Poesía en la prisión

Continuamos compartiendo reseñas sobre literatura, memoria e identidad. En este oportunidad, Cecilia Panero repasa los versos de Ana María Ponce, poeta secuestrada y desaparecida durante la última dictadura militar.


“La poesía es un arte colectivo y público porque va empujando de manera imperceptible pero obstinada los usos y los límites de la lengua común:  de lo que se puede pensar, decir y sentir con palabras.” (Ezequiel Zaidenwerg).

Por Cecilia Panero*

La tremenda experiencia que se vivió durante la última dictadura militar en Argentina, de la que se cumplirán 45 años mañana, nos dejó pruebas de la capacidad creadora de artistas que sufrieron detenciones, torturas y que hoy no nos acompañan con vida, sino a través de su obra.   

La poeta Ana María Ponce, nacida en San Luis en 1952, conoce, en los 70, en la Universidad de La Plata, a Godoberto Luis Fernández que sería su marido y padre de su único hijo, Luis Andrés. 

 

El 11 de enero de 1977, Godoberto es detenido por fuerzas del Ejército, en Buenos Aires. Seis meses después, el 18 de julio, día del cumpleaños de su hijo, Ana María es detenida por fuerzas de la Marina, y llevada a la ESMA, donde permanecería hasta febrero de 1978, el lunes de carnaval.  Ese día se la llevaron. Ella intuyó algo y dejó su tesoro de palabras en papel a su compañera de cautiverio Graciela Daleo, quien logró sacarlos de la ESMA y entregarlos a sus familiares, fue así que su obra llegó a nosotros.

 

 

Escribió el 22/09/1977

 

Aún espero...

Que el silencio me devuelva
tu voz,
que la sombra me entregue
tu cuerpo, que el aire me haga
respirarte,
que esta muerte demorada
me dé tu vida.
Que la lluvia enfríe
mi cuerpo
para sentir tu calor
de nuevo.
Que la noche te traiga
para amarme.
Que mis palabras te enciendan
los ojos.
Que mis pensamientos te busquen
donde estuviste
y ya no estás.
Que el tiempo se mude
de planeta
para quedarnos los dos
como antes.
Que haya una esperanza,
eso es lo que quiero
en definitiva decir,
que quede algo para decirme
que estás vivo.
Pero no estás. 

Al leer los poemas de Ponce, se siente a una poeta en libertad, que podía convertir un entorno imposible en un lugar colmado de esperanzas y donde las palabras no cumplen una única función estética o literaria

 

“Entonces vuelvo a mirarme 

los pies, y están atados;

las manos, y están atadas;

el cuerpo, y está preso;

pero el alma, 

ay, el alma, 

no puede quedarse así, 

la dejo ir, correr, 

Buscar lo que aún queda de mi misma 

hacer un mundo con retazos,

 y entonces río, 

porque aún puedo sentirme viva”. 

 

En los versos de la joven desaparecida, las palabras son un pequeño fuego en invierno, un abrazo y una mirada en el momento exacto, un plan de vida: luchar contra la adversidad, siempre:

 

 

Sólo queda una sombra 

 y un lugar vacío, 

sólo quedan las horas repitiéndose 

en mi cerebro,  

sólo quedan algunos recuerdos,

algunas caricias, 

y algunas pocas palabras.

Aún así, 

sigo buscando la vida.

 

 

Es la escritura lo que le permite recordar el mundo y aferrarse a la vida. Necesita escribir:

 

Para que la voz no se calle nunca, 

para que las manos no se entumezcan, 

para que los ojos vean siempre la luz, 

necesito sentarme a escribir” 

 

Conocí a la poeta desaparecida Ana María Ponce, de la mano de mi maestra de narración Diana Tarnofky, un 24 de marzo cuando susurramos sus poemas conmemorando el día de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

 

 

Parte de esta reseña biográfica es publicada por www.LASEA.org.ar (Sociedad de Escritores de Argentina).

“Quiero recordar cómo es el mundo”: Los poemas de Ana María Ponce en la ESMA. Una reflexión sobre el abismo y el rol del arte. Martina García

 

* Cecilia Panero es Contadora de “cuentas” por la UBA. Hace ya tiempo que cambió la “a” por la “o”, para transitar los caminos de la Narración y también  el encuentro con las letras en la LIJ.


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