Extranjero: ni argelino ni francés
Extraído de raíz, extranjero en su propia tierra, Albert Camus fue un escritor sin suelo. Entre Francia y Argelia, colonia francesa en tiempos de su nacimiento, flotó su deseo de apropiación de un lugar de origen. A cien años del nacimiento de Albert Camus, escritor, periodista y filósofo ganador del Premio Nobel de literatura 1957, Libro de arena le rinde homenaje a lo largo de toda la semana dedicándole una publicación diaria al autor de El Extranjero. Para comenzar con la serie se propone un texto escrito a propósito del aniversario número 50 de su muerte que aborda los contornos del pensamiento camusiano.
Por Harold Soberanis
Ahora que se cumplen 50 años de la trágica y absurda muerte del Premio Nóbel
de literatura de 1957, Albert Camus, resulta ocasión propicia para reflexionar sobre
el valor de su obra y figura. A pesar del tiempo transcurrido desde su desaparición
y del injustificado olvido en el que han ido cayendo sus escritos, Camus sigue
siendo, a nuestro entender, uno de los principales pensadores del siglo XX. Aunque muchos no
consideran a Camus como un filósofo profesional, sino más bien como un literato
con influencias filosóficas, en su obra encontramos una serie de ideas y conceptos
de esta naturaleza, propios de un pensador profundo y no de un simple escritor.
Si bien es cierto que Camus desempeñó una variedad de oficios, entre ellos el
de periodista, dramaturgo y ensayista, entre otros, poseía una fuerte formación
filosófica que le fue inculcada en sus primeros años de estudio. Lo que sucede
con este pensador es quizá, lo que pasa con muchos otros: encuentran en el
lenguaje y formas estéticas claramente literarias, el vehículo perfecto para
transmitir sus complejas reflexiones filosóficas. Recordemos a Sartre, por
ejemplo, quien aunque sí escribió y publicó tratados de esta índole, como su
famosa obra El Ser y La Nada, cultivó
una vertiente literaria como expresión, entre otras cosas, de la manera en que percibía
la realidad desde planteamientos definidamente existencialistas. Según esta corriente,
el hombre no es un ser puramente racional pues prevalecen en él los sentimientos
y pasiones por medio de los cuales contempla su mundo. Si los sentimientos y
pasiones son aspectos fundamentales de una supuesta naturaleza humana, se
convierten en los filtros por medio de los cuales el hombre observa y comprende
su realidad. Y qué mejor medio de expresión de esa irracional realidad que el
arte en general y la literatura en especial. Por medio de ella se puede
describir y retratar con más fidelidad, la esencia de la existencia humana que
es, al fin de cuentas, irracional. Acaso una de las principales ideas
filosóficas de Camus, sea la del absurdo. Según este pensador francés, la
existencia humana no tiene sentido por lo que buscarlo es algo inútil. El que
la existencia sea absurda significa que da igual lo que hagamos o elijamos,
pues de todas formas seguimos siendo indiferentes para un mundo y una realidad
que de suyo no posee ningún sentido. Esta falta de sentido de la realidad y la
existencia humana, encuentran su explicación en el hecho de que Dios no existe
por lo que se carece de un punto de referencia que se los otorgue. De ahí que el
ser humano tenga como imperativo configurarse a sí mismo, construir su moral e intentar
encontrar un sentido de sí que de todas formas sabe imposible. Todo lo que esta
búsqueda humana encuentre siempre será provisional, porque no se cuenta con esos
principios universales y absolutos que pudieran servir de guía o certeza.
La idea anterior se complementa perfectamente con aquella otra que es característica
de la filosofía existencialista y que expresa muy bien Sartre cuando se refiere
a la libertad. Según él, estamos condenados a ser libres pues no podemos dejar
de elegir a cada instante y, precisamente en ese elegir, vamos configurando nuestra
moral y lo que seremos como seres humanos.
El Existencialismo resalta la idea de libertad, fundamental para la
comprensión
de lo que podemos ser. La libertad es una condición del ser humano que
le permite ir
en búsqueda de su propio ser, intento fallido pero inevitable, y que le
impulsa a asumir su existencia de una manera distinta a los demás seres.
Además, es la condición de posibilidad para la elaboración de una moral que,
desde una perspectiva existencialista, revela el drama de la vida humana al
mostrarla en toda su precariedad y contingencia.
A la idea anterior Camus agrega que, hagamos lo que hagamos, nuestra existencia
y realidad siempre carecerán de sentido, seguirán siendo absurdas. Ahora bien,
el hecho de que seamos seres absurdos no implica la idea de pesimismo o renuncia.
Muchos han interpretado esta filosofía camusiana como un grito desesperado de
pesimismo y rechazo a la vida. Sin embargo, Camus nunca afirmó el desprecio a
ella. Por el contrario, lo que él pretende es que asumamos con lucidez que la
vida, la existencia o la realidad son absurdas, pero que no por eso nos
entreguemos a la desesperación o el pesimismo. Camus, más bien afirma que a
pesar de ese carácter absurdo de la existencia, o precisamente gracias a él, la
vida adquiere un valor inestimable y que con todos los sufrimientos posibles
que la misma existencia
implica, es valiosa y digna de vivirla. Es más, no sólo es digna de
vivirla sino que lo
debemos hacer con pasión. Debemos vivir cada instante, cada minuto de
nuestra
existencia, con la pasión del héroe que, a pesar de ser consciente de
que su tarea es
inútil, la realiza con dignidad y sin desmayo.
Este es el argumento que Camus desarrolla en su famoso ensayo El Mito de
Sísifo, ese héroe de la mitología griega que ha sido condenado por los dioses a
realizar eternamente una tarea que no tiene un fin determinado, ni una utilidad
concreta, a causa de haber revelado el designio divino a los hombres. Sísifo,
siendo consciente de ello, no rechaza su castigo, sino más bien lo asume como
si en ello se le fuese la vida entera.
Todos somos, a nuestra manera, como Sísifo, aunque no seamos conscientes
de ello: llevamos una existencia absurda y carente de sentido, y
mientras unos lo
aceptan con plena lucidez y dignidad, otros lo hacen con desesperación y
amargura.
De ahí pues, que el imperativo moral debería ser vivir la vida con toda
la pasión de que somos capaces. Por eso el suicidio o la desesperación, no son
las respuestas
correctas al sinsentido de nuestra existencia precaria. Camus rechaza
cualquier acción que pretenda evadir esta realidad y más bien propone que
aceptemos ese sinsentido con la lucidez heroica de Sísifo.
Afirmar que, dado que Dios no existe y que por ello carecemos de un
punto de
referencia que otorgue sentido a nuestras acciones, lo que nos conduce a
inventarnos
nuestra moral, no es defender una especie de relativismo que busca
justificarlo todo.
Aún reconociendo la falta de sentido de la existencia y la indiferencia
de nuestras
acciones, Camus y los existencialistas reconocen ciertos principios
válidos y atemporales, aunque no en el sentido tradicional. Deben hacerlo
porque de lo
contrario, cualquier argumento que se plantee sería imposible. De esa
cuenta,
presuponen valores o principios universales que de alguna manera pueden
servir de
punto de partida. Lo que sucede es que tales principios o valores no son
absolutos y
universales en el sentido que, la tradición cristiana por ejemplo, los
ha considerado.
Esto significa que “universal” o “absoluto”, deberán ser comprendidos en
un sentido
distinto al tradicional. Serán “universales” y “absolutos” en la
situación existencial
particular del sujeto que se encuentra en un momento histórico concreto.
Así pues, el
hombre debe comportarse como si existiesen principios y valores
universales, aunque al fin de cuentas sus acciones o elecciones sean
indiferentes para una realidad de suyo absurda.
¿Es la filosofía camusiana una propuesta a la indiferencia, a la soledad
o a la
falta de compromiso con los demás? ¿Se puede interpretar su pensamiento
como un
llamado a la complacencia de sí mismo, sin importarnos la vida de los
otros? ¿Habrá
acá una actitud burguesa de autosatisfacción? Considerar el pensamiento
camusiano
como una actitud de aislamiento o fragmentación de la vida social, es un
error. Si bien es cierto, hagamos lo que hagamos es, en última instancia, algo
indiferente a la
realidad, Camus nunca sostuvo esa actitud burguesa de hacer lo que sea
sin importar
lo que pase con los demás. Lo que él propone ante esa precariedad de la
existencia y
su falta de sentido, es el compromiso con los demás, especialmente con
aquellos que
han sido marginados del relato de la historia, los que han sido
condenados a vivir
como extranjeros en un mundo injusto y desigual. Es conocida la toma de
posición de Camus ante conflictos sociales o luchas de los pueblos, por
alcanzar la dignidad que les ha sido negada. Por eso mismo, este filósofo nunca
negó la necesidad de tomar posición política, pues era consciente de que los
seres humanos somos seres sociales y que no podemos estar alejados de los
otros, de sus luchas y sueños.
Este compromiso con los demás, este adherirse a causas justas y luchar
junto
a todos aquellos que día a día combaten contra los explotadores, los que
abusan del
poder, fue para Camus un obligación que aceptó conscientemente. Esto le
permitió
desarrollar un humanismo dentro de la mejor tradición occidental. Camus
fue un
pensador muy humano que comprendió que, a pesar de la soledad y
contingencia de
la especie humana, la tarea a emprender era solidarizarse y
comprometerse con los
otros, y nunca aislarse y refugiarse en un egoísmo solipsista. Toda su
obra lleva, en el fondo, esta preocupación por los hombres, lo que le ayudó a
comprender la condición humana en toda su precariedad. Por eso siempre estuvo
al lado de los débiles y sus justas causas.
Gracias a esa misma preocupación por lo humano y el estar consciente de
su
precariedad, no le permitieron que le fuesen ajenas las acciones y
pasiones que, en un momento dado, nos acercan a lo indeseable de nuestra
naturaleza. Esto significa que Camus nunca se sintió por encima de los demás,
nunca se creyó superior o alejado de las bajas pasiones que acompañan a los
hombres de carne y hueso. Como todos, cometió errores, se equivocó en muchas
cosas y con sus acciones lastimó a alguien. Al fin de cuentas era un ser humano
como los demás, aunque nunca justificó su actuar y asumió su responsabilidad.
Esto nos muestra, pues, a un Camus más humano en el sentido de ser consciente
de que en tanto seres humanos, somos imperfectos y capaces de las más bellas
obras tanto como de los más abominables crímenes.
Aunque Camus negó varias veces pertenecer al movimiento existencialista,
es
clara la influencia de éste en su pensamiento, tanto como la
coincidencia de su
discurso filosófico con aquel. Dicho movimiento filosófico tuvo su
momento de gloria en el siglo pasado y, aunque en algunos círculos
intelectuales se ha desdeñado, sigue siendo importante en el sentido de
revelarnos la precariedad de la naturaleza humana.
Muchas de sus afirmaciones siguen siendo válidas y vigentes, sobre todo,
en el
momento histórico en el que nos encontramos. Nuestra época está marcada
por las
crisis de toda índole. Los seres humanos en distintos lugares del mundo
son presa de
la soledad y la desesperación. De ahí, la crisis que se vive en las
sociedades donde
los seres humanos han perdido la fe en los otros y se han entregado a
movimientos
enajenantes con los que buscan evadir su realidad. Por esto mismo, creo
que es
imperioso volver la vista a pensadores como Camus, donde quizá se puedan
encontrar respuestas a esas preguntas urgentes, llenas de angustia que hoy día
invaden al ser humano. Además, leer la obra de cualquier autor es la mejor
manera de rendirle homenaje y Camus se lo merece.
Texto extraido de: aquí
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