hace cruzar a sus personajes, Max y Mecha, en la novela El tango de la Guardia Vieja. En estas tres etapas, muy bien descriptas por el autor, hay un hilo conductor que las une; la vida y los personajes de la alta sociedad, es decir, el boato, lo superfluo, la indiferencia por la actualidad que los rodea, la carencia de valores valederos, el dinero, las apariencias, la ropa, etc. Todo esto se repite a través de los casi cuarenta años en los que transcurre la novela.
Estas tres etapas las podemos simplificar en dos y calificarlas literariamente. La primera, la de 1928, es claramente la más lograda y la que abre las expectativas de que se está ante una gran novela. En ella Max, que es el bailarín profesional de un transatlántico que hace la travesía Lisboa-Buenos Aires, entabla relaciones con Mecha y su marido, un prestigioso compositor español que se ha propuesto escribir un tango en oposición al Bolero de Ravel. En esta parte Reverte demuestra que se tomó en serio la tarea y hay una rigurosa investigación sobre el origen del tango, su estado en esos años (1928) y la vida en Buenos Aires durante finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. "El tango original no era tan elegante como el actual pero sí mucho más lascivo" dice en un momento Max coincidiendo asombrosamente con la percepción de Jorge Luis Borges (El tango. Cuatro conferencias. Sudamericana 2016). Recorren un "bailongo" de Barracas y otros antros indeseables y sobre todo marcan (aunque esto es subjetivo) las diferencias entre el tango de la guardia vieja y el de 1928 europeizado, afrancesado y de moda en todo el mundo. Realmente el argumento y la trama despiertan expectativas que lamentablemente no se cumplen. Por el contrario, en el transcurso de la trama, va perdiendo verosimilitud y calidad. Sí es rescatable la descripción que hace de Cannes y de Sorrento y de su estilo de vida (esto lo supongo porque no tengo el placer de conocer ninguno de los dos sitios). A medida que avanza va perdiendo "carnadura". Max no es para nada épico, es un canalla, tal vez simpático, pero canalla al fin, y Mecha también lo es: indiferente, la historia le pasa al lado sin que la registre (la guerra civil española, los prolegómenos de la segunda guerra mundial y la guerra fría). En este sentido, si bien es comprensible que en el torneo de ajedrez Reverte tome simpatías por el hijo de Mecha, el autor caracteriza al equipo del campeón mundial soviético como sombrío, furtivo, siniestro, conspirador, más propio del lenguaje del Selecciones de la época que lo que se puede esperar de la pluma del español. La novela termina pareciéndose a las películas que en los setenta protagonizaron Alain Delon, Jean Paul Belmondo o Tony Curtis, con ladrones de joyas, hoteles elegantes y damas bellas y adineradas. De todas maneras, el balance es positivo, entretiene y está bien escrita, aunque insisto, insinúa más de lo que concreta.


El tango de la Guardia Vieja
Arturo Pérez-Reverte
Madrid, Alfaguara, 2012

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