En tierras de Rulfo
No todos los territorios pueden ser conquistados, a algunos no se llega ni por la ambición más grande. Ciertos lugares desobedecen las leyes del poder, uno es la felicidad. Allí no se llega tampoco por obra de la voluntad. La historia de Pedro Páramo cuenta la imposibilidad de esa conquista. A una semana del nacimiento de Juan Rulfo, Libro de arena comparte el comentario de María Pía Chiesino sobre el autor de El llano en llamas, El gallo de oro y Pedro Páramo entre otros pocos pero valiosos textos con que el escritor mexicano abrió un nuevo camino para la literatura mexicana y latinoamericana.
Por María Pía Chiesino
En Pedro
Páramo, el personaje central es un terrateniente. Es el dueño de la vida y
de la muerte de las personas que viven en Comala. Es “un rencor vivo”. Es un
hombre profundamente triste, porque la única mujer que ama está aislada en su
locura y no lo entiende ni le corresponde. Es el padre de muchos hijos
ilegítimos, y de Miguel Páramo, el único al que elige, por azar, darle su
apellido para tener un heredero (aunque
esto se frustra cuando Miguel se mata al caer de un caballo). La locura y la
muerte, son dos terrenos en el que este terrateniente no manda.
Podría hacer una enumeración de todas
las acciones que definen a Pedro Páramo como personaje adulto. Todas serían
apropiadas. Probablemente, la breve obra de Juan Rulfo sea una de las más
estudiadas y analizadas de la narrativa latinoamericana, a pesar de ser mínima en cantidad de
publicaciones: una novela, y un libro de
cuentos.
Personalmente, cuando releo Pedro Páramo (y esto me pasa desde la
primera vez que la leí), hay una zona que me resulta entrañable: la de los
recuerdos de su niñez.
En la primera parte de la novela, además
de las voces de Juan Preciado y de Dorotea, aparece la voz de Pedro Páramo
evocando la infancia. Ese territorio en el que todavía no era dueño de nada más
que de sus sueños, y de su amor de siempre por Susana San Juan.
En la infancia, a Pedro se le indicaba
qué tenía que hacer, en qué momento y de qué manera. Su madre y su abuela
indicaban. Pedro obedecía y observaba.
Escuchaba hablar de la muerte de su
abuelo, ayudaba a moler maíz, hacía las compras, se enteraba del asesinato de
su padre y del desconsuelo de su madre…
En estos recuerdos infantiles, el
personaje es de una ternura infinita. En esos momentos, además, siempre pasa lo mismo: llueve.
En todas esas evocaciones del personaje
aparece la lluvia, acompañando la frescura de sus primeros años de vida.
Si no fuera porque sabemos que Pedro
Páramo jamás vivió fuera de Comala, se diría que no es el mismo pueblo, al que,
a poco de comenzar la lectura, Abundio define como “la mera boca del infierno”.
Esta lluvia de los recuerdos es
refrescante también para el lector, abrumado desde el principio por el descenso
asfixiante de Juan Preciado, hacia
Comala, empujado por las órdenes de su madre antes de morir.
Cada vez que releo esos pasajes, no
puedo evitar conmoverme, frente a la inocencia de ese chico que, como todos,
hace lo que le indican, a veces desobedece, se queda con las monedas del vuelto
de las compras, o fantasea con ir a remontar barriletes con la chica que ama.
En uno de estos momentos, aparece también la
primera afirmación, en la que asoma lo que sucederá con el personaje en el
futuro, y eso sucede después de que se llevan del pueblo a Susana San Juan, y él cree que no va a volver a verla nunca.
Pedro ya es más grande. Trabaja y gana
algo de dinero, pero no está conforme, y comenta esto con su abuela, que le
dice que tiene que aprender a resignarse. En ese momento el muchacho afirma: “Que
se resignen otros, abuela, yo no estoy para resignaciones”.
Esa es la primera decisión que
toma, y en la que se enfrenta al mundo
adulto. Podría decirse que en ese momento, empieza el verdadero crecimiento de
Pedro, que deja de fantasear y de contemplar. Ahora, actúa, hace.
En ese momento, la inocencia desaparece
de la novela.
Quizás, no casualmente, después de ese
momento, no vuelve a llover. Desaparece la frescura de la infancia y comienza a
entrar en el relato, lo asfixiante del Poder, que irá creciendo con este
personaje, que a lo largo de su vida, va
a conseguir casi todo lo que desee. Menos la felicidad.
Pedro Páramo
Juan Rulfo
México, FCE, 1955
Pedro Páramo
Juan Rulfo
México, FCE, 1955
Comentarios
Publicar un comentario