60 años de la muerte de Boris Vian


El domingo 23 de junio se cumplieron 60 años de la muerte de Boris Vian, que a pesar de haber vivido solamente 39 años fue dramaturgo, poeta, narrador, músico de jazz, traductor, ingeniero y periodista. 



"En lo profundo de mi corazón 
Voy a ser sincero —una vez no es costumbre— 
Aquí está: 
Me sentiré contento el día que digan 
Por teléfono —si es que todavía existe— 
Cuando digan 
Con V de Vian..."

El verso que cierra el fragmento de este poema dio nombre a la revista literaria que fundó Sergio Olguín  y que salió desde 1990, hasta que la crisis económica de 1999 hizo imposible su continuidad. Compartimos un fragmento del primer capítulo de su novela Escupiré sobre vuestra tumba.



Escupiré sobre vuestra tumba.
Capítulo 1 (fragmento)

Nadie me conocía en Buckton. Clem había elegido la ciudad por esta razón; y por otra parte, aunque me hubiera rajado, no me quedaba gasolina para seguir más al norte. Apenas cinco litros. Aparte de mi dólar, todo lo que tenía era la carta de Clem. De mi maleta más vale ni hablar. Por lo que había en ella. Lo olvidaba: en el maletero del coche tenía el pequeño revólver del chico, un miserable 6,35 de ocasión; estaba aún en su bolsillo cuando el sheriff vino a decirnos que nos lleváramos el cadáver a casa para enterrarlo. Debo decir que confiaba más en la carta de Clem que en todo lo demás. Tenía que funcionar, tenía que funcionar a la fuerza. Miraba mis manos sobre el volante, los dedos, las uñas. Realmente, nadie podía tener nada que objetar. Por ese lado, ningún peligro. Quizá llegara a arreglármelas...
Mi hermano Tom había conocido a Clem en la universidad. Clem no se comportaba con él como los demás estudiantes. Le dirigía gustoso la palabra; bebían juntos, salían juntos en el Caddy de Clem. Gracias a Clem, los demás toleraban a Tom. Cuando Clem se marchó para sustituir a su padre en la dirección de la fábrica, Tom tuvo que irse también. Volvió a casa. Había aprendido mucho, y consiguió sin ninguna dificultad un puesto de profesor en la escuela nueva. Y luego la historia del chico lo mandó todo al carajo. Yo era lo bastante hipócrita como para no decir nada, pero el chico no. No veía nada malo en ello. El padre y el hermano de la chica se encargaron de él.
Esto explica la carta de mi hermano a Clem. Yo no podía quedarme en el pueblo, y mi hermano le pedía a Clem que me encontrara algo. No muy lejos, para que pudiéramos vernos de vez en cuando, pero sí lo bastante como para que nadie nos reconociera. Tom pensaba que, con mi aspecto y mi carácter, no corríamos ningún peligro. Quizá llevara razón, pero yo de todos modos me acordaba del chico.
Encargado de una librería en Buckton: éste era mi nuevo trabajo. Tenía que ponerme en contacto con mi predecesor y estar al corriente de todo al cabo de tres días. El antiguo encargado pasaba a ocupar un cargo más importante y no estaba muy dispuesto a volver la vista atrás.
Hacía sol. La calle se llamaba ahora Pearl Harbour Street. Probablemente Clem no lo sabía. El antiguo nombre se leía aún en las placas.Vi la tienda en el 270 y detuve el Nash frente a la puerta. El encargado, sentado detrás de la caja, pasaba unas cifras a un libro de cuentas; era un hombre de mediana edad, duros ojos azules y pálidos cabellos rubios, por lo que pude ver al abrir la puerta. Le di los buenos días.
–Buenos días. ¿Qué desea?
 –Tengo esta carta para usted.
–¡Ah! Es a usted a quien tengo que poner al corriente. Déjeme ver la carta.
La cogió, la leyó,le dio la vuelta y me la devolvió.
–No tiene ninguna complicación –explicó. Éste es el stock –señaló a su alrededor–. Las cuentas las habré terminado esta noche. En cuanto a las ventas, la publicidad y demás, siga las indicaciones de los inspectores y de los papeles que vaya recibiendo.
 –¿Es una cadena?
 –Sí. Sucursales.
–Ajá –asentí–. ¿Qué es lo que más se vende?
–¡Oh! Novelas. Novelas malas, pero eso no es asunto nuestro. Libros religiosos, bastante, y también libros de texto. Libro infantil, poco, igual que los libros serios. Es un campo al que nunca he prestado atención.
–Así que para usted los libros religiosos no son serios.
 Se pasó la lengua por los labios.
–No me haga decir lo que no he dicho.
Me reí de buena gana.
–No se lo tome a mal, yo tampoco soy muy creyente.
 –Pues le voy a dar un consejo: no deje que la gente se dé cuenta, y vaya todos los domingos a escuchar al pastor, porque de lo contrario en pocos días se encontrará usted en la calle.
–Bien, qué le vamos a hacer –le dije–: iremos a escuchar el sermón.
–Tenga –me dijo, tendiéndome una hoja de papel–.Verifíquelo. Es la contabilidad del mes pasado. Es muy sencillo. Los libros los traen de la central. Todo lo que usted tiene que hacer es llevar cuenta de las entradas y las salidas, por triplicado. Pasan a recoger el dinero cada quince días.A usted le pagarán con un cheque, con un pequeño porcentaje.
–Déme esto –le dije.
Cogí la hoja y me senté en un mostrador bajo, cubierto de libros que los clientes habían sacado de las estanterías. Seguramente no había tenido tiempo de devolverlos a su sitio.
 –¿Qué se puede hacer en una ciudad como ésta? –pregunté, reanudando la conversación.
–Nada –me contestó– .Hay chicas en el drugstore de enfrente,y bourbon en el bar de Ricardo,a dos manzanas de aquí.
No era desagradable, pese a su brusquedad. –¿Cuánto tiempo hace que está usted aquí?
 –Cinco años –respondió–.Y me quedan cinco más.
–¿Y después, qué?
 –Es usted curioso, ¿eh?
–Culpa suya. ¿Por qué me cuenta que le quedan cinco años? Yo no se lo he preguntado. Suavizó el rictus de su boca, y se formaron arrugas en torno a sus ojos.
 –Tiene usted razón. Pues mire, otros cinco años y me retiro de este trabajo.
 –¿Y a qué se va a dedicar?
–A escribir –me dijo–. A escribir best-sellers. Sólo best-sellers. Novelas históricas, novelas en las que los negros se acuesten con las blancas y no los linchen, novelas en las que jovencitas puras logren crecer inmaculadas en medio de toda la podredumbre de los suburbios.
Soltó una risita irónica.
–¡Best-sellers, hombre! Y luego novelas increíbles audaces y originales. En este país es fácil ser audaz: no hay más que decir lo que todo el mundo puede ver si se esfuerza un poco.
–Lo conseguirá –le dije.
–Claro que lo conseguiré.
Ya tengo seis a punto. –¿Y nunca ha intentado colocarlas?
–No soy ni amigo ni amante de ningún editor, y no tengo dinero para invertir.
–¿Y entonces?
–Entonces, dentro de cinco años tendré dinero suficiente.
–Estoy seguro de que va usted a conseguirlo –concluí.


Revista Con V de Vian
Octubre de 1993.

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