Los santos varones
Nunca es posible saber si
decidimos por cuenta propia o hay algo que lo hace por nosotros. Imposible prever,
en todo caso, qué cosa particular nos atraerá de un libro con el que nos
enganchamos. En el libro favorito que hoy publica Libro de arena se
trata de esa situación del lector que enfrentado al universo de los libros se
encuentra igual que un niño frente al mundo que lo rodea. ¿Qué hacer entonces?
Por
Marina Ruiz
Me preguntan por mi libro
favorito y me desbarata de inmediato la sola idea de tener que decidirme por
uno de los tantos que podrían encajar en una respuesta rápida y definitiva. Tengo
muchos predilectos y no alcanza la memoria a retener un título o un nombre que
suenen satisfactorios. Desapruebo el examen antes de arrancar, un fracaso. Así que
si contesto con al menos uno de los últimos que leí y me gustaron tengo que
confesar que se trata de una pasión insuflada por otra pasión. Resulta que el
libro en cuestión se llama Los santos
varones, y llegó a mí de la mano de mi novio, que siempre logra
entusiasmarme con sus propios intereses. La portada de tapa de la novela tiene
la imagen de dos nenes acostados en la arena tomando sol con los ojos
entrecerrados. Y hay uno que es igual, pero igual igual a uno de los sobrinos
de Pablo, mi novio. No lo compró por eso, sino que es lo que primero llamó su
atención. Las tapas de los libros nos atraen o nos repelen lo mismo que las
personas por su aspecto, y esto es tan inevitable como una vez adentro de la
lectura enamorarnos de lo que leemos, de las historias o de los personajes. La cosa
es que la novela, escrita por Luciano Lutereau, y vale decir que es su primera novela,
trata de la historia de dos hermanos y de su vida de todos los días, de los
recuerdos de una infancia atravesada, para el más chico que es el protagonista,
por la pesadez de estar atado a los vaivenes de los broncoespamos y de una
suerte de debilidad general de su pequeña persona, causada por el asma. Y lo
que tiene de bien narrada lo tiene de bien escrita también. Está narrada según
una serie escalonada de flashbacks que entremezclan el romance del narrador con
Lola, su vecina actual, con toda su niñez. Lo puntilloso del lenguaje con que
cada pequeña cosa, situación, o acción es descripta, hace como una lupa que
se aproxima tanto como es posible, observa desde cerca, desgrana cada evento,
cada pensamiento, cada objeto hasta convertirlo en un punto de una serie de
puntos. De esta manera arman un entretejido de breves fragmentos ya que no
podrían llamarse capítulos, en el sentido tradicional. Cada uno atañe de manera
particular a un punto, a un fragmento, a un grano de su existencia: el canto de
la madre, los cuidados propinados, la exacerbada pose de la fuerza masculina,
la relación con los otros, la distancia de los otros, la falta de aire. Cada instantánea
se acerca y se aleja de un momento del universo de ese niño frágil, sutilmente
recluido de los peligros de un mundo exterior atemorizante, que el narrador
organiza como un sistema de constelaciones. “Para un niño asmático no existen
las privaciones, sino que el mundo está dispuesto como festín al que se podría
acceder con apenas proponérselo; estirando la mano y deteniendo el fragmento de
mundo que se quiere tomar como propio, apresando con una caricia compacta la
faceta de tiempo que es preciso dejar a un lado del desgaste, sin ánimos de
partir. El mundo no te traiciona, como a esos niños que creen que sus padres,
lo reyes, los magos, los engañan, y pueden hacer aparecer objetos maravillosos
en un momento inesperado. Porque hasta las noticias más sorpresivas están
acompañadas, para un niño que vive para respirar, de un índice negativo que las
propone como perdidas incluso antes de poseerlas.” El texto me inspiró cierta
rareza, una rareza de algo bellamente contado, la infancia. Hay algo en su
atmósfera, en su vaivén, como el del flujo del mar y su ritmo que no se detiene
que me atrajo. Es como cierra la historia, en el recuerdo de un pasado que se
repite en la memoria sin cesar, de un tiempo que llevamos dentro para siempre.
Los santos varones
Luciano
Lutereau
Buenos
Aires, Factotum ediciones, 2011
*Marina Ruiz: vive en Buenos Aires, estudia antropología en
la UBA, y su mayor pasión es viajar, y conocer cómo se vive en otros lugares.
Hermosa reseña!!
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