Artesano del estilo

Conocido universalmente por la novela Madame Bovary, el escritor francés, padre del realismo literario, Gustave Flaubert, murió un día como hoy en 1880. Salambó, La educación sentimental y La tentación de San Antonio son otras de sus obras. Libro de arena comparte con sus lectores un fragmento de otro de sus textos, menos divulgado pero igualmente brillante e imperdible: Bouvard y Pècuchet. La novela, en clave irónica, recorre a la manera de la enciclopedia las distintas escenas del saber de la época, pasando por la filosofía, la política, la estética, la pedagogía; e indaga a través del diálogo que despliega la pareja de protagonistas que dan nombre al título, los diversos órdenes de la razón iluminista.



“El señor de Cherbourg fue quien reanudó la conversación. ¿Cómo detenerse en medio de la pendiente hacia el abismo?
–Entre los atenienses –dijo Marescot– entre los atenienses, con los cuales estamos relacionados. Solón sometió a los demócratas elevando el empadronamiento electoral.
–Mejor sería –dijo Hurel– suprimir la Cámara; ¡todo el desorden viene de París!
– ¡Descentralicemos! –dijo el notario. –¡Ampliamente! –agregó el conde.
Según Foureau la comuna debía ser dueña absoluta, al grado de cerrar sus caminos a los viajeros si lo juzgaba conveniente.
Y mientras los platos se sucedían –pollo con salsa, cangrejos, hongos, ensalada de legumbres, alondras asadas –se tocaron muchos temas: el mejor sistema impositivo, las ventajas del cultivo en gran escala, la abolición de la pena de muerte y el prefecto no olvidó citar esa frase encantadora de un hombre de ingenio: ¡Que comiencen los señores asesinos!
Bouvard estaba sorprendido por el contraste de las cosas que lo rodeaban con lo que se decía, porque siempre parece que las palabras deben estar de acuerdo con los ambientes y los altos techos parecerían estar hechos para las altas ideas. Sin embargo, cuando llegaron los postres estaba rojo y entreveía las compoteras como en medio de una niebla.
Se había bebido vino de Burdeos, de Borgoña y de Málaga... El señor de Faverges, que sabía con quienes trataba, hizo descorchar botellas de champaña. Los invitados bebieron y brindaron por el buen éxito de las elecciones y eran más de las tres cuando pasaron al salón de fumar para tomar el café.
Una caricatura del Charivari se mezclaba en una mesa con números de El Universo; representaba a un ciudadano al cual, por entre los faldones de la levita, le salía una cola terminada en un ojo. Marescot dio la explicación correspondiente y todos rieron mucho. Bebían licores y la ceniza de los cigarros caía en el tapizado de los muebles. El abate, queriendo convencer a Girbal, atacó a Voltaire. Coulon se durmió. El señor de Faverges confesó su devoción por Charnbord.
–Las abejas confirman a la monarquía.
–¡Pero las hormigas a la República!
Por lo demás, al médico aquello ya no le importaba.
–¡Tiene usted razón! –dijo el subprefecto– ¡La forma de gobierno importa poco!
–Siempre que haya libertad –objetó Pécuchet.
–Un hombre honesto no la necesita –replicó Foureau–. Yo no digo discursos, no soy periodista ¡y sostengo que Francia quiere ser gobernada con mano de hierro!
Todos reclamaban un Salvador. Y al salir Bouvard y Pécuchet oyeron al señor de Faverges que le decía al abate Jeufroy:
–Hay que restablecer la obediencia. ¡La autoridad muere si se la discute! ¡El derecho divino, sólo hay eso!
–¡Perfectamente, señor conde!
Los pálidos rayos de un sol de octubre se tendían por detrás de los bosques; soplaba un viento húmedo y caminando sobre las hojas secas respiraban como liberados. Todo lo que no habían podido decir surgió como exclamaciones:
–¡Qué idiotas! ¡Qué ruindad! ¿Cómo imaginar tanto empecinamiento? En primer lugar ¿qué significa el derecho divino?
El amigo de Dumouchel, ese profesor que los había esclarecido acerca de estética, respondió a su pregunta con una carta de erudito.
–La teoría del derecho divino fue formulada por el inglés Filmer durante el reinado de Carlos II.
"Es así: "El Creador dio al primer hombre la soberanía del mundo. Ella fue transmitida a sus descendientes; y el poder del Rey emana de Dios. '"El es su imagen', escribe. La autoridad "«terna acostumbra al mando de una sola persona. Los reyes fueron hechos según el modelo que deparan los padres. "Locke refuta esta doctrina. El poder paterno se distingue del monárquico, pues toda persona tiene sobre sus hijos el mismo derecho que el monarca sobre los suyos. La realeza existe sólo por elección popular, elección que era evocada en la ceremonia de la coronación, en la que dos obispos mostraban el Rey y preguntaban a los nobles y a los campesinos si lo aceptaban como tal. "'Es decir que el Poder viene del pueblo. Este tiene derecho de hacer todo lo que quiera', dice Helvetius: 'de cambiar su constitución', dice Vattel; 'de rebelarse contra la injusticia', afirman Glatey, Hotrnan, Mably, etcétera; y Santo Tomás de Aquino lo autoriza a liberarse de un tirano. Y hasta se lo puede dispensar de tener razón, según Jurieu.
Asombrados por el axioma, recurrieron al Contrato Social de Rousseau. Pécuchet llegó hasta el final, luego, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, hizo el análisis.
–Se supone una convención por la cual el individuo enajena su libertad. El Pueblo, por su parte, se comprometía a defenderlo de las desigualdades de la Naturaleza y lo hacía propietario de las cosas de las cuales era depositario.
–¿Dónde está la prueba del contrato?
– ¡En ninguna parte! Y la comunidad no ofrece ninguna garantía. Los ciudadanos se ocuparán exclusivamente de política, pero como los oficios son necesarios, Rousseau aconseja la esclavitud. Las ciencias han perdido al género humano. El teatro es corruptor, el dinero funesto; y el Estado debe imponer una religión, so pena de muerte.
–¡Cómo –se dijeron– ¡Ese es el dios del 93, el pontífice de la democracia!
Todos los reformadores lo copiaron; y se procuraron el Examen del socialismo de Morant. En el capítulo primero se expone la doctrina sansimoniana. En la cima está el Padre, papa y emperador a la vez. Abolición de la herencia, todos los bienes muebles e inmuebles componen un fondo social que será explotado jerárquicamente. Los industriales administrarán la fortuna pública. Pero ¡no hay nada que temer! pues se tendrá como jefe a "aquel que más ama". Falta una cosa, la Mujer. De la llegada de la Mujer depende la salvación del mundo.
–No comprendo.
–¡Ni yo!
Y abordaron el furierismo.
Todas las desgracias provienen de la coacción. Que la Atracción sea libre y habrá Armonía.
Nuestra alma encierra doce pasiones principales, cinco egoístas, cuatro anímicas, tres distributivas. Las primeras conciernen al individuo, las siguientes a los grupos y las últimas a los grupos de grupos o series, cuyo conjunto es la Falange, sociedad de mil ochocientas personas que habitan un palacio. Todas las mañanas los trabajadores son llevados al campo en coche y traídos todas las tardes. Se llevan estandartes, se organizan fiestas, se comen pasteles. Toda mujer, si lo desea, posee tres hombres, el marido, el amante y el genitor. Para los solteros se instituye el bayaderismo. – ¡Eso me gusta! –dijo Bouvard y se enfrascó en los sueños del mundo armónico.

Bouvard y Pècuchet

Gustave Flaubert

Buenos Aires, Centro Editor de América latina, 1980


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