La Bruja de Ortúzar

Que las hay las hay, soñando, buscando, forzando el límite de lo posible. Brujas adivinas, brujas pagas, brujas caras, las obvias, indudablemente, pero también de las otras: brujas con pesares, brujas con deseos, brujas que cuando saben lo que quieren hacen de las suyas. Libro de arena comparte una ficción, "La Bruja de Ortúzar" desde adentro del universo femenino, con sus matices, sus irregularidades, sus dificultades y sus brillos.



Por María Cappielli*

La angustia contraía su cara dándole una expresión de dureza que no era habitual en ella, aunque sabía conocerla un poco más con el paso de los últimos años. La boca apretada, el ceño fruncido, una sensación de extrañeza absoluta frente al despliegue de lo cotidiano. Por momentos, esa expresión se quebraba para dar paso a un torrente de lágrimas que brotaban como manantiales desde sus ojos y lo inundaban todo, como cuando era una niña de tres años.
Aquella mañana de febrero debía salir de su casa. Levantarse de la cama significó un terrible esfuerzo al igual que asearse y vestirse. Al prepararse, recorría su monoambiente recortando el aire con movimientos dubitativos y lentos, como una abuela cansada. 
Cuando se sintió lista, pasó frente al espejo y se miró, no corrigió nada. Agarró sus cosas, cerró la puerta de su casa y salió a la calle rumbo al subte, debía tomar la línea H, a unas pocas cuadras de distancia. Llevaba un gran bolso caótico con objetos que debía usar y otros acumulados que no sabía por qué estaban allí, pero daba lo mismo dejarlos o quitarlos. Se había puesto un hermoso vestido veraniego pero la depresión se escapaba por los detalles descuidados: las uñas mal pintadas, las canas prematuras herencia de su madre, asomaban en un peinado hecho a las apuradas.
Bajando las escaleras rumbo a la estación metió la mano en su bolso, revolvió, y palpó la SUBE. Segundos después pasó el molinete. Cada tanto toqueteaba su celular como para asegurarse que estaba en conexión con otros, pero no había ningún mensaje.
El tren arribó al andén y ella subió. Su mente producía en forma prolífica pensamientos atormentados, su mirada se perdía fijándose en puntos lejanos. ¿La gente la observaba? Qué importa. Un abismo la separaba del mundo y ese abismo era inabordable.
Próxima estación Corrientes, se escuchó. El chico que pasaba vendiendo hebillitas no hizo caso cuando le dijo que no las dejara sobre su falda. O quizás ella quiso decirle “no, gracias” pero no dijo nada.
Se bajó del tren para combinar con la línea B. Atravesó las estaciones hasta llegar a Tronador. Al fin, subió a la superficie por la escalera mecánica.
Aun era temprano para la cita. El cambio de escenario desde el centro caluroso y aturdidor hacia Villa Ortúzar, le pareció un hallazgo. Caminó unas cuadras, fichó el edificio y comenzó a hacer tiempo dando vueltas manzana. “Podría mudarme acá” pensó. “Siempre empecinada con vivir en el centro, quizás sea este el momento de generar un cambio”, se dijo. Inmediatamente la idea del “cambio” le despertó más angustia, la hizo recordar que su país se hundía al compás de su propia alma, como si no pudiera la historia escapar de un círculo en el que luego de años de algún tipo de estabilidad sobreviniera indefectiblemente la catástrofe. Stop and Go, lucha de clases. La inundó de nuevo esa sensación de que no hay piso donde apoyarse, una pérdida de sentido de todas las cosas que antes no se cuestionaban.
Miró la hora en su teléfono. Aún faltaba. Prendió un cigarrillo para aminorar la espera, sentada a la sombra sobre el cantero de un árbol. Le dolió el estómago con la primera pitada, entonces recordó que no había desayunado nada. La ansiedad le tomaba el cuerpo y se asomaba triunfante por su cara. En la tensa quietud de la espera suena el celular, pero la decepción la invadió al confirmar que era su jefa la que llamaba.  “Pésimo momento” pensó. No atendió, tiró el cigarrillo y se levantó, ya era la hora.
Cuando llegó, tocó el portero eléctrico y aguardó aquel gesto que la habilitara. Enseguida escuchó el “ya bajo” que irrumpió en la tranquila calma de la mañana y la sacó de golpe de la soledad de sus pensamientos interminables. Momentos más  tarde la calidez de la bruja la envolvió en un abrazo en el que se abandonó por unos instantes. Fue extraño el trato, como si fuesen viejas amigas que se reencuentran, como si se conociesen desde antes.
Subieron por el ascensor hacia su departamento, que al entrar le pareció muy agradable. Era un cubículo amplio que se abría a un balcón que desembocaba visualmente en el parque. Se escuchaba el trinar de los pájaros. “Lo único malo que es que los fines de semana me tengo que ir porque la murga ensaya por dos horas y el ruido es insoportable” dijo. ¿Qué querés tomar?”
“Creo que agua” dudó como siempre. La Bruja sirvió dos vasos y se sentó en el suelo,  la invitó a acomodarse donde le pareciera, suelo o sillón. Ahí, enfrentada a la elección de su comodidad, sintió que estaba en otra más de sus constantes sesiones de análisis. Pero no era lo mismo, pensó, esta vez iba a recibir respuestas, por fin iba a saber sobre su malestar constante, quizás eso calmara la angustia que aún le angostaba el pecho y le paralizaba la cara. Observó a su interlocutora, la foto de wassap era lo único que la había aproximado a ella, y le había bastado para formarse una idea que se alejaba bastante de la realidad tangible que ahora la enfrentaba. La bruja era dulce, tenía ojos verdes que clavaba en su mirada, uno de ellos un poco desviado, el pelo corto negro medio rebelde, la voz grave y suave, pausada.
Y estaban ambas acomodadas. “Mira Pilar”, le acercó la computadora que había prendido unos segundos antes, “esta es una foto de cómo estaban los astros el día en que naciste”. Ella miró, pero no entendió nada. Entonces se dio cuenta que sobre la mesa ratona que las separaba había unas anotaciones con fibra azul, las observó medio intrigada. Todo iba a comenzar, había llegado el momento de saber, pero antes de que siguiera, o mejor dicho empezara la charla comenzó compulsivamente a hablar de Pablo.
El tipo se filtró en el espacio como una presencia concreta. Entonces habló del viaje a Méjico, de sus amigas, de la relación, de la crisis, repitió frases que de tanto decirlas ya salían fijas a través de sus labios, oraciones remanidas, tantas veces habladas. Dijo su parecer, pregunto al aire. Con su cuerpo, con su cara, con sus gestos, dejaba colar libremente su desesperación, esa desesperación que la había tomado por completo. Trataba de que ese otro entendiera y le explicara, o tal vez trataba de generarle algo de compasión para que empatizara con ella y le dijera que sí, que todo iba a estar bien, que su vida se iba a encaminar como ella esperaba. Sí, porque ahora no estaba encaminada, es más, ahora no sabía ni qué era encaminarse o cuál era el camino, o  a dónde quería ir.
La entrevista avanzaba interrumpida, una y otra vez, la reflexión astrológica, por comentarios angustiados sobre la relación amorosa y preguntas que no encontraban respuestas y respuestas que ella se daba como autómata, para tranquilizarse.
Hasta que finalmente la bruja lo dijo con todas las letras. Y cuando dijo lo que dijo, ella caer, lo que se dice caer, no cayó.  Escuchó pero no sopesó las palabras, no sintió lo que ellas querían decir, lo que vaticinaban. Al menos eso fue lo que le contó unos días después a todo aquel que quisiera escucharla. “Me dijo eso y fue como cuando a un paciente le dicen que tiene una enfermedad incurable y se va a morir”. Cosa que, en realidad, nunca había experimentado. Incredulidad, silencio y pensamiento encapsulado “¿me está diciendo esto a mi? Mejor la dejo seguir hablando”
Entonces la bruja continuó. Se explayó en un torrente de palabras, navegó en ellas, las saboreó antes de lanzarlas al aire de aquella habitación. Se tomaba su tiempo, las buscaba, las seleccionaba, le daba forma a sus pensamientos y los expresaba con firmeza suave. Mientras, Pilar pensaba que eso era apasionarse con algo, aunque el ritual en el que estaban sumergidas a ella la lastimaba. “Una pasión, lo que me falta es una pasión que no sea enamorarme, que se yo, si al menos fuera una pintora exitosa, una investigadora social reconocida, una escritora de novelas, algo importante que justifique no ser madre”.
No llegaba a comprender como después sí lo hizo, el sentido profundo de aquellas palabras que le llegaban desde lejos.
“Esto que te digo es para toda tu vida”, escuchó de nuevo y no pudo en ese momento medir la fuerza de profecía de aquella frase. Tomó agua, se quedó callada por unos instantes. Venía sufriendo mucho, y cada vez peor hasta llegar a esta crisis que ahora atravesaba. Una y otra vez se sentía abandonada. Como eso del eterno retorno de lo que hablaba Nietzche, la angustia vuelve. Se va por un tiempo, sólo para tomar más fuerza y regresar realmente capaz de hundirla del todo. Así pasaba cada vez que un hombre la dejaba. Ella ya sabía lo que le esperaba pero igual seguía, temiendo por el final, temiendo por sumirse en una nueva depresión oscura y triste de esas en la que perdés el sentido de las cosas aún más cotidianas. Pero esta vez era la primera vez que sentía tan potente esa sensación de estar cayendo sin poder hacer pie en ningún lado. Comprendía con todas sus células que la vida puede ser insoportable, esa idea de que estamos condenados a vivir, del tiempo como condena. El tiempo es un bichito que anda y anda, había escrito La Maga a bebé Rocamadour, el problema consiste  en que no para y una qué hace con eso. La idea de ser responsable de su tiempo la atemorizaba. Gaston, Guille, Fabio, Andres, ahora Pablo, que sigue después, cuánto más se pueden seguir derrumbando sus cuentos de hadas.
Un chasquido de los dedos de la Bruja la trajo de vuelta. “Pilar, sé que suena un bajón, pero no es un bajón lo que te estoy contando, si pudieras comprenderlo”. En ese momento volvió nuevamente en sí, abandonó sus ideas, la miró de nuevo, repasó su casa y envidió su pequeño confort de mina que le gusta lo que hace y disfruta de su estar en el mundo. No dijo nada. “Queres hacerme alguna pregunta en particular?” volvió a inquirirla. Esa invitación anunciaba el final de la charla. Tomó aire y con un hilo de voz  articuló resignada la palabra “hijos”, como quien ya sabe. Por toda respuesta la Bruja articuló un  “No se ve nada”.
Segundos después se halló recibiendo aquellas palabras lindas de cierre, dirigidas a dar calma. Las supo recibir bien, la bruja sabía decirlas con convicción como todo lo que había dicho en aquella mañana de febrero, en ese cubículo acogedor del barrio de Villa Ortúzar que desembocaba en el parque y que ella envidiaba. Sin embargo dudó, de que alguien pudiera salir de allí con desesperación y malos presagios. La Bruja debía contentar a todos los que la visitaran con palabras de aliento. No le estaba, entonces, diciendo nada, no tenía por qué creerle en su intento de contentarla con bellas palabras. “Tu vida va a ser preciosa”. “Gracias”. Tomó su bolso, su billetera, contó los billetes y extendió la mano. La Bruja bajó la vista, y sonrió juntando sus palmas a la altura de su pecho en un gesto de humildad sabia. Tomó la plata.Se levantaron y salieron a la calle.  Ahora la calma. El mediodía continuaba con el tono tranquilo, caluroso y barrial de la mañana, era un día armonioso, volvió a antojársele que en esa zona de la capital la gente debía ser más feliz que en el quilombo apabullante del centro de la ciudad. Más verde, menos cemento, más vida. Se despidieron. Preguntó por la calle Triunvirato para tomar el Subte de regreso a casa. Escuchó  la indicación y comenzó a alejarse.  Caminó unos metros y buscó el celular en su cartera. Consultó la Aplicación sobre su ciclo: estaba ovulando. Lo guardó y revolvió en el caos de sus cosas, encontró el pequeño sobresito gris con sus pastillas anticonceptivas, lo apretó con fuerza y en un solo movimiento intenso lo aplastó en su mano, luego lo soltó en la calle. Esa noche iba a coger con Pablo.



*María Cappielli: más lectora que escritora, aprendiz de cantante, viajera, la conmueven los libros. Le gusta curiosear lecturas, y buscar respuestas en los libros; cuando siente que las encuentra, una especie de bullicio interno, de desorden la toma por completo por un rato. Nació en Bahía Blanca es Licenciada en Sociología y Profesora de Ciencias Sociales, especializada en el trabajo en derechos de los niños, niñas y adolescentes, medio ambiente, participación política y juventud; realiza talleres en escuelas secundarias, así como también en barrios carenciados y organizaciones comunitarias.

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