Marcelo Figueras: “Yo creo que contar historias es la mejor manera de pensar que tenemos”


En la víspera de la visita de Juan Sasturain, primer invitado de la segunda parte del año, Libro de arena comparte la parte final de la charla que Mario Méndez y Marcelo Figueras tuvieron en La Nube. Figueras cuenta los días en que cubrió la segunda Intifada en Palestina, como corresponsal de guerra, de donde, en parte, surgió su novela Aquarium. Desarrolla la idea de que lo que la humanidad necesita son historias, y finaliza contándonos la cocina de El negro corazón del crimen, la excelente novela que tiene como protagonista a Rodolfo Walsh, en los meses en que junto a Enriqueta Muñiz investigó los fusilamientos de José León Suárez.


Mario Méndez: ¿Cómo fue, pasar del periodismo cultural de rock y espectáculos a cubrir la Intifada en Medio Oriente?

Marcelo Figueras: También la culpa es de la literatura.  A esta amiga española periodista que mencionaba, yo le había contado de una novela que quería escribir. Era algo que se me había ocurrido también a partir de un caso real, ahora no me acuerdo del año exacto, pero más o menos 1949, que es el año en el que toman Palestina. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, un avión inglés se estrelló en la Cordillera de los Andes. No era un avión de pasajeros grande, sino un avión mediano que piloteaba un veterano inglés de la Guerra y en el que iban un correo del rey inglés, un empresario palestino, y otras dos señoras. Y a mí me sugirió… ¿qué hacía un correo del rey inglés acá? ¿Qué hacía un empresario palestino a bordo de ese avión? A partir de eso quise inventar una historia que lo justificara. Los restos del avión siguen estando ahí.  Si uno no tiene algún problema cardíaco o algo, se puede llegar caminando hasta esos restos…

Asistente: ¿Y a esos datos vos llegás de casualidad?


MF: La verdad es que ahora no me acuerdo de cómo me enteré. Me acuerdo, sí, de haber investigado, de haberme metido en los archivos de Clarín. Puede haber salido por alguna expedición, que cada tanto va a ese lugar a ver si puede traer más restos.

Asistente: En ese tiempo no había Facebook ni Internet, donde una cosa te lleva a la otra…

MF: No. Empecé a elucubrar esto. A ver qué hacía para justificar, no solo qué hacían estos señores acá, sino el porqué del accidente. Y le comenté a mi amiga en una cena que tenía ganas de hacer eso, y que en algún momento quería ir a Palestina. No quería construir el personaje del empresario palestino por Internet, googleando o por libros. Me gustaría ir, empaparme del perfume del lugar y a partir de ahí en todo caso seguir imaginando. Esas cosas en medio de la cena, sin ninguna perspectiva. No es que yo estuviera planeando verdaderamente un viaje. A poco tiempo estalla la segunda Intifada (esto es septiembre u octubre del año 2000), y mi amiga me llama desde Madrid, y me propone un pacto fáustico. Me dice que si quiero ir, ella me manda; me paga el viaje, yo me quedo ahí, hago un artículo sobre lo que está pasando con la segunda Intifada, y de paso hago la investigación que quiera en el lugar, para terminar de armar el libro en mi cabeza. Se ve que no había muchos españoles dispuestos a meterse en el medio del quilombo en ese momento, pero gracias a Dios mi amiga pensó en mí, y le dije que sí, inmediatamente. Me fui a meter en el medio de ese quilombo. Las cosas que me fueron pasando, a mí y al fotógrafo catalán que había venido conmigo (y con quien seguiremos siendo amigos hasta la muerte porque después de que pasás determinadas cosas no te despegás más), fueron tan alucinantes que todavía no escribí esa novela. Me gustaría, en algún momento. Pero sí terminé escribiendo Aquarium, que tiene que ver con los que nos pasó, y con las sensaciones y con las preguntas, y con las experiencias vividas.

MM: Estuviste en medio de los tiros…

MF: Sí. Literalmente hablando, sí. Cuento una cosita nomás, una de esas cosas delirantes que además pasan todas en el mismo día. A la mañana se arman esas camarillas de corresponsales extranjeros, y aparece el dato de que estaban prendiendo fuego unos colectivos en un lugar. Vamos para ahí, efectivamente eso era lo que estaba pasando, pero cuando bajamos y nos metemos ahí empiezan a dispararnos. No los palestinos, claramente. Y lo único que atinamos a hacer (es como vivir en el medio de la serie “Combate”)… había una pared que era lo único que quedaba en pie de lo que había sido una casa. Entonces salimos en montonera, tirándonos contra la pared, sintiendo los tiros del otro lado, esas vibraciones. Éramos corresponsales de distintos lados del mundo, y aparentemente, curiosos también. Porque nos estaban cagando a tiros y de repente suena el ringtone de un celular, “pipipipi”… Y un señor que estaba abajo mío, hablando en árabe… Yo no sé árabe, pero supongo que hablaba con la mujer, que le decía que ahí nos estaban cagando a tiros, que le calculara hora, hora y media… (Risas).

Asistente: ¿Puedo preguntar una obviedad? ¿Tenían chaleco?

MF: No. Nada. El único que tenía un casco blanco que decía “Press”, que parecía más un blanco que un casco era un corresponsal ruso.

Asistente: ¿Y había alguna razón específica por la que no usaban?

MF: No, básicamente porque era inútil, porque con el tipo de municiones, si lo que quieren es matarte, te matan. Dos días después de eso fuimos a Belén, se nos hizo tarde,  y cuando llegamos no había nadie. Vacío. Una enorme explanada… No entendíamos qué pasaba. Después de que nos enteramos de que media hora antes de que llegáramos le habían pegado un balazo en el vientre a una periodista alemana, con una de estas balas que están prohibidas por la Convención de Ginebra. Unas balas que son explosivas, que entran adentro tuyo y te vacían. Entonces se había ido toda la prensa y todas las ambulancias. Como se nos había hecho tarde nos perdimos de ver qué pasó. Este ruso también era un personaje, un tipo muy carismático, pero que venía de recuperarse. Tenía una cicatriz de una bala que le había atravesado el cuello, en Bosnia creo… no me acuerdo exactamente en dónde había sido. Cuando te enfrentás con ese tipo de municiones es inútil, porque no va a frenar nada. Ni siquiera ese casco frena un tiro si lo que quieren es eso.

Asistente: Para los israelíes es una complicación matar un periodista.  No es lo mismo que matar un palestino. Perdón que hable tan brutalmente…¿Qué medio te mandó?

MF: Yo iba a cubrir para la revista española.

Asistente: Digo, por protección propia…

MM: Me parece que hay una confusión. Creo que lo que Natacha preguntó no es si tenían chaleco antibalas, sino chaleco que dijera que eran Prensa.

MF: No. Por eso, te digo. Salvo ese casco que decía Press… Pero de esta chica, sabían que era de prensa. Porque aun cuando no tuviéramos eso, estábamos rodeados de los tipos con las cámaras, fotógrafos… No hay forma de no darse cuenta.

MM: Y ahí, en medio de esos corresponsales experimentados, seguramente eras…

MF: Un novato, completamente. En la novela lo cuento un poco de otra manera, pero yo llego un viernes, a un lugar en el que no había estado nunca en mi vida, a encontrarme con un fotógrafo que no conocía en una explanada, delante de la ciudad vieja. Viene Pascual, nos conocemos, entramos en la ciudad vieja, como era viernes el ejército israelí les estaba prohibiendo a los musulmanes el acceso a la mezquita, y lo primero que hicimos fue meternos en una corrida en la que los estaban cagando a palos.

MM: “Esto es lo que te espera”.

MF: Exacto.

MM: ¿Y cuánto estuviste?

MF: Casi dos meses. El día del telefonito terminamos saliendo de ahí. Llega un momento en el que la situación se naturaliza de una manera que empezás a mirar el reloj… y la verdad era que por otro lado teníamos que llegar  a una cita, con una abogada. Y toda la gente se hincha las pelotas y es como “vamos a salir igual”, porque llega un momento en el decís que si lo que quisieran es matarnos, ya nos habrían matado a todos.

Asistente: A mí me pasó hace unos años, que había ido a visitar a mis hijos, y cuando me estaba duchando escucho un ruido. Salgo de la ducha y veo sol. Y le dijo a mi hija: “Un trueno, ¿no?”. ”No, estalló no sé qué cosa”… Lo dice con una naturalidad.

Asistente: ¿Lo que escribiste es un relato de no ficción?

MF: No, es una ficción. Es una historia de amor entre dos personas que no pueden entender una palabra de lo que el otro dice. Surgió esto a partir de cómo se van armando las cosas.  Un amigo actor, (cuyo nombre no voy a decir para no quemarlo aunque después se separó), había ido a un festival de cine en China. Entonces me contó de una historia que había tenido con una actriz china, con la que no intercambiaban ni una sola palabra, porque ella ni hablaba inglés. Y ahí me quedó esta cosa de cómo puede uno entenderse o no, más allá del lenguaje. Y ahí se me cruzó el cable de esto. El back ground perfecto. Estamos hablando de un territorio que es así de chico. Donde están viviendo todos juntos ahí y jugando a no entenderse. Me pareció que podía ser el telón de fondo más indicado para esto. Para una historia que apuesta al amor más allá de la excusa de las  palabras para entenderse o desentenderse.


Asistente: ¿Sentís que de la ceremonia de leer un libro, con los nuevos formatos digitales se pierde un poco el impacto o  el carril de comunicación?

MF: No, yo no creo. Pueden cambiar los formatos, las tecnologías y todo, pero lo que nosotros necesitamos son historias. En algún momento se contaban oralmente. Van a seguir cambiando de forma. Lo que no va a cambiar nunca es nuestra dependencia y nuestra necesidad de consumir historias. Básicamente, porque yo creo que es la mejor manera de pensar que tenemos. Cuando hablamos de pensar, en general apuntamos al pensamiento racional, pero yo creo que nosotros pensamos a través de las historias. Y creo que somos infinitamente más sabios cuando pensamos a través de las historias, que cuando tratamos de apelar a la lógica más fría. Y eso casi me lleva a Walsh…

MM: A eso quiero llegar…

MF: Creo que habría que subrayar esto, cuando repetimos esta definición sobre nuestra especie, como la única especie que es capaz de pensar… bueno, de pensar a través de historias, porque es muy distinto y creo que esto es lo que nos define, porque las historias te permiten utilizar el pensamiento lógico y toda la racionalidad que tenemos, pero a la vez es lo que te obliga a la empatía. Uno lee historias para ponerse en la piel del otro, pero no puede pensar sin ponerse más que en la piel de uno mismo. Entonces creo que todo lo que tiene que ver con nuestra educación sentimental, y con nuestra mejor parte como especie, (porque tenemos partes muy jodidas), se la debemos a esta compulsión a contar historias, ver historias, armar historias.

Asistente: Quedé profundamente impresionada por lo que explicaste acerca del mito de Saturno, y sobre lo que desencadenó en vos para explicar de alguna manera lo que estás escribiendo. Y a mí se me ocurrió pensar, probablemente porque tengo un hijo de tu edad, más o menos, que esa es una mirada hacia un lado. Pero sinceramente, pienso que si miramos para el otro lado, la sociedad también se está devorando a los ancianos. Con la indiferencia, con el desdén, con el desprecio, muchas veces. Y no abundo más porque hay otras cosas, que me parece que también pueden explicar que la sociedad parece que está siempre en un enfrentamiento que no corresponde. Es mi manera de sentir. El asunto es estar “con”. No, “contra”.

MF: Estoy absolutamente de acuerdo con vos, Lo que a mí me ha pasado es que yo empecé primero cuando me enamoré del hecho de narrar y empecé a practicarlo siendo joven, entonces, básicamente estaba atento a lo que me hacían o querían hacerme a mí. Pero como te imaginarás estoy de acuerdo con vos. Una sociedad es tan buena o tan decente por lo que hace con quienes están en peores condiciones. Que generalmente son los niños, los enfermos, los ancianos, aquellos que no tienen ninguna posibilidad de nada. Creo que ahí es donde tenemos que ver qué es lo que estamos haciendo verdaderamente.

MM: Con la literatura podemos remitirnos al Diario de la Guerra del Cerdo.

Asistente: En eso estaba pensando.

Asistente: Vos llegaste a corresponsal de guerra tratando de recabar información para la ficción que podrías haber recogido leyendo a otros corresponsales de guerra. La información cruda y dura podías buscarla allí. Y fuiste a la vivencia. ¿Qué te aportó esa vivencia para escribir?

MF: Así como descubrí que escribir historias era una suerte de excusa que yo me armaba para dedicar tiempo a estudiar cosas absolutamente disparatadas, que no hubiera podido estudiar formalmente, también trato de usarlas, sin darme cuenta, no es algo que intente manejar, para nada, para vivir experiencias nuevas. Para mí, todo empezó con el juego. El juego de leer tiene que ver con el juego de ser otro, y la literatura te proporciona algo que no te proporciona ninguna otra disciplina humana, que es la posibilidad de vivir infinitas vidas adentro de una sola. Aunque más no sea, a través de la imaginación. Ponerte en el lugar de otro. A mí, desde chiquito, me fascinó un libro “LIJ”, que se llama El rey que fue y será, que es un especie de pentalogía de un inglés que se llama T. H. White, del cual quizá muchos se acordarán por La espada en la piedra, esa película de Disney de dibujitos animados que es el primer libro estos cinco que cuentan, básicamente, la infancia de quien se va a convertir en el Rey Arturo. Y a mí me fascinó, primero desde la película, porque siendo niño fue de lo primero que vi, y después leyendo el libro, fue la educación que Merlín le provee a Arturo. Merlín, que tiene acceso al futuro y que sabe que Arturo va a convertirse en rey, trata de formarlo para que sea el mejor rey posible. ¿Y cuál es la formación que le da? Más allá de lo académico, de que tiene que aprender latín, por ejemplo, lo esencial que hace es convertirlo en otros seres vivos. Lo convierte en un pez, en un gavilán, en una hormiga… Básicamente, para que sepa lo que se siente estando en otras circunstancias. En una circunstancia en la que estás en lo más bajo de la cadena alimenticia, o en la que podés ser un predador, o formar parte de una masa que no piensa.  A mí me alucinó eso desde chiquito, porque me parecía además que era una forma de hablar de la educación y del poder de la literatura. Eso hacemos cuando leemos, o cuando vemos una película. Nos ponemos en la piel de otro. Y nos planteamos qué nos pasaría si tuviésemos que vivir esto. Me acordaba de lo sorprendido que estaba Woody Allen, cuando hace años para una entrevista en un programa de televisión yo le pregunté… ¿Se acuerdan de Zelig, ese personaje que tenía esa especie de cosa mimética? Bueno, le pregunté por qué nunca se había convertido en una mujer. Y se quedó mudo. (Risas). ¿Llegaste a tantos lugares y nunca te pusiste en el lugar de una mujer?  Años después, todo lo que supimos de Woody Allen fue un poco revelador. Pero iba a esto: para mí, no hay literatura sin la búsqueda de algún tipo de experiencia. Seguramente podría haber escrito el libro sin moverme de casa, ¿pero cuál hubiese sido la gracias? La literatura me puso a mí en esa circunstancia y que yo acepté de buen grado. De otra manera, no sé si habría llegado. Sobre todo, con el correr del tiempo, esto he tratado de aprovecharlo lo más posible. A pesar de que yo venía, como venimos todos, de una tradición literaria más o menos consagrada en Argentina, que tiene por popes a gente que no ha tenido una gran experiencia de vida. Y volvemos a Walsh. A mí, lo que me gusta es conocer gente, conocer circunstancias, ponerme en la piel del otro, desarrollar mi capacidad empática lo más que puedo, porque creo que cuanta mayor empatía pueda llegar a tener, cuanta mayor habilidad para ponerme en el lugar de gente muy distinta a mí, mejor escritor voy a ser. Y ni hablar de tipo, de persona.

Asistente: ¿Cuándo se te impone un personaje y lo está desarrollando lo juzgás? Y si es así, ¿desde una perspectiva estética o desde una perspectiva moral?

MF: En general no prejuzgo, porque también construyo las historias de una manera que me lo impide. Yo creo que escribir o leer es como viajar en buena medida. Implica salir de tu circunstancia cotidiana, aunque más no sea, acá adentro, siempre sentado en la misma silla. Pero tenés que salir de tu circunstancia, salvo que se te ocurra la idea más aburrida del mundo, sobre un tipo exactamente igual a vos que está pasando por lo mismo. Pero en ese caso, ¿para qué carajo vas a escribir, si lo que querés hacer es eso? Viajar es salir, es proyectarte a otro tiempo y espacio distintos del tuyo. Pero todos viajamos de manera distinta. Conozco gente que no puede cruzar el umbral de su casa si no sabe dónde va a ir cada día, si no tiene todos los tours preasignados, cada uno de los días de la semana de los quince días o del mes que se va. Yo he viajado más de una vez solo con un pasaje de ida, teniendo una noción: sé dónde quiero llegar, sé algunas cosas que quiero ver, pero mi actitud es más bien de abrirme a la experiencia. Entonces, llego a un lugar, tiro las valijas y salgo a caminar sin mapa. Salgo a perderme. A veces te llevás chascos, si estas en ciudades como Los Ángeles o Las Vegas, porque no está preparadas para que la gente camine. Lo que hago cuando escribo, es un poco así. Claramente tengo una noción de la historia que quiero escribir, un trayecto inicial… Pero la gracia es el viaje. Lo que voy a descubrir mientras estoy escribiendo. Hay tipos terriblemente anal retentivos, incluso algunos que admiro muchísimo, como John Irving, por ejemplo, que para mí es un gran escritor, que empieza escribiendo la última frase de su novela. Y a partir de ahí, va para atrás, y escribe todo lo que tiene que escribir para significar y resignificar esa frase. Yo, en general, no quiero saber adónde voy a llegar. Quiero saber de dónde voy a salir, y me sorprendo constantemente con las cosas que me pasan en ese trayecto mental, pero trayecto al fin. Entonces nunca estoy seguro de que lo que van a hacer los personajes. Y cuando me sorprenden haciendo una putada, en general se las permito, no los reprimo. No me da por ahí.


MM: Bien. Déjenme hablar un poco de El negro corazón del crimen, que estoy tratando de hacerlo hace un ratito. Es un año muy walshiano, se cumplieron noventa años de su nacimiento, sesenta de la publicación de Operación masacre (crónica novelada de los fusilamientos de José León Suárez) y cuarenta de su asesinato. Nosotros, a principio de año hicimos un ciclo de cine  y literatura de homenaje a Walsh. Pasamos Operación Masacre, por supuesto, y el documental P4R, muy interesante. Antes de ayer terminé de leer El negro corazón del crimen… Para quiénes no lo leyeron, hay que leerlo. Es una maravilla, y quería decírtelo públicamente, porque la verdad es que quedé alucinado. La primera idea genial de esta novela es tomar a Rodolfo Walsh, personaje emblemático de nuestra literatura, de nuestro periodismo y de nuestra política, para que sea el personaje protagónico de una novela con un costado policial muy fuerte. Haciendo la investigación de los crímenes de José León Suárez. Más allá de la felicitación, ¿cómo fue meterse en este hombre “a medio cocer”? como dice Enriqueta Muñiz, coprotagonista en la novela y coprotagonista de la investigación real, como habrán visto en la dedicatoria de Operación Masacre.

MF: También surgió de un proceso muy parecido al de Kamchatka. Empezando porque surgió de una charla con un director de cine, buscando una historia posible, en este caso era Paula de Luque, que quería que escribiera un guion para que ella filmase, y no tenía una idea predeterminada, ni un género, ni para dónde quería ir. Y en la charla, que lo incluía a Marcelo Schapces, productor y cineasta, no me acuerdo cómo se mencionó a Walsh, y fue como “qué lindo sería”. Y ahí fue como una cagada, porque era un personaje imposible. El Walsh del bronce, el que es la encarnación de todas las virtudes revolucionarias, un tipo de una lucidez extrema, un escritor impresionante, un periodista impar… ¿Cómo contás a ese tipo? Pero ahí surgió el click, y acá supongo que Saturno tiene que ver, de alguna manera. Me puse a leer un poco para ver por dónde entrarle, porque al Walsh que ya era Walsh no me animaba. No sé si alguien puede tener la estatura para contarlo ya en esa encarnación. Yo me pongo a leer, y ahí, cuando él se entera del fusilado que sobrevivió a José León Suárez, tenía veintinueve años. Era un pendejo. Encima era muy gorila todavía en ese momento. Muy clase media con aspiraciones intelectuales, y en ese momento había que ser antiperonista. Admirador de Borges. Un tipo que quería ser escritor, obviamente, la consagración en lo literario pasaba en ese momento a través del diario La Nación. Ese fue el click. El tipo cuando todavía no era Walsh, cuando estaba verde, cuando era un tipo “a medio cocer”. Y a partir de ahí, la historia de una increíble y total transformación. Hablando de un tipo que, prácticamente, se hizo de nuevo. Un tipo que pasa de ser un escritor competente a un  escritor genial, un tipo que pasa de ser un gorila a defender peronistas clandestinos, un tipo que cambia de estilo del día a la noche, y que inventa una forma nueva porque las formas de las que disponía no le servían para contar lo que necesitaba. Un tipo que se separa de su mujer, con la que ya tenía dos hijas, para enamorarse de otra mujer… Un tipo que pone en riesgo todo: su vida, su familia, su carrera como periodista, su carrera como escritor, su cuero… por gente de la que no podía sentirse más lejos, hablando de empatía.  Era un poco la historia de cómo yo podía reconocerme en ese Walsh “verde”, en el tipo de clase media que siempre estuvo prendido al lado del precipicio para no ser clase baja o pobre, pero con aspiraciones intelectuales, en las que si querías consagrarte implica que toda una clase social y académica te acepte. El noventa y nueve por ciento de los tipos que hubieran estado en la situación de Walsh, hubieran tirado esas primeras páginas del primer artículo que escribió a la basura, y hubiesen dicho que no iban a cagar su carrera como periodistas o escritores, que no iban a cagarse la vida por esa gente con  la cual no compartía nada. Estamos hablando de laburantes peronistas de base, laburantes, gente que manejaba colectivos, que eran maquinistas de trenes…

MM: Vendedor en una zapatería…

MF: Claro. Ese ya no era peronista. Cómo este tipo decide dar ese salto. Y creo que da el salto desde lo humano, porque se conmueve. Es muy notorio. El primer artículo que escribe es sobre Juan Carlos Livraga, que es el fusilado que vive. Se salvaron varios en la desbandada que fue ese tiroteo. Livraga era uno. Un amigo le cuenta que este pibe se salvó. Es el que conoce primero, un pibe que ligó un balazo en plena cara, y un balazo en un brazo. Y Walsh escribe un primer artículo a partir de lo que le había pasado a este pibe, que se salvó de eso, pero que lo tuvieron preso igual, en Olmos. Escribe un primer artículo bastante rígido, pero a partir de la indignación por lo que le hicieron a este muchacho, cuando él formalmente ni siquiera era peronista. Defendiendo desde ahí: “Miren lo que le hicieron a este que no era peronista. Los otros son peronistas, y bueno, que se la banquen”. El segundo artículo, que se dispara porque todas las vías que está usando para tratar de llegar para seguir averiguando se le cierran. Y es ahí donde yo creo (esto es invención mía pero no creo estar demasiado errado), que el rol de Enriqueta Muñiz, esta chica de veintidós años, de origen español, que se conocían con él porque los dos eran traductores y trabajaban en Editorial Hachette, y los dos eran también periodistas ocasionales. Imaginen una pendeja de veintidós años, en 1956, moviéndose en el medio periodístico. Y no para escribir horóscopos o columnas del corazón, que era lo que les encajaban para hacer a las mujeres. Ella es la que toma el primer contacto con  las familias de los que no se habían escapado. Los tipos que habían sido fusilados, que habían dejado viudas, que habían dejado cuatro hijos, seis hijos… Ella hace el primer contacto, y creo que él acepta ir a ver a algunas de las familias porque se le cerraron todas las otras vías, quería escribir otro artículo más y no tenía sobre qué escribir. Creo que va con Enriqueta y se encuentra con esta casa de gente humildísima, que ahora tiene que solventar una mujer que cose para darles de comer a sus tres hijos. Creo que con la nena que ve ahí debe proyectar las figuras de sus hijas y se conmueve. Y el segundo artículo es completamente distinto al anterior, es una cosa sacudida completamente por la impotencia ante el dolor de esta gente. Creo que eso es lo que lo transforma. Por un lado la empatía que le permite conectar con el dolor ajeno, y además, llegar al punto de poner el cuerpo para defender a los vulnerables, a pesar de que no podía convenirle menos sacar la cara por esa gente en esas circunstancias. De hecho, tuvo que irse de su casa, vivir en la clandestinidad, con otro nombre, con un documento falso. Todo lleva a lo mismo. Obviamente no lo pensé así, pero este hombre de veintinueve años, no deja de ser otro joven amenazado por el Saturno del país, dominado por el terrorismo de estado, por un estado militar. Yo creo que es ahí donde se convierte en un escritor genial. Si vos leés Variaciones en rojo, que era el libro que ya había publicado y con el que había ganado el Premio Municipal, creo que en 1955, son cuentos policiales ya muy anticuados. Muy a la escuela tradicional inglesa, como si el género negro no hubiese existido nunca. Son como juegos de enigma, con un personaje muy parecido a él en muchas cosas, que es capaz, por su habilidad para decodificar determinadas cosas a lo Sherlock Holmes, de resolver crímenes. Si los leés, están bien escritos, obviamente, pero no hay gente. Obviamente, hay personajes. Empezando por el del detective, por el comisario que es su amigo y que siempre lo llama en esas circunstancias, los sospechosos… Obviamente, hay gente con nombre y apellido, pero no son humanos, son cifras, son nombres que están puestos para cumplir una función dentro de un juego intelectual. Ahora… leés la primera página de Operación Masacre, y es otro escritor. Ahí hay gente. Te está contando sobre el ser humano y te está interesando por su destino. Por el destino de alguien que no podía tener menos que ver con Walsh. Con lo que quería, con sus ambiciones, con su formación, con su clase social. Pero es otro. Se convierte en un escritor genial en el momento en el que empieza a poder sentir con alguien. Esto para mí era fundamental terminar de entenderlo con los años, pero que tenía que ver con aquello que me torturaba a mí como proyecto de escritor. Creo que en mis dos novelas padecí un poco esto de la sombra terrible de Borges, de esto que se supone que los escritores argentinos deberíamos hacer si queremos ser considerados escritores serios, y que tiene que ver con la literatura como la entronización del estilo. La belleza por la belleza misma, y todo lo demás importa poco, es menos. Y a mí me jodía esto en mis primeras novelas,  que era esto de impedirme sentir con  mis personajes, porque se supone que era algo que no había que hacer, que estaba mal, que la literatura va acá y las emociones o lo real o lo político tiene que estar en otro lado, porque son de un orden menor que no tiene que ver con lo excelso de la literatura. Obviamente, eso no tenía nada que ver con la literatura de la que me había enamorado cuando era chico por un lado, ni con lo que yo quería hacer. Me salvó Kamchatka cuando apareció, porque ¿cómo ibas a escribir esa historia dejando afuera las emociones? No tenía sentido, era un absurdo. Y a partir de Kamchatka, la primera vez que yo me permito sentir y sufrir con mis personajes, reírme, desesperarme, imaginar, siento alivio por primera vez y puedo empezar a disfrutar cuando escribo. Por eso digo que mis primeras novelas fueron más sufridas que disfrutadas, que era un absurdo, porque yo siento placer haciendo lo que hago, y esa es una de las razones por las cuales lo hago. Por el placer que me da imaginar, contar. Y después termino entendiendo que Walsh había sido siempre la respuesta al dilema que yo me planteaba cuando no lo tenía presente del todo. Walsh era la prueba perfecta de que podías tener un estilo absolutamente maravilloso, depurado, preciso,  casi perfecto, y al mismo tiempo hablar de cosas de las que vale la pena hablar, de las que hay que hablar. No usar el estilo solo masturbatoriamente, y de alguna forma, la novela, el homenaje, también es por esto. Fue para mí, revivir de todas las formas en las que el legado de Walsh había estado latente en todo lo que a mí me había preocupado y me desvelaba desde que empecé a escribir profesionalmente. Mi recuerdo, que lo pongo al final, yo recuerdo muy vívidamente una nota que hizo Horacio Verbitsky que salió en el número dos de El Periodista de Buenos Aires, que era la revista formalmente periodística que había sacado Ediciones de la Urraca y que fue donde yo hice uno de mis primeros laburos. Antes de eso, debía haber  escuchado el nombre de Walsh en algún momento, pero obviamente no había leído nada. Estábamos en el ’83, no había leído nada de él y supongo que sabría de su existencia por haber escuchado su nombre susurrado de alguna forma. Para mí, ese artículo largo de Horacio, fue el descubrimiento de uno de los tantos fantasmas que la dictadura me había ocultado. Y muy llamativamente, además de todo lo que había que contar sobre Walsh, que eran toneladas, para presentarlo Horacio se detenía mucho en cómo Walsh laburaba su estilo, obsesivamente. Al punto de que yo me quedé muchos años con la sensación de que el artículo (que debo tener por ahí, porque tengo muchos ejemplares de El Periodista), había incluido facsímiles de los textos leídos y corregidos por Walsh encima, todo lo que Walsh iba quitando, que era lo que a mí me fascinaba. Como escritor que pretendía ser y que  luchaba con un idioma como el nuestro que tiende a descontrolarse, al abuso, a perderse en la nube, a irse por las ramas, y este tipo lo que hacía era quitar, quitar. No por el “menos es más” sino por el “más preciso es más”. En general, cuando comparaba las dos cosas, siempre era ganancia. Veía lo que había simplificado y aquello que había quedado era mejor que aquello que abundaba en más detalles. Creo que lo que me fascinó sobre todo, y creo que todavía no pude conseguirlo del todo, y es el tipo que estaba luchando para quitarse de encima la necesidad de demostrar todo lo que sabía y lo bien que escribía. El tipo que estaba laburando tratando de ser lo más justo posible,  con la historia que necesitaba contar, con lo que la historia le demandaba. Uno como escritor siempre está luchando contra eso: “mirá todo lo que sé, mirá lo bien que escribo, mirá la frase que se me ocurrió”. Y eso a mí me quedó como una marca desde entonces. Se lo decía hace poco a Horacio y se cagaba de la risa, y me decía que nunca existieron los facsímiles en esa nota. Que me los inventé. Los debo haber inventado yo…  Se me convirtió en una imagen ese laburo. Y creo que me reencontré con eso gracias a la novela. Lo que estuve persiguiendo tanto tiempo, Walsh ya lo había resuelto en 1956.

MM: No debe haber resultado fácil. Vos lo contás muy bien en la novela. En la búsqueda que él hace para salir de ese lugar en el que supuestamente debía estar. Y creo que otra búsqueda que mencionás en el libro y está muy bien es la del sentimiento. Walsh “corazón de palo”, que se permite mostrar todo lo que lo conmovió ese lugar de las víctimas. Y además, el lugar maravilloso que le da a esa Enriqueta Muñiz, como catalizadora. ¿Investigaste? ¿Qué descubriste de Enriqueta? ¿O es todo fantasía?

MF: Básicamente, todo lo que investigué y pude llegar a saber está en la novela. Y lo que no pude llegar a saber es lo que imaginé. Esencialmente tiene que ver con cómo era la relación de ellos, en lo privado. Sobre esto, lamentablemente no hay testimonios porque los dos están muertos y su relación transcurrió a espaldas de todo el mundo. Nadie puede contar cómo se hablaban, cómo se referían el uno al otro. Eso a mí  me permitió ese lugar para jugar. Hablando con Horacio que fue amigo de Walsh y que laburó con él los últimos diez años de su vida,  y que después laburó con Enriqueta, creo que en la Editorial Abril… ninguno de los dos le contó nunca que habían tenido una historia.

MM: ¿Y Horacio cree que es posible que haya pasado como lo contás vos?

MF: Sí. Se lo di con todo el temor del mundo, porque además Horacio es implacable, así que se lo di con un cagazo tremendo y me llamó por teléfono un lunes, o uno de los últimos feriados, para decirme eso, que le había encantado. Que eran un Walsh y una Enriqueta posibles, y que nada de lo que hacían o decían había traicionado lo que él creía que habrían hecho y dicho. Por el contrario. Los valoraba. Eso para mí fue un alivio.

MM: Qué medalla… Débora, ¿Qué querías preguntar?

Débora Pert: ¿Corregís mucho?

MF: Sí. Muy en este sentido. No tanto de reescrituras completas, sino de limpiar, limpiar, limpiar. Soy de leerme mucho en voz alta para encontrar la música, la cadencia de lo que voy escribiendo. Una frase que te parece maravillosa cuando la escribiste, cuando la leés en voz alta te salta qué es lo que sobra, que es lo que está demasiado largo… tenemos un idioma jodido. Tiene su música, pero tiene que ser muy lánguida y portentosa. Todos los verbos se te alargan cuando escribís en pasado, hay sílabas de más que te joden la cadencia…

Asistente: ¿A medida que vas escribiendo?

MF: No, no. En general siempre he seguido un consejo que le oí dar a Francis Ford Coppola, en sentido de no revisar nunca más que lo que escribí el día anterior. Porque si no, nunca vas a seguir adelante; si mirás para atrás. Lo del día anterior, revisalo, y seguís. Después de terminada la primera escritura, sí. Ahí, para mí empieza el disfrute más grande. Porque por un lado, ya llevaste el peñasco hasta lo alto de la montaña, ya está, quedó ahí. El laburo de Sísifo, de picapedrero, ya está, y ahora ya podés empezar a jugar, podés disfrutar cada vez más de ver cómo se va acercando cada vez más a la versión que soñabas.

MM: Un par de cuestiones más, porque esta ha sido una de las entrevistas más largas que hemos tenido, y de las más entretenidas. La estamos pasando muy bien.  Hay un par de cuestiones que me llamaron mucho la atención. En la novela, Rodolfo Walsh,  es Erre, porque aclarás que en la redacción había otro Rodolfo…

MF: Eso es una invención mía. Era una excusa a la que llegué primero por el miedo. Le pregunté a Horacio si le parecía muy delirante que me pusiera a escribir esto, y me dice: “Pero no le vas a poner el nombre, ¡no?”. “No, no, veo, qué se yo. “ Le dije que estaba pensando qué hacer y usé como excusa una novela que había leído hace poco, que es muy bonita, que cuenta como un episodio perdido en la vida de John Lennon en un momento en el que a por primera vez a ver una isla que había comprado, y nunca se dice que es John Lennon, pero se desprende claramente del texto. Entonces le dije que no, que estaba viendo. Después me di cuenta de que era perfecto, porque era la forma más gráfica que yo tenía de no decir que era Walsh, porque todavía, en el sentido más profundo, no lo era. Encontrarle la excusa de que le dijeran Erre por la inicial. Porque además, él firmaba raramente los artículos. A veces los firmaba como Daniel Hernández, que era este detective de los cuentos policiales, y en general firmaba “R. J. Walsh”. Era una forma de decir muy claramente que todavía no era el personaje que él iba a llegar a ser. Y también tuvo un poco que ver, y en esto lo emparento con lo de Kamchatka, porque me planteaba cómo hablarles de este tipo, a ciertos lectores que si les decía “Rodolfo Walsh” no iban a querer saber nada. Era una forma de disimularlo, de que pareciese un policial de época con este tipo que se llama Erre. Y que en todo caso, este tipo de lectores se diera cuenta cuando ya era demasiado tarde, cuando si tengo suerte, ya están enganchados.

MM: Y los familiares, Vicky, Patricia, Carlos Walsh, también están con iniciales ¿Por qué razón?

MF: Un poco por eso, para no develar tan rápido la cuestión. También era un juego que a mí me divertía. Vicky era “V”, y Patricia era “P” y estábamos hablando de peronismo. Me parecía que funcionaba desde ahí.

MM: Es también muy bueno… lo que aparece en P4R, que la pasamos en el ciclo de cine., cuando entrevistan a Carlos Walsh. La charla en el Zoológico que inventás es sumamente verosímil. La disputa entre hermanos y esta cosa tan dura, tan seca, tan lejana de Carlos con el hermano.

MF: Un poco porque en realidad habían vivido experiencias totalmente distintas. El Indio Solari tiene una experiencia relativamente parecida. Primero, estamos hablando de hermanos bastante mayores en edad. El Indio tiene un hermano diez años mayor, que, como Carlos, había hecho la carrera militar. Y después de que, tanto Carlos como el hermano más grande (los Walsh eran cuatro varones y una hermana más chica. Rodolfo y Horacio son los dos varones más chicos) los mayores agarraron el momento en el que la familia todavía estaba económicamente bien. Entonces habían ido a colegios de un buen nivel y que aparte les permitían convivir con la familia. Y cuando llegaron Rodolfo y Horacio llegó la malaria y los mandaron a un internado de chicos irlandeses. Yo creo que habían vivido técnicamente bajo la misma familia y bajo el mismo techo, pero en circunstancias totalmente distintas. Y el Indio también; el hermano vivió la mejor mientras el padre era jefe de Correos y los llevaban a Entre Ríos, acá, a Santa Fe, a La Plata… hasta que llegó la Libertadora en el ’55, le pegaron una patada en el orto cuando el indio tenía seis años. Sus primeros seis años fueron la alegría peronista, el hogar en el que no faltaba nada, y a partir de la Libertadora, malaria. Este hermano más grande vivió toda su vida infantil, juvenil y adolescente, hasta llegar a independizarse, la pasó bárbaro. El Indio dice: “pasé de una Navidad en la que recibí un Meccano, a recibir un par de medias en la siguiente”. Creo que esas cosas marcan enormes diferencias  en las experiencias vitales con hermanos que han vivido tan otra cosa.

Álvar Torales: En el documental, recuerdo que Carlos dice, distanciándose y hasta justificando el destino de Rodolfo, que él eligió eso. Muy duro.

MM: Bueno, la verdad es que seguiríamos escuchándote, y haciéndote más preguntas, pero hace frío y es tarde. Están las novelas si las quieren leer. El negro corazón del crimen, insisto, es una maravilla. Las demás también pero esta la tengo muy fresca.  No te voy a pedir que leas, porque ya es muy tarde. Seguramente te van a pedir que firmes algún libro. Creo que se merece un gran aplauso. Muchas gracias.

MF: Muchas gracias a ustedes.

Aplauso Final.



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