La Bruja de Ortúzar
Que las hay las hay, soñando, buscando, forzando el límite de lo posible. Brujas adivinas, brujas pagas, brujas caras, las obvias, indudablemente, pero también de las otras: brujas con pesares, brujas con deseos, brujas que cuando saben lo que quieren hacen de las suyas. Libro de arena comparte una ficción, "La
Bruja de Ortúzar" desde adentro del universo femenino, con sus matices, sus irregularidades, sus dificultades y sus brillos.
La
angustia contraía su cara dándole una expresión de dureza que no era habitual
en ella, aunque sabía conocerla un poco más con el paso de los últimos años. La
boca apretada, el ceño fruncido, una sensación de extrañeza absoluta frente al
despliegue de lo cotidiano. Por momentos, esa expresión se quebraba para dar
paso a un torrente de lágrimas que brotaban como manantiales desde sus ojos y
lo inundaban todo, como cuando era una niña de tres años.
Aquella
mañana de febrero debía salir de su casa. Levantarse de la cama significó un
terrible esfuerzo al igual que asearse y vestirse. Al prepararse, recorría su
monoambiente recortando el aire con movimientos dubitativos y lentos, como una
abuela cansada.
Cuando
se sintió lista, pasó frente al espejo y se miró, no corrigió nada. Agarró sus
cosas, cerró la puerta de su casa y salió a la calle rumbo al subte, debía
tomar la línea H, a unas pocas cuadras de distancia. Llevaba un gran bolso
caótico con objetos que debía usar y otros acumulados que no sabía por qué
estaban allí, pero daba lo mismo dejarlos o quitarlos. Se había puesto un
hermoso vestido veraniego pero la depresión se escapaba por los detalles
descuidados: las uñas mal pintadas, las canas prematuras herencia de su madre, asomaban
en un peinado hecho a las apuradas.
Bajando
las escaleras rumbo a la estación metió la mano en su bolso, revolvió, y palpó
la SUBE. Segundos después pasó el molinete. Cada tanto toqueteaba su celular
como para asegurarse que estaba en conexión con otros, pero no había ningún
mensaje.
El
tren arribó al andén y ella subió. Su mente producía en forma prolífica pensamientos
atormentados, su mirada se perdía fijándose en puntos lejanos. ¿La gente la
observaba? Qué importa. Un abismo la separaba del mundo y ese abismo era
inabordable.
Próxima
estación Corrientes, se escuchó. El chico que pasaba vendiendo hebillitas no
hizo caso cuando le dijo que no las dejara sobre su falda. O quizás ella quiso
decirle “no, gracias” pero no dijo nada.
Se
bajó del tren para combinar con la línea B. Atravesó las estaciones hasta
llegar a Tronador. Al fin, subió a la superficie por la escalera mecánica.
Aun
era temprano para la cita. El cambio de escenario desde el centro caluroso y
aturdidor hacia Villa Ortúzar, le pareció un hallazgo. Caminó unas cuadras,
fichó el edificio y comenzó a hacer tiempo dando vueltas manzana. “Podría
mudarme acá” pensó. “Siempre empecinada con vivir en el centro, quizás sea este
el momento de generar un cambio”, se dijo. Inmediatamente la idea del “cambio”
le despertó más angustia, la hizo recordar que su país se hundía al compás de
su propia alma, como si no pudiera la historia escapar de un círculo en el que
luego de años de algún tipo de estabilidad sobreviniera indefectiblemente la
catástrofe. Stop and Go, lucha de clases. La inundó de nuevo esa sensación de
que no hay piso donde apoyarse, una pérdida de sentido de todas las cosas que
antes no se cuestionaban.
Miró
la hora en su teléfono. Aún faltaba. Prendió un cigarrillo para aminorar la
espera, sentada a la sombra sobre el cantero de un árbol. Le dolió el estómago
con la primera pitada, entonces recordó que no había desayunado nada. La
ansiedad le tomaba el cuerpo y se asomaba triunfante por su cara. En la tensa quietud
de la espera suena el celular, pero la decepción la invadió al confirmar que era
su jefa la que llamaba. “Pésimo momento”
pensó. No atendió, tiró el cigarrillo y se levantó, ya era la hora.
Cuando
llegó, tocó el portero eléctrico y aguardó aquel gesto que la habilitara. Enseguida
escuchó el “ya bajo” que irrumpió en la tranquila calma de la mañana y la sacó
de golpe de la soledad de sus pensamientos interminables. Momentos más tarde la calidez de la bruja la envolvió en un
abrazo en el que se abandonó por unos instantes. Fue extraño el trato, como si
fuesen viejas amigas que se reencuentran, como si se conociesen desde antes.
Subieron
por el ascensor hacia su departamento, que al entrar le pareció muy agradable.
Era un cubículo amplio que se abría a un balcón que desembocaba visualmente en
el parque. Se escuchaba el trinar de los pájaros. “Lo único malo que es que los
fines de semana me tengo que ir porque la murga ensaya por dos horas y el ruido
es insoportable” dijo. ¿Qué querés tomar?”
“Creo que agua” dudó como siempre. La Bruja sirvió
dos vasos y se sentó en el suelo, la
invitó a acomodarse donde le pareciera, suelo o sillón. Ahí, enfrentada a la elección
de su comodidad, sintió que estaba en otra más de sus constantes sesiones de análisis.
Pero no era lo mismo, pensó, esta vez iba a recibir respuestas, por fin iba a
saber sobre su malestar constante, quizás eso calmara la angustia que aún le
angostaba el pecho y le paralizaba la cara. Observó a su interlocutora, la foto
de wassap era lo único que la había aproximado a ella, y le había bastado para
formarse una idea que se alejaba bastante de la realidad tangible que ahora la
enfrentaba. La bruja era dulce, tenía ojos verdes que clavaba en su mirada, uno
de ellos un poco desviado, el pelo corto negro medio rebelde, la voz grave y
suave, pausada.
Y estaban ambas acomodadas. “Mira Pilar”, le acercó
la computadora que había prendido unos segundos antes, “esta es una foto de
cómo estaban los astros el día en que naciste”. Ella miró, pero no entendió
nada. Entonces se dio cuenta que sobre la mesa ratona que las separaba había
unas anotaciones con fibra azul, las observó medio intrigada. Todo iba a
comenzar, había llegado el momento de saber, pero antes de que siguiera, o
mejor dicho empezara la charla comenzó compulsivamente a hablar de Pablo.
El tipo se filtró en el espacio como una presencia
concreta. Entonces habló del viaje a Méjico, de sus amigas, de la relación, de
la crisis, repitió frases que de tanto decirlas ya salían fijas a través de sus
labios, oraciones remanidas, tantas veces habladas. Dijo su parecer, pregunto
al aire. Con su cuerpo, con su cara, con sus gestos, dejaba colar libremente su
desesperación, esa desesperación que la había tomado por completo. Trataba de
que ese otro entendiera y le explicara, o tal vez trataba de generarle algo de
compasión para que empatizara con ella y le dijera que sí, que todo iba a estar
bien, que su vida se iba a encaminar como ella esperaba. Sí, porque ahora no
estaba encaminada, es más, ahora no sabía ni qué era encaminarse o cuál era el
camino, o a dónde quería ir.
La entrevista avanzaba interrumpida, una y otra vez,
la reflexión astrológica, por comentarios angustiados sobre la relación amorosa
y preguntas que no encontraban respuestas y respuestas que ella se daba como autómata,
para tranquilizarse.
Hasta que finalmente la bruja lo dijo con todas las
letras. Y cuando dijo lo que dijo, ella caer, lo que se dice caer, no
cayó. Escuchó pero no sopesó las
palabras, no sintió lo que ellas querían decir, lo que vaticinaban. Al menos eso
fue lo que le contó unos días después a todo aquel que quisiera escucharla. “Me
dijo eso y fue como cuando a un paciente le dicen que tiene una enfermedad
incurable y se va a morir”. Cosa que, en realidad, nunca había experimentado.
Incredulidad, silencio y pensamiento encapsulado “¿me está diciendo esto a mi? Mejor
la dejo seguir hablando”
Entonces la bruja continuó. Se explayó en un
torrente de palabras, navegó en ellas, las saboreó antes de lanzarlas al aire
de aquella habitación. Se tomaba su tiempo, las buscaba, las seleccionaba, le
daba forma a sus pensamientos y los expresaba con firmeza suave. Mientras, Pilar
pensaba que eso era apasionarse con algo, aunque el ritual en el que estaban
sumergidas a ella la lastimaba. “Una pasión, lo que me falta es una pasión que
no sea enamorarme, que se yo, si al menos fuera una pintora exitosa, una
investigadora social reconocida, una escritora de novelas, algo importante que
justifique no ser madre”.
No llegaba a comprender como después sí lo hizo, el
sentido profundo de aquellas palabras que le llegaban desde lejos.
“Esto que te digo es para toda tu vida”, escuchó de
nuevo y no pudo en ese momento medir la fuerza de profecía de aquella frase. Tomó
agua, se quedó callada por unos instantes. Venía sufriendo mucho, y cada vez peor
hasta llegar a esta crisis que ahora atravesaba. Una y otra vez se sentía
abandonada. Como eso del eterno retorno de lo que hablaba Nietzche, la angustia
vuelve. Se va por un tiempo, sólo para tomar más fuerza y regresar realmente
capaz de hundirla del todo. Así pasaba cada vez que un hombre la dejaba. Ella
ya sabía lo que le esperaba pero igual seguía, temiendo por el final, temiendo
por sumirse en una nueva depresión oscura y triste de esas en la que perdés el
sentido de las cosas aún más cotidianas. Pero esta vez era la primera vez que
sentía tan potente esa sensación de estar cayendo sin poder hacer pie en ningún
lado. Comprendía con todas sus células que la vida puede ser insoportable, esa
idea de que estamos condenados a vivir, del tiempo como condena. El tiempo es
un bichito que anda y anda, había escrito La Maga a bebé Rocamadour, el
problema consiste en que no para y una
qué hace con eso. La idea de ser responsable de su tiempo la atemorizaba.
Gaston, Guille, Fabio, Andres, ahora Pablo, que sigue después, cuánto más se
pueden seguir derrumbando sus cuentos de hadas.
Un chasquido de los dedos de la Bruja la trajo de
vuelta. “Pilar, sé que suena un bajón, pero no es un bajón lo que te estoy contando,
si pudieras comprenderlo”. En ese momento volvió nuevamente en sí, abandonó sus
ideas, la miró de nuevo, repasó su casa y envidió su pequeño confort de mina
que le gusta lo que hace y disfruta de su estar en el mundo. No dijo nada.
“Queres hacerme alguna pregunta en particular?” volvió a inquirirla. Esa
invitación anunciaba el final de la charla. Tomó aire y con un hilo de voz articuló resignada la palabra “hijos”, como
quien ya sabe. Por toda respuesta la Bruja articuló un “No se ve nada”.
Segundos después se halló recibiendo aquellas
palabras lindas de cierre, dirigidas a dar calma. Las supo recibir bien, la
bruja sabía decirlas con convicción como todo lo que había dicho en aquella
mañana de febrero, en ese cubículo acogedor del barrio de Villa Ortúzar que
desembocaba en el parque y que ella envidiaba. Sin embargo dudó, de que alguien
pudiera salir de allí con desesperación y malos presagios. La Bruja debía
contentar a todos los que la visitaran con palabras de aliento. No le estaba,
entonces, diciendo nada, no tenía por qué creerle en su intento de contentarla
con bellas palabras. “Tu vida va a ser preciosa”. “Gracias”. Tomó su bolso, su
billetera, contó los billetes y extendió la mano. La Bruja bajó la vista, y
sonrió juntando sus palmas a la altura de su pecho en un gesto de humildad
sabia. Tomó la plata.Se levantaron y salieron a la calle. Ahora la calma. El mediodía continuaba con el
tono tranquilo, caluroso y barrial de la mañana, era un día armonioso, volvió a
antojársele que en esa zona de la capital la gente debía ser más feliz que en
el quilombo apabullante del centro de la ciudad. Más verde, menos cemento, más
vida. Se despidieron. Preguntó por la calle Triunvirato para tomar el Subte de
regreso a casa. Escuchó la indicación y
comenzó a alejarse. Caminó unos metros y
buscó el celular en su cartera. Consultó la Aplicación sobre su ciclo: estaba
ovulando. Lo guardó y revolvió en el caos de sus cosas, encontró el pequeño
sobresito gris con sus pastillas anticonceptivas, lo apretó con fuerza y en un
solo movimiento intenso lo aplastó en su mano, luego lo soltó en la calle. Esa
noche iba a coger con Pablo.
*María
Cappielli: más lectora que escritora, aprendiz de cantante, viajera, la conmueven los libros. Le gusta curiosear lecturas, y buscar respuestas en
los libros; cuando siente que las encuentra, una especie de bullicio interno,
de desorden la toma por completo por un rato. Nació en Bahía Blanca es Licenciada
en Sociología y Profesora de Ciencias Sociales, especializada en el trabajo en
derechos de los niños, niñas y adolescentes, medio ambiente, participación
política y juventud; realiza talleres en escuelas secundarias, así como también
en barrios carenciados y organizaciones comunitarias.
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