Bibliotecas: vigencias y transformaciones
Libro de arena publica el texto sobre el que se trabajó en el comienzo de la Capacitación de Auxiliares de Bibliotecas Comunitarias, que aborda los principales tópicos relacionados con las bibliotecas. Su historia, los antecedentes institucionales, la práctica de la escritura, el avance creciente en el desarrollo de esta tecnología, la necesidad de archivar y sistematizar la información según órdenes gobernables y útiles, así como también la posibilidad de vincular todos estos saberes con las circunstancias de lectura reales y relación con la biblioteca comunitaria como ámbito propicio para ese fin.
Por Mateo Niro
Transcurridos 5500 de la invención de la escritura, transcurridos 2300 años de la primera biblioteca moderna, transcurridos 500 años de la invención de la imprenta, transcurridos 150 años de la implementación de la ley de Sarmiento sobre las bibliotecas populares, en plena desarrollo de la internet y la revolución digital, es exigible pensar y repensar las transformaciones y la vigencia de una institución clave de la historia social general.
No debe ser ocioso dar cuenta que a cada gran proceso de transformación social –podemos utilizar los mismos hitos que acabamos de nombrar- existen reacomodamientos en donde pujan sectores más o menos apocalípticos, más o menos integrados, en términos propuestos por Umberto Eco.
Tomaremos, necesariamente, el recorrido largo y constante de la escritura, a veces más con modalidad de cuerpo del texto, a veces más como nota al pie o atención a la curiosidad. Para eso, hablaremos de la trasformación de la palabra oral en escritura, de la escritura en texto cohesivo, de la objetualización del texto en códice, el códice en libro, el libro en página digital; y, por supuesto, todo esto relacionado a la institucionalización de la escritura en biblioteca.
ASÍ COMIENZA LA HISTORIA
Noam Chomsky dice que, así como las aves tienen la aptitud de volar determinada por su biología, los seres humanos tenemos la capacidad de lenguaje. Pero mucha agua debió pasar para que los mesopotámicos inventaran lo que sería definitivamente revolucionario –y cada vez que digamos esto nos referiremos a que nada volvió a ser igual. Nos resulta sumamente lejano imaginar una vida sin escritura, porque hoy forma parte de la cotidianeidad más plena y, a su vez, existe hoy una veneración extraña a la cultura letrada, la que se escribe y la que se lee. Es así que desde la invención de la escritura y cuando la misma era un patrimonio exclusivo y excluyente, los escribas en la antigüedad eran una clase social encumbrada básicamente por esa particularidad, escribir.
Pero remontémonos a esos orígenes, donde la escritura no era tomada como una aptitud natural sino más bien lo contrario. En un texto clásico, no sólo porque se llama Fedro y su autor es Platón, sino también porque se utiliza con frecuencia para dar cuenta de lo que significó la escritura para sus contemporáneos, dice Sócrates:
“-Dicen que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un dios, uno de los más antiguos del país, aquel a quien se consagra el pájaro que los egipcios denominaban ibis. Este dios se llamaba Theuth; inventó, según se dice, el cálculo, la geometría, la astronomía, los juegos de ajedrez y dados y, finalmente, la escritura.
Reinaba entonces en el país el rey Tamo; habitaba la gran ciudad del Alto Egipto que los griegos llamaban Tebas la egipcia, protegida por el dios Ammón. Theus vino a su encuentro, le enseñó las artes que había inventado y le dijo que era necesario propagarlas entre los egipcios. El Rey le preguntó por la utilidad de cada una de aquellas artes; Theut le explicó detalladamente sus aplicaciones, y Tamo iba censurando o aprobando, según le parecían más o menos satisfactorias aquellas explicaciones. Muchas razones dio el Rey al inventor, en pro y en contra de cada una de aquellas artes, y sería largo enumerarlas. Cuando llegaron a la escritura, dijo Theuth:
“Esta invención, ¡oh Rey!, hará más sabios a los egipcios y aliviará mucho su memoria; yo he descubierto un medio contra la dificultad de aprender y retener.” “Ingenioso Theuth –respondió el Rey-, el genio que inventa las artes no es lo mismo que la sabiduría, que aprecia las ventajas y los inconvenientes de sus aplicaciones. Tú, como padre de la escritura y apasionado por la invención, le atribuyes un efecto contrario a su efecto verdadero. En el ánimo de los que le conozcan sólo producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria; y filiándose en ese extraño auxilio, dejarán a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado. No has hallado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar la reminiscencia; y por dar a tus discípulos la ciencia, les das la sombra en ella. Pues cuando hayas aprendido muchas cosas sin maestro, se creerán bastante sabios, no siendo en su mayoría sino unos ignorantes presuntuosos, insoportables en el comercio de la vida.”
Esta cita puede llamar la atención por dos razones:
• porque se considera a la escritura un mecanismo artificial cuando los que convivimos con la cultura letrada podemos proponerlo inmediatamente como natural
• porque se le cuestiona a la escritura y a la lectura sus efectos supuestamente nocivos: desmemoria, haraganería, reminiscente, etc.
Si saltamos de una vez dos mil años, encontramos las mismas críticas a mecanismos tecnológicos tales como la calculadora, la televisión o la computadora, mientras que la escritura es digna del halago en las condiciones exactamente contrarias de las de Platón: permite la crítica, fomenta la fantasía y el uso de la inteligencia en forma plena.
No es la intención generar un cuestionamiento anacrónico a las palabras del Fedro, pero tampoco dejar de tener en cuenta que cuando hablamos de escritura nos estamos refiriendo a un mecanismo artificial, externo, tecnológico que surgió como invención hace relativamente poco en relación a la cantidad de años que cuenta el hombre.
El homo sapiens lleva tal vez unos 50 mil años erguido sobre la tierra. Sin embargo, la primera grafía o verdadera escritura que conocemos apareció por primera vez entre los sumerios en la Mesopotamia apenas alrededor del año 3500 a.C.
EL CUENTO DE LA ESCRITURA
La primera forma en que se plasmó la escritura parece haber sido la tableta suelta. El libro mesopotámico, denominado “tuppu”, que ha dado en latín “tábula” y en español “tabla”, resultaba del uso de la arcilla como materia prima, cortada en pequeñas tablas, planas y ligeramente abombadas. Con frecuencia menor, la forma fue de conos, cilindros o prismas huecos, con un número de caras que oscila entre seis y diez. En realidad, con estas figuras geométricas se conseguía un volumen, un conjunto de páginas que formaban una unidad. Quizás podamos pensar de éstos, el antecedente más próximo al libro como lo entendemos ahora, mientras que la tabla más próximo al folleto, al documento o a la pizarra.
Los textos valiosos se grababan en piedra o en metales preciosos, como el oro, o resistentes y maleables, como el plomo. En fecha temprana, los dibujos lineales seguían un orden descendente; luego cambiaron de orientación, con lo que la escritura empezó a correr de izquierda a derecha.
El barro secado al sol o sometido a la acción del fuego, permitió dar con ellas. Como ironía, el asalto y la destrucción consiguiente de ciudades, llevadas a cabo cuando el asaltante quería borrarlas de la faz de la tierra y del recuerdo por la acción del fuego, ha permitido conocer, al cabo de miles de años, su historia.
La mayoría de las tabletas disponibles corresponden a documentos económicos, administrativos y legales: inventarios, hipotecas, recibos, pagarés, contratos de arrendamientos, de compraventa y matrimoniales, sentencias judiciales, adopciones.
Es por esto que podemos dar como principales características del libro mesopotámico:
• la brevedad,
• su escasa circulación,
• su carácter anónimo,
• su escasa circulación,
• y la primacía de los valores sociales por sobre los literarios (la literatura seguía siendo oral).
LA ERA DEL LIBRO
El “libro” creado por los egipcios es el primero que utiliza la tinta y una materia ligera, el papiro, que puede ser considerado como el antecesor del papel, al que se parece en su aspecto exterior y en una serie de cualidades: color, flexibilidad, tersura y facilidad para recibir la tinta sin que se corra. Ya veremos que este elemento va a ser fundamental para el surgimiento de la primera biblioteca pública.
El formato del rollo de papiro fue útil a la humanidad durante tres largos milenios: Permitía recoger textos de cierta extensión con la garantía de integridad de la obra,
• tenía buena apariencia,
• se podía escribir fácilmente con tinta
• y se podía transportar con facilidad.
Pero el inconveniente que tenía el rollo era:
• la dificultad para encontrar un pasaje concreto,
• su fragilidad,
• la necesidad de utilizar las dos manos para la lectura,
• la precisión para ser enrollado de nuevo al terminar la lectura
• y su capacidad limitada si se quería que fuera manejable.
Por ello, al final del Imperio Romano, se inventó el formato libro: el códice. El códice garantizaba:
• más perdurabilidad porque estaba protegido por la encuadernación,
• su almacenamiento era más fácil como así también el transporte por ser plano y tener menos volumen,
• ofrecía una capacidad seis veces superior,
• resultaba más barato y manejable
• y en él se localizaba un pasaje con mayor rapidez.
En la Edad Media, crece el modelo más artístico del códice, ya que se mejora la encuadernación, la caligrafía y las ilustraciones.
Sobrevolando así como estamos la historia, llegamos al siglo XV, clave en esta historia. Con el surgimiento de las universidades, se produce una mayor demanda de libros. Esto generó que se agudizara la necesidad de mano de obra que permitiera una rápida reproducción de los textos. A mediados de este siglo XV, Johann Gutemberg, en la ciudad de Maguncia, junto al Rin, pareció encontrar la solución. Se supone que fue en 1456 que, junto a su socio capitalista, Johann Fust, inventó la herramienta que multiplicaría de forma considerable la divulgación de la escritura: la imprenta.
Esta invención, hija dilecta de la máquina, revolucionaría el proceso de reproducción del texto, dándole un carácter masivo. Eso que antes se tardaba días enteros, ahora llevaba minutos. Pero lo que puso en crisis la reproducción técnica, según dice Walter Benjamín, fue el carácter aurático de la obra de arte, el original. Por primera vez utilizaremos una palabra que nos va a servir de soporte para más adelante: la fetichización de aquello que es único e irrepetible, el culto a la cosa. Ya no va a importar cuál es primero o último de la serie, lo que importa es lo que ése texto lleva consigo. Otra cita que nos sirve para dar cuenta del cimbronazo que la invención de la imprenta trajo consigo a sus contemporáneos, traída por Walter Ong, en su libro Oralidad y escritura: Hierónimo Squarciafico, en 1477, se quejaba de la imprenta porque “la abundancia de libros hace menos estudiosos a los hombres”.
Lo que sigue en esta historia es más próximo, la era de la reproducción digital, que ya hablaremos más adelante.
LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
Ya se han puesto los mojones más importantes de la historia de la escritura, de forma muy escueta por supuesto. Ahora iremos a la institución que sumó ese elemento y se constituyó a partir de la acumulación de ese saber letrado.
Desde la invención de la escritura se planteó el problema de la conservación de los materiales que se acumulaban. Al alcanzar proporciones importantes, no sólo en cantidad de materiales sino en espacios, surgió la necesidad de organización de esos textos para sistematizar la conservación, la búsqueda y la lectura.
Nosotros nos centraremos en una de éstas, quizás la más grande y también el modelo del que se erigirá la biblioteca moderna.
La fecha precisa de la fundación no se conoce, aunque se supone la obra se inició en el 290 a.C. Demetrio de Falera recomendó a Tolomeo I Sóter la idea de establecer un Gran Centro de Investigación en Alejandría con una biblioteca importante ligada a éste. Demetrio ejerció su influencia para que éstos decidieran convertir a Egipto en el centro cultural del mundo antiguo y a Alejandría en la capital de las ciencias, las artes y de la filosofía. Demetrio recomendó reunir una colección de libros acerca de la monarquía y el gobierno, además de libros de autores de todo el mundo que le pudieran servir para entender mejor los asuntos de la política y el comercio. La estrategia de Demetrio consistía en traer escritores, poetas, artistas y científicos de todas partes a Alejandría para enriquecer la biblioteca. La biblioteca de Alejandría fue la primera en su tipo de carácter universal.
En Alejandría nacieron nuevas disciplinas, como la Gramática y la Preservación de Manuscritos.
Por otra parte, la colección de documentos permitió la transmisión y traducción de textos clásicos vitales al árabe y al hebreo, donde ellos se conservaron mucho tiempo después de que los originales se habían perdido en Europa.
Se supone que la biblioteca, en su apogeo, tuvo unos 700.000 manuscritos, los cuales equivalen aproximadamente a unos 100.000 libros impresos de hoy.
Los reyes tolemaicos estaban ansiosos por adquirir manuscritos originales y hacían revisar cada barco que llegaba a Alejandría: cuando encontraban un libro, éste se llevaba a la biblioteca para que fuera copiado y la copia se devolvía. En la misma línea, Tolomeo III escribió una carta “A los soberanos de todo el mundo” pidiendo prestados sus libros para ser copiados.
Al principio, la Biblioteca estaba cerca del Museo, dentro de los recintos del palacio real. Medio siglo después, cuando la cantidad de libros adquiridos sobrepasó su capacidad, se decidió abrir una dependencia adicional para acomodar los libros sobrantes. Esta “Biblioteca Hija” estaba en el Templo de Serapis, que se situaba a cierta distancia del palacio, en el distrito sur de la Ciudad. La Biblioteca Hija se volvió una biblioteca propiamente dicha y en el período romano se convirtió en un centro de aprendizaje de gran actividad.
En tiempos de Demetrio, las bibliotecas griegas eran normalmente colecciones particulares de manuscritos, como la biblioteca de Aristóteles. Por eso se considera a la Biblioteca de Alejandría la primera biblioteca moderna como hoy se entienden las bibliotecas de carácter universal y de consulta pública.
El Director de la Biblioteca era uno de los funcionarios de más alto rango y era designado por el propio faraón. Normalmente era elegido entre las personas más prominentes en Ciencia o Literatura. Calímaco de Cirene (a partir del 145 a.C.) fue el director de la biblioteca más famoso de Alejandría y quien creó por primera vez un catálogo al que llamó “Pinakes” o “Tablas”. Este catálogo no era de ninguna manera exhaustivo, más bien era un buen índice temático.
Los estantes de la biblioteca pueden haber estado en uno de los salones de conferencia periféricos, en el jardín, o pueden haber sido alojados en el Gran Salón. Consistían en casilleros, perchas para los manuscritos –los mejores de los cuales se untaban con aceite de lino-, o bolsas de cuero. El pergamino de piel (vellum) se puso en boga cuando Alejandría dejó de exportar papiro en un esfuerzo por estrangular a su biblioteca rival más joven, fundada por los Seléusidas en Pérgamo, Asia Menor. En tiempos de los romanos, los trabajos empezaron a ser escritos en forma de códice (libro), y se los guardaba en estantes de madera llamados armaria.
Curiosamente, la biblioteca más famosa del mundo nunca funcionó durante la era del libro impreso: primero fue la época del papiro, luego la del códice y hoy, en su reconstrucción, la del disco compacto o la internet.
El primer incendio se produjo en el año 48 a.C., durante el conflicto en que Julio César se involucró para apoyar a Cleopatra VII en su lucha contra Tolomeo XIII, su hermano. Se sabe que Marco Antonio compensó a Cleopatra regalándole los 200.000 manuscritos de Pérgamo. El propio Museo se destruyó junto con el Palacio Real en el tercer siglo de nuestra era, durante las disputas por el poder que agitaron al Imperio Romano.
La Biblioteca Hija sobrevivió hasta fines del siglo IV, cuando un decreto del Emperador Teodosio (391 d.C.) prohibió las religiones paganas. Teófilo (Obispo de Alejandría de 285 a 412 d.C.) destruyó entonces el Serapeum y la Biblioteca Hija por ser la casa de la doctrina pagana. Los estudiosos sobrevivieron otra generación hasta el asesinato de Hipatia en 415, el cual marcó el fin de la era escolástica de Alejandría.
La Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidadas (UNESCO) financió la reconstrucción, 1600 años más tarde. El costo fue de 200 millones de dólares. El área cubierta es de 85.000 m2 en 11 pisos, con 8 millones de volúmenes, 50.000 mapas, 100.000 manuscritos y 10.000 libros raros. La biblioteca más grande de la región renació el día 16 de octubre de 2002.
USO PÚBLICO Y ORGANIZADO
Pero ¿qué es una biblioteca?
El “Poema de los dones”, de Borges, nos permite una aproximación a lo que nos es interesante ahondar:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden
Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro en el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.
Algo que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si el indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.
(El hacedor, 1960)
Esto, que podría funcionar como buen epígrafe cuando hablamos de bibliotecas y de Borges, nos permite más bien dar con algunas claves de aquello que el imaginario resume como biblioteca:
• un saber universal (Oriente y Occidente),
• la convivencia del caos y el orden,
• un espacio físico que lo determina,
• ese saber se acumula en forma de libro y
• ese saber hecho cosa, los libros, que lo cerca.
Sabemos que tanto Paul Groussac como Borges fueron directores de la Biblioteca Nacional, y más allá de la particularidad de ser ciegos ambos, nos permite dar cuenta de la otra clave: la biblioteca es una institución en cuyo espíritu se esgrime el uso social, ese saber que se dispone, que no es de nadie sino más bien de todos, que se comparte.
Por eso, con la constitución de los Estados Nacionales, se fundaron como institución basal las bibliotecas nacionales, un templo de la ilustración que alojarían “el saber universal” y lo pondría a disposición de todos sus ciudadanos.
Esto se dio en nuestro país con la Biblioteca Nacional fue creada por decreto de la Junta de Gobierno de la Revolución de Mayo el 7 de septiembre de 1810.
Las bibliotecas pasaban a significar, como aquella de Alejandría, la consagración del Estado Civilizado.
EL VASO QUE SE DERRAMA
El proyecto civilizador de los estados modernos tuvo en nuestro país una ley en las que asociaba al Estado con las instituciones civiles con el objetivo de llegar a cada rincón del nuevo país. Hay un libro muy interesante que trabaja sobre esos primeros pasos de Tulio Halperin Donghi que se llama Una nación para el desierto argentino. Uno de los mecanismos ideados por Sarmiento fue ese: las bibliotecas como institución misional letrada que en su constitución aliara al Estado con las fuerzas vivas esparcidas por todo el país. Había que forjar una nación.
La llamada ley Sarmiento, sancionada el 21 de septiembre de 1870 y promulgada el 23, plasmaba el objetivo de aquel proyecto y lo impulsaba:
LEY 419
Art. 1 – Las bibliotecas populares establecidas o que se establezcan en adelante por asociaciones de particulares en ciudades, villas y demás centros de población de la República, serán auxiliadas por el Tesoro nacional en la forma que determina la presente ley.
Art. 2 – El Poder Ejecutivo constituirá una Comisión protectora de las bibliotecas populares, compuesta por lo menos de cinco miembros y un secretario, retribuido con mil pesos fuertes anuales.
(…)
Art. 5 – La subvención que el Poder Ejecutivo asigne a cada biblioteca popular, será igual a la suma que ésta remitiese a la Comisión protectora, empleándose el total en la compra de libros, cuyo envío se hará por cuenta de la Nación.
Esta ley, por cuyo día de promulgación se festeja en la actualidad el día de las bibliotecas populares, generó en nuestro país una experiencia singular en donde las asociaciones barriales se erigieron en derredor de una institución letrada.
En un trabajo presentado por Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez en las “VII Jornadas de Historia de la Ciudad de Buenos Aires”, los historiadores analizan este fenómeno con una mirada singular, recortando en el período de su esplendor: entre 1920 y 1945. En estos años, las sociedades barriales aparecen como fundamentales en la constitución del nuevo tejido urbano. En ella se confundían los argentinos y los inmigrantes, aunque esta distinción fue cada vez menos relevante. Convivían obreros, empleados, maestros, pequeños comerciantes, profesionales y muchos otros sin ocupación fija. Era, en suma, una sociedad popular nacida de la atenuación de conflictos posteriores al final de la primera guerra.
En la constitución de cada una de las sociedades barriales tuvo enorme importancia un conjunto de asociaciones de distinto tipo: sociedades de fomento, clubes, asociaciones mutuales, comités de partidos políticos y bibliotecas populares, cuya proliferación tenía que ver con los destinos comunes y paliativos a las múltiples e imperiosas necesidades.
Aunque las bibliotecas populares existían, como ya vimos, desde fines del siglo anterior, su gran crecimiento se produjo entre 1920 y 1945:
1924 y 1930: 46
1930 y 1936: 90
1937 y 1945: 200
Hoy, 45 reconocidas por CONABIP.
En muchos casos surgieron como iniciativa de un grupo de vecinos; a veces mantuvieron existencia institucional autónoma y otras terminaron incluyéndose en algún club o, muy frecuentemente, en la escuela, aunque conservando su identidad. En muchos otros casos, surgieron adosadas a otro tipo de instituciones –clubes o sociedades de fomento- que invariablemente creían útil y necesario tener una biblioteca pública. Entre estas instituciones, la más activa fue el Partido Socialista, que para 1932 poseía 56 bibliotecas vinculadas a sus centros. La Municipalidad de Buenos Aires acompañó más lentamente este movimiento espontáneo, promoviendo sus propias bibliotecas barriales, aunque su dispersión fue menor, limitándose a los barrios más antiguos y más poblados.
Además de reunir y prestar libros, estas bibliotecas organizaban regularmente conferencias, dictaban cursos de cultura general o de capacitación profesional (como mecanografía), organizaban actividades artísticas (grupos de teatro, coros o lecturas comentadas), y también otras recreativas (bailes, picnics, fiestas).
La proliferación, entre otras cosas, también está vinculada a la alfabetización (en 1914, 18%; en 1938, 7%). Estas bibliotecas generaron una experiencia singular de cruce entre la cultura erudita y experiencias sociales vividas por los habitantes de los barrios.
Mensajes de algunas bibliotecas populares:
“centros de la cultura popular donde se forja la mentalidad del pueblo”
Las bibliotecas tenían un sentido misional y funcionaban primordialmente como agencias transmisoras y divulgadoras de la “cultura” establecida, creada y localizada en un mundo exterior al del barrio: el de los intelectuales y, en general, el del saber universal (”La biblioteca es una institución guerrera de la conquista de la ciencia y la difusión del saber” – Lema de la Corporación Mitre).
La actividad principal de las bibliotecas –antes mismo que lo específicamente atinente al libro- eran las conferencias. La verdadera conferencia estaba a cargo de alguien venido de afuera, del distante mundo de la cultura, cuya ajenidad precisamente lo erigía en oficiante de ese rito singular que era la conferencia barrial.
Cito lo que, a modo de conclusión, arguyen Romero y Gutiérrez:
“Las bibliotecas existen para reunir y hacer circular libros. Pero, a pesar de la proliferación de bibliotecas, los testimonios de la lectura distan de ser abrumadores. (…) La gran mayoría de los libros que los bibliotecarios atesoran y a veces exhiben en lujosos anaqueles con llave no son prácticamente tocados.
Tenemos la paradoja de que existe una sociedad letrada, una cultura letrada, una red de bibliotecas y, sin embargo, hay una escasa actividad de lectura en ellas. Pero precisamente la poca lectura es la prueba del peso de la cultura letrada. Aunque no se leyera o se leyera poco, los libros cumplían una función esencial, más simbólica que real, en estas instituciones de la cultura popular. Si las bibliotecas son en realidad asociaciones solidarias en torno de las cuales se articula la sociedad barrial, y también agencias culturales de objetivos diversos, su existencia requiere imprescindiblemente de los libros, que cumplen un papel aglutinador, justificatorio y legitimador. En nombre de esa suerte de objeto sagrado es posible desarrollar un conjunto de actividades que, en realidad, tienen que ver sólo indirectamente con él. Los libros funcionan, de esta manera, como una cultura objetivada, visible, mostrable y acumulable. Más que su lectura, su presencia en los estantes es la expresión directa y sin modificaciones de una cultura que cree y puede ser exhibida como un logro de la institución y del medio social todo.
Se trata de un acceso fragmentario y ocasional, pese a que la voluntad es permanente; de un picoteo asistemático a una cultura que, así adquirida, es más ornamental que útil. Y sin embargo, en torno de esto se constituyó una suerte de religión laica, en la que los libros fungían de objetos sagrados y los conferencistas de celebrantes.”
Según estos mismos autores, luego de 1945, la decadencia de las instituciones barriales y, especialmente de las bibliotecas, es visible y acelerada. A medida que se consiguen los objetivos, se satisfacen las necesidades más urgentes, el interés colectivo va declinando. Las bibliotecas, particularmente, fueron abandonando su dimensión fomentista y social y, circunscriptas a lo cultural, tuvieron más dificultades para sobrevivir.
LAS BIBLIOTECAS EN BUENOS AIRES HOY
Hoy debemos conformar un nuevo estadio de la historia de las bibliotecas, en donde, con un mapa rígido de situación podemos distinguir:
• BIBLIOTECAS UNIVERSALES PÚBLICAS: Biblioteca Nacional / Biblioteca del Congreso de la Nación (la primera, biblioteca de patrimonio y de uso; la segunda, biblioteca de uso)
• BIBLIOTECAS ESPECIALIZADAS (Bibliotecas de las universidades, biblioteca de maestros, biblioteca anarquista, biblioteca infantil, etc.)
• BIBLIOTECAS PÚBLICAS BARRIALES (Con intención y tradición parecida a la de las bibliotecas populares. Hoy hay 26 en la Ciudad de Buenos Aires Y dependen del Ministerio de Cultura del GCBA)
• BIBLIOTECAS POPULARES (de las que ya nos hemos referido)
• BIBLIOTECAS ESCOLARES (Existen, por escalafón, en todas las escuelas públicas y en la mayoría de las escuelas privadas y tienen como objetivo brindar apoyo a los educandos)
Y dos casos más de las que hablaremos:
• BIBLIOTECAS VIRTUALES
• BIBLIOTECAS COMUNITARIAS
Este panorama nos permite dar cuenta de un cuadro bastante atípico:
• una gran concentración de las instituciones del conocimiento universal (frente a la expansión a la que hacíamos referencia en la primera mitad del siglo pasado),
• una especialización del saber,
• la perdurabilidad, no en el apogeo al que nos referíamos, de las bibliotecas enciclopedistas barriales,
• una atomización de las bibliotecas en pequeñas instituciones informales pero con un sentido dinámico y un objetivo primordial de uso (la biblioteca que ayuda a hacer la tarea, una biblioteca en una sala de espera en el hospital, etc.)
• Y la utopía de la biblioteca infinita a través de los soportes digitales-
Todo esto se da en un contexto histórico que nos propone otros mecanismos para acceder al conocimiento:
• el acceso al libro es sensiblemente más sencillo que hace cincuenta años –sea por la importación, sea por la producción nacional, sea por la mesa de saldos-;
• la lectura es una herramienta más, y no la única de la información o el ocio;
• Y el acceso a los textos de consulta –enciclopedias, atlas, etc.- es más sencillo a través de la internet.
LAS BIBLIOTECAS COMUNITARIAS
En este mapa, nos encontramos con la novedad de las bibliotecas comunitarias.
¿Qué son las bibliotecas comunitarias? Son pequeñas bibliotecas aliadas a servicios básicos como la salud, el techo, el deporte, ¿para qué? Para acceder a la información, para hacer la tarea, para la recreación, ahí donde la información es imprescindible a través de esa manera, donde la tarea alfabetizadora es aún fundamental, donde el ocio es indispensable o impuesto. Éstas ya no tienen un criterio iluminista sino de bien de uso inmediato. Podemos llamarlas también bibliotecas urgentes.
En la ciudad de Buenos Aires irrumpieron en un período clave y son consecuencia, entre otras cosas, de la ruptura de los contratos básicos de los estados modernos: en comunidades vulnerables y necesitadas de servicios básicos, surge la biblioteca no como institución altanera sino más bien tímida, que hace buenas migas con el pequeño centro de salud, el comedor, el parador de chicos de la calle, el hogar de ancianos, la unidad penitenciaria, el club donde los chicos juegan a la pelota o los ancianos juegan a las cartas.
Las bibliotecas comunitarias cumplen una función primaria:
• la lectura inicial,
• el acompañamiento al aprendizaje formal,
• la recreación íntima y colectiva, entre otras.
Experiencias próximas similares a la de la Ciudad de Buenos Aires podemos encontrarlas en Santiago de Cali, Colombia, Curitiba, Brasil y Las Condes, Chile.
En todas estas experiencias, pero también a lo largo y a lo ancho de la historia de las instituciones llamadas Bibliotecas, se encuentra un rol esencial: el mediador, el que aproxima el texto a su lector.
CONCLUSIÓN
Hemos querido reflexionar acerca del panorama de las bibliotecas en general y en la Buenos Aires del año 2000, intentando dar cuenta de la convivencia de los distintos mecanismos de lectura institucional y factual –la narración íntima, el libro y la internet. Hemos tratado de desangelar al libro de su carácter romántico para otorgarle la idea de artificio, de mecanismo, de medio y no de fin.
Y quiero cerrar parafraseando a Walter Ong. Cada vez que él hable de “escritura”, nosotros diremos “lectura”: La lectura, como otras creaciones artificiales, y en efecto, más que cualquier otra, tiene un valor inestimable y de hecho esencial para la realización de aptitudes humanas más plenas, interiores. Las tecnologías no son sólo recursos externos, sino también transformaciones interiores de la conciencia, y mucho más cuando afectan la palabra. Tales transformaciones pueden resultar estimulantes. La lectura da vigor a la conciencia. Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos sólo la proximidad, sino también la distancia. Y esto es lo que la lectura porta a la conciencia como nada más puede hacerlo.
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