Miguel Cané, a 170 años de su nacimiento. Un escritor de “páginas fugitivas”

Ayer se cumplieron 170 años del nacimiento de Miguel Cané, uno de los representantes de la Generación del 80 y autor del clásico escolar Juvenilia. Para recordarlo compartimos la nota de Daniel Gigena para el diario La Nación.

Por Daniel Gigena

Hijo de exiliados políticos en Montevideo a causa del gobierno de Juan Manuel de Rosas, Miguel Cané arribó a Buenos Aires a los dos años de edad, después de la batalla de Caseros, que provocó la renuncia y el exilio de Rosas. Había nacido el 27 de enero de 1851, hace 170 años. Fue periodista, abogado, traductor, el séptimo intendente de la ciudad de Buenos Aires, diplomático, ministro nacional y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero se lo recuerda en especial por uno de sus libros, Juvenilia (1882), clásico escolar por décadas en el país. En ese libro autobiográfico, se narran los días del joven Cané en el Colegio Nacional de Buenos Aires. “Si modificara una sola línea de estas páginas, las más afortunadas de las que he escrito, creería destruir el encanto que envuelve el mejor momento de la existencia, introduciendo, en la armonía de sus acordes juveniles, la nota grave de las impresiones que acompañan el descenso de la colina”, escribió algo pomposamente en un prólogo de 1901. Es el típico libro que la mayoría conoce, incluso sin haberlo leído. En 1943, se estrenó el film homónimo, dirigido por Augusto César Vatteone.

Como la mayoría de los integrantes de la “Generación del 80″, fue un escritor que no se había propuesto ser escritor; “un escritor casual, de sobremesa”, lo define César Aira en Diccionario de autores latinoamericanos, donde le achaca a Cané “una prosa pesada y oficial”. También allí observa, con humor, que al leer Juvenilia, el lector “cree estar ante el libro de un anciano memorioso”, de alguien que recuerda sus años de internado desde una distancia nostálgica, aunque en verdad Cané no había cumplido los treinta años al escribirlo.

Portada de "Juvenilia", de Miguel Cané, un clásico escolar ambientado en una escuela en el siglo XIX. archivo

Como observa Sergio Pastormerlo en “Juvenilia de Miguel Cané: historia de un escritor fracasado”, Sylvia Molloy y Josefina Ludmer destacaron el peso de la figura del padre en esa obra de recuerdos de juventud. “La historia de Juvenilia comienza con la muerte del padre, que se produce inmediatamente antes de que Cané ingrese al Nacional -escribe Pastormerlo-. Luego, este nuevo interno sin padre busca figuras paternales en los rectores del colegio, el doctor Agüero y Amadeo Jacques”. Cuando Cané comenzó a escribirlo (en un cuaderno fabricado por su secretario y discípulo Martín García Mérou, en Venezuela), había incluido un texto, que luego fue suprimido y que se titulaba “Mi padre”. Algunas ediciones de Juvenilia lo utilizaron como prólogo y comienza así: “Mis recuerdos positivos comienzan con la muerte de mi padre”.

En sus memorias de juventud, Cané utiliza un recurso habitual de la época: vincular las metas de su generación con las de la Generación del 37, entre cuyos miembros figuraban nada menos que Domingo Faustino Sarmiento, Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi. Él incluye, además, a su padre, al que presenta como un escritor sin obra. “Lo que dice Cané del padre bien podría aplicársele -señaló Sylvia Molloy en Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica-. También él escribió páginas fugitivas; también él tuvo el proyecto de escribir la novela nacional, de cepa criolla, que dejó inconclusa; también él escribió improvisaciones (como casi todos sus contemporáneos). Sin embargo, a diferencia del padre, sí escribió un libro completo, coherente, redondo: Juvenilia”.

El otro libro “redondo” de Cané es En viaje (1881-1882), de 1884, donde se reúnen crónicas sobre ciudades donde cumplió misiones diplomáticas, entre ellas, Bogotá, París, Londres, Burdeos y Caracas. ”He procurado contar y contar ligeramente; pienso que un libro de viajes debe marchar con paso igual y suelto, sin bagajes pesados, con buen humor para contrarrestar las inevitables molestias de la travesía, con cultura, porque se trata de hablar de aquellos que nos dieron hospitalidad, y, sobre todo, sin más luz fija, sin más guía que la verdad”, se lee en las palabras introductorias.

“El extranjero vive mal en Bogotá, sobre todo, cuando su permanencia es transitoria -dictaminó sobre la capital colombiana-. Los hoteles son deplorables y no pueden ser de otra manera. Bogotá no es punto de tránsito para ninguna parte. El que llega allí, es porque viene a Bogotá, y los que a Bogotá van, no son tan numerosos que puedan sostener un buen establecimiento de ese género”. En “Quince días en Londres”, el tono cambia: “Nunca me ha fatigado la flânerie en las calles de Londres; no hay libro más elocuente e instructivo sobre la organización política y social del pueblo inglés”. Y en el Senado de París, creyó toparse con un ideal sarmientino. “Desde las altas tribunas, la Cámara parece un campo de nieve. Cabezas blancas por todas partes. Preside León Say, con su insoportable voz de tiple, gangosa y nasal. Ancianos que entran apoyándose en sus bastones y cuyos nombres vuelan por la barra. Son las viejas ilustraciones de la Francia, en las letras, en las artes, en la industria, en la ciencia y en la política. Bulliciosos también los viejecitos; los años no les pueden hacer olvidar que son franceses”.

Hacia el final del siglo XIX, los ideales democráticos y republicanos de Cané, como los de otros políticos e intelectuales de su época, se tiñeron de resquemores nacionalistas ante la inmigración europea. Cuando era senador, presentó en la Cámara un proyecto sobre la deportación de extranjeros que alteraran el orden y la seguridad nacional, la llamada ley de residencia, que permitía la deportación de inmigrantes que tuvieran ideas y conductas adversas al gobierno argentino. La ley fue sancionada en 1902 y posibilitó la expulsión de cientos de anarquistas españoles, italianos e incluso argentinos. Un curioso giro en la vida de un hijo de exiliados políticos, que falleció en septiembre de 1905, a los 54 años.

Para agendar

La Biblioteca Pública Miguel Cané, que integra la Red de Bibliotecas Públicas de la ciudad de Buenos Aires, se inauguró el 11 de noviembre de 1927. Es conocida por ser el lugar de trabajo como empleado público de Jorge Luis Borges, entre 1937 y 1946. Se encuentra en el barrio de Boedo, en Carlos Calvo 4319.

Fuente: La Nación.

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