Ema Wolf : “Una de las cosas que más me gusta es investigar para hacer los libros.”
¡Volvieron las charlas más animadas y entretenidas de todas, pero sobre todo las más queridas!. Las entrevistas de los encuentros con escritores de literatura infantil y juvenil volvieron con todo porque retornan nada más y nada menos que con la charla con Ema Wolf, que se dio en La Nube, el 5 de octubre de 2015. En la primera parte que hoy se publica, la autora habló de cómo entró en el universo de la LIJ, de su paso por revistas, empresas y editoriales; de su relación con el mundo editorial y sus demandas, de la conexión privilegiada con la escuela pública y con el exigente público lector que son los niños. La importancia de la investigación y la clave del humor como signos que marcan su escritura también fueron temas abordados, al igual que la suma de las influencias recibidas que hicieron a su formación ya desde pequeña. La segunda parte aparecerá en Libro de arena el viernes próximo.
Mario Méndez: Buenas
tardes, Ema, gracias por venir. Es un placer tenerte acá. Te conté que
estuvimos hablando de tu obra el lunes pasado. Vamos a empezar, como siempre,
por la biografía, brevemente. Ema Wolf nació en Carapachay, un barrio de
Vicente López, y sigue viviendo en ese partido. Es Licenciada en Lengua y
Literaturas Modernas por la Universidad de Buenos Aires. Dice la Wikipedia, y
esto nos daría pie para empezar a charlar, “sus obras se caracterizan por el
humor y un estilo paródico”. Ha escrito mayoritariamente libros de literatura
infantil y juvenil, aunque también publicó libros para adultos, uno de los
cuales, El turno del escriba,
que escribió en colaboración con Graciela Montes, obtuvo el Premio Alfaguara,
uno de los más importantes de la literatura hispanoamericana.
Comenzó trabajando en medios periodísticos y
revistas infantiles.
Ema Wolf: Sí, mis
primeros cuentos para chicos aparecieron en Anteojito a fines del ´75.
MM: Desde entonces se sucedieron los
libros y los premios. Fuiste candidata al premio Andersen, por la Argentina…
Bueno, vamos directamente a la entrevista. Sos egresada de Letras y no pasaste por la
docencia. ¿Cómo llegaste al mundo de la literatura infantil y juvenil?
EW: Casi por casualidad. Cuando terminé la facultad tenía que trabajar en algo afín con lo que había estudiado. Química no iba a ser. Empecé como redactora en revistas, algunas de las cuales ya no existen. Un día, una dibujante amiga me propuso que escribiera un cuento para chicos para tratar de venderlo a una editorial. Lo escribí, me gustó mucho hacerlo. La gente que tenía cerca (ya estaba casada y habían nacido mis dos hijos) opinó que estaba "bastante bien". Seguí trabajando como redactora, hice house organs para bancos, y escribía cuentos por diversión. Aquel primero nunca salió publicado. Lo conservo, pero nunca lo exhibí. Cuando se presentó una oportunidad en editorial Kapelusz llevé los cuentos que tenía en mi casa y compraron tres para la colección La Manzana Roja. Fue en el ´84. Así empecé. No sé cómo, acá estoy.
MM: Me parece que ese es otro lindo pie para charlar. ¿Qué tan diferente era? Porque fuiste pionera en la literatura infantil.
EW: No fui
pionera. Sí formé parte del grupo de gente que empezó a publicar con asiduidad
en la primera mitad de los ochenta.
MM: De la democracia para acá…
EW: Fue una
época interesante. Yo era bastante inconsciente entonces. Ahora no tanto, pero
en ese momento no conocía mucho las reglas. Había una literatura muy ñoña,
redondita, y por otro lado una literatura que bajaba línea, muy de los setenta.
A mí no me convencía ninguna de las dos. Entonces escribí, por instinto, lo que
tenía ganas, y no creo haberme apartado mucho de eso. Los ´80 fueron años
auspiciosos, en cierto sentido. Salíamos de una dictadura, nos sacábamos de
encima una losa pesada, había ganas de hacer y de mostrar. Nunca me sentí
transgresora. Si transgredí fue porque no sabía hacer las cosas de otra manera.
Conocí a Graciela Montes, a Laura Devetach, a un montón de gente que también
tenía mucho entusiasmo. No nos unía tanto una manera de escribir, una estética,
sino el espanto que nos producían ciertos libros montados sobre la pedagogía y
la psicología berreta. Fue una época disfrutable.
MM: ¿Lo seguís disfrutando?
EW: Sí. No tengo una producción muy grande. Tampoco me propuse tenerla. Disfruto escribiendo, retengo los libros bastante tiempo. La profesión, tanto no me interesa. Separo la profesión del trabajo.
MM: ¿Cómo es eso?
EW: El trabajo
es eso que hacés delante de la computadora. Lidiando
con la idea que se te ocurrió, tratando de llevarla a buen puerto. Pedaleando
con las palabras, con el hermoso idioma castellano, el esfuerzo línea a línea.
Eso me parece deportivo y hermoso, y es lo que me gusta hacer, por eso me
cuesta despegarme de los libros. Termino un libro y lo sigo baboseando, saco
una coma de un lugar y un mes después vuelvo a ponerla dónde estaba. Ese
trabajo me encanta, es la parte obrera, material, artesanal, si querés. La profesión es lo otro: la
circulación, la exposición pública, las discusiones con los editores, los
contratos que no te gustan, las peleas para cobrar… Sobre todo, la cuestión de
la circulación. Yo me muevo, voy muchísimo a escuelas, sobre todo a escuelas
públicas, que es la escuela que me formó, en la que se formaron mis hijos y mi
nieto, mi marido, mis padres y todos. La escuela que defiendo. Pero no me vas a
ver mucho en congresos, simposios, jornadas, encuentros, foros… No sé bien cuál
es la diferencia entre todos ellos. Esa parte no me vuelve loca. Además no
tengo muchas cosas para decir. Me encuentro a mí misma repitiendo siempre
lo mismo. (Risas).
MM: A mí me parece que no…
EW: Sí. ¿Qué voy
a decir sobre los libros? Es tan claro lo que está ahí, escrito… ¿Qué puedo
agregar que sea de utilidad? No soy Faulkner, tengo una literatura sencilla,
está todo a la vista. Así que pocas veces hablo de los libros. A veces los
menciono para explicar algo técnico, puntual, porque no tengo otra fuente a
mano para explicar cómo funciona algo. Pero en general trato de hablar de
cuestiones generales, como lo que pasa con los libros en las escuelas, qué
cosas veo bien y qué cosas veo mal. Si estoy en un aula pequeña rodeada de
chicos, entonces sí hablo de algún libro en particular. Ellos te obligan a
mostrar los piolines.
MM: Varias cosas. Por un
lado, si lo comparamos con la literatura infantil y juvenil que nos rodea, creo
que sos de
las autoras menos sencillas. Por esto mismo que decís, de que seguís
“baboseando” tus libros durante meses. Sos bastante más compleja que la
mayoría de los que escribimos literatura infantil y juvenil. Tu escritura es
más exquisita.
EW: No creo que
sea más exquisita. Por ahí es más demandante, pide un poco más del lector. Pero
no es deliberado, no es algo que me haya propuesto. Creo que tiene que ver con
el tipo de lectora que era de chica. A mí no me amedrentaban los libros. Leía
novelones decimonónicos y todo lo que tenía a mano. La revista La Chacra que
compraba un tío mío… (Risas). Revistas en italiano, porque mi padre y mis
abuelos eran italianos. Todo era para mí. Nunca me dijeron que algo no estaba a
mi alcance. Yo debía saber, aunque no conscientemente, que muchos libros
estaban muy por encima de mí, y que de a poco, en un ejercicio de acceso, iba a
poder alcanzarlos. No me preocupaba encontrarme con la palabra “espingarda” en
una novela de corsarios. Debía suponer que algún día, en otra etapa, iba a
enterarme de qué era eso. Y tenía mucha curiosidad por lo distinto, por lo
“otro”. Si a mí me hubieran dado un relato de una nena que vivía en un barrio
suburbano, que iba a la escuela, que se había enamorado del chico que vivía a
la vuelta, que se iba de vacaciones y tenía alguna aventura doméstica, me
habría aburrido. Para eso me tenía a mí, no necesitaba a los libros. Yo quería
la geografía y la historia, el espacio, la naturaleza, las palabras que
nombraban cosas nuevas. Ahora puedo racionalizarlo, entender qué tipo de
lectora era; entonces, simplemente, lo era. Y cuando te ponés a escribir, la lectora que fuiste en
tu infancia tiene un peso enorme. Te dicta preferencias, deseos. Una de las
cosas que más me gusta es investigar. Tengo anécdotas divertidas. La pasé muy
bien buscando información para hacer libros de ficción. A veces pienso que
escribo ficción para tener el pretexto de averiguar. Como yo quería eso para
mí, también lo quiero para mi lector. Si el nene no sabe qué es un chambelán,
mientras pueda seguir la historia, no me importa, yo tampoco sé qué es. El
libro será para el que lo entienda. Si la idea es sencilla, los materiales que
voy a utilizar para desplegarla, también van a ser sencillos. En el cuento de
un rey que no quería bañarse no voy a usar “esquizofrenia”; no sólo porque el
nene no la vaya a entender (eso seguro), sino porque va a caer como una piedra.
Voy a romper la armonía, desvirtuar la coherencia del texto. Sé que a
veces me paso y caigo en un registro de lengua que hace ruido en el contexto. Y
que veces espero demasiado del lector, porque la mía era una generación de
lectores, en ese aspecto, más entrenados. Pero prefiero eso, y no quedarme
mucho más atrás de lo que puede el lector.
EW: Digamos que sí. Son
pocas las editoriales donde hacen un editing, que colaboran con el
autor. Cuando el autor adquiere cierta famita se queda bastante solo. Lleva el
libro a una editorial y nadie se anima a decirle que algo no va. Hay un
corrector de estilo que te pone las bastadillas y las comillas, pero no mucho
más. A veces el autor necesita de alguien que tome distancia del texto y le
señale cosas. A mí no se me caen los moños por eso. Lo mismo ocurre con
relación a la información que vuelca en sus textos: más vale que chequee bien
antes de mandarlo.
No tuve problemas con los editores. Las
fricciones que tuve y sigo teniendo han estado directa o indirectamente
relacionadas con lo escolar y se reducen a un puñado de anécdotas. Pero nunca
tuve que negociar con las colecciones de literatura.
MM: Y sí con los libros de
texto…
EW: Cuando la división
escolar de una editorial grande pide un cuento que está publicado en una
colección de literatura, propia o de otra editorial, a veces sugiere algún
cambio. Yo puedo usar la palabra "vieja" por "mamá" en
cualquier lado, pero en una textera te
pueden pedir un cambio.
Yo, por supuesto, no acepto, como tampoco lo hace la mayoría de mis colegas.
Que elijan otro cuento. Me parece ofensivo para los maestros. Ejemplos como ése
tengo unos cuantos. En el único cuento que escribí por encargo, que fue
"Donde los derechos del niño Pirulo chocan con los de la rana Aurelia”, la
abuela del cuento en un momento les dice al niño y a la rana "¡¿Se van a
dejar de romper?!" Ese cuento lo hice a pedido del Ministerio de Educación
en la época del ministro Rodríguez y no tuvieron problemas en publicarlo. Hace
poco, veinte años después, me lo pidió una textera y me
preguntó si podía cambiar “romper”. ¿Por "molestar" tal vez?
Nunca te dicen por qué reemplazar la palabra; dejan que te comprometas vos en
el cambio. La censura se ejerce de manera sutil. No es brutal. Era brutal en
las dictaduras. Ahora es elegante. (Risas).
MM: Es un buen título, “La
censura es elegante”.
EW: Es discreta,
políticamente correcta. A veces los que la ejercen no pueden evitarlo, porque
no son los dueños de las editoriales y no marcan las pautas. Hay maneras
educadas de rechazar algo, a veces disfrazando el motivo, porque nadie quiere
quedar pegado en el papel de censor. En general la objeción se produce porque
el autor se zarpó. Yo no recuerdo haber discutido con un editor, pero también
sé qué cosas no puedo poner en un libro para chicos, porque si lo pongo nadie
se va a enterar de que lo puse, porque no lo van a editar. La transgresión, o
no existe o se ejerce de a poco, corriendo la barrera para adelante de a
pasitos. Los mediadores y al receptor se van acostumbrando… No podés ser
salvaje, porque nadie se entera. Sencillamente, no te publican. Los autores
tenemos conciencia de la medida, hasta dónde se puede. Ahora se puede más que
en el ’84, cuando salió mi primer libro.
MM: ¿Tenés algún reparo con vos misma? ¿Hasta
dónde llegás?
EW: No es un
tema que discuta conmigo misma. Tal vez porque sé que también yo tengo
inhibiciones. O porque, en el fondo, hay una especie de sentimiento de
protección hacia el chico que no se menciona, pero que existe. No escribiría
una escena de tortura en un libro que sé que va a leer un chico de diez años.
Por inhibición propia, por repugnancia moral, porque no me lo publicarían o
simplemente para ahorrarle algo muy duro, muy cruento, de lo que ya se va a
enterar más adelante. Además, nunca escribí relatos realistas. ¿Por qué? No sé.
Esa es otra cosa que deberías preguntarme. (Risas).
EW: Imagino que
el que escribe en clave realista se encuentra más a menudo con situaciones
complicadas. A mí me gusta mucho el realismo duro: Graciliano Ramos, Roa Bastos, Ciro Alegría,
Quiroga, los escritores del sur norteamericano, Ambrose Bierce… Pero no escribo ni siquiera
ese realismo liviano, muy de los libros para chicos. Siempre hice humor,
absurdo. Aunque también podría pensarse que elegí el humor justamente
porque es balsámico.
MM: Hablabas de la
investigación, de que te gusta investigar. En ¡Qué animales! está
clarísimo y es muy divertido. Uno sale a buscar esos bichos a ver si existen de
verdad. Y existen todos…
EW: Esos bichos existen, sí.
Hoy, con Internet, ese libro se hubiera escrito muy rápido. Empecé buscando en
las bibliotecas de los hijos de mis amigos y de los amigos de mis hijos. Esos
fascículos que se llamaban “La Fauna Maravillosa”, “Animales Extraordinarios"…
Después anduve por las bibliotecas grandes: la del Congreso, la Nacional, las
de la CONABIP, todas. Terminé en el Museo de Ciencias Naturales de Parque
Centenario. En el subsuelo de ese museo trabajaban técnicos del CONICET
especialistas en animales. Entrabas y veías frascos con bichos escabechados de
todos los tamaños. Técnicos de nivel muy, muy alto… Algunos me dieron bolilla,
otros no. La aracnóloga me mostró unas arañas horrorosas que guardaban en
frascos de mayonesa Hellmanns…
Había un experto en aves argentinas, una ictióloga… Me ayudaron mucho. Regalé
algunos libros míos para que vieran que no era una improvisada y que estaba ahí
porque quería que el libro tuviera la menor cantidad de errores posible. Yo no
era ni naturalista, ni científica… Es lindo buscar, no importa qué.
Cuando Canela me pidió un cuento para la
antología 18
de brujas, como
no tenía un cuento de brujas, colaboré con un Breve diccionario
de brujas famosas e
incluí a la Bruja Verón. Fui a la biblioteca de la AFA. (Risas). De fútbol sé
tanto como de animales. Había hecho una cita y cuando llegué me tenían
ejemplares de El Gráfico con datos sobre la Bruja de la década del ’50. Los
necesitaba para escribir tres líneas. Está claro que me divierte. Cuando
hicimos Perafán
de Palos con
Laura Linares encontramos cosas increíbles. Traés personajes al Río de la Plata y no sabés dónde
empieza el río, cómo estaban vestidos, qué comían, cómo era el barco… Yo amo
los barcos. No podés confundir
un bergantín con una fragata. Tenés que “amueblar” el relato. Si
desembarcaban en el Delta en 1530, ¿había naranjas? No, no había. Las naranjas
recién las cultivaron los jesuitas. En ese sentido el Libro de los prodigios fue
un festival. Dejé de leer ficción, leía libros informativos. Para el que está
pensando en términos de ficción todo el tiempo, buscando ideas para cuentos o
novelas, a veces no es la lectura de cuentos y novelas lo que más te estimula,
sino datos sobre bufones, niños con rabo, santas…. La información es muy
estimulante. A veces también trae soluciones, ayuda a destrabar el relato. Es
un ida y vuelta: para hacer ficción buscás información, y la información te
estimula la inventiva. Habría mucho para hablar de esto.
MM: Queremos
escuchar…
EW: Cuando
trabajamos con Graciela estuvimos metidas en el Medioevo los cinco años que nos
llevó ese libro. Era fascinante todo. Aprender cómo era la Europa Medieval, que
no era la de los monjes ni los caballeros ni las damas con bonete, sino la del
comercio, los inventos, el sentido práctico, la aventura… Es enriquecedor. Y es
muy lindo poder compartirlo.
MM: ¿Les llevaste ¡Qué animales!, a la gente del Museo de Ciencias Naturales?
EW: Cuando salió publicado, sí. Les alcancé ejemplares a los que me habían ayudado. Les llevé la edición “para niños belgas”, como la llamaba Carlos Nine.
MM: ¿Por
qué?
EW: Porque hubo
una primera edición cara, que mandaron a imprimir en España y vino por barco.
Lindísima, cuadrada. Entonces Nine,
en broma, dijo que era para niños belgas. Se supone que los niños belgas son
finos. (Risas). En ese momento costaba diecisiete pesos, que eran diecisiete
dólares. Así que la editorial muy pronto tuvo que hacer una versión proletaria,
que es la que se vende. La otra quedó de adorno.
MM: ¿Y qué
dijeron los científicos?
EW: No sé,
regalé los libros y no volví más. (Risas).
MM: ¿No
esperaste la devolución?
EW: Por supuesto que no. A ver si
empezaban a encontrar errores…
MM: Con 15 de Brujas nos reímos mucho el lunes pasado,
cuando aparece Verón, Juan Ramón…
EW: Es el padre
de la Brujita. Aquella vez también estuve en el centro Laurak Bat por la bruja
Mary, la gran bruja de los Pirineos. Y en el Centro de Cultura Japonesa, porque
hay una bruja japonesa. Y hablé con el creador de Cachavacha…
MM: ¿García
Ferré?
EW: No, alguien
que trabajaba para él, ahora no recuerdo su nombre. Era un dato que me había
dado Carlos, mi marido. Tuve una larga conversación telefónica sobre Cachavacha.
MM: Y en el cuento son cinco
líneas…
EW: Sí, cinco líneas. Por eso sospecho
que hay algo perverso en todo esto. (Risas).
MM: Sí. ¿Se
acuerdan de Cachavacha? Te dejo
descansar así les leo esto que es buenísimo. Porque de algunas cosas, seguro no
se acuerdan. “Nació como personaje de historieta en la revista Anteojito. Es la enemiga tradicional de
Hijitus, aliada de los lauchones Larguirucho, Pucho y Serrucho. Y de su jefe,
el profesor Neurus. Tiene un búho
cómplice que vigila el castillo donde vive. Ella lo llama “Pajarraco”. Su frase
mágica es “Chumba Chumbeta”. En
un principio era auténticamente malvada. Ahora es casi inofensiva y el búho se
volvió sabio”. Me agarro de tus palabras, ¿es cierto que hacía falta ir a
hablar con el creador?
EW: No, pero lo
conocía mi marido, que me dijo: “Es Fulano”. Consiguió el teléfono y lo
llamé. Ojo, que la charla fue seria. Hablábamos de trabajo, en definitiva.
MM: ¿Investigaste sobre el circo? Porque voy a decir públicamente que me gusta todo, pero Pollos de Campo es el súmmum.
EW: Sobre el
circo también. A mí no me interesaba el circo como espectáculo, funcionando. Me
interesaban los personajes del circo. Entonces los desenganché y me quedé con
ellos solos, ahí, al garete, yirando por la provincia de Buenos Aires. Todo
empezó porque imaginé una mujer muy grande y un león. El león no está, hay apenas
una referencia. La mujer grande sí, es Rita. Una y otra vez se me aparecían
esas dos imágenes. Me preguntaba qué hacer con ellas, donde ponerlas. Empezás interrogando a algo que se te ocurrió. Interrogás a la idea, a un personaje; con las
respuestas, vas avanzando. En Pollos quise hacer una especie de road movie. Con todas esos personajes
pobretones, medio perdedores… Toda la novela tiene un tono sepia, muy retro.
MM: Los vascos
que levantan piedras…
EW: Esa fue
otra: en el Centro Laurak Bat, increíble, un empleado flaquito me enseñó los
movimientos que hacen para levantar piedras de doscientos kilos. Bueno, tuve mi
novela de itinerario, con todos esos caracteres: el oso ambiguo, el mago
neurótico, la viejita positivista. Mimí la Elástica es el único que aparece
también en otro cuento. Llegué a quererlos.
MM: Son muy
amorosos.
EW: Llegué más o
menos a la mitad de la novela, y como ya sabía cómo terminaba, me entró pereza…
Entonces me demoré, hice otras cosas, me distraje. Después la retomé y la
terminé. Pero sin duda me va más el libro de cuentos cortos que la novela. Creo
que tiene que ver con la impaciencia. (Risas). Porque si estás trabajando en un
libro que tiene doce cuentos, veinticuatro cuentos, podés saltar de uno a otro. Te atascás con uno y empezás con otro. Después corregís el
antepenúltimo. Vas de un texto a otro, como una mosca. Es más entretenido que
meterme en una novela que ya sé cómo termina.
MM: ¿Te suele
pasar que sabés cómo termina la novela?
EW: No tengo
muchas novelas, pero en general, sí. Eso de la escritura torrencial, que
seguramente les ocurre a otros escritores, a mí no se me da. Trabajo en paños
chicos. Y corrijo mucho. Siempre les digo a los chicos en las escuelas que en
realidad no escribo, corrijo solamente. Y es verdad. Además quiero dejarles la
idea de que la escritura no nos sale con facilidad, ni a ellos ni a mí.
MM: Ahí te ganás a las maestras, porque siempre te
preguntan: “¿Y vos escribís borradores?”. Les encanta que les digas que
sí.
EW: Por
supuesto. Pero también aprovecho para decirles a las maestras que dejen que los
chicos vuelvan sobre los textos. Que puedan autocorregirse. Que no les den una
composición del lunes para el martes. Eso es mortal. Si van a escribir sobre la
vaca, pasen dos semanas hablando de las vacas, buscando información sobre las
vacas, contando chistes de vacas, empápense de vacas. Después, que escriban. Y
dos semanas más tarde, que vuelvan a leer el texto y se fijen si pueden
mejorarlo. Y antes de que las clases terminen, maestra, dales la oportunidad de
volver a la vaca a ver si pueden mejorarlo aún más, se apropian de él y llegan
a quererlo un poco. Porque en definitiva, de eso se trata: de que quieran lo
que hacen. No podés ser tan burócrata. Cuando pedís algo de
hoy para mañana el chico cumple con la tarea y chau. Trato de hacerles entender
a los chicos que yo compongo textos y ellos también. Que mi trabajo no es
distinto del que ellos hacen. Tiene los mismos requerimientos: estar
estimulado, encontrar información, pasarla bien, corregir. Los artesanos tienen
esa posibilidad.
MM: También, ¡los maestros tienen una presión! Si se pasan seis meses con “la vaca” vienen los padres a quejarse y es un problema.
EW: No te digo seis meses sólo con “la
vaca”…, me refiero a que no los despeguen groseramente de lo que hicieron. Que
lo den a leer al compañero, lo revisen en perspectiva como si lo hubiera
escrito otro.... Lo de la corrección es algo muy extraño… Yo llevo a las
editoriales las cosas bastante corregidas. Lo último que ve el autor es la
llamada “prueba de página”. Se corrige la primera prueba. Se hace una segunda,
a veces una tercera. Y es increíble: hay errores que nadie ve hasta que el
texto está impreso. Más que errores, descubrís cosas mejorables.
MM: ¿Y vos volvés, Ema, para desprenderte de ese
original que llevás tan corregido, dejás en reposo y volvés al tiempo?
EW: Sí, hasta
que obviamente tenés que soltarlo, porque ya es demasiado. Si lo seguís
revisando empezás a estropearlo. Hay una lógica, un límite. Por eso nunca estoy
haciendo una sola cosa: estoy con dos o tres al mismo tiempo. Achicás la
ansiedad. Cuando lo entrego, se produce un quiebre. Así como hay autores que
disfrutan leyendo sus textos en público y hablando de ellos, yo, a menos que me
lo pidan con mucho énfasis (risas), no lo hago. Hay un escalón muy fuerte entre
la etapa en que no quiero soltarlo y cuando pasó a ser de los lectores.
Disfruté muchisimi esta charla. Gracias Ema!
ResponderBorrarMuy buena esta charla, nos permite conocer más a esta gran escritora.Como cuenta cuentos y promotora de lectura, me dan más conocimientos para compartir. Gracias. Admiro a Ema !!
ResponderBorrarBuscando biografia para mí hija,me re enganché y descubrí a una escritora "fantastica ",lo cual me incita a leer e investigar más sobre Ema Wolf,dado a que me reflejo en ella ,porque he comenzado éste camino maravilloso de la escritura!!!!Un ABRAZO!!🤗
ResponderBorrar¡Hermosa entrevista! ¡
ResponderBorrarGracias, adora a Ema!
Hermoso
ResponderBorrarBuscando biografia para mí hija,me re enganché y descubrí a una escritora "fantastica ",lo cual me incita a leer e investigar más sobre Ema Wolf,dado a que me re wikitree.es/que-fue-el-siglo-xvii/
ResponderBorrarHermosa entrevista!
ResponderBorrarEMA wolf estoy asiendo mi tarea de ti
BorrarEMA wolf estoy asiendo la tarea de la escuela de ti
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