Las aventuras del Barón Münchhausen. Re-leer y re-descubrir

Si de aventuras se trata, en Libro de Arena no podía faltar el extraordinario Barón Münchhausen. Compartimos este artículo en el que Diana Tarnofky nos invita a repasar las andanzas del barón alemán.




Por Diana Tarnofky


Siguiendo las huellas  del mes, en  este recorrido por la LIJ de aventuras, volví a re-leer algunos capítulos  que siempre me resultaron maravillosos,  del genial Las aventuras del Barón Münchhausen, en la versión escrita por Gottfried August Bürger. El subtítulo dice: Campañas divertidas y viajes maravillosos por agua y por tierra. 


La edición es del año 1946. Las tapas del libro son color mostaza y allí sobre su caballo galopa  el protagonista de esta historia. Abro el libro, las páginas son de papel grueso teñido por el paso del tiempo, las hermosas ilustraciones en tinta negra de Gustavo Doré recorren la travesía y cuentan a su modo. El origen de este libro han sido relatos orales, y su protagonista  es quien narra las peripecias. El diálogo entre oralidad-escritura-pintura-lectura provocó una danza que quisiera invitar a bailar.

Elijo para compartir el capítulo del delirante viaje a la Luna, con imágenes y situaciones que proponen realizar un poderoso recorrido con la imaginación. En mi experiencia, cuando regresé de la travesía lectora, percibí que el aire se había  renovado por completo a mi alrededor!!


Tuve inquietud por conocer algo más de esta historia, y encontré una nota maravillosa en el boletín virtual Imaginaria. Aquí comparto algunos fragmentos y el enlace para que puedan continuar leyendo el artículo completo “El barón Müchhausen y la alegre rebelión de la fantasía” como lo nombró su autora,  Marcela Carranza. 


“…Origen de las Aventuras del barón de Münchhausen

Aunque el dato resulte tan increíble como sus aventuras, el barón de Münchhausen existió, fue un hombre de carne y hueso que paseaba airoso por las calles de Hannover a mediados del siglo XVIII; y no sólo eso, fue él, el propio barón, el creador de aquellos relatos que dieron origen al libro. En otras palabras, el libro Aventuras del barón de Münchhausen tuvo su germen en la narración oral autobiográfica de un personaje histórico en tertulias con allegados y amigos. No se sabe cuánto de lo que llegó a la escritura pertenece a las narraciones del barón histórico, lo que sí se sabe es que éste al tener noticia de que algunas de sus historias andaban circulando escritas por allí, disgustado, decidió poner fin a sus habituales tertulias.


(…) Al parecer, de sus hazañas militares, las realmente vividas, el barón no tenía mucho para contar; pero lo que no pudo hacer el soldado mediocre sí pudo hacerlo el brillante narrador, y de aquellas pobres acciones militares surgieron cautivadoras historias que su público escuchaba embelesado. 

En aquellas amenas tertulias dieciochescas, el imaginativo barón contaba a sus amigos acontecimientos tan notables como inverosímiles, sucedidos en las batallas o en las jornadas de cacería, así como hechos de los que, según él, fue fidedigno testigo a lo largo de sus viajes. Más original aún que las propias historias, resulta quizá el hecho de que estas aventuras, no demasiado apegadas a las leyes lógicas y naturales que gobiernan la realidad de los hombres, eran narradas por este singular individuo en clave autobiográfica, como experiencias vividas, absolutamente reales y probables. Esta circunstancia de la narración afortunadamente se conserva tanto en las versiones escritas como cinematográficas de las aventuras de Münchhausen.


¿Cuáles son las filiaciones literarias de Las aventuras del Barón de Münchhausen? ¿Qué tradición genérica podemos descubrir en el libro? Como señalamos en el momento de hablar de sus orígenes, el libro se construye como un relato autobiográfico, un anecdotario de viajes y experiencias personales, un libro de memorias.

 

Relato autobiográfico, diario de viaje, memorias. Géneros que se caracterizan por una supuesta representación de la verdad objetiva, que de algún modo dan la espalda a la ficción. Géneros supuestamente “no ficcionales”, verdaderos, históricos, objetivos. Y aquí yace la vuelta de tuerca de este libro, una parodia de aquellos géneros nombrados cuyo efecto resulta perturbador.

 

En Aventuras del barón de Münchhausen las aventuras narradas en clave autobiográfica son tan extravagantes que ingresan al maravilloso. De este modo, las memorias y la autobiografía, supuestamente “no ficcionales”, géneros que tratan de hacernos creer que se conforman con lo real, con lo verdadero, entran en contacto directo con el género maravilloso, es decir con mundos literarios donde todo resulta posible, donde el verosímil responde a las reglas internas del texto sin preocuparse por “la realidad”. El género maravilloso, podría decirse en este sentido, es el género ficcional por excelencia, ya que no oculta, sino que muestra su artificio.

 

En Aventuras del barón de Münchhausen se sabe que el narrador exagera y miente, pero igual se le cree, o en todo caso se suspende la incredulidad. Como en el cuento maravilloso, la ficción se muestra como ficción, sin máscaras que intenten ocultarla como tal, y el lector acepta el pacto.


En Aventuras del Barón de Münchhausen un narrador en primera persona, un digno aristócrata y militar; ni campesino, ni soldado pobre, ni ningún otro personaje popular “poco digno de crédito”, cuenta en tono imperturbable las historias más inverosímiles como si de eventos realmente acontecidos se tratase. Lo que destaca de su narración no es sólo lo que podríamos llamar un “exceso de fantasía” en las historias narradas, sino el tono en el que estas historias se cuentan. El barón narra con la convicción y dignidad de quien no puede admitir que se cuestione la veracidad de sus palabras, aún cuando estas destaquen por su carácter disparatado e imposible. Para Münchhausen la credibilidad de sus palabras es toda una cuestión de honor.

El humor de la obra, incluso su efecto más interesante, a mi parecer, radica en esa voz narrativa, en su alegre ironía (…)

 

Para terminar este recorrido, comparto un fragmento de esta hermosa novela. 



Capítulo XVI

Décima aventura marítima. Un segundo viaje a la luna.


Señores, he hablado ya antes de un pequeño viaje que hice a la Luna para recuperar mi hacha de plata. Llegué por segunda vez a ella en un viaje de una especie mucho más agradable y quedé allí bastante tiempo para informarme debidamente de diversas cosas que quiero describiros ahora lo más exactamente que me permita la memoria.

A un pariente mío lejano se le había metido en  la cabeza la obsesión  de que tenía que haber necesariamente  un pueblo que correspondiese  al tamaño que habría encontrado Gulliver en el reino de Brobdignag. En busca de él hizo un viaje de descubrimientos y me rogó  que le acompañase. Por mi parte, nunca había tomado aquel relato más que por una buena leyenda; pero el hombre me nombró heredero suyo y yo estaba obligado  a tenerle consideraciones. Llegamos  felizmente a los mares del Sur, sin tropear con nada que merezca ser mencionado;  aparte  de algunos hombres y mujeres volantes que bailaban el minué o hacían  saltos mortales en el aire, y otras pequeñeces.


Al decimoctavo día, después de haber pasado la isla Otahiti, un huracán levantó nuestro barco por lo menos a mil millas de la superficie del agua y lo mantuvo a esta altura. Finalmente llenó un viento fuerte nuestras velas y el viaje continuó con increíble velocidad. Seis semanas navegamos sobre las nubes, cuando descubrimos un puerto cómodo, bajamos a la playa y encontramos habitado el territorio. Debajo de nosotros veíamos otra tierra con ciudades , árboles, montañas, ríos, mares, etc, que supimos , era el mundo que habíamos dejado. En la Luna-pues ésta era la isla flotante a la que habíamos arribado-vimos grandes figuras que cabalgaban  en buitres , cada uno de los cuales tenía tres cabezas. Para dar una idea de la magnitud de esas aves, tengo que decir que la distancia de un extremo de sus alas al otro era seis veces mayor que la de la vela  más grande de nuestro barco. En lugar de cabalgar a caballo, como en este mundo, los habitantes de la Luna volaban de un lado al otro en esas aves.


El rey tenía justamente una guerra con el Sol. Me ofreció un empleo de oficial; pero rehusé el honor que me concedía Su Majestad.

Todo en ese mundo era extraordinariamente grande; una mosca ordinaria, por ejemplo, no es mucho menor que una  de nuestras ovejas. Las armas más excelentes  de que se servían los habitantes de la Luna en la guerra, eran los ábanos silvestres empleados como venablos, que mataban en el acto a aquellos que resultaban heridos por ellos. Sus escudos eran hechos de setas; cuando pasa la época de los rábanos, los espárragos ocupan su puesto.


Vi también  allí a algunos de los nativos de Sirio, atraídos a tales aventuras por el espíritu comercial. Estos tienen una cara como de bull-dogs. Sus ojos están a ambas partes de la punta o más bien del extremo inferior de su nariz. No tienen párpados, sino que cubren  sus ojos, cuando quieren ir a dormir, con la lengua. Ordinariamente tienen veinte veinte pies de altura; pero de los habitantes de la Luna ninguno tiene menos de treinta y seis pies. El nombre que tienen estos últimos, es algo singular. No se llaman seres humanos, sino criaturas hirvientes, porque , lo mismo que nosotros, preparan sus comidas al fuego. Por lo demás la comida les lleva muy poco tiempo; pues no tienen más que abrir el costado izquierdo y echar al estómago toda la porción de una vez; luego le cierran nuevamente, hasta que, pasado un mes, vuelve a repetirse la operación  el mismo día. Así, pues, en todo el año no hacen más que doce comidas -una institución  que todas las personas moderadas tendrán que preferir a la nuestra.


Las alegrías del amor son enteramente desconocidas  en la luna: pues tanto en las criaturas hirvientes como entre los demás animales  no hay más que un solo sexo. Todo crece de los árboles, pero según los diversos frutos, se distinguen entre sí  también en el tamaño y en las hojas. Aquellos donde crecen las criaturas hirvientes o los seres humanos, son muchos más hermosos que los otros, tienen grandes ramas rectas y hojas de color pescado, y su fruto consiste en bayas que tienen  una cáscara  muy dura, y al menos seis pies de longitud. Cuando están maduras, lo cual se puede ver por la modificación de su color, son recogidas con gran precaución  y conservadas todo el tiempo que se juzgue necesario. Si se quiere tener vivas las semillas de esas nueces, se les echa en un gran recipiente de agua hirviente y en pocas horas se abren las cáscaras y la criatura salta de ellas.


Su espíritu, antes ya de venir al mundo, está conformado por la naturaleza para un destino especial. De una cáscara sale un soldado de otra un filósofo, de una tercera un teólogo, de una cuarta un jurisconsulto, de una quinta un granjero, de una sexta un campesino, y así por el estilo; y cada cual comienza enseguida a perfeccionarse en el ejercicio de aquello que sólo sabía teóricamente. Es muy difícil determinar con seguridad lo que contiene una cáscara; sin embargo, un teólogo lunar hizo en mi tiempo un fuerte escándalo, diciendo que estaba en posesión  de ese secreto. Pero se le hizo poco caso y se lo tuvo por totalmente loco.


Cuando las gentes de la luna envejecen, no mueren , sino que se disuelven  en el aire y se desvanecen como humo.


No tienen necesidad de beber, pues no tiene lugar en ellos ninguna clase de vaciamientos, fuera de lo que pierden  en las espiraciones. No tienen más que un dedo en cada mano, con el que pueden hacerlo todo bien o mejor aun que nosotros que tenemos cuatro aparte del pulgar.


Llevan su cabeza bajo el brazo derecho, y cuando emprenden un viaje o un trabajo, en el que tienen que moverse violentamente, la suelen dejar en casa; pues pueden pedirle consejos, por lejos que se hallen de ella. Las gentes distinguidas entre los habitantes de la Luna, aun cuando quieren saber lo que ocurre en el pueblo bajo, se cuidan de no mezclarse con él. Se quedan en casa, es decir, los cuerpos quedan en casa y envían sólo la cabeza, que puede estar de incógnito en todas partes y luego regresa, según el capricho de su señor, con la información recogida.


Las uvas de la luna son completamente idénticas a nuestro granizo, y estoy perfectamente convencido de que , cuando una tempestad arranca en la Luna las uvas de sus racimos, caen sobre nuestra tierra y forman el granizo. Creo también  que esa observación mía tiene que ser conocida ya de más  de un viñatero; al menos he bebido a menudo vinos que parecían hechos con granizo y que tenían  exactamente el sabor del vino de la Luna.


Casi me olvidaba de una circunstancia  maravillosa. El vientre sirve a las gentes de la Luna enteramente como a nosotros un morral;  meten en él  lo que necesitan y lo cierran y abren lo mismo que su estómago a voluntad; pues no están  provistos de intestinos, hígado, corazón y otras menudencias, lo mismo que de vestimentas; pero tampoco tienen ningún  miembro en su cuerpo que el sentimiento de pudor les ordene cubrir.


Pueden sacarse a capricho los ojos y reponerlos y ven lo mismo si los tienen  en su cabeza que si los tienen en la mano. Si pierden o dañan casualmente uno, pueden pedir prestado otro o comprarlo y hacer el mismo uso de él que del propio. Se encuentra por eso en la Luna gentes que negocian con ojos; y en esto tienen todos los habitantes sus caprichos: tan pronto la moda es de ojos verdes como de ojos amarillos.


Confieso que estas cosas suenan de modo extraño; pero dejo al que tenga la menor duda, libertad plena de ir por sí mismo a la Luna y de persuardirse de que he sido fiel a la verdad como quizá muy pocos otros viajeros.



Muchas gracias querida Marcela Carranza, por proponer lecturas y re-lecturas, por abrir puertas para volver a leer y re-descubrir!

 

https://imaginaria.com.ar/2013/04/el-baron-de-munchhausen-y-la-alegre-rebelion-de-la-fantasia/



Aventuras del barón Münchhausen
Gotfried August Bürger. Ilustraciones de Gustavo Doré.
Eshasa, 2000.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre