Cristina Macjus, Florencia Gattari, Sebastián Vargas: "¿Quién dice desde dónde escribir? Uno encuentra un lugar, un impulso, un tono, una melodía, una voz, y de allí parte."
¿Qué distingue la escritura literaria en infantil o adulta?¿Quién define el público al que estará destinada finalmente una obra? ¿Qué diferencias entre editores y editoriales precipitan sobre el escritor el conjunto de limitaciones con las que habrá de verse y cuál es su productividad? Y por supuesto, ¿qué tienen para decir sobre esto las nuevas voces? Cristina Macjus, Florencia Gattari y Sebastián Vargas indagan junto a Mario Méndez en todas estas y otras cuestiones buscando dudas que renueven y certezas en que apoyarse para escribir. Libro de arena festeja una nueva oportunidad para compartir con sus lectores la charla del ciclo "Nuevas Voces" como parte de los Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil que organiza el Programa Bibliotecas para armar. A continuación la segunda y última parte de esta entrevista pública realizada en la Biblioteca La Nube.
MM: Sin pretender ponerme en filósofo porque sería medio barato, hay como una postura de que uno es lo que hace. “La chica que quería casarse”…
MM: ¿Cómo les va con la relación con las editoriales? ¿Qué experiencia tienen? Esta es una pregunta que se va a repetir en todo el ciclo. Son las nuevas voces. Publicaron hace cinco, seis, siete años.
Mario Méndez: Cristina
publicó Anselmo en 2003, Florencia en
2005. Sebastián en 2012. Ustedes, como autores, cuando tiene algo escrito
tienen que elegir adónde lo mandan. Como bien dijo Sebastián hace un rato: “Yo
lo mandé al concurso de SM”. Ahí hay una preocupación real. Adónde mando los
libros y con qué proyecto.
Sebastián Vargas: Igual,
yo por lo menos, siempre que mandé, jamás pensé que iba a salir publicado. Yo
mandé para cerrar la escritura, no porque pensé que me gustaría que saliera
publicado ahí. Jamás pensé que mis libros iban salir publicados.
MM: ¿No?
¿Realmente?
Cristina Macjus: Bueno,
yo sí mandé pensando… Mal día para ser
mala o El jardín de Lili son
textos que yo escribí pensando en un público infantil. Una vez que los tuve
escritos decidí publicarlos y se los ofrecí a editores que editan colecciones
infantiles y juveniles. Yo voy cambiando de opinión, esta es mi opinión en
2013, no sé qué voy a opinar después, porque estoy cambiando, tengo muchas
dudas acerca de qué pienso sobre algunas cosas, pero la verdad es que yo sí los
escribí pensando que eran para chicos. Y también estoy de acuerdo en que no hay
edades para los libros. De hecho, como lectora, yo disfruto la literatura
infantil. Al escribir mis libros no pensé en un chico en particular, ni si
quiera en una edad determinada, ni si la temática era adecuada… no pensé todo
eso, pero sí es cierto que yo los escribí parada en la literatura infantil.
Hace un rato charlábamos con Flor de esto y yo me preguntaba… ¿qué pasaría si
yo tratara de escribir alguno de mis libros pensando en un público adulto?
¿Sería distinto? No lo sé. ¿Sería otro tono? ¿Sería otra temática? ¿Qué hace
que esto, para mí, sea para chicos? Ahora, si la pregunta es para qué edad es
lo que escribo dentro de lo infantil, nunca tengo idea. A mí solo me importa
que tenga una coherencia interna en el tono. Luego yo lo llevo a una editorial,
por ejemplo este, Mal día para ser mala,
lo llevé a Sudamericana y se publicó en Pan Flauta, y dejé que la editorial
elija.
MM: ¿Tiene
edades Pan Flauta?
CM: Sí,
tiene. Todos mis libros están publicados en colecciones que tienen edad.
MM: Una
curiosidad con respecto a Mal día para
ser mala, los cuentos ásperos…
CM:
Agrego
algo más… me gustaría sentir otra cosa. Sentir que yo escribo sin saber si es
para chicos o para adultos. Es un condicionante que sea para una edad… supongo.
Me gustaría decir que yo escribí un texto sin saber si era para chicos o para
grandes y que un editor luego decidió que era para chicos.
MM: Y
una curiosidad… ¿Por qué ninguna chica tiene nombre en los cuentos? Es una
pregunta de la escuela pero quiero hacerla.
CM: Me
han hecho críticas por eso. Lo hice sin una intención. Empecé escribiendo unos
cuentos para un diario y eran chicas y no tenían nombre. Y cuando tuve dos o
tres pensé en seguir ese proyecto. Después de escrito me di cuenta. Y me gustó.
Muchas veces uno escribe así. Es difícil traducir esto en palabras, porque es una sensación, no lo tengo muy analizado.
Hay un tono áspero ahí. La ausencia de nombres genera una
distancia, pero como los personajes tienen una especie de nombre definido por
sus acciones, entonces es como acercar y alejar al mismo tiempo. En estos
cuentos, todas las chicas se llaman, “la chica que hacía tal cosa”. Y lo repito
a lo largo del cuento. “La chica a la que le gustaban los cachivaches hace
esto”. El nombre funciona como una acción, y me parece que va muy en sintonía
con esos cuentos.
MM: Sin pretender ponerme en filósofo porque sería medio barato, hay como una postura de que uno es lo que hace. “La chica que quería casarse”…
CM: Ojalá que no, pero sí. Porque son todas chicas
que están buscándose a través de una acción. Entonces sí es cierto que las
chicas se definen a través de una acción. Son chicas buscándose de una manera u
otra. Por ejemplo, la más fácil de entender, con la que yo me divertí y está
puesta ahí porque tenía que estar, es la chica que quiere casarse.
MM: Hay
una que no quería aburrirse y esta es la chica que quería casarse.
Florencia Gattari: El
libro tiene como una dinámica exploratoria. Vos los leés… y yo lo que encontré
ahí es como una búsqueda de escritura, de ir como empujando, empujando,
empujando a ver qué pasa con eso.
CM: Sí.
FG: A
mí eso me parece interesante. Hay una serie de cuestiones acerca de cómo
debería escribir, sin pensar en los chicos, o pensando en los chicos, y otras
por el estilo. Está bien que estén esas preguntas y está bien intentar unas
respuestas si dinamizan o si sirven para algo. Para mí, la búsqueda pasa por
otro lado. Una búsqueda de una voz y una música que a mí me ponga a escribir.
El resto no sé si me ayuda. Quizá entre especialistas es importante saber cómo
se define la literatura infantil, pero ¿quién puede decirte desde dónde tenés que
escribir? Uno encuentra algún lugar por
adentro, se sienta ahí y arranca. Y con un poco de suerte va siguiendo un
impulso, una música, una voz…
MM: Ya
que estamos hablando de la cocina total, me pregunto, porque hasta ahora me
encontrado con cada autor con respuestas de lo más disímiles, ¿Cómo son los
métodos de trabajo de ustedes? ¿Hay un método, o hay una aproximación? ¿De
dónde surge?
CM: En
mi caso, yo necesito atmósferas, y eso hace que cambie todo. Lo único que
sostengo es que yo no soy la escritora que escribe tantas horas por día. Por
eso tampoco escribo mucho. Lo único que se sostiene es la desorganización.
(Risas). Por eso cada libro tuvo un contexto o algo distinto. Anselmo… por ejemplo, lo escribí de
noche, en ese momento estudiaba y trabajaba, y lo escribía en los momentos en
los que en la casa había silencio, mi hermano no me pedía la computadora. Yo
necesito climas, y para poder tener un libro necesito sostener ese clima. Puede
ser un ambiente, escribir en un lugar. Puede ser un horario, escribir siempre
de noche, puede ser un tipo de música o cierto tipo de películas o de libros.
Esa es más o menos mi forma de trabajar.
MM: Hoy
me decías que vos no trabajás a pedido…
CM:
A
mí, manuales y libros de texto me han pedido. He trabajado bajo pedido pero sí,
me cuesta, porque un pedido puede ser interesante porque te desencadena algo
que vos no te propusiste. Te abre algo. Pero después me sale más largo, me sale
más corto…
MM: Pero
para eso están los editores… Yo corto, por ejemplo.
CM:
Me
lo cortan a la mitad (Risas)…Siento inseguridad acerca de si voy a poder
hacerlo… sí, me cuesta trabajar a pedido, pero no lo digamos mucho así me
siguen pidiendo (Risas)
MM: ¿Y
vos, Florencia?
FG: A
mí me pasa que lo que se sostiene para que yo pueda escribir, es que lo que
escribo tiene que engancharse con alguna intensidad mía. Con algo que me
preocupa y que me resulta vital. Sin eso yo no puedo escribir. No me interesa.
Me aburro. Entonces, cuando algo se me engancha por adentro con eso que estoy
escribiendo, se va dinamizando solo. Y después, lo demás es un poco como que no
me importa tanto si tengo que escribir de noche o de tarde. Sí, las atmósferas
me repercuten. Hay lugares donde escribo bien, y hay lugares donde no me pasa
nada. Pero sobre todo, yo tengo que sentir que lo que estoy escribiendo me
concierne en algún nivel. Como algo de una honestidad, no en un sentido ético,
pero que tenga que ver conmigo. Si no, no me mueve nada.
CM: Bueno,
eso es lo que tiene el trabajo a pedido también. Que si justo el pedido te
abrió algo… y después lo empezás a forzar…
FG: Quedan
esas cosas sin música. Yo sé que puedo empezar una historia y terminarla por
disciplina…pero digo: “¿y esto?” No tiene corazón. No me pasa nada con eso. No.
MM: Me
gustó eso de que no tiene corazón. ¿Y vos Sebastián?
SV: Yo
no soy muy metódico para escribir. Escribo cuando puedo, cuando tengo ganas de
escribir algo me hago más tiempo para eso hasta que termino una primera
versión. Y una vez que la termino, vuelvo varias veces para ir mejorándola.
Nunca me gusta lo que escribo “de una”. Siempre tengo que volver e ir
mejorándolo, porque esas primeras
versiones son como muy toscas, y suenan mal, y repiten palabras y tienen
millones de comas. Entonces voy pasando y le doy como un revoque grueso y un
revoque fino hasta que queda algo potable. Pero no tengo un momento.
MM: Dirían
en la escuela, ¿cuánto te tarda escribir un libro?
SV: Y
a mí me tarda mucho…
CM:
Me
parece que a todos… creo que ese es un criterio que nos une. Que los tres
tardamos. A mí eso me mata. Es mi estilo, pero lo que a mí me gustaría es
terminar. Yo soy muy de corregir. Pero cuando termino algo lo dejo un par de
años para olvidármelo. ¿Cómo puedo saber si mi texto me gusta o no, si estoy
ahí con la nariz metida tanto tiempo trabajando? Ya me lo sé de memoria. Y entonces quizá lo dejo un par de años. Y
cuando volvés te cambió la mirada…
FG: Es
un tema…
CM:
Lo
cajoneo dos años y después descubro que de todas formas no me lo olvidé
(Risas). Yo soy lenta. No sé si lenta es la palabra, pero de pausas. Pero en
todo en la vida. La escritura tiene
mucho que ver con uno. En algunos casos hace que yo escriba y publique menos.
MM: ¿Cómo les va con la relación con las editoriales? ¿Qué experiencia tienen? Esta es una pregunta que se va a repetir en todo el ciclo. Son las nuevas voces. Publicaron hace cinco, seis, siete años.
CM: Así
como hay nuevas voces, hay nuevos editores. Y estamos todos en el proceso de
aprender. Igual, yo separaría editores de editoriales. Construir una relación
con un editor es algo que a mí me gustaría mucho. Encontrar un editor con el
que tenga afinidad en las cosas en las que hay que tenerlas, y también
diferencias. Pero sucede que también hay mucha circulación en las editoriales.
A veces un editor pasa de una editorial a otra, y es difícil construir un
vínculo así. Sospecho que en las editoriales grandes la situación es como en
las grandes empresas de cualquier otra cosa.
FG: Para
mí es algo que tiene que ver con los lazos. Yo hago vínculos. Y así voy
trabajando y entendiéndome con la gente. Vos preguntabas hace un rato a dónde
mandábamos… y uno va mandándole a la gente que le confía. El libro se va
moviendo a través de esa gente. Hay gente en la que confío y con la que tengo
unos lazos armados. Y en el proceso de construcción eso es importante. Yo
encuentro una gente que me contesta los correos. Eso, para mí marca una
divisoria importante y voy detrás de eso.
MM:
Las
dos coinciden con que el editor no es lo mismo de la editorial y en esto que es
cierto que los editores van pasando. Es como los campeonatos de futbol. Empieza
el año y empiezan los pases. Y el criterio de la atención es muy de la edición
argentina. En general. No sólo la de la literatura infantil. Escuché que somos
menos atentos. Que nos tomamos mucho más tiempo para leer… Vos ya estabas inserto en el mundo editorial.
SV:
Sí.
FG: ¿Vos
sos de los que contestan los correos?
SV:
Yo
contesto todos los correos. (Risas) Si no lo contesté, no me llegó. Yo confío
mucho en la edición porque me gano la vida editando. No literatura en general,
pero edité algunos libros de literatura. Edité uno de Ángeles Durini, uno de
Laura Escudero. Me gusta la edición y confío mucho en el editor como rol.
Siempre espero ansiosamente el momento de la edición porque me encanta ese
proceso. Me encanta ver cómo un lector atento ve montones de cosas que yo no
había visto, y que cuando me las dice me doy cuenta de que eran una obviedad
pero que yo, por mi cuenta, no la había visto. Y cómo, a partir de eso van
cambiando y mejorando los textos. Me encanta esa etapa, la espero siempre muy
ansioso y soy optimista con respecto a los criterios. Yo pienso que aunque te
toque un editor regularcito, igual mejoran mucho los textos. Y si tenés la
suerte de que te toque un buen editor, es impresionante lo que hace. Yo tuve
editoras espectaculares. Para Tres
espejos, Cecilia Repetti, y Laura Linzuain para los Vikingos…, Y en los dos casos cambiaron muchísimo los textos desde
la versión original hasta la que quedó. Salieron capítulos enteros. Entraron
capítulos enteros, se reescribieron los comienzos, los finales… mucho cambio. Y
estoy contento con eso.
CM: El
texto tiene además, su música, su encadenamiento de palabras, un editor tiene
que vibrar con eso.
FG: Es
la diferencia entre el editor y el corrector, para mí. El corrector puede
marcar cosas de normativa, pero el editor tiene que estar en la música del
texto. Tiene que entender para dónde va.
CM: Me
quedé con esto de la industria editorial. Los editores tienen que tener tiempo.
Sucede como con los turnos que un médico tiene cubrir. En la industria
editorial también hay editores sobrecargados de trabajo. A veces la edición de un libro se hace cara a cara,
otras por mail. El editor tiene que tener tiempo para leer tu mail,
responderte… Si no, es como editar un libro tras otro.
MM: Una
pregunta final y después leen porque hay que calcular el tiempo. Al público…si
alguien tiene una cámara y quiere sacarnos una foto… porque me la olvidé y
quiero subirlas al blog. Ahí está. ¡Gracias! Una de las discusiones que
surgieron de la última entrevista del ciclo anterior, con Ricardo Mariño y
Silvia Schujer, que yo retomé en el encuentro con Carola y con Natalia, y que
me parece central en este ciclo con ustedes quince, es la cuestión de si hay o
no hay un crecimiento de la literatura infantil. Se dijo que sí hay un
crecimiento cuantitativo pero no tanto de calidad. Hubo opiniones acerca de que
quizás había cierta pereza intelectual, y que se repiten cosas, y opiniones
completamente diferentes, acerca de que sí lo hay. Se mencionaron premios,
logros… ¿Qué piensan ustedes de la literatura infantil en la última década?
SV: Cuantitativamente
es innegable que hubo un crecimiento. Hay muchos autores nuevos que pudieron
publicar sus libros. Lo de si hay crecimiento en calidad, es difícil de
evaluar. Yo sé que en los últimos años leí muchos libros de literatura infantil
y juvenil que me gustaron mucho. Pero no sé si eso corresponde a un incremento
de calidad general o simplemente hay autores que me gustaron mucho.
FG: Hay
que tener un gran panorama leído para contestar algo así. Y yo siento que no lo
tengo. Por otro lado, hay muchas plumas con las que yo me fui amigando y las
sigo. Sé que me gusta lo que hacen. Lo que me pasa con esta cuestión es que hay
preguntas que me parecen importantes pero siento que no voy a ser yo quien las
conteste. Porque no tengo los elementos para contestarlas ni resultan una
referencia para mi escritura. Yo no puedo escribir mirando lo que pasa afuera,
mi búsqueda tiene que ir para adentro. Y en todo caso, lo que va a hacer que
algo esté bueno, va a ser lo singular que tenga. Lo diferencial. Me gusta leer
y leo mucha literatura infantil, pero no siento que pueda hablar del conjunto.
Y no sé si me interesa.
CM: Creo
que es una pregunta para especialistas. Yo me formé en la UBA en Comunicación,
no en literatura infantil, y valoro mucho la opinión con investigación detrás.
Yo escribo. No sé.
MM: ¿Y
cómo lectora?
CM: Es
lo que decía Florencia. Ahora hay un montón de editoriales, uno montón de nuevos
autores, si tuviera que hablar de porcentajes creo que no tengo leído ni el 1%.
MM: Eso
que estás diciendo de esa gran cantidad, también influye en el trabajo de
edición. Natalia Méndez lo decía el otro lunes. No se puede leer todo lo que
viene, hay una suerte de exigencia permanente de publicar porque el mercado lo
exige. Las editoriales que piden diez novedades y quizá el editor no encuentra
diez obras que le parezca que están para publicar.
Asistente
(la especialista María Laura Migliarino): Y para mí, algo
que suma es que muchos editores no tienen trabajo con chicos. Son mundos
completamente diferentes. Por un lado está el autor, por otro lado está la
editorial, por otro lado está el editor, y después están los chicos…
MM: Igual,
eso, por lo menos hoy estuvo en discusión.
María
Laura Migliarino: Pero los editores no tienen trabajo con
chicos…
SV:
También
esa es una generalización. Hay editores
y editores y yo trabajo con editores que sí tienen trabajo con chicos. Es como
decir: “Los docentes son X”. Hay algunos que son así y otros no. No son la
mayoría, pero algunos editores que tienen trabajo con chicos, hay.
CM: Si
respondo la pregunta como autora, yo considero que recién empiezo. No es una
respuesta de humildad. Es de verdad. Como escritora estoy haciendo una carrera
y estoy empezando. Es una búsqueda.
MM: Es
una respuesta válida. Medio en chiste Umberto Eco en Confesiones de un joven
novelista, que escribió ahora que tiene setenta y pico, dice que se considera
un joven novelista porque El nombre de la rosa salió hace pocos años,
relativamente.
CM: Uno,
como escritor, espera que sea mejor lo que publique más adelante. Tampoco
escribo pensando en el aporte que le voy a hacer a la literatura infantil,
porque ya me cuesta publicar… (Risas). Si yo voy a publicar pensando en el
aporte no publico.
MM: Y
yo que les pensaba preguntar por el aporte a la Humanidad… (Risas). Lo bueno es
que nos llevamos un montón de dudas. Como siempre, en todos los ciclos, les
pido a los invitados que compartan alguna lectura con el público. Antes, si
alguien tiene alguna pregunta…por ahí hay un compañero…
Asistente:
Quizás
es un poco subjetiva, en relación con lo que ustedes van a contar, ¿es como una
lamparita arbitraria que se prende, o tiene que ver con una historia de vida, y
que ese bagaje de vida los va a llevar a escribir sobre determinadas cosas?
CM: ¿Si
uno escribe con la experiencia o con la fantasía?
Asistente:
En
realidad, sobre si es una ficha que les cae en el momento…
SV:
Sobre
la inspiración, digamos…
Asistente:
Claro.
O si esa inspiración está relacionada con tu historia de vida.
CM: Para
mí es distinto en cada caso. El jardín de
Lili tiene como base muchas cosas mías, por más que una después deforme.
Intenté escribir un diálogo silencioso entre una hija y una madre, en un
jardín. No me salió exactamente eso, pero lo escribí sentada detrás de una
ventana, mirando a mi mamá ir y venir por el jardín, incansable, preguntándome
de dónde saca siempre tanta energía. Anselmo
Tobillolargo, en cambio, es una historia fantástica. Y Mal día para ser mala, también, son cuentos fantásticos, pero el
tono del enojo sí, es mío. (Risas).
SV:
En
el caso de Vikingos… el proyecto lo
teníamos con mi amigo Patricio desde que estábamos en el secundario. Nos
vestíamos con túnicas y nos peleábamos a espadazos (risas). Y decíamos que
teníamos que escribir un libro de vikingos. (Risas) Pero nos llevó un buen
tiempo. Fue un proyecto que estuvo veinte años. Y fue cambiando mucho desde esa
primera idea. En un primer momento era una novela de venganza del tipo de El
Conde de Montecristo. Y llegó un momento en que cambió eso e hicimos una novela
histórica, y eso nos dio el impulso de concretarlo y escribirlo. Y la base de
Tres espejos, la soñé mientras dormitaba en un micro viajando a Villa Gesell.
Pero tenía que ver con cosas que estaba leyendo mientras yo estudiaba idioma
chino, y leía la revista “China Hoy”, y estaba con todas esas cosas chinas en
la cabeza. Pero la trama base la soñé en un colectivo. Cuando quise poner en palabras ese cuentito me quedó un
novelón (Risas). No sé si eso responde a
tu pregunta. Por lo menos en mi caso hay un poco de todo.
FG:
A
mí me pasa que es algo de afuera que resuena en algo de adentro. Es como un
encuentro entre dos cosas. Por ejemplo, una vez yo asistí a un momento
fabuloso. Un nene adoptado le preguntaba a su mamá quién habría escuchado su
primera palabra. Yo quedé de cama. Para mí las palabras, la filiación, son
temas míos. Y eso se convirtió en un cuento además, pero fue porque hubo un
encuentro entre eso que escuché, que fue una perla, y algo que me pasó por
adentro.
MM: Bueno,
¿quién va a empezar de los tres?
Comienza
Florencia Gattari:
Nueces
I had a little nut-tree,
Nothing would it bear.
I searched in all its branches,
But not a nut was there.
'Oh, little tree,' I begged,
'Give me just a few.'
The little tree looked down at me
And whispered, 'Nuts to you.'
Nothing would it bear.
I searched in all its branches,
But not a nut was there.
'Oh, little tree,' I begged,
'Give me just a few.'
The little tree looked down at me
And whispered, 'Nuts to you.'
RoaldDahl
Un
chico cascó una nuez y adentro le vino una palmera. Como seis metros medía la
palmera, y estaba llena de cocos. Los primos, que estaban con él en el jardín
de la casa, le dijeron: “Uuuuhh”, “Faaahhh”. Pero el chico estaba chinchudo y
contestó: “Yo no quería una palmera. Yo quería una nuez”.
Después
de eso apoyó la palmera en el piso, pero la media cáscara que la sostenía
tambaleó. El árbol terminó cayéndose y aplastó la cucha del perro. Por suerte
el perro estaba afuera de la cucha, haciendo pis en la palmera.
Uno
de los primos se acercó y sacó un coco. Se lo trajo al chico, porque pensó que
quizás le gustaba aunque no fuera exactamente una nuez. El chico dijo: “Bueh” y
lo rompió contra el piso. Pero adentro del coco le vino un tractor. Y de vuelta
los primos: “Uaaauu”, “Oooohh”, pero el chico le dijo al que le había traído el
coco: “Te regalo el tractor; yo quería una nuez”.
El
otro primo buscó en el bolsillo de su pantalón hasta que encontró un alfajor.
Se lo ofreció al chico porque le daba no sé qué que tuviera tanta mala suerte.
Le dijo: “Es de nuez, me lo dio mi abuela pero a mí no me gusta. Está un
poquito aplastado”. Y se subió con el otro al tractor.
El
chico agradeció y dejó que los primos se fueran. Después se quedó mirando al
alfajor como si estuviera a punto de explotar.Esperó un rato.
Lo
abrió con cuidado y no pasó nada. El alfajor era un alfajor. Lo único es que no
era de nuez: era de cayote.
Fue
ahí cuando se enojó del todo. Se metió en su cuarto y, por las dudas, cerró la
puerta, cerró las persianas y cerró la boca. Agarró un libro del estante y se
sentó en la cama. Se puso a leer.
En
el libro había un bosque, y en el bosque unas ardillas. Las ardillas se
rascaban la nariz con las manitos y comían nueces. El chico pidió que le
convidaran. Le convidaron.
Las
probó y le pareció que estaban buenas.
Sebastián
Vargas:
La búsqueda de Telepinu
(Mito
de los antiguos fenicios)
En tiempos antiguos, cuando el mundo aún era joven,
ocurrió que Telepinu, el dios amable, se peleó con su padre, que lo había
acusado de ser un bueno para nada. Telepinu se enojó y se fue lejos. Nadie
sabía dónde estaba.
Sin Telepinu, los peces se ahogaron en las
profundidades de los ríos y los mares. Los lobos dejaron de buscar su presa, el
león dejó de rugir en la pradera. La oveja desamparó su propio cordero, la vaca
le negó su leche al becerro. El fuego se apagó en todas las chimeneas. Sin
Telepinu, los granos de las cosechas se consumieron a sí mismos hasta
desaparecer. Ningún animal macho quiso volver a entrar a su corral. Ningún
animal hembra quiso procrear. Sin Telepinu, se quemaron las puntas de todos los
árboles y ya no hubo brotes nuevos, ni flores coloridas, ni grillos cantándole
a la luna. Los pastos se secaron y las fuentes dejaron de fluir. Sin Telepinu,
el hambre se hizo dueña, y hasta los dioses se morían de necesidad.
Cuando la gran diosa de la Luna hizo una fiesta para
los mil dioses, todos comieron, pero no lograron saciarse; bebieron, pero no
lograron apagar ni un poco de su sed.
Entonces, el dios de la Tempestad, que era el padre
de Telepinu, se preocupó. Le pidió a la gran diosa de la Luna que lo ayudara a
buscar a su hijo:
—Telepinu no está, se ha enojado, se ha llevado todo
lo que es bueno. ¿Qué haremos, qué harás? Preguntaba mientras iba de acá para
allá, nervioso.
La gran diosa ordenó a los mil dioses:
—Vayan, escudriñen sus casas y sus dominios, busquen
a Telepinu.
Así lo hicieron, pero días después regresaron sin
haber tenido éxito. Por ningún lado habían encontrado al dios que hace crecer
todo lo vivo.
El dios de la Tempestad se lamentó a la gran diosa:
—¿Qué haremos? Sin Telepinu, moriremos de hambre.
—Ve tú también a buscar a tu hijo —ordenó la gran
diosa Luna.
El dios de la Tormenta volvió a su casa con paredes
de viento, pero Telepinu había roto los cerrojos al salir, y no estaba dentro.
Su verde trono estaba frío. Por ningún lado lo halló. El dios de la Tormenta
volvió derrotado:
—No he encontrado a mi hijo. ¿Qué haremos, qué
harás?
La gran diosa de la Luna envió entonces al águila
como exploradora:
—Ve —le dijo—, escudriña los montes nevados y los
valles, busca en las colinas y los bosques, dinos si ves a Telepinu.
El dios de la Tempestad protestó:
—Los grandes dioses y los pequeños, los de espíritu
profundo han buscado a Telepinu sin hallarlo. ¿Irá un pájaro a encontrarlo?
Fue el águila con su mirada aguda y buscó y buscó al
dios perdido, pero no lo halló.
La señora de los dioses envió entonces a la rata.
—Ve —le dijo—, escudriña las calles y los campos,
busca en los caminos y los sótanos, dinos si ves a Telepinu.
El dios de la Tempestad protestó:
—Los pequeños dioses y los grandes, los de
entendimiento penetrante han buscado a Telepinu sin resultado. ¿Irá una alimaña
a hallarlo?
Fue la rata y buscó y buscó al dios perdido, pero no
lo encontró.
La señora de los dioses envió entonces a la abeja.
—Ve —le dijo—, busca a Telepinu.
El dios de la Tempestad protestó, indignado:
—Los mil dioses, los de gran poder han buscado a
Telepinu por todo el mundo. ¿Irá un pequeño insecto a encontrarlo?
Fue la abeja y buscó y buscó, y halló a Telepinu
escondido dentro de una minúscula florecilla blanca.
La abeja zumbó, indicándole a Telepinu que la
acompañara de regreso, pero Telepinu no quería volver, seguía enojado. La abeja
lo cubrió de cera, para limpiarlo y purificarlo, pero Telepinu todavía no
quería regresar. Le mojó los labios con miel para endulzar sus recuerdos, pero
Telepinu aún seguía enojado.
Entonces la abeja lo picó en los pies para que los
moviera, y al dejarle clavado su aguijón, murió.
Conmovido por el sacrificio de la abeja, Telepinu
movió los pies y volvió. Se reconcilió con su padre, saludó a la gran diosa de
la Luna.
Cuando Telepinu regresó, la vida volvió a florecer
en todo su esplendor.
Cada vez que escuchan zumbar una abeja, los mil
dioses hacen un respetuoso silencio.
En: Patricio Killian y Sebastián Vargas, Mitos de viajes y descubrimientos.
Aique, Buenos Aires, 2013.
Cristina
Macjus
BRILLOS DE SAL
Regaron el desierto con hidroaviones, plantaron flores e
instalaron un kiosco. Algunas modelos posaron en bikini y se promocionaron
paquetes turísticos a precios muy accesibles. Pero nada. Apenas llegó hasta
allí una chica poligrilla con una valija algo desvencijada. Sopló el viento
corrientes de aire seco con brillos de sal y todo volvió a estar como antes.
Casi todo.
Porque luego de que las flores se secaran y el kiosco se
volara, la chica se acomodó los cabellos desordenados y se sentó sobre una
duna.
–Esto no es como te esperabas, ¿eh? –se asomó un bicho
con actitud amistosa.
La chica miraba el desierto. El bicho movió los bracitos,
sorprendido de que no le
respondieran.
–Los afiches turísticos son buenos, ¿eh?
–…
–Yo siempre lo digo, no hay que confiar
en las publicidades.
–…
–¿¿Hola??
–Hola –saludó la chica con la vista perdida
en el horizonte.
–Pero vos no viniste de turismo, ¿eh?
–No.
–…
–…
–¿¿Hola??
–Hola.
–Te toca contarme para qué viniste.
–Busco a mi mamá.
–¿Por acá?
–Por todos lados. Está perdida.
–¿Una mamá perdida? Mmmm…
–…
–¿Y hace mucho que la buscás?
–Un montón –dijo la chica y luego la llamó–: ¡mamaaaaaaá…!
–¿Un montón como cuánto?
–Un montón como en su pieza, en la cocina, en su trabajo,
en el gimnasio, en los libros, en los vueltos de la panadería, en la caja de
las fotos viejas, en las charlas que tuvimos, en lo que quiere que yo sea…
–Ajá, ya veo, un verdadero montón. ¿Estás segura de que
no estaba planchando?
–No, la plancha estaba desenchufada.
–Ajá –dijo el bicho y movió las manitos algo
desorientado–. ¿Y no será que de tanto
buscarla te perdiste vos?
–¡Mamá! –volvió a gritar la chica.
El grito se desparramó lentamente por el horizonte. Un
tiempo después, algunas dunas
lejanas hicieron eco. La chica se lanzó a correr.
–¿Adónde vas?
–Me pareció escuchar a mi mamá.
El bicho corrió detrás, exclamando:
–¡No te confundas! ¡Las hijas tienen la voz muy parecida
a la de su madre!
Las patas no le fueron suficientes para alcanzar a la
chica, que luego de correr varias
horas cayó exhausta en medio del desierto. Mala cosa los
círculos.
Cuando el bicho la encontró, estaba sentada mirando el
atardecer. Soplaba una brisa
cálida, su cabello se movía suavemente, en el horizonte
el sol se ponía de color naranja
y miles de granitos de sal reflejaban como espejitos
dorados.
–Es lindo el silencio –dijo la chica que buscaba a su
mamá.
–Ajá –dijo el bicho, y se sentó a su lado–. ¿No será que
la perdida sos vos, eh? –insistió.
–…
Y como no le respondía, siguió:
–De todas formas, lo que importa no es estar perdido,
sino querer volver.
–…
–¿?
–… hablando la gente no siempre se entiende… –dijo la
chica.
–Muy cierto, muy cierto. No se le pueden pedir peras a
una madre. Por más que se lo digas mil veces, si no entiende, no entiende. Las
cosas caen por sí solas cuando están maduras –afirmó el bicho y el tema le
gustaba tanto que siguió hablando entusiasmado sobre psicologías
frutales durante varios minutos.
La chica miró largo rato el horizonte.
Después habló:
–¿Me alcanzás hasta la entrada del desierto?
–Ajá –dijo el bicho y la subió a su lomo. Cuando salía la
primera estrella llegaron y
la chica tomó el colectivo de las nueve de la noche.
–Un gusto haberte conocido –se despidió ella.
El bicho la saludó con las manos mientras el colectivo se
alejaba. Sopló el viento corrientes de aire seco con brillos de sal y, ahora
sí, el desierto volvió a estar como antes.
El cuento de Cristina Macjus, "Brillos de sal" forma parte del libro Mal día para ser mala, Buenos Aires, Sudamericana, 2010. Libro de arena agradece muy especialmente la autorización para publicar el texto a Random House Mondadori, Grupo Editorial.
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