Misteriosa Buenos Aires: entre la historia y la maravilla

La ciudad tiene sus historias, sus personajes, sus encantos y misterios, y también sus narradores. Aquellos que, como Mujica Lainez en Misteriosa Buenos Aires, se encargan de recorrerla y contarla para dejar imágenes indelebles en la memoria de sus lectores. Mario Méndez, que coordina el ciclo "Literatura e historia" organizado por el Programa Bibliotecas para armar todos los miércoles en la Biblioteca Gerchunoff de la Asociación Hebraica, escribe para Libro de arena un artículo a propósito del film homónimo, proyectado en el último encuentro. En él analiza los cuentos reunidos en el libro de Lainez y establece las posibles conexiones entre historia y ficción.



Por Mario Méndez

Dice Roger Chartier en Escuchar a los muertos con los ojos: “Las diez obras de teatro histórico compuestas por Shakespeare y reunidas en el Folio de 1623 bajo la categoría de histories, poco acorde con la poética aristotélica, han conformado seguramente una historia de Inglaterra más fuerte y más ‘verdadera’ que las relatadas por las crónicas en las que se inspiró el dramaturgo. En 1690, el diccionario de Furètiere registra a su manera esta proximidad entre historia verídica y ficción verosímil cuando designa la historia como ‘la narración de cosas como han pasado, o como podían pasar’. La novela histórica, que ha sacado buen provecho de tal definición, asume en nuestro presente la construcción de los pasados imaginados con una energía tan poderosa como aquella que tenían las obras de teatro en tiempos de Shakespeare o Lope de Vega”.
Sirva esta larga introducción para empezar a comentar una colección de cuentos que integra el canon de nuestra literatura nacional. Me refiero a Misteriosa Buenos Aires, esa suma monumental de cuentos ordenados cronológicamente por Mujica Lainez, que comienza en la Buenos Aires recién fundada por Pedro de Mendoza en 1536 (“El hambre”) y culmina en la decadencia de la impostada aristocracia criolla, en 1904 (“El salón dorado”) siempre, por supuesto, con Buenos Aires como escenario fundamental. Y la referencia a lo cronológico, a la Historia, a las cosas como han pasado o como podían pasar son casi obligadas. Porque luego de leer Misteriosa Buenos Aires nos quedamos con la sensación de que sabemos más de la ciudad que si hubiéramos leído un documentado libro de Historia. Porque Mujica Lainez, con sus cuentos, ha logrado reconstruir, para sus lectores, con poderosa energía, una Buenos Aires en la que estamos seguros de que todo lo que nos cuenta ha pasado, o pudo pasar.
Pero Misteriosa Buenos Aires no es, estrictamente, una colección de narrativa histórica. En parte lo es, quizás. Y es también mucho, muchísimo más que eso.
Mujica Lainez da cuenta, en sus cuarenta y dos cuentos, de prácticamente todos los momentos imprescindibles de cuatro siglos de historia porteña. Allí están las dos fundaciones, la pesada sombra de la Inquisición, las costumbres de la aldea que siempre presumió de lo que no era, el tráfico de esclavos,  las invasiones, la revolución, la independencia, el gobierno de Rosas y su caída, la generación del `80 y la decadencia de las familias patricias. Allí está todo eso, pero hay más. Porque Mujica Lainez se permite homenajes (el tan conocido “El hombrecito del azulejo”, re-versión de “Tini”, de Eduardo Wilde, que además es uno de los protagonistas del cuento que lo homenajea, como también lo es Estanislao del Campo en “Una aventura del pollo”, cuento–poema gauchesco, homenaje al Fausto criollo; o ese otro homenaje a Santos Vega, en “El ángel y el payador”, contado desde la voz de un gaucho relator, que empieza con un clásico “Esto sucedió, señores, allá por los años…”). Se permite, Mujica Lainez, también las burlas más sutiles, como en “Memorias de Pablo y Virginia”, donde da cuenta del esfuerzo de los lectores que no logran terminar el novelón de Bernardin de Saint-Pierre, o se ríe –ríen los libros- de las traiciones cobardes de Pedro de Angelis. Y a lo largo de la colección va variando el tono, la cuerda que toca, con equilibrio y con gracia, desde los acontecimientos más trágicos (“El hambre”, “Los pelícanos de plata”, “El espejo desordenado”, “Toinette”, “La casa cerrada”) a los casi bucólicos (“La fundadora”, “El libro” –homenaje, de paso, al Quijote-, “Crepúsculo”,  “La adoración de los Reyes magos”).
Logra, además, cada vez que se lo propone, y lo hace a menudo, transmitir un tono de mórbida sensualidad: allí están los amores imposibles de la sirena por el mascarón de proa (“La sirena”), de la mestiza Inés por el dragón británico, resuelto en la desnudez magnífica de la muchacha subida a un árbol y en el grito desgarrado de John Drake, el pirata condenado que muerde los barrotes de su celda (“La enamorada del pequeño dragón”); aparece la sombra del adulterio, real o sospechado (en “El espejo desordenado”) la lujuria (en don Rufo y sus dos mujeres, de el “El sucesor”),  el amor, otra vez, no por apenas esbozado menos imposible, de la pulpera por el judío errante (“El vagamundo”). Y la soledad, un tópico casi obligado en la ciudad enclavada en la pampa: la de la fundadora, la del payaso triste que mata a la mascota en la que se ve reflejado (“El tapir”) o la del estudiante pobre en “El amigo”.
Finalmente, dos últimos señalamientos. La maestría narrativa y el uso de lo fantástico. Para dar cuenta de la primera, valga el breve análisis de “El ilustre amor”. Este cuento exquisito tematiza, con la escenografía de la Buenos Aires virreinal, la cuestión retórica de la verosimilitud. Avanza la pompa fúnebre del Virrey recientemente fallecido, y la protagonista, Magdalena, solterona encerrada en su casa, tiembla ante la disyuntiva de salir o no. Le late locamente el corazón: ¿se animará a salir? Al fin lo hace, y rompiendo todas los rigores de la etiqueta, se impone en ese velorio, a fuerza de llanto, de desconsolado y amoroso llanto. Al punto que conmueve a casi todo el mundo, y mueve a celos a sus hermanas casadas, a admiración a sus cuñados. Magdalena, la solterona, parece que ha tenido, oculto para todos, un intenso romance con el Virrey muerto. Todos los personajes que la rodean lo creen así, así lo creemos los lectores. Y en el final, triunfante en su llanto, en el reconocimiento que Buenos Aires ha hecho de su dolor, Magdalena se encierra en la casa de la que ya no saldrá, a “esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca”. Punto final del cuento perfecto. Todos nos quedamos pasmados. Hasta el último renglón del cuento habíamos creído, como las hermanas, como los cuñados, como todo Buenos Aires, que Magdalena y el Virrey habían sido amantes. Una lección magistral del narrador: sorprende, engaña, maravilla.

De lo fantástico, sólo unas últimas palabras: allí está el fantasma de la hermana asesinada de Catalina, subiendo a la galera y dejando a su asesina sola en la inmensidad del desierto (“La galera”). Allí están, también, el espectro de la muerte conversando con el hombrecito del azulejo; el ángel que se deja vencer y reivindica a Santos Vega; la negra que se transmuta en el cuerpo de la niña (“La hechizada”), la brujería del mago que venga el robo de su anillo en “El arzobispo de Samos”, con una picadura de víbora ordenada a la distancia; allí nos sorprenden las manos alzadas (sorpresivamente alzadas) de la imagen de madera de una mujer desnuda, que ha abrazado hasta la muerte a su  desquiciado creador (“El imaginero”). En todos estos cuentos, y en varios más, Mujica Lainez apela a la mejor tradición del cuento fantástico. Nos sorprenden, nos conmueven, los giros, las apariciones, los fantasmas. Es como si el autor, al despedirse, nos dejara dicho, casi diría que a media voz, que en Buenos Aires la presencia de lo fantástico, de lo misterioso, es una presencia más, una presencia cotidiana que acecha en todas partes.


 Misteriosa Buenos Aires

 Manuel Mujica Lainez

 Buenos Aires, Sudamericana, 1951

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