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A 100 años del nacimiento de Jaime Dávalos, uno de los poetas mayores del folklore argentino

Autor de “Canción del Jangadero”, “Tonada del viejo amor” y “Vidala del nombrador”, entre muchas otras, Jaime Dávalos integró con Eduardo Falú una notable dupla creativa.  Lo recordamos con esta nota de Cristian Vitale para Página/12.




Por Cristian Vitale

Hay un vinilo que es –casi-- un incunable hermoso. Lo publicó Cadmen, una especie de subsidiaria bajo costo de la RCA Víctor, en 1968. Se llama Escuchando a Jaime Dávalos, y no hay en él ninguna de esas tremendas zambas que el poeta salteño escribiría para combinar con las músicas del –también-- enorme Eduardo Falú. Pero tan emocionante es que no importa eso. El disco porta dieciocho breves piezas –nueve por lado—y en todas se escucha la voz asalteñeada y vital del juglar aquerenciado en Zárate. En la primera mitad, recita textos de su padre Juan Carlos, para muchos el poeta mayor de Salta; para otros, el más fino. En la segunda, Jaime hace lo propio pero con él mismo. Recita sus propias obras. Cuenta entre ellas del nacimiento del vino en tiempo de vidala. Revive a José Hernández y a Gregorio Guanca, el hachero andino que corta la sal con su hacha. Improvisa sobre “La Calandria” abrazado por la sutil, climática y serena guitarra de Eduardo Martínez. Y relata una de las más bellas prosas sobre Sudamérica. “El hambre, la violencia, la injusticia / la voluntad del pueblo traicionada / no harán sino aumentar su rebeldía / no harán sino apurar en sus entrañas / el hijo de la luz, que viene a unirnos / en una sola espiga esperanzada / Porque América, tierra del futuro / igual que la mujer, ¡vence de echada!”… bella y contundente oda a la Patria Grande.

El material es sublime, en suma. Tanto que la contratapa del vinilo requiere de la pluma de dos prologuistas (en vez de uno, como la mayoría de los mortales) y ambos se deshacen en elogios. Uno, Miguel Smirnoff, elige resaltar la captación emocional que el vate tenía para “sentir hasta los ínfimos matices de la vida humana”, además de definirlo como un “liberador del espíritu”. Otro, que esconde su nombre ante la sigla G.S.A, prefiere ahondar en la “profundidad de su conversación” y de “su voz musical”, a la vez que detalla la entrecasa del encuentro entre ambos. “Hablamos de Paul Valery, de Jacques Prévert, de César Vallejo, de la máquina que lentamente quiere dominar al hombre (…) comprendimos que su lenguaje es universal, atemporal… su conversación es un vino bienhechor que nos va envolviendo”. Hermosa foto sonora, estética, y bien demostrativa por la parte de un todo mayor, para evocar al otro yo de Falú, que hoy cumpliría cien años.

Había nacido Jaime el sábado 29 de enero de 1921, en San Lorenzo, bello paraje serrano lindante con la linda Salta, fruto del amor entre su citado padre, y doña Celecia Elena. Su primer material publicado data de 1947. Aún vivía en las tierras del barbón Güemes y el artículo se llamó “Rastro seco”. Diez años después editó “El nombrador” y, a partir de allí, un tendal de relatos, coplas, canciones y poemas que florecen como lapachos en flor. Se destacan entre decenas, “Solalto” (1960); “Cantos rodados” (1974) y la póstuma “Coplas al vino”, que vio la luz en 1987. Aparecían entonces obras tanto como hijos e hijas, en su ajetreada y vital existencia. Tuvo siete, fruto de dos matrimonios con dos Rosas: Julia Elena, Luz María, Jaime Arturo y Constanza, con la primera; Marcelo, Valeria y Florencia, cantora que nació en los tiempos de Escuchando a …, con la segunda
Pero hubo más. Mucho más, claro. Antes y después. Antes, gemas ´inolvidables e inevitables para el acervo de las músicas de raíces argentinas. No tenía treinta y tres años el Jaime, que ya había creado la “Canción del Jangadero”, “La golondrina”, “Vidala del nombrador” y una tríada de zambas que explotaría en el corazón escondido de la patria: la del nombrador, la de la candelaria y la de los mineros, que daba voz a los sin voz pero de en serio. Fue este hombre, tal vez junto a las plumas del Nuevo Cancionero, actor central de esa conversión del paisaje al ser humano –o del paisaje con la gente adentro-- que explotó en la década del sesenta, tras las huellas de Yupanqui. ¿O acaso esa sublime estrofa que reza: “Con pupilas abiertas como tajos le pedirán aumento / mientras quiebren, girando entre las manos / el ala del sombrero / y los ojos, de polvo y pena tristes / les caigan como manchas sobre el suelo”, no ubica la explotación del hombre por el hombre –minero y patrón-- entre la sequedad y la polvareda asesina del socavón?

No se escapa que el hombre sabía de lo que escribía, claro. El mismo fue minero. Y fue alfarero. Y fue titiritero. Y se codeó con la baja, sin hacer una bandera de ello, como dijo cierta vez: “Yo me jugué todo lo que tenía a las manos de los hombres simples de la tierra. Creo en ellos. Me visto con las ropas que ellos hacen. Todas las palabras que hablo están potenciadas con el símbolo que callan los otros, aquellos que me enseñaron a hablar callando”. Menos de sesenta años le alcanzaron al también creador de “Tonada del viejo amor” para orejear en guitarras, charangos y armónicas. Conducir dos programas de tv (El patio de Jaime Dávalos y Desde el Corazón de la Tierra); participar en la película Argentinísima, en 1973, donde su hija mayor interpreta “Virgen de la Carrodilla”, y él le dice a Julio Maharbiz algo así como “El fuego es un viejo amigo del hombre… sus brasas son mi país”, mientras Falú lo mira de frente, leña encendida y vinito de por medio, antes que las cámaras recorran los valles calchaquíes, y el guitarrista la descosa con “Zamba de la Candelaria”. Leer a Soren Kierkegaard también le mimó el alma al último Dávalos. Año y medio antes de irse, a las puertas de una maldita enfermedad, insistió en eso de tomar conciencia de que el ser humano nacía para morir, y que había que tomar tal idea como una máxima existencial bajo un fin sanador: reír cuando se la tuviera cerca. Y esperarla saboreando un vino, de paso. Pues bien, consuela entonces pensar que cuando le llegó la hora a él, poco antes de cumplir los sesenta –el 3 de diciembre de 1981—, se le haya hecho carne la sugerencia existencial del filósofo danés.

El homenaje de Florencia

Florencia Dávalos, la hija menor de Jaime, coordinará un homenaje a su padre con un grupo de mujeres en el Centro Cultural Kirchner. Juntas interpretarán una selección de temas compuestos por el poeta salteño, bajo los arreglos de la pianista y directora musical Julieta Lizzoli, y las intervenciones de Eliana Liuni (vientos) y Mariana Mariñelarena (percusión), más las cantoras Chiqui Ledesma y Milena Salamanca como invitadas. El festejo por los cien años de Jaime incluirá también productoras, vestuaristas y fotógrafas, y de podrá ver por el canal de youtube del CCC.


Fuente: Página/12

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