90 años del nacimiento de Ana Frank

Conmemoramos los noventa años del nacimiento de Ana Frank, con esta recorrida de María Pía Chiesino por las páginas de su Diario.




Por María Pía Chiesino

Ana Frank cumpliría hoy noventa años. Apenas llegó a los quince, y gracias a su padre, Otto Frank, los lectores y lectoras de todo el mundo accedimos, a través de lo que en su momento fue su diario íntimo, a la mirada adolescente de ese momento dramático para la historia de la humanidad, que fue la Segunda Guerra Mundial. Y puntualmente además, a la mirada desde el lugar de los judíos holandeses perseguidos por el nazismo.
La historia es conocida para quienes leímos el diario, y para quienes vieron las versiones que llegaron al cine: cuando Ana cumplió trece años, su familia le regaló un diario íntimo, en el que ella comenzó contando su vida (similar a la de cualquier adolescente de su edad), y que a partir de la entrada del 8 de junio de 1942, pasa a consignar la realidad vinculada con la fuga y el ocultamiento de su familia, esperando el final de la guerra.

En el diario de Ana, (dirigido a Kitty, una amiga imaginaria), aparece el momento en el que la SS cita a su hermana hecho que precipita la huida de su familia al refugio ubicado en un altillo, en el edificio del comercio de su padre.
Así, Ana describe el refugio, hace una enumeración detallada de la ropa que puede comprarse la última vez que sale, comenta el fastidio que siente por el hacinamiento y la falta de intimidad, y en el terreno familiar, las peleas con su madre y con su hermana:

Querida Kitty:
Hoy he tenido lo que se dice una «discusión» con mamá, pero lamentablemente siempre se me saltan en seguida las lágrimas, no lo puedo evitar. Papá siempre es bueno conmigo, y también mucho más comprensivo. En momentos así, a mamá no la soporto, y es que se le nota que soy una extraña para ella, ni siquiera sabe lo que pienso de las cosas más cotidianas. Estábamos hablando de criadas, de que habría que llamarlas «asistentas domésticas», y de que después de la guerra seguro que será obligatorio llamarlas así. Yo no estaba tan segura de ello, y entonces me dijo que yo muchas veces hablaba de lo que pasará «más adelante», y que pretendía ser una gran dama, pero eso no es cierto; ¿acaso yo no puedo construirme mis propios castillitos en el aire? Con eso no hago mal a nadie, no hace falta que se lo tomen tan en serio. Papá al menos me defiende; si no fuera por él, seguro que no aguantaría seguir aquí, o casi. Con Margot tampoco me llevo bien. Aunque en nuestra familia nunca hay enfrentamientos como el que te acabo de describir, para mí no siempre es agradable ni mucho menos formar parte de ella. La manera de ser de Margot y de mamá me es muy extraña. Comprendo mejor a mis amigas que a mi propia madre. Una lástima, ¿verdad?

Los fragmentos en los que Ana se refiere a la mala relación con su madre y con Margot, se agregaron al Diario después de la muerte de Otto Frank, que había eliminado todo aquello que se refería a los  problemas familiares. Se entiende que esos recuerdos no le resultaran felices, pero su incorporación al Diario le dan al texto una complejidad que lo hace más interesante, y que nos acerca más a Ana y nos permite verla no como una heroína, sino como una adolescente que vivió el horror como pudo, y que no dejó de experimentar los conflictos propios de su edad, entre ellos, el choque generacional con el mundo de los adultos.
Otro de los hechos importantes que Ana le cuenta a Kitty es el de su enamoramiento de Peter Van Daan, y su posterior noviazgo:

“Después de Año Nuevo el segundo gran cambio: mi sueño... con el que descubrí mis deseos de tener... un amigo o novio; no quería una amiga mujer, sino un amigo varón. También descubrí dentro de mí la felicidad y mi coraza de superficialidad y alegría. Pero de tanto en tanto me volvía silenciosa. Ahora no vivo más que para Peter, porque de él dependerá en gran medida lo que me ocurra de ahora en adelante.”
(…)
“Tengo la sensación de que Peter y yo compartimos un secreto. Cuando me mira con esos ojos, esa sonrisa y me guiña el ojo, dentro de mí se enciende una lucecita. Espero que todo pueda seguir siendo así, y que juntos podamos pasar muchas, muchas horas agradables.”
(…)
“A veces me pongo sentimental, ya lo sabes... pero es que aquí a veces hay lugar para el sentimentalismo. Cuando Peter y yo estamos sentados en algún duro baúl de madera, entre un montón de trastos y polvo, con los brazos al cuello y pegados uno al otro, él con un rizo mío en la mano; cuando afuera los pájaros cantan trinando; cuando ves que los árboles se ponen verdes; cuando el sol invita a salir fuera; cuando el cielo está tan azul, entonces... ¡ay, entonces quisiera tantas cosas!”

Sin duda la zona más interesante del Diario, la que da cuenta de que Ana tenía proyectos para su futuro, es la relacionada con el proyecto de ser escritora o de seguir escribiendo, aunque tenga que hacer otros trabajos. En una entrada del mes de abril de 1944, escribe que quiere dedicarse al periodismo y se refiere también a algunos de sus cuentos ya escritos, a sus quince años:

¡Debo seguir estudiando, para no ser ignorante, para progresar, para ser periodista, porque eso es lo que quiero ser! Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones de la Casa de atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas, pero... aún está por ver si de verdad tengo talento. «El sueño de Eva» es mi mejor cuento de hadas, y lo curioso es que de verdad no sé de dónde lo he sacado. Mucho de «La vida de Cady» también está bien, pero en su conjunto no vale nada. Yo misma soy mi mejor crítico, y el más duro. Yo misma sé lo que está bien escrito, y lo que no. Quienes no escriben no saben lo bonito que es escribir. Antes siempre me lamentaba por no saber dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que al menos sé escribir. Y si llego a no tener talento para escribir en los periódicos o para escribir libros, pues bien, siempre me queda la opción de escribir para mí misma. Pero quiero progresar; no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá, la señora Van Daan y todas esas mujeres que hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme. No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta! Y por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí. Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora?
¡Espero que sí, ay, pero tanto que sí! Porque al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías.
Hace mucho que he abandonado «La vida de Cady»; en mi mente sé perfectamente cómo la historia ha de continuar, pero me cuesta escribirlo. Tal vez nunca la acabe; tal vez vaya a parar a la papelera o a la estufa. No es una idea muy alentadora, pero si lo pienso, reconozco que a los catorce años, y con tan poca experiencia, tampoco se puede escribir filosofía.”

Ana no llegó a ver el fin de la guerra. Los refugiados fueron delatados y llevados a campos de concentración. El único sobreviviente fue Otto Frank. Ana murió de tifus en Bergen Belsen. Esa angustia que la llevó a escribir día tras día ese diario en el que consignaba sus momentos de felicidad, aburrimiento, tristeza, o desesperación, llegó hasta la actualidad en forma de libro. Ana Frank es una de las voces de la literatura autobiográfica del siglo XX. Aunque ella, que hoy celebraría sus noventa años, no haya podido enterarse de la importancia que llegó a tener su sueño.


Diario
Ana Frank
Debolsillo, 2004.

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