El Hobbit, o de dónde salen los libros

Se cumplen 80 años de la primera publicación de El Hobbit, un clásico de la literatura universal. Mario Méndez aprovecha el aniversario y escribe un generoso agradecimiento a esta obra que lo marcó como lector, escritor y docente.


Por Mario Méndez

Ayer,  21 de septiembre, se cumplieron 80 años de la publicación de El Hobbit, la novela de J.R.R. Tolkien que dio inicio a la saga inolvidable de El señor de los anillos: es en El Hobbit donde aparecen, por vez primera, el anillo del poder, Bilbo Bolsón y la comarca de los otros hobbits como él, Gandalf el gris (el  mago que más tarde será el blanco), los enanos, elfos, trolls y demás habitantes maravillosos de la Tierra media. Este primer libro del erudito filólogo Tolkien, compuesto en principio para entretener a sus hijos, daría paso, tiempo después, no solo a la ya célebre trilogía de El señor de los anillos, sino también a El Silmarillion.

Sin duda, Tolkien recurrió a muchas fuentes para imaginar el mundo de leyenda que nos legó.  Habrá encontrado los orígenes de su mundo en historias contadas de boca en boca y, por supuesto, en libros, muchos libros. Abrevó en las mitologías anglosajonas; en las sagas escandinavas, en las historias medievales, en las historias del mago Merlín y en la mitología griega. Y es que, como bien dice Ana María Shua (y hago mías sus palabras), los libros vienen de los libros. En este punto, tengo que confesar por qué elegí hablar de El Hobbit, por qué se me ocurrió saludar su aniversario. Lo hice para pagar, al menos en una pequeña parte, una deuda que en el fondo es impagable. Lo hago por gratitud. Las obras de Tolkien me acompañaron, como lector, durante la primera juventud. Incluso, en el caso de El Hobbit, acompañaron mi camino docente: dos veces, por lo menos, lo elegí como lectura con alumnos de sexto o séptimo grado. Pero además, y esta es la mayor deuda que tengo con Tolkien y su primer libro, El Hobbit me abrió el camino de la escritura. Porque es bastante común que cuando recién empezamos en un arte o un oficio, cuando hacemos los primeros palotes, tomemos prestado, copiemos, robemos, sigamos modelos. Y eso hice yo, con mi primera novela, El monstruo de las frambuesas, “un Hobbit telúrico para niños”, como alguna vez definió la editora y escritora Anahí Roselló, a quien le agradecí, sorprendido por su perspicacia, la comparación y el elogio.  

Cada vez que voy a una escuela, a visitar a los chicos y chicas que me han leído, surge, invariablemente, la pregunta por la inspiración. Y yo les digo que los libros salen de los libros, que los escritores primero fuimos lectores y, además, les cuento cómo fueron mis primeros pasos. Les digo que yo escribía cuentos para grandes, hasta que, ya siendo maestro, me surgió, tras una charla con un amigo, Ernesto Giani, la idea para una novela. Y que si esa novela, que fue la primera, llegó a terminarse, fue porque me armé, como una ayuda invaluable, un bastón en el que apoyarme durante todo el camino, un guión que, de alguna manera, seguía la estructura de El Hobbit: en mi novela, como en un espejo de la de Tolkien, también se construye un héroe en grupo, una armada imposible que si en El Hobbit estaba formada por el grupo de enanos, el mago Gandalf y Bilbo Bolsón, en la mía lo constituían un hombre adulto, una nena, un perro y catorce hombrecitos, mezcla de gnomos, enanos o elfos, entre los que sobresalía un mago, Maese Fuscal. Y si en la de Tolkien los catorce enanos, Bilbo y Gandalf tienen que cumplir la misión de quitarle al dragón Smaug su tesoro, en El monstruo de las frambuesas, el grupo heterogéneo de humanos, hombrecitos y animales de mi invención debe recuperar la planta-madre de las frambuesas, que está en poder de Salamandro, un ser que (ahora lo pienso, seguramente fue inconciente cuando lo escribí), aunque es un gigante antropomórfico, tiene una fuerte relación con Smaug: como el dragón de Tolkien, mi Salamandro también está rodeado de fuego.
 
Porque los libros salen de los libros, y los escritores, como lectores, le debemos mucho a aquellos predecesores que admiramos y muchas veces tomamos de modelo, tengo que saludar estos ochenta años de El Hobbit con infinito agradecimiento, en nombre de Guillaumín de Fresquet, de Naranja, de Sol, Runi y Ernesto, entre otros de mis personajes que mucho le deben a la querida banda de Gandalf y Bilbo Bolsón.

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